El antropólogo y explorador noruego Thor Heyerdahl tomando leyendas en la Polinesia oriental que hablaban de migraciones procedentes del Este y utilizando evidencia etnográfica y botánica, observó que la planta alimenticia denominada batata (kumara o kumala) era, sin duda, originaria de Perú, donde es conocida por un nombre similar (cumar). También observó que existían otras evidencias botánicas que apoyaban la posibilidad de una conexión americana, y que colonizadores españoles de Perú registraron leyendas nativas que indicaban el conocimiento de tierras al Oeste y de viajes a ellas en grandes balsas de troncos. Las esculturas y plataformas pétreas de Rapa Nui también le recordaban los estilos y métodos sudamericanos. Heyerdahl, en 1947, con su famosa expedición Kon Tiki pudo comprobar que los vientos y corrientes no eran un problema para navegar hacia el poniente.
La excavación arqueológica que realizó en 1955 en Rapa Nui reveló que allí hubo una tradición cultural polinesia sin solución de continuidad; eso rechazó su teoría de la migración, dado que, si se hubiera migrado a ella en oleadas provenientes tanto de Asia como de Sudamérica, su cultura habría variado a lo largo de su historia. Sin embargo, la presencia de la batata en Rapa Nui y en toda la Polinesia prueba que, o bien los polinesios fueron a Sudamérica en un primer momento y luego volvieron, llevándose consigo esta planta entre otras, o que los nativos sudamericanos viajaron hasta Polinesia. Su evidencia dio un gran apoyo a la teoría de una antigua conexión entre Polinesia y Sudamérica.
El Océano Pacífico no limitó a los polinesios; fue una vía de unificación que franqueaban gracias a sus habilidades, instintos y conocimientos. Entre sus recursos, como alimentos y herramientas, también embarcaban perros, cerdos y gallinas. Los gallos eran muy requeridos a bordo por su canto, que les ayudaba a mantener distancia y no alejar mucho sus canoas entre sí.
La colonización de la Polinesia oriental postula, además del avance explosivo hacia el Este*, una proyección lógica hasta Sudamérica, sin necesariamente pasar por Rapa Nui. La filogénesis de la rata del Pacífico o polinesia (Rattus exulans) a través del ADN mitocondrial, avala consistentemente el modelo, como también la llegada de la llamada gallina mapuche de huevos azules. Diversas pruebas hacen referencia a esta teoría, tal como el análisis del ADN mitocondrial, que demostró que pertenecían a especies polinesias. Además, un fenómeno natural habría sido fundamental en este proceso: la corriente de El Niño, que habría traído al menos una embarcación polinesia directamente al territorio mapuche. La ruta lógica hacia Sudamérica implica bajar al sur del paralelo 35, hasta la faja de vientos occidentales, para luego girar directamente hacia el Este. La experiencia realizada entre noviembre del año 2015 y marzo del 2016, por la expedición Kon Tiki II, con las balsas Túpac Yupanqui y Rahiti Tane, una de las cuales naufragó y los tripulantes de ambas debieron ser rescatados por el OPV Piloto Pardo a 864 mn al oeste del canal Chacao, prueban la factibilidad de que, siguiendo esa ruta, se podía acceder a las costas sudamericanas.
Otro científico, Kenneth P. Emory, del Bishop Museum de Honolulu, en 1950, enseñando a los estudiantes de la Universidad de Hawái técnicas arqueológicas, encontró una secuencia de herramientas con una antigüedad de más de mil años, cuya similitud con otras encontradas en varios lugares de la polinesia permitieron relacionarlas históricamente. Su monografía titulada “Los orígenes de los hawaianos” incluyó un estudio de las diferentes lenguas polinesias y melanesias costeras. Con todo esto, Emory revolucionó el enigma polinesio, al sugerir que las diferencias entre melanesios y polinesios llevaron a los investigadores a pensar de forma incorrecta de que éstos siempre habían sido diferentes; él pensaba que los polinesios eran melanesios y no un pueblo llegado a través de Melanesia.
Diez años después, el neozelandés Andrew Sharp, utilizando evidencias etnográficas, sostuvo la tesis de que la colonización polinesia habría sido el resultado de la desviación accidental en los viajes, ya que plantas alimenticias básicas y animales domésticos no se encontraban en todos los lugares, lo que evidenciaba una migración no intencionada que más tarde modificó.
Esos enfoques alejaron a los investigadores de la respuesta correcta y plantearon otras dudas. Si la evidencia botánica indica un contacto humano antiguo y directo entre Sudamérica y Polinesia, ¿quién fue responsable de este contacto… cuándo y por qué? Será algo que probablemente nunca se llegue a saber.
A Sharp lo rebatió otro neozelandés, el médico y explorador David Lewis. Éste estudió las leyendas de viajes polinesios con sus referencias a astros, estaciones del año y las condiciones del mar, las que comprobó durante un viaje desde Tahití a Aotearoa (Nueva Zelanda), el año 1965. Posteriormente realizó una amplia investigación sobre la navegación tradicional polinesia; profundizó en fuentes escritas y orales que describían prácticas de navegación de los siglos XVIII y XIX y, además, buscó y encontró hombres en Polinesia, Melanesia y Micronesia que todavía recordaban los antiguos métodos de navegación y la construcción de sus magníficas canoas.
Finalmente, la colaboración interdisciplinaria vino a demostrar que la mayoría de las piezas encajan entre sí.
En cuanto a los conocimientos y métodos de navegación empleados por los polinesios, Lewis, después de sus investigaciones y experiencias, escribió:
Aunque soy un neozelandés, los años más memorables de mi infancia los pasé en una islita -miniatura de Tahití- llamada Rarotonga. Asistí a una escuela nativa y escuché cautivado a mis primos polinesios volver a contar las sagas gloriosas de los antiguos capitanes- Ru: Tangiia, Karika y Kupe -el legendario descubridor de Aotearoa- la tierra más austral del triángulo polinesio.
En 1965, armado con un conocimiento obtenido a partir de los escritos de los primeros exploradores y misioneros europeos, me dispuse a seguir la tradicional ruta migratoria desde el archipiélago de Tahití a Aotearoa, por Rarotonga; confirmada arqueológicamente. En un catamarán llamado Rehu Moana (que en maorí significa brisa oceánica), el legendario Kupe había ordenado: `Navegar un poco a la izquierda de la puesta de sol, en noviembre.´ Yo seguí esas instrucciones. Navegando enteramente sin instrumentos, me dirigí hacia las estrellas que se avistan en el suroeste, también con el sol y las olas como guías direccionales adicionales (como Kupe debe haberlo hecho) llegué a Aotearoa después de 35 días en la mar, con un error de sólo 26 millas. Con esta experiencia comprobé, para mi propia satisfacción, que la antigua tradición era correcta.
Algunos meses después de mi viaje a Aotearoa, de visita en Tonga, una tarde, charlando con el patrón de un cutter llamado Kaloni Kienga, le pedí consejos sobre cómo atravesar los dispersos arrecifes del archipiélago. <Usted se aproa hacia esa estrella>, dijo, señalando a una de las que forman la constelación de Leo, <hasta que ella se haya desplazado suficientemente desde lo alto hacia algún punto en el horizonte; cuando desaparezca bajo él, continua con la siguiente y así sucesivamente hasta el amanecer. A esto lo llamamos kaveinga, la ruta de la estrella>.
Me quedé atónito. Lo que había asumido era un conocimiento perdido hace mucho tiempo, me estaba siendo entregado a través de prácticos detalles. ¡El milenario arte de la navegación polinesia aún vivía! Kaloni continuó, ilustrando con movimientos de sus manos la forma que -dependiendo en cuál región del mar uno se encuentra- se sabe la distancia que has recorrido, incluso en la noche más oscura. Finalizó diciéndome: ‘Estas cosas me las enseñó mi padre.’
Si Kaloni todavía conocía y usaba estas ancestrales artes, seguramente debía haber otros isleños cuya tradicional sabiduría popular podría también ser conocida, registrada y empleada.
Su investigación llevó a la convicción de que los antiguos polinesios realmente sabían realizar viajes de exploración, regresar a sus islas de origen y volver a encontrar la tierra descubierta para colonizarla. También que, cuando un navegante avezado se perdía en una tormenta o era sacado de su rumbo, sabía fijar su posición y encontrar el camino de vuelta al hogar o dirigirse a otra isla ya conocida.
Estas revelaciones aclararon uno de los últimos misterios de los orígenes polinesios, las que fueron reforzadas por el antropólogo estadounidense Ben Finney, en el año 1976, con la repetición del viaje original de la canoa Hokule’a, desde Hawái a Tahití, lo cual también abrió las puertas a otros muchos viajes de este tipo realizados por isleños de diferentes zonas del Pacífico.
Esos viajes realizados y otros posteriores, utilizando los antiguos conocimientos, prueban básicamente que los primitivos polinesios podían viajar a puntos alejados a cientos o miles de millas, y han ido dilucidando el enigma polinesio.
En los estudios que se han realizado sobre este tema, varios son los criterios y evidencias científicas consideradas para explicar las habilidades y conocimientos de navegación de los polinesios, cuya adquisición no se aprecia tanto como un esfuerzo intelectual, sino más bien instintivo.
Al respecto, algunas capacidades innatas que el instinto de supervivencia les proporciona a quienes habitan en los bosques y surcan cielos y mares, nos ilustran con gran claridad de los métodos que varios seres vivientes utilizan para orientarse, tales como:
El conocimiento que involucra la cultura occidental le ha permitido a la humanidad navegar todo el mundo, incluso su espacio exterior; pareciera que ello se ha hecho con casi nulo empleo del instinto (esa capacidad innata de correlacionar hechos para asegurar la supervivencia), que sigue siendo lo que fuertemente anima a los seres que calificamos de no racionales. Esos estudios científicos, aquí someramente expuestos, la mayoría de los cuales se difunden en documentales en televisión -frecuentes de encontrar, muy atractivos de ver y fáciles de comprender- nos sorprenden de cómo otras especies utilizan métodos tan sofisticados para orientarse. Sin duda el hombre también los tiene…, pero más dormidos.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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