Francisco de Miranda fue un militar y político de excepción, pero, sobre todo, un viajero y escritor inagotable que dejó para la historia un conjunto de 63 manuscritos que fueron ofrecidos por el gobierno inglés a José Antonio de Irisarri, cuando era el agente de Chile en Londres en 1819, pero lamentable su adquisición no fue posible porque todos los recursos financieros estaban destinados a la preparación de la Expedición Libertadora del Perú de 1820.
Miranda recorrió continentes en busca de apoyo al plan revolucionario para Hispanoamérica y también para conocer algún sistema de gobierno que reemplazara a la monarquía. Como humanista, formó una biblioteca con 2.613 obras y 5.890 volúmenes (Castillo, 1995, p.60), donde abundaban los libros clásicos de la antigüedad y también otros, entre los cuales se encontraban dos ediciones de la Araucana de Alonso de Ercilla y la Istoria Naturale del Cili del abate Molina, que le sirvieron para conocer la geografía y gente del país, y luego sembrar la idea de atacar a la capital del Virreinato de Perú teniendo como base un ejército formado en Chile para después caer sobre Lima a través del mar.
Después de servir por 10 años en el ejército español y cuando ocupaba el cargo de ayudante del general español Cagigal, entonces gobernador y capitán general de Cuba, su jefe lo recomienda para el ascenso a coronel. A pesar de los enormes beneficios que lograra el inquieto oficial en la recuperación de las Bahamas, para Carlos III, no sólo se desaprueba la propuesta de Cagigal, sino que se le acusa de contrabando y el Rey ordena su arresto y su envío a España, lo que no prospera por ser falsos los cargos que se le imputan, en virtud de la valiente defensa que hace su jefe.
Cansado de las intrigas, Miranda deja el servicio a España en 1782 y viaja a Filadelfia, cuna y centro de la revolución, con el propósito de investigar por sí mismo el origen del movimiento y cómo poder proyectarlo a la América española. En Estados Unidos el precursor se nutre de las nuevas ideas en el bosque de los acontecimientos que dan paso a la Unión, entidad política novedosa que surge como amenaza para las casas reales europeas. En un comienzo, Miranda solo vio la solemne figura de George Washington, que se distinguía por tratar de fortalecer la confederación que nació apenas se hubo declarado la independencia el 4 de julio de 1776, pero pronto establecerá una relación bastante cercana con la mayoría de sus colaboradores.
Cuando Washington llegó a Filadelfia en diciembre de 1783, Miranda le entregó las cartas credenciales que el general Cagigal le había expedido al salir de Cuba y almorzó con el ilustre general. En su diario consignó:
…circunspecto, taciturno y poco expresivo bien que, un modo suave y gran moderación le hacen soportable. Nunca conseguí verle deponer estas cualidades, sin embargo, el vaso corría con humor y alegría sobre la mesa y que al beber ciertos toast (o saludos) se ponía de pie y daba sus tres cheers como todos nosotros (Salcedo,1982, pp.61).
Con la república que surgió junto a la democracia norteamericana, se puso en marcha la Constitución de los Estados Unidos de Norteamérica e inspiró la emancipación total del Nuevo Mundo, idea central del venezolano. No obstante, la situación de Miranda se hace difícil por haber llegado malos informes de la legación española que lo siente como un prófugo al haber salido presurosamente de La Habana, sin que se hubiera aclarado enteramente la injusta acusación de contrabando de que era objeto.
Después de George Washington, Miranda conoció a John Adams, futuro e inmediato sucesor del general norteamericano. El caraqueño le planteó una serie de argumentos respecto a la revolución. Adams diría después que el venezolano “era hombre de estudios clásicos, maestro en el arte de la guerra y de una curiosidad insaciable” (Rodríguez Mendoza, 1944, p.93). También conoció a Jefferson, Paine y al primer ministro del tesoro de la Unión, de quien recibirá prácticas enseñanzas financieras que pondrá al servicio de la Revolución Francesa, años después, cuando conmina a Robespierre a mirar lo obrado por la revolución norteamericana para recuperar de un modo similar el valor adquisitivo del papel moneda.
En 1785, Miranda arriba a Inglaterra con el objeto de comparar lo que había observado durante sus tres años de permanencia en Estados Unidos, y su primera actividad en Londres consistió en ir y observar el funcionamiento del parlamento que, junto a la torre, simbolizan a la City, y con ello a la historia de Inglaterra. Ahí toma notas y compara los debates con los que observara en Boston, cuando asistió a las Asambleas Legislativas el año anterior, con el fin de encontrar el camino de la identidad común para la América española si se imitara, en buena forma, lo obrado en Norteamérica.
No tardó mucho en saberse quién era el coronel desembarcado en Inglaterra después de servir en el ejército español. Miranda era un conocido militar americano cuya fama había sido relatada en el periódico Political Herald, ya en 1784, lo que exacerbó a los agentes de Su Majestad Católica y su legación de Londres, que redoblarán sus esfuerzos para capturar y someter al revolucionario por representar un peligro para los intereses de España al otro lado del océano.
Aguijoneado por la curiosidad intelectual y experimentando una necesidad, casi incontrolable, de observar ciudad por ciudad del Viejo Mundo, Miranda decide recorrerlo desde el Canal hasta más allá del Mar Caspio. No había sacado mucho en limpio en Londres cuando se embarca para iniciar su viaje que lo llevaría hasta Turquía y luego Grecia en abril de 1786, motivado por su amor a la libertad, peldaño de la escala de la libertad que piensa construir. Posteriormente, en Berlín, conoció a Federico II y se impresionó con el monarca que dejó a Prusia erguida en el centro del continente que, muy luego, amenazará a Francia. Luego estuvo en Viena y enseguida en Italia, donde establece el primer encuentro con los jesuitas que, expulsados de España y de todas sus colonias hacia mediados del siglo XVIII por Carlos III, habían hecho de Roma, el lugar donde encontraron refugio, el centro para propagar ideas revolucionarias que luego dispersarían hacia América.
A despecho de distancias, va a Estambul y a Rusia, donde accede a la Corte y logra establecer amistad con la emperatriz Catalina II, que le ofrece protección y apoyo financiero. Prosiguiendo con sus andanzas, pronto llega al Báltico, luego desfilarían Suecia, Estocolmo y Noruega; observa, escucha, pero más que nada, escribe. Miranda logra recorrer el sur de Francia haciéndolo de incógnito para protegerse del pacto de familia de los Borbones que habían urdido su captura para enviarlo al calabozo.
Por el momento, su visita a las Galias sería sólo un vistazo, pero no tan rápida como para dejar de percibir el pronto derrumbe de la monarquía. Sin sospechar que muy luego sería un actor importantísimo como general en jefe del Ejército del Norte del gobierno girondino, decide dejar Francia para regresar a Londres, donde establecerá su cuartel general. En junio de 1789 desembarca de nuevo en la isla; había salido de Francia odiado, calumniado, perseguido y falto de dinero.
Para Miranda, el objetivo político de la campaña que inició cuando dejó La Habana en 1782, consistía en que la América meridional terminara con la dependencia de España y asumiera su propio destino, estableciendo un sistema de gobierno diferente a la monarquía, aun cuando no lo definió con total precisión.
A inicios del siglo XIX, España ya no era la potencia dominadora sin contrapeso como lo fuera durante los reinados de Carlos V y de su hijo Felipe II, pero aun seguía siendo un imperio que fundamentaba su grandeza en los dominios que poseía en el Nuevo Mundo, y no iba a permitir que ninguna fuerza o Estado extranjero interfiriera con la soberanía que ejercía en Hispanoamérica.
Conocedor Miranda de las grandezas y debilidades de la corona de España, necesitaba el apoyo de algún Estado europeo o de Estados Unidos que le proporcionara soporte material y financiero para conformar una fuerza, de modo de alcanzar los tres objetivos estratégicos que enunciaba: Cartagena, Bueno Aires y Lima, asientos de los ejércitos reales españoles que protegían a las capitales virreinales de América meridional.
Impregnado Miranda de las enseñanzas obtenidas en Estados Unidos, cuando asistió a las asambleas realizadas en Filadelfia, que dieron forma a la Unión y cuando en 1787 reemplazó en la Confederación creada en 1776; se dirigió después a Inglaterra con el objeto de comparar el sistema de gobierno republicano estadounidense con la monarquía constitucional británica, de la cual, sin ser monárquico, se mostró su admirador.
El 18 de junio de 1789, después de cuatro años de viajes por el continente europeo, Miranda llega a la capital británica, cuando gobernaba la isla William Pitt, apodado “El Joven”, con la intención de ponerle al corriente de sus planes porque intuía que el camino estaba preparado para una entrevista y esperaba entrar en acción apenas lograra ser recibido.
En efecto, la primera entrevista entre Pitt y Miranda se realizó el domingo 14 de febrero de 1790 en Hollwood, Kent; ella marcará el inicio de las primeras negociaciones con Inglaterra, que se extenderán hasta 1792. En el diario de Miranda puede leerse: “Hemos tenido varias conferencias después, en que los modos de conducir las operaciones, etc., se han discutido completamente; sobre los mapas de D’Anville le he hecho comprender la geografía de Chile y de Perú” (Archivo de Miranda, 197, t.IX, p.55).
La propuesta de Miranda es muy concreta: le solicita formalmente la ayuda inglesa para que la América española se sacuda de la opresión que sufren sus naturales y fundamenta la petición con argumentos políticos, militares, comerciales, afectivos y prácticos. Los papeles que le deja para su estudio son sólo un anticipo que después explicará con mayores detalles. Solamente se requieren, ⎯le dice Miranda⎯, 12.000 a 15.000 hombres de infantería y 15 navíos de línea y le presenta al ministro Pitt 11 cuadernos titulados “Propuesta en consecuencia a la Conferencia sostenida en Hollwood el 14 de febrero de 1790” (Archivo de Miranda, 1978, t. IX. p.42).
Cada cuaderno consignaba el nombre del jesuita informante y de su procedencia, como también el lugar del mundo en que los había conocido. La propuesta considera la idea estratégica de operar sobre el virreinato de Lima desde Chile, como también el establecimiento de una suerte de sistema republicano a medida que los países se independizaran de España. Al describir la geografía de Chile, sus puertos y el cabo de Hornos, recomienda cruzarlo en diciembre, enero y febrero, por ser los meses más benignos para navegar por esas latitudes. En la descripción de la forma más conveniente de gobierno para los países que pensaba liberar, estima que deben contar con un poder ejecutivo similar al británico, ejercido por un inca o emperador hereditario; la Cámara Alta se compondría de senadores nombrados por el inca y serían vitalicios; la Cámara Baja serían diputados que durarían cinco años.
Sin embargo, el apoyo que Pitt le promete no llega; las negociaciones, que por momento fueron muy intensas, se prolongan interminablemente y, en 1792, casi dos años después de iniciadas, le reclama incomprensión y la devolución de los papeles, como los denomina el precursor. El ministro inglés, muy proclive en un comienzo a los planes de Miranda, más tarde vacila porque cualquier intervención de su país podría significar la guerra con España y Pitt no la desea.
La desilusión de Miranda fue inmensa y sus planes se complican, por tanto, decide dejar Inglaterra al ver que el camino de la revolución de la América española no pasaba, por el momento, por la isla.
Miranda relata que en 1792 pasó a Francia convencido de que la revolución iniciada con la toma de la Bastilla, el 14 de julio de 1789, y que ya tenía un rápido progreso hacia un sistema de libertad, extendería sus principios a la América española. Después de una breve estadía, cuando se disponía a salir de París para regresar a Inglaterra creyendo haber dejado en marcha su proyecto, llegó el 10 de agosto de 1792 y con ello la caída del trono. Los mismos ministros franceses, ⎯prosigue Miranda,⎯ que le habían prometido cooperar a la independencia de América meridional, se le acercaron asegurándole que todo estaría perdido si los ejércitos enemigos de Austria y de Prusia, que habían intervenido para restaurar al Rey, no salian de territorio francés. (Archivo de Miranda, 1978).
Miranda, sólo ante los requerimientos de los franceses y debido al cambio de la situación, se unió al general Dumoriez, uno de los más importantes líderes militares de la Revolución, y cooperó en la empresa de la que dependería la suerte de todos, ya que sólo quedaba el recurso de Francia, siempre y cuando resultara triunfante su revolución.
Reunido con el general francés y obrando con él íntimamente en las campañas, los enemigos fueron expulsados y Miranda fue promovido al grado de teniente general y luego, al mando del Ejército del Norte, donde continuará su destacada campaña militar. Mientras combate en Francia, mantiene nutrida correspondencia con líderes y hombres de Estado de América y Europa, sin perder de vista, ni por un instante, su objetivo político, que es lograr la emancipación de toda América, y para ello busca el concurso y apoyo a ambos lados del océano.
Pero la revolución lo envuelve todo. Dumoriez es acusado, en marzo de 1793, ante la Convención de haberse excedido de sus poderes en Holanda, haciéndose sospechoso de sus relaciones con el clero y la aristocracia y en su defensa involucra a Miranda, creándose un antagonismo. Entonces se ordena comparecer al general americano a la barra de la Convención; era el turno de los jacobinos y Robespierre asume la dirección de la revolución. De esta manera termina la función de Miranda como militar de los ejércitos de Francia, pero en el juicio que le sigue el tribunal revolucionario su figura queda libre de toda culpa ya que, como militar y político, asume su propia defensa demostrando grandes dotes de ser un filósofo-guerrero (Michelet,1960).
En enero de 1795 Miranda retorna a Londres, encaminando sus pasos a Downing Street, solo en agosto de 1798, para presentar un nuevo plan para la emancipación de la América española. La nueva propuesta de Miranda para la liberación del futuro continente colombiano era mucho más completa que la de ocho años atrás, y los nuevos planes formulados a nombre de comisionarios incluían tratados comerciales y promesas de construir un par de canales interoceánicos en tierra centroamericana y el envío de una fuerza de 10.000 hombres provista por los Estados Unidos, donde Miranda gozaba de una gran reputación.
En su plan analiza las defensas de Cartagena e incluye directivas para las operaciones marítimas que deben realizarse, teniendo como objetivo Buenos Aires, para pasar por tierra a Chile y luego al Perú para enfrentar al Virrey con un ejército enviado a través del mar. Pitt tenía entre sus manos la llave del proyecto; sin embargo, Inglaterra tenía a Bonaparte al frente, y el primer ministro quería una alianza contra Francia, por lo que pidió a Miranda que se mantuviera de incógnito, y los planes revolucionarios tuvieron nuevamente que esperar.
Los esfuerzos de Miranda dieron múltiples frutos. En primer término, se creó en Europa una vasta red de agentes que propagó la fuerza de las ideas libertarias; desde Londres y Cádiz saldrán las centellas que iluminarán las regiones de Hispanoamérica; él mismo tomará en 1806 su equipaje y su diario para ponerse al frente de la revolución en tierra firme, en tanto los canónigos revolucionarios que pacientemente había preparado, llegarán a presidir los primeros parlamentos de Venezuela y Chile; pero por sobre todo, Miranda se convertirá en el instructor y guía de Bernardo Riquelme que había sido enviado a Inglaterra por su padre.
En 1798 se produjo el encuentro en Londres entre el joven Bernardo Riquelme y Francisco de Miranda; el precursor era reconocido y respetado en París, Roma, EE.UU. y especialmente, en la capital inglesa, donde llegaban los criollos atraídos hacia él para reconfortarse y tonificarse. Verlo, escucharlo, recibir sus instrucciones y deslizarse enseguida en el gran continente americano para vaciar las ideas libertarias era casi un rito. Fueron muchos los americanos que se iniciaron en Europa a través de esa ruta llevando las ideas independentistas al Nuevo Mundo, pero fue tan sólo uno, el futuro libertador de Chile, quien tuvo el privilegio de ser instruido personalmente por el ilustrado y experimentado general venezolano, que gozaba de sabiduría y capacidad comparables a Sócrates (Castillo, 1995).
Cuando Bernardo Riquelme llegó a Londres era un muchacho de tan sólo 20 años, oriundo de la capitanía general de Chile que venía de Cádiz; ya en el primer encuentro se estableció una fluida comunicación entre el revolucionario maduro y el joven idealista que vio en su profesor y mentor político el padre que nunca tuvo. Muy pronto surgió en el precursor un alto grado de simpatía por el joven y, pese a la diferencia de edad, se estableció entre ambos una profunda y sincera amistad. Bernardo encontró en su profesor el afecto y el conocimiento que tanto anhelaba; éste lo retribuyó introduciéndolo a los círculos que frecuentaba por cuanto creyó encontrar en el hijo del virrey del Perú, al discípulo preferido para iniciar la causa de la revolución en la América española. Una importante afirmación hecha por O’Higgins, en 1811, cuando recién se iniciaba la lucha por la independencia de Chile, viene a confirmar el grado de influencia de Miranda: “El esfuerzo por la libertad de mi Patria, objeto esencial de mi pensamiento y que ocupa el primer anhelo de mi alma, desde que el año 1798 me lo inspirara el general Miranda”, (De la Cruz, 1960, p.27).
Miranda se sintió muy atraído por Bernardo Riquelme y es a él a quien le debe el nombre de logia Lautaro, dado a la sociedad o agencia que tenía por objeto difundir las ideas libertarias. El joven le dijo a su profesor: “Mirad a mi señor tristes restos de mi compaisano Lautaro; arde en mi pecho ese mismo espíritu que libertó entonces Arauco, mi Patria, de mis opresores” (De la Cruz, 1960, pp.27).
La intensa actividad que realizó Miranda ante el gobierno de Pitt en 1798 y 1799, fue seguida muy de cerca por el futuro libertador chileno. Tras la huella de los pasos de su maestro va adentrándose en los secretos caminos de la revolución, participa en estudios y reuniones que tratan el tema de las futuras luchas por la libertad de América, y en esas andanzas se le van abriendo muchas puertas que le serán más tarde de extrema utilidad.
Miranda creía necesario crear un ejército expedicionario, cruzar primero el Atlántico y luego el cabo de Hornos en los meses de diciembre a febrero, por ser los más favorables, y caer sobre Valdivia y Talcahuano, cómodos puertos ⎯y este último mal fortificado⎯ para después, desde Chile, armar una expedición de 20.000 hombres y en 20 navíos marchar sobre Lima. El plan estratégico diseñado por Miranda en Londres en 1798, O’Higgins lo pondría en acción 21 años después.
En varias oportunidades Miranda se siente inclinado a mencionar a Chile y a sus habitantes como muy propicios para la revolución hispanoamericana; la primera fue en 1790 cuando presenta a Pitt ⎯valiéndose de la Istoria naturale del Cili del abate Molina de la cual transcribe unos párrafos⎯ cómo entraría a la revolución el país más alejado de Colombia. Más tarde, el 13 de diciembre de 1805, se ha entrevistado con el presidente Jefferson, el cual le ha demostrado cierta disposición favorable para los preparativos revolucionarios de Miranda, y como forma de constancia le remite el libro del abate Molina para ilustrarlo de las bondades de Chile y de su pueblo. (Castillo, 1995).
En el plano político, el influjo ejercido por Miranda en nuestro libertador, radicó en la idea de alcanzar la independencia de Hispanoamérica sobre la base de gobiernos y ejércitos fuertes para sostener un sistema republicano que se opusiera a la monarquía, por entenderla contraria al espíritu libertario que se pretendía impulsar. Bernardo O’Higgins asimiló profundamente la lección de su maestro y durante su gobierno dará innumerables pruebas de aquellas enseñanzas.
Hacia 1799, en la víspera del regreso de O’Higgins a Chile, Miranda resolvió hacer de él un agente de la conspiración, y como en su tránsito hacia América debía pasar por la península, le comunicó sus instrucciones reservadas para los asociados en la metrópolis. Partió entonces O’Higgins, según lo cuenta el libertador, “para España con los planes convenidos en Londres con los americanos del sur, Bejarano, Caro, Iznardi y otros, los que presentó a su ingreso a la península a la Gran Reunión Americana” (Vicuña Mackenna, 1860, p.49). De Cádiz partirían los emisarios que vinieron a despedazar el trono de la tiranía de América del Sur.
Antes de la despedida de O’Higgins, Miranda le entregó, como prueba de su paternidad revolucionaria, un decálogo secreto de sus creencias, en que sintetiza en forma magistral el pensamiento y la acción del prócer, orientando al libertador chileno en el camino correcto de la revolución (Vicuña Mackenna, 1860).
Anticipándose a los acontecimientos independentistas de Hispanoamérica que estallaron en 1810, pero conforme a los planes originales, Miranda, en Nueva York, apoyado por el gobierno de Estados Unidos y del gobernador inglés de Trinidad, armó una pequeña flotilla, enarboló la insignia en la Leander y se abalanzó sobre tierra firme en abril de 1806, donde fue rechazado, como también en un segundo intento en agosto del mismo año. Después del fracaso, Miranda se refugia nuevamente en Inglaterra.
Cuando el 19 de abril de 1810, Venezuela inició su proceso de independencia, persuadido por Bolívar, Miranda regresó a su tierra natal, le confieren el grado de general, ocupa varios cargos políticos y se convierte en uno de los promotores del rompimiento con España. Más tarde, en 1812 ante la ofensiva iniciada por los realistas y la caída de puerto Cabello, que defendía Bolívar, Miranda decide firmar la capitulación del ejército patriota el 25 de julio de 1812 en virtud del decreto que lo había nombrado dictador plenipotenciario y jefe supremo con el rango de generalísimo.
La capitulación de Miranda, fue interpretada como una traición por los oficiales más jóvenes, que no sopesaron las paupérrimas condiciones de la defensiva que mantenía y cuando el precursor se prestaba a salir desde el puerto de la Guaira al exterior para posteriormente volver y seguir la lucha, fue apresado por Bolívar y posteriormente entregado a los realistas, quienes lo enviaron a Cádiz, España, donde murió el 14 de julio de 1816.
El proceso independentista en el norte de Sudamérica, iniciado con la arremetida de Miranda de 1806, fue posteriormente conducido por Simón Bolívar, que se proyectó hasta Lima concurriendo con su ejército desde el norte, contribuyendo a consolidar la independencia del Perú, cuyos primeros logros fueron obtenidos por la Expedición Libertadora de 1820 dirigida por el director supremo del Estado de Chile, Bernardo O’Higgins.
Respecto a las Provincias Unidas del Rio de la Plata, apenas declararon su autonomía de España, el 25 de mayo de 1810, iniciaron una ofensiva creando tres ejércitos: uno dirigido al Alto Perú, otro contra Paraguay y el tercero a Montevideo. Ante la ausencia de medios navales insurgentes, los realistas pudieron realizar una ofensiva sobre el Paraná y Montevideo.
Según afirma el historiador argentino Villegas (1944), hacia fines de 1810, cuando la marina realista sitiaba Buenos Aires, los patriotas persistían en la estrategia de proseguir hacia el norte a través de Alto Perú, en el convencimiento de que era el mejor camino para llegar a Lima y derrotar al Virrey. Entonces los patriotas de Buenos Aires obtuvieron un triunfo en Suipacha (provincia de Potosí), el 7 de noviembre de 1810 y se internaron confiadamente en el norte, siendo luego sorprendidos y dispersados en Huaqui el 30 de julio de 1811.
También, más adelante, el ejército del norte es derrotado en San Lorenzo el 3 de febrero de 1813 y en el noreste, el general Belgrano obtiene una victoria en Salta, pero posteriormente los patriotas son derrotados en Vilcalpugio (1 de octubre de 1813) y Ayohuma (26 de noviembre del mismo año). En el norte, la batalla de Sipe Sipe (29 de noviembre de 1815) marcó la derrota decisiva y el fin de la estrategia que pretendía llegar a Lima por el camino del Alto Perú, dándose fin a la recuperación para la metrópolis de toda la América española.
En cuanto a Chile, después de la derrota de los patriotas chilenos en la ciudad de Rancagua, los sobrevivientes de la batalla, ocurrida el 2 de octubre de 1814 se retiraron a Santiago y, a través de la cordillera de los Andes, se dirigieron a Mendoza, donde buscaron refugio para posteriormente iniciar la creación del Ejército de los Andes.
En Mendoza, ejercía el cargo de Gobernador Intendente de Cuyo desde el 10 de agosto de 1814, el general José de San Martín, que había dejado el mando del Ejército del Norte para recuperar su salud, según lo atestigua el historiador argentino Vicente Sierra: “Al nombramiento de San Martín, hecho a su instancia y solicitud, se lo justifica con el doble propósito permitirle continuar los distinguidos servicios que tiene hechos a la patria y el de lograr la recuperación de su quebrantada salud.” (Serra, 1970, t. V., pp. 227,228).
Por otra parte, el historiador Bartolomé Mitre (1950), le atribuye a San Martín la genialidad de haber pedido el traslado a Mendoza con el fin de crear el Ejército de los Andes; sin embargo, la genialidad que le atribuye Mitre a San Martín ha sido refutada por el historiador argentino Vicente Sierra (1970) afirmando que no hay tal originalidad en el supuesto plan de San Martín, ya que la idea de atacar a Lima por la vía de Chile “ya había sido propuesta por el gobierno de Chile en 1812 al primer Triunvirato por intermedio de Manuel de Salas” (Sierra, 1970, pp. 156,157) “y también más tarde por el coronel argentino Enrique Pillardell a su gobierno con fecha 29 de noviembre de 1813” (Sierra, 1970, p.155).
Debemos recordar que la idea estratégica de atacar a Lima a través de Chile, pertenecía originalmente a Francisco de Miranda, que desde 1790 se lo propuso al gobierno inglés a través de su ministro Wiliam Pitt y que el plan, con varios detalles, se encuentra en el archivo de Miranda y sus antecedentes fueron largamente comentados entre el Precursor y Bernardo O’Higgins.
Chile está en deuda con Francisco de Miranda.
El venezolano fue el precursor y motor de la revolución de Hispanoamérica y O’Higgins, su discípulo más notable, que como director supremo del Estado de Chile, dirigió el esfuerzo libertario en el sur del continente americano conforme a los planes esbozados en Europa desde el año 1790.
Miranda, gracias a la lectura de las obras de Alonso de Ercilla, La Araucana y la Istoria Naturale del Cili del abate Molina, conoció la geografía y gente del país, para luego idear un de ataque a la capital del Virreinato de Perú, con un ejército formado en Chile que asediara Lima a través del mar.
El plan original de Miranda fue ejecutado por el Estado de Chile en 1820, que puso en marcha la Expedición Libertadora del Perú bajo la dirección política del director supremo, Bernardo O’Higgins y el concurso estratégico de San Martín y lord Cochrane.
Al cumplirse 200 años de la Expedición Libertadora del Perú sería de justicia realzar también la figura del ilustre venezolano, ya que en Chile solo hay algunas calles o plazas de carácter secundario que llevan su nombre y en Chillán, un pequeño monumento junto a O’Higgins.
Chile le debe al general venezolano un reconocimiento más significativo.
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El autor, luego de una muy documentada investigación, nos relata un período bastante desconocido de la vida del padre de la Patria, durante su estadía en Europa y las desventuras que tuvo que sufrir en sus intentos por regresar a Chile. A través de las cartas con sus padres, se vislumbran las dificultades afectivas y financieras que debió superar.
La gran epopeya de la Escuadra en la guerra de la Independencia nos sorprende hasta hoy. La clave estuvo en las cualidades de las dotaciones y, en especial, de los almirantes Blanco y Cochrane, quienes inculcaron en nuestra Armada el lema de vencer o morir, incólume ya por 200 años. Otro legado que nos dejó Cochrane fue la importancia del entrenamiento para el combate, tendencia que perdura hasta nuestros días. La tradición más valiosa que nació en la escuadra fue que nada es imposible en la Marina de Chile, especialmente cuando está al mando líderes de cualidades excepcionales.
Los orígenes de nuestro emblema patrio son analizados desde la perspectiva del puerto de Valparaíso y de la naciente Armada de Chile.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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