Por Carlos Palavecino Villagra
El nivel Político-Estratégico de la época, aún planteándose objetivos políticos claros al inicio del conflicto y asignándoles un valor tal que nos significó emprender tal vez la guerra más significativa de nuestra historia, cometió errores por mal articular los Instrumentos del Poder Nacional, principalmente en lo político-estratégico y diplomático, y una vez cumplido el objetivo tangible inicial, sólo se fue reaccionando a los acontecimientos, lo que se tradujo en alargar innecesariamente la guerra por casi 5 años.
At the beginning of the War of the Pacific, the Chilean leaders, even though had clear political objectives and assigned them great importance, engaging in perhaps the most significant war in our history, made mistakes by managing the instruments of national power in a poorly manner. These errors were mainly at the political-strategic and diplomatic levels, and once the initial tangible objective was achieved, they only reacted to the successive events, which resulted in prolonging the war unnecessarily for almost five years.
“La victoria está reservada para aquellos que están dispuestos a pagar su precio”
Sun Tsu
En febrero de 2023 se cumplen 145 años desde que Bolivia violara abiertamente el Tratado de 1874, generando el denominado casus belli, que tuvo como consecuencia la Guerra del Pacífico.
“Santiago, 19 de abril de 1879, reunidos el Excelentísimo Sr. Presidente de la República Don Aníbal Pinto y los Ministros de Estado, … se deja constancia de que el objeto actual e inmediato que debe perseguirse en la guerra, es, respecto de Bolivia, asegurar a Chile la posesión definitiva y el dominio permanente del territorio comprendido entre los paralelos 23 y 24 de latitud Sur; y, respecto del Perú, obtener la abrogación completa del Tratado Secreto de Febrero de 1873, y seguridades bastantes para evitar en lo futuro la repetición del estado de cosas que ha venido creando con sus procedimientos insidiosos y política desleal en cuanto a nosotros”.
Hace más de 140 años y a sólo un mes de la ocupación de Antofagasta por parte de las fuerzas chilenas, el presidente Pinto junto a sus ministros definían los objetivos políticos de nuestra insipiente República, con respecto a Perú y Bolivia en la Guerra del Pacífico.
El propósito del presente ensayo es analizar cómo el nivel Político-Estratégico de la época, aun planteándose objetivos políticos claros al inicio del conflicto y asignándoles un valor tal que nos significó emprender la guerra más significativa de nuestra historia, cometió errores por mal articular los Instrumentos del Poder Nacional, principalmente en lo político-estratégico y diplomático, y una vez cumplido el objetivo tangible inicial, sólo se fue reaccionando a los acontecimientos, lo que se tradujo en alargar innecesariamente la guerra por casi 5 años.
Previo al conflicto, la condición del país analizada desde el punto de vista de los Instrumentos del Poder Nacional era la siguiente: Existía un debilitamiento en lo Diplomático para sostener los derechos nacionales en el campo internacional, debido principalmente a un sentido “americanista” de la élite dirigente, que había dejado atrás el carácter nacionalista portaliano. Este debilitamiento se manifestó particularmente en la ambición Argentina por la Patagonia, la que prácticamente fue cedida por Chile al firmar y ratificar el tratado Fierro Sarratea, ante la inminencia del conflicto con Perú y Bolivia. En el plano interno, el país vivía una situación de orden administrativo y normalidad, pero de inestabilidad política, lo que a pesar de los esfuerzos del Presidente Pinto por mancomunar esfuerzos ante el enemigo externo, ejercería una influencia negativa en el desarrollo del conflicto. En lo económico, la crisis de 1873 todavía se hacía sentir, había desaparecido la convertibilidad del papel moneda y reducido a la mitad los presupuestos del Ejército y la Armada. Es notable que el país haya podido afrontar la guerra sólo con recursos ordinarios y empréstitos internos. En el aspecto militar, el “enganche voluntario” constituía la base humana, tanto del Ejército de Línea como de la Marina de Guerra. El Ejército contaba con 2.200 hombres, y estaba organizado en cinco batallones de infantería, dos regimientos de caballería y un batallón de artillería. La Guardia Nacional, primera línea de reserva, había sido reducida a 6.600 plazas. Su entrenamiento lo realizaba en Arauco, impidiendo incursiones indígenas contra la población. Para ello debía fraccionarse en pequeñas guarniciones, lo que no proporcionaba oportunidad de ejercicios a gran escala. La Escuadra estaba constituida por los blindados “Cochrane” y “Blanco”, las corbetas “O’Higgins”, “Chacabuco”, “Esmeralda” y “Abtao” y las cañoneras “Magallanes” y “Covadonga”. Sólo los blindados y la “Magallanes” estaban en condiciones aceptables, ya que los demás buques se encontraban con sus calderas en mal estado y sus cascos sin calafatear ni carenar. La Escuadra sí efectuaba ejercicios a nivel “Fuerza”, aunque eran más escasos de lo que hubiese sido deseable, debido a los recortes económicos.
Siendo el valor asignado al objetivo político lo que origina las guerras, también dará la magnitud del esfuerzo que, como Estado, se está dispuesto a realizar en ésta. En 1879 no había intenciones de carácter hegemónico ni se mencionaba la conquista de territorios; el objetivo político inicial fue impuesto tempranamente por el pueblo según algunos autores, y en un comienzo solamente se trataba de reafirmar la soberanía sobre el territorio situado al sur del paralelo 23° sur. En base a esto, si bien el objetivo tenía un alto valor, la guerra sería de objetivo limitado, materializado físicamente por el corredor de Atacama. Este objetivo era limitado en extensión geográfica y en importancia, a pesar de que contenía significativos objetivos estratégicos de carácter económico (el guano y el salitre) y se encontraba alejado del centro neurálgico, tanto de Chile, como de Perú y Bolivia.
Es relevante indicar que Chile se fue fijando objetivos estratégicos de carácter geográfico parciales y sucesivos, en la medida que avanzaba la guerra y se cumplían los anteriores, pero no respondían a un objetivo político superior. Si se toma el contexto general de la guerra, llegar a Lima y abatir totalmente al adversario, indudablemente que toma tintes de guerra de objetivo ilimitado y con características de guerra absoluta, pero ese no fue el espíritu de la planificación política-estratégica ni el de la ejecución.
El Almirante Justiniano, a diferencia de lo que se podría pensar dados los párrafos iniciales, en su análisis es enfático en señalar que: “lo que caracterizó a esta guerra fue la carencia de objetivos claros y definidos”. Quizás éstos estaban subyacentes y se fueron configurando poco a poco y “antes de que los gobernantes de la época tuvieran la visión política necesaria para percatarse del fondo del problema o naturaleza de la guerra, el pueblo, con una intuición verdaderamente asombrosa, comprendió que la guerra perseguía una meta, una razón más allá de lo material”. El elemento “pueblo” de la Trinidad de Clausewitz, que destaca el Almirante Justiniano, actuó como fuerza avasalladora, al carecer el país de una conducción política acertada, como consecuencia de intereses partidistas y pugnas personales de poder.
Ésta fuerza avasalladora del elemento pueblo, sumado a la demostrada con creces “genialidad militar”, segundo elemento de la Trinidad de Clausewitz, llevaron a la Guerra a su fase final: el aniquilamiento del poder militar de Perú, la ocupación de su capital, y finalmente el quiebre de su voluntad de lucha después de casi 5 años de guerra, sin embargo, no fue una guerra total, ya que el país, excepción hecha de la contribución en hombres y medios, no alteró fundamentalmente su ritmo de vida, salvo por el impacto de los acontecimientos que sacudían cada cierto tiempo a la opinión pública. “Fue una guerra expedicionaria en un desierto inhóspito y fronterizo, pero no fue una guerra absoluta al estilo napoleónico, porque estuvo ausente el propósito.”
Por su parte, y con opinión diametralmente opuesta, el reconocido historiador peruano Eusebio Quiroz Paz-Soldán, en su libro “A 100 Años de la Guerra del Pacífico”, sostiene: “Chile mostró una sólida coherencia entre sus propósitos estratégicos y políticos con la forma como condujo la guerra. Esta, como desenvolvimiento militar, apoyaba en última instancia los propósitos políticos, vale decir, el expansionismo territorial y la hegemonía marítima. Con esto Chile llevó adelante la guerra. Perú no tuvo en esos críticos momentos la unidad nacional ante un plan que coordinara la conducción política, los objetivos nacionales y la acción internacional”. Como bien sabemos, los propósitos políticos que plantea este autor peruano no formaron parte de los objetivos del Gobierno del Presidente Pinto. Por lo que se estima, no habría argumentos para sustentar su postura, más que una justificación para la paupérrima conducción político-estratégica peruana.
Una guerra que pudo durar meses se prolongó excesiva e innecesariamente. Interferencias diversas entrabaron las operaciones, y la imposibilidad de visualizar el objetivo político-estratégico final impidió articular de forma correcta los Instrumentos del Poder Nacional. Se marchó hacia adelante con fuerza, con arrojo y heroísmo, pero a costa de mucha sangre y esfuerzo.
El objetivo político planteado por el Gobierno del Presidente Pinto una vez ocupada Antofagasta y habiendo asegurado el territorio al sur del paralelo 23 fue “Obtener compensaciones territoriales del Perú para asegurar que este país deje de ser una amenaza en el equilibrio sudamericano”, a la luz del cual podemos interpretar el análisis de la campaña de Tarapacá como la materialización del deseo de obtener territorios compensatorios y asegurar el límite norte del país. Lo anterior queda de manifiesto con la carta del Presidente Pinto al Ministro de Guerra en Campaña Rafael Sotomayor de fecha 23 de septiembre, en la que señala: “Destruido el Ejército peruano y demás de ese departamento, considero concluida la guerra”. Esto es indicativo claro de la no intención de continuar.
Una vez resuelta la Campaña de Tarapacá en favor de Chile, con un costo superior a las 1.000 bajas, Iquique ocupado y controlado el territorio hasta la quebrada de Camarones, no sin la ocurrencia de errores, faltas de coordinación y tardía o nula entrega de información a los mandos militares por parte del nivel político-estratégico, y un nivel más abajo los errores tácticos ocurridos en la quebrada de Tarapacá, que costaron la mitad de las bajas de la campaña, todo lo cual fue superado principalmente por el elemento pueblo de la Trinidad de Clausewitz; ambos aliados no sólo fueron derrotados militarmente, sino que además quedaron con profundas crisis políticas, presidentes derrocados y acentuada su mala situación económica, agravado todo, por un fuerte debilitamiento moral de sus frentes internos. Tal vez ése era el momento de que, con los objetivos políticos de la guerra aparentemente cumplidos, los Instrumentos Militar e Interno con su trabajo hecho, se articularan los Instrumentos Político, Diplomático y Económico del Poder Nacional del vencedor, para obligar a los vencidos a firmar la paz.
No obstante, si volvemos al primer párrafo, el objetivo intangible de “obtener la abrogación completa del Tratado Secreto de Febrero de 1873” aún no se cumplía. El Gobierno realizó esfuerzos políticos y diplomáticos para lograrlo, empleando incluso militares bolivianos prisioneros, quienes, por su libertad hacían creer incluso al Presidente Pinto que la disolución de la Alianza era posible. Lo cierto es que, terminada la Campaña de Tarapacá, a la luz de los objetivos políticos de Perú y Bolivia, la Alianza se robustece. El General Piérola, ahora gobernante de Perú, señaló: “Los más decididos propósitos de esta Autoridad, son el estrechar, consolidar y sostener la Alianza”. El General Campero, Presidente Interino de Bolivia, en respuesta señaló: “La Alianza, es el aire que hoy respira Bolivia.”
¿Qué motivaba a Perú para plantarse como beligerante ante Chile en una guerra que inicialmente no le era propia? La respuesta es simple: el valor de sus objetivos políticos. “La confianza producto de la Guerra con España, que le dio preponderancia naval por el triunfo en El Callao, y ensimismado, el Presidente Pardo se creyó en aptitud de realizar la vasta combinación del salitre, para lo cual era necesario subordinar Bolivia al Perú y despojar a Chile de sus territorios del norte, aprovechando el momento en que había cometido el error de ver armarse al ex aliado sin hacer lo mismo.” De lo anterior se podrían inferir los siguientes objetivos: unidad nacional, hegemonía política y mantener estabilidad económica con el guano y el salitre. De otra forma, y sabiendo el esfuerzo realizado, sería insostenible el valor asignado a cualquier otro objetivo político. Para el caso de Bolivia, era más simple, dado que un cambio de límites con Chile ponía en riesgo su acceso al mar. Esto sumado a su incapacidad de derrotar por sí sólo a Chile.
“La guerra la realizó y la dirigió el país, el pueblo, la opinión pública. Las campañas de Tarapacá, Tacna y Lima fueron impuestas por la opinión pública. Es lo que se denomina: interferencias morales positivas”. La guerra acaparó todas las energías del alma chilena; pero los esfuerzos, en vez de converger hacia el gobierno y organizarse en una poderosa acción concertada, fueron resueltos en un enjambre de focos guerreros aislados y a menudo rivales. Gonzalo Bulnes señala: “Cada ministro, senador, diputado, magistrado, catedrático y escritor, tenía su plan propio de campaña, su estrategia, su táctica y su General. Ninguno tenía idea de lo que era el desierto; sin embargo, había estrategas que querían empezar en Lima, otros por Tarapacá y muchos por Tacna. En 1879 el pueblo chileno se encontró abocado al dilema de rendirse o de pelear dirigido por los pocos hombres capaces, sin preguntarles si eran militares, marinos o civiles”.
Aunque disímiles, las opiniones de los autores citados, cada uno tiene su cuota de razón. Los objetivos de la guerra, para el caso de Chile, fueron planteados y se encuentran en blanco y negro. Tal vez éstos debieron haber sido plasmados antes de tomar la decisión de ir a la guerra, objeto de asignarles un valor previo a emprender tamaño desafío. También es cierto que muy probablemente salieron a la luz de lo planteado por la opinión pública, pero bien o mal, fueron los que guiaron la conducción de la guerra, y al objetivo, aunque limitado, se le asignó un altísimo valor, tanto así, que mantuvo a nuestro país en pie de guerra casi 5 años. Claro ejemplo del esfuerzo realizado es que, en febrero de 1879, Chile era un país empobrecido, con una Escuadra en mal estado (a excepción de los 2 blindados), un Ejército en harapos, con 2000 soldados mal equipados y peor vestidos. Al finalizar el primer año de guerra, la Escuadra dominaba en el Pacífico y había 25.000 soldados bien apertrechados, esto en un Chile con cerca de dos millones de habitantes, todo lo cual se realizó con recursos ordinarios de la Nación. Esto no es una trivialidad que se logre por casualidad, sino todo lo contrario. Gonzalo Bulnes al respecto indica: “no sería consecuente plantear que todo se desarrolló sin asperezas, que no hubo un lento, difícil y costoso aprendizaje en el Ejército, La Escuadra y principalmente en el Gobierno. No se puede experimentar un cambio tan importante en el orden gubernativo sin tropiezos. Los hombres preparados para la administración pública en la paz, no se transforman en estrategas de guerra de forma súbita.” Lo que es indudable es que, en poco tiempo, (dado el alto valor asignado a los objetivos), se preparó una complicada maquinaria militar, desproporcionada con los recursos de la Nación, que nos llevó a en 2 años ocupar la capital del otrora Virreinato, dirigir la vida pública de Perú y a la postre quebrar toda su capacidad y voluntad de lucha. Tal vez los principales errores cometidos fueron, como señala el Almirante Larenas, “la intromisión de civiles en la conducción estratégica y en el mando táctico de la guerra, porque obligó a los militares, por dignidad y espíritu de cuerpo, a hacer lo contrario de lo que debieron hacer,” lo que nos trae a colación a Clausewitz quien señala “La guerra no es sólo un acto político, sino un verdadero instrumento de la política”, pero sin dudas, algo hubo de esa mancomunión de esfuerzos y correcta articulación de los Instrumentos del Poder Nacional, que nos llevaron a la victoria final.
La significación que los beligerantes asignan al objetivo político por el cual están dispuestos a ir a la guerra es un factor decisivo y determinante en la magnitud y duración del esfuerzo que van a desarrollar. Un Estado que lucha por su supervivencia, como le ocurrió a Perú al final de la guerra, sin habérselo propuesto Chile, normalmente debiera estar dispuesto a realizar un sacrificio mayor al que lo hace por una ventaja territorial o económica, como fue el caso de Chile durante todo el conflicto. Sin embargo, a pesar de los errores cometidos en todos los niveles de la conducción, no se escatimó en esfuerzos, dado el alto valor asignado al objetivo.
Lista de referencias
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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