Por Ronald Von der Weth Fischer
Los valores institucionales, a saber: integridad, valentía, lealtad, deber, honor y patriotismo; nombrados en ese orden, pues el patriotismo se sostiene sobre los otros valores; están presentes en el actuar de nuestros héroes y se encuentran plenamente vigentes. Adicionalmente, son uno de los componentes del “ethos naval”. La invitación es a reflexionar en torno a los valores institucionales, comprender su relación con las virtudes y transmitir, con el ejemplo, su adhesión profunda en el compromiso con la misión institucional.
The core values of our Navy, namely: integrity, bravery, loyalty, duty, honor, and patriotism, respectably, since patriotism is based on the other values; are present in the behavior of our heroes and nowadays are fully in force. Additionally, these values are one of the elements of our “navy´s ethos”. We invite you to ponder on our values, to understand their relationship with the virtues and to convey, by example, their deep commitment to the navy´s mission.
Mayo es el mes en que Chile celebra sus Glorias Navales. Rindiendo homenaje a sus héroes y conmemorando sus gestas, recordamos a hombres y acontecimientos magnánimos, como fueron el combate naval de Iquique y Punta Gruesa. Estas acciones constituyen modelos ejemplares del cumplimiento del deber. Dicho actuar, reflexivo, se sustenta en principios, valores y virtudes que se mantienen en el tiempo. Los primeros requieren ser comprendidos y las virtudes cultivadas, para incorporarlas al modo de ser.
Conocidos los hechos y relatos de aquel miércoles 21 de mayo, surgen las figuras de Arturo Prat y Carlos Condell, entonces completamente desconocidas y ajenas al establishment político, económico y social. “Su singular hazaña y la muerte de Prat desataría una ola emocional jamás vista ni vuelta a ver en Chile, mezcla de dolor lacerante, bulliciosa y callejera alegría, asombro casi estupefacto, admiración sin límites y el más exaltado orgullo patriótico” (Vial Correa, 2021, pág. 25), que motivó el masivo y generoso enrolamiento de connacionales en las filas de nuestro Ejército y Armada, para seguir la estela de los héroes navales.
El presente artículo es una invitación, sin pretender agotar el tema, a reflexionar en torno a los “valores institucionales” presentes en estos acontecimientos de nuestra historia naval y que han trascendido en el tiempo hasta nuestros días siendo uno de los componentes del “ethos naval”.
El “ethos naval” es un concepto abstracto e intangible que radica en los servidores de la Armada de Chile; hombres y mujeres que en forma voluntaria ingresan a la Institución, principalmente a través de las escuelas matrices. En ellas, se cultivan para desenvolverse en el medio marino, requiriendo de un carácter cuyas raíces se encuentran en la historia y la tradición, y sus principios están contenidos en la Ordenanza de la Armada y sintetizados en el “Código de Honor”.
En los párrafos siguientes se abordarán, en forma sucesiva, la integridad, la valentía, la lealtad, el deber, el honor y el patriotismo, relacionando relatos históricos, principalmente del combate naval de Iquique y Punta Gruesa, de Prat así como de las figuras de Condell y Aldea, donde se reflejan dichos valores.
Para situar los valores es necesario mencionar, parafraseando a Karol Wojtyla, que “la persona se manifiesta en la acción” (Wojtyla, 2011). Previo al actuar está la reflexión que se sustenta en valores y virtudes, cuyas raíces son los principios. Los valores son la base para vivir en sociedad y están en el nivel de lo abstracto. Las virtudes, el modo de ser, son las que materializan los valores, los hacen tangibles.
La Integridad
Prat causaba la impresión de poseer ciertas virtudes humanas que lo tornaban en una persona interesante: seriedad, búsqueda incansable de ideales superiores de vida y conducta, todo lo que precede, enmarcado por una sencillez y humildad absoluta; en dicha personalidad resaltaba la integridad de su persona, piedra angular sobre la cual se sustentan los valores institucionales, cuya corona es el patriotismo. Sin lugar a dudas, que la integridad generó en su dotación los sentimientos de seguridad, confianza, lealtad, obediencia, cooperación y respeto, en tan magnos sucesos.
Este valor estaba tan encarnado en Arturo Prat que se manifestó hasta el final de su vida, cuando enfretó la muerte con la perfecta tranquilidad de espíritu que siempre lo había caracterizado.
“Nada, absolutamente nada, traicionaba en él la tremenda responsabilidad que gravitaba sobre sus hombros de gigante”, rememoraría más tarde Luis Uribe. “En su rostro -agregaba Zegers- no se veía sino la serenidad, el buen tino, junto con el deseo de morir con honra antes que rendirse”. (Vial Correa, 2021, págs. 255, 256).
La integridad la entiende el autor como el lugar donde las palabras y las acciones se encuentran, aunando el pensamiento y la vida; en una palabra, ser coherente, impidiendo que el pensamiento se desvíe del modelo de vida. Una persona íntegra actúa conforme a los valores y principios que siempre ha manifestado abrazar; haciendo lo correcto sin afectar a los demás, especialmente en ausencia de testigos.
La persona íntegra se desenvuelve con naturalidad y en forma espontánea. En el ámbito de las relaciones interpersonales, se manifiesta en la sinceridad y el apego a la verdad, tal como lo hace el prudente. Así pues, una persona íntegra no posee dobleces en su forma de ser, es merecedor de credibilidad, digno de confianza. El que no es íntegro no es creíble y se denomina “hipócrita”, pues este valor no admite términos medios.
La integridad es como el lubricante que contribuye a generar ambientes de confianza en las dotaciones, crea climas de apertura y transparencia. Al igual que otros valores, este será siempre necesario para enfrentar y asumir circunstancias complejas, imprevistas en la que se requiere una conciencia ética sostenida y un elevado sentido de responsabilidad. Sin integridad, los valores de valentía, lealtad, deber, honor y patriotismo no se sostienen.
La Valentía
Arturo Prat en los peligros y emergencias juzgaba y tomaba su decisión en forma reflexiva, para actuar de inmediato conforme a ella con “imperturbable serenidad ante el peligro” (Vial Correa, 2021, pág. 82). Así lo recordó Luis Alfredo Lynch, su comandante, cuando ambos salvaron de hundirse a la Esmeralda durante un temporal el año 1875; así se repetiría en Iquique.
La valentía se sostiene sobre tres pilares, los cuales son: elección, coraje y finalidad. En efecto, Aristóteles señala que “la valentía más natural parece ser la inspirada por el coraje, cuando se añaden elección y finalidad” (Aristóteles, 2014, párr. 1117a).
Respecto de la elección, para estar en presencia de la “valentía” debe ser un acto entre distintas opciones. Valiente es aquel que, estando fuera de peligro, se lanza al mar para evitar el hundimiento durante un temporal, en este caso la “Esmeralda” el año 1875. Dicha elección, adicionalmente, fue libre, no obligada. “Es propio del valiente afrontar los peligros temibles para una persona, ya sean reales o aparentes…” (Aristóteles, 2014, párr. 1117a15). Así se repetiría el miércoles 21 de mayo de 1879 en la rada de Iquique.
En cuanto al segundo pilar, el coraje viene del latín “cor”, corazón. Tener coraje es “echar el corazón por delante”. “La valentía toma decisiones y el coraje las lleva adelante. El coraje nada tiene que ver con la vehemencia descontrolada sino con llevar adelante con determinación las decisiones tomadas con la razón y así entregarse a ellas” (Milans del Bosch, 2020, pág. 123).
La finalidad dice relación con el fin mismo de la acción; debe trascender a la persona, debe ser un fin noble como fue “salvar su buque”. Es por esta nobleza, entonces, por lo que el valiente soporta y realiza acciones de acuerdo con la valentía. Señalaba G.K. Chesterton “el verdadero valiente no lucha porque no tema lo que tiene delante, sino porque ama lo que tiene detrás”.
La Lealtad
Durante el desigual combate, surgió la figura del sargento segundo de la Artillería de Marina Juan de Dios Aldea Fonseca. La historia de Prat y Aldea a bordo de la Esmeralda es breve. En tan solo diez días se cohesionó la dotación, debiendo suplir con ingenio las carencias propias de la vetustez de la corbeta. Dicho periodo fue suficiente para cultivar los sentimientos de afecto, respeto y lealtad hacia su comandante, quedando sellado al saltar con él y un marinero desconocido a la cubierta del Huáscar, para proseguir el combate cuerpo a cuerpo. En el sargento Aldea se hace carne el valor de la “lealtad”.
La RAE define lealtad como “el cumplimiento de lo que exige las leyes de la fidelidad y las del honor y hombría de bien”. Se define como “leal” a quien “guarda a alguien o algo la debida fidelidad”. El mismo diccionario define fiel a quien “guarda fe, o es constante en sus afectos, en el cumplimiento de sus obligaciones y no defrauda la confianza depositada en él”. La etimología de la palabra proviene del latín legales, que significa respeto a la ley.
Para que exista lealtad es necesario comprender y aceptar los deberes que se comparten con los otros, así como los deberes que debe hacer la persona para proteger a lo largo del tiempo el conjunto de valores que representa (Isaacs, 2015). En efecto, la lealtad se basa en valores que se conservan y se transmiten en las relaciones interpersonales. Si no existen valores positivos que se transmitan en la relación, la lealtad entre personas y con las organizaciones no tendrían sentido, lo que corroe y debilita el vínculo.
La lealtad permite a la persona actuar con congruencia respecto de la palabra empeñada y a los valores que supone el vínculo. Asimismo, aprecia el bien y asume las obligaciones que ese bien lleva consigo, lo que demanda de integridad y valentía.
El Deber
Amanece en Iquique el día que será de “Gloria y Victoria” para nuestra nación, estando al mando de la Esmeralda y la Covadonga el comandante Prat, que ordenó a Condell: “¡Cada uno a cumplir con su deber…!”. Y a distancia de 100 metros cayó el primer disparo del Huáscar en el claro que separaba ambas unidades. Las dotaciones saludaron esta primera demostración del enemigo con un ¡Viva Chile!
Del parte del comandante Carlos Condell podemos leer
“…estábamos a 50 metros de las rompientes de los bajos, corriendo el peligro de ser arrastrado a la playa; de tierra se recibía fuego de fusilería y la Independencia se acercaba para emplear su espolón. Una bala de 300 libras del Huáscar había atravesado el buque de estribor a babor, destrozando en su base el palo trinquete”. (Fernández Larraín, 1980)
Condell gobernó para salir del puerto, dirigiendo todos los fuegos sobre la Independencia, que a una distancia de 200 metros empleaba su artillería sobre la Covadonga.
Al salir de los bajos de la isla, fue sorprendido por una cantidad de botes que intentaron abordarlo; rechazó este ataque con fuego de metralla y fusilería, y continuó rumbo al sur seguido por la Independencia que intentó, en tres ocasiones, alcanzarlo con su espolón. El tercer ataque pareció ser decisivo a 250 metros del enemigo que, sin disminuir sus fuegos, se aproximó a toda máquina sobre la Covadonga. En ese instante, el bajo de Punta Gruesa estaba directo por la proa.
Condell no trepidó en aventurarse pasando sobre el bajo, rozando las rocas. El buque enemigo no tuvo la misma suerte; al llegar al bajo se varó, dejando su proa levantada. Inmediatamente la Covadonga viró y, colocándose en posición de no ser ofendido por sus cañones que seguían haciendo fuego, disparó dos tiros de 70 libras que perforaron su blindaje. Fue en este instante cuando el enemigo arríó su bandera junto con el estandarte izado en el palo mayor, reemplazando estas insignias con la señal de parlamento. A bordo de la Independencia iban el teniente 2° Alfredo de la Haza y el aspirante Arturo de la Haza, ambos primos hermanos del comandante.
Al amanecer el día siguiente, jueves 22 de mayo, recalaron en la desembocadura del río Loa, fondeando en Tocopilla a las 20:30. En este puerto fueron auxiliados por lugareños que les ayudaron a achicar el buque, y por carpinteros que hicieron las reparaciones más urgentes y necesarias para poder continuar rumbo a Valparaíso. Condell destacó en su capacidad de liderazgo. Supo dirigir a sus hombres en momentos extremadamente claves durante el combate de Punta Gruesa y su tripulación lo siguió sin más, dando cumplimento a la orden “de cumplir con su deber”.
Actuar conforme al deber es algo que nos perfecciona. La felicidad no está en hacer lo que uno quiere, sino en querer lo que uno debe hacer. De nuestra naturaleza social se derivan importantes deberes: debemos respetar la vida de los demás, y también su libertad, su honor, las cosas de propiedad de terceros; debemos cumplir las leyes y respetar los compromisos, siendo en todo momento veraces.
¿Cómo pasar del deber al obrar correcto? Kant responde que se puede reconocer la moralidad de una acción cuando su validez es universal. Con este criterio práctico, la realidad se convierte en fuente de obligación. A esa obligación moral, no física ni biológica, se la denomina “deber”. Respetar el deber moral significa sustituir la fuerza bruta por el respeto mutuo: “puedo”, pero “no debo”. Ese compromiso recíproco nos convierte a todos en deudores y acreedores: debo y me deben respetar. Así entendido, el deber se presenta como la deuda contraída con los demás por ayudarme a mantener los propios derechos, sin olvidar que el deber moral es, sobre todo, una exigencia racional que se sostiene en la integridad, la valentía y la lealtad.
El Honor
Algunos piensan que los héroes nacen, pero en su mayoría se forjan a lo largo de su vida. Cuando uno observa el ejemplo de Prat como hijo, esposo, padre, abogado, servidor público, se logra deducir que fue cultivando su carácter en un horizonte de virtudes a lo largo de toda su vida, que le permitieron asumir cada una de las circunstancias y desafíos que esta le presentó. Sin lugar a dudas, la vida ejemplar de nuestro héroe son fuente de inspiración y patrimonio de todos los chilenos.
El honor es una cualidad moral que impulsa a la persona a comportarse de manera tal que pueda conservar su propia estimación y ser merecedor de la consideración y respeto de los demás. Este valor es, entonces, el guardián íntimo que tenemos en el alma, siempre pronto a defender nuestro nombre y prestigio, como también el de la Patria, el de nuestra familia, institución y el de nuestros afectos.
De lo anterior, se desprende una doble estimación: la que tiene la persona de sí mismo y lo que se le atribuye por terceros, por sus méritos. Cicerón lo denominaba “el premio a la virtud”. La RAE tiene varias acepciones y en la primera de ellas define honor como la “cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo”.
El honor se tiene o se carece, es un atributo inherente a la persona. Se sostienen en la integridad la valentía, la lealtad, el deber; es la base de la disciplina que rige las actividades de todos los seres humanos, cualesquiera sean las profesiones que se ejerzan. Es la rectitud del juez, el heroísmo de nuestros bravos marinos, los votos del sacerdote, el respeto de la opinión ajena, entre otros.
El Patriotismo
Combatir sin arriar el pabellón, como ordenó hace 145 años el capitán de fragata Arturo Prat Chacón ese 21 de mayo de 1879, se transformó en una tradición patrimonio de todos los chilenos, que debemos conservar y preservar. Pues, “la patria se defiende como lo hizo Condell y sus marinos de la Covadonga y se entrega la vida por ella, como Prat y sus marinos de la Esmeralda” (Fernández Larraín, 1980, pág. 139).
En efecto, luego del último disparo del guardiamarina Ernesto Riquelme. “la corbeta, inclinada hacia estribor, se fue hundiendo por la proa y por fin el mesana, con la bandera chilena al tope. Ella fue lo último en verse, brevemente, por encima de las olas” (Vial Correa, 2021, pág. 270). La orden fue cumplida a pesar de la desigual contienda y aún resuena la arenga de su comandante “Nunca nuestra bandera se ha arriado ante el enemigo y os aseguro que si muero mis oficiales sabrán cumplir con su deber. ¡Viva Chile!”.
El origen del sentimiento de amor a la Patria se remonta a los primeros tiempos de la civilización, cuando personas de similares creencias, lenguajes e intereses, eligieron un paraje donde instalar sus hogares y en él se establecieron.
Este sentimiento, a través de los años transcurridos, ha llegado a adquirir arraigos profundos en los pueblos que debieron luchar con ardor por la integridad de su vida libre y soberana, porque los esfuerzos y privaciones propias de cada una de estas luchas, constituyen la más grande herencia ciudadana que se va transmitiendo de generación en generación.
La RAE define el patriotismo como “amor a la Patria; sentimiento y conducta propia del patriota”, que se hizo carne en la rada de Iquique. La Patria se relaciona con el territorio y, en un concepto más integral, con la “tierra de los padres”, conectando con ello el pasado y el presente, pero, principalmente, proyectando una idea de futuro para las nuevas generaciones. La Patria es un ente vivo, con una idiosincrasia y personalidad propia que lleva a servirla y a comprometerse con ella.
En la actualidad hay dos tendencias que nos pueden alejar del sentimiento patriótico, a saber, el cosmopolitismo y el nacionalismo exagerado. El primero, producto de la globalización, nos podría llevar en una indiferencia hacia los valores nacionales y, el segundo, conllevar a un espíritu irrespetuoso del patrimonio cultural de otros países. En cambio, el patriota demuestra su admiración y respeto por aquellos que sienten el mismo sentimiento de amor por los valores locales y no desprecia su cultura, su forma de pensar, sentir y actuar.
Reflexiones finales
Los principios rectores del “ethos naval” están contenidos en la Ordenanza de la Armada. Dichos principios se sintetizan en el “Código de Honor”, un decálogo que contiene las virtudes cardinales, el principio de probidad y los valores institucionales.
Los valores son la base para vivir en sociedad y están en el nivel de lo abstracto. Su relación con las virtudes, el modo de ser, son las que le otorgan vida a los valores, los hacen tangibles.
Los valores institucionales son integridad, valentía, lealtad, deber, honor y patriotismo; nombrados en ese orden pues el valor del patriotismo se sostiene en lo otros valores, en cuya base se sitúa la integridad; están presentes en el actuar de nuestros héroes y se encuentran plenamente vigentes.
La invitación es a reflexionar, en forma individual y colectiva, en torno a los valores institucionales, comprender su relación con las virtudes y transmitir, con el ejemplo, su adhesión profunda en el compromiso con la misión institucional.
Lista de referencias
Bibliografía
En el mes de mayo, es habitual la realización de homenajes a las Glorias Navales, como un concepto genérico que alimenta...
Ethos naval y estilo naval son términos que se usan en la Armada como una locución, es decir, como un “grupo de palabras...
En tiempos de individualismo y de prevalencia de las emociones por sobre la razón, como los que estamos viviendo, es opo...
Vicealmirante James B. Stockdale
El autor plantea el escenario actual y futuro que enfrentarán los futuros oficiales de marina y presenta una alternativa a analizar para reforzar la formación de líderes en la institución, tomando como base la experiencia de las FF.AA. de Nueva Zelanda.
Versión PDF
Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
Inicie sesión con su cuenta de suscriptor para comentar.-