El domingo 12 de junio de 2016, zarpó de Valparaíso nuestro Buque Escuela Esmeralda, dando inicio a su LXI Crucero de Instrucción. Su itinerario contempló recaladas en Rapa Nui (Isla de Pascua), Hawaii (Hawái) y Aotearoa (Nueva Zelanda) islas que se consideran los vértices del denominado triángulo polinesio. Tal espectáculo y la coincidencia de algunos puertos de recalada que también visité durante la realización del XXXVI Crucero de Instrucción, el año 1991, en que tuve el honor de comandar la nave, hizo venir a mi memoria muchos aspectos y vivencias que durante esa notable experiencia tuve. Entre ellos, la creciente admiración que -a medida que la Dama Blanca se internaba al centro del Océano Pacífico- nació en mí por esa portentosa aventura expedicionaria que resultó en la ocupación de las innumerables islas dispersas en esa inmensidad marítima, por parte de los ancestros de sus -ahora- pueblos nativos. Para un observador situado en un satélite estacionario, por encima del centro del Océano Pacífico, el panorama que vería es un hemisferio de agua. Las costas continentales de América y Asia escasamente podría avistarlas en el perímetro de su visión, y las islas que salpican el océano parecerían diminutos puntos separados entre sí por grandes distancias. En sus islas y costas continentales habita gente de diversas etnias mas, en este artículo, me referiré sólo a los polinesios, por ser los nativos que poblaron las islas contenidas en Polinesia, Melanesia y Micronesia (parte mayoritaria de un conjunto que se conoce como Oceanía) por sus similares culturas, destrezas y conocimientos marineros.
Océano Pacífico entre los casquetes polares.
La ocupación humana de Oceanía, comenzó en Nueva Guinea. Allí los arqueólogos en sus excavaciones han encontrado -en reductos de campamentos utilizados durante la última edad de hielo- herramientas primitivas de piedra y restos de carbón, cuya data orbita en 25.000 años atrás, cuando los niveles del mar eran más bajos y las distancias entre Australia, Nueva Guinea y otras islas de Indonesia eran muy menores que las actuales. De esas islas, las de la mitad oriental del océano, son los lugares con menor número de habitantes del planeta y todas ellas fueron descubiertas y ocupadas por esta gente que no conocía los metales, las ropas de tela o cuero, ni la escritura y que -se suponía- no disponía de conocimientos de navegación avanzada. Su denominación de polinesios data de la época en que los primeros exploradores europeos los contactaron; polinesia deriva de dos antiguas palabras griegas que unidas significan “muchas islas”. La similitud de las lenguas, culturas y aspecto físico de los isleños evidenciaba que se trataba claramente de una misma etnia. Sin embargo, menos evidente resultaba su procedencia y la forma en que habían llegado hasta allí. Investigaciones, experiencias y estudios que se han venido realizando con criterio científico desde los años 20 del siglo pasado, han permitido ir conociendo con mayor claridad la realidad de lo que fue la epopeya oceánica de los ancestros del pueblo polinesio, como de las notables destrezas y conocimientos que constituían su acervo.
Recreación artística del investigador Herb Kawainui Kane.
A diferencia de los antiguos navegantes europeos, que temían navegar fuera del borde del mundo, los isleños de Oceanía enfrentaron el mar con confianza. Para los polinesios, dioses ancestrales gobernaban un ordenado universo. Cuando el sol, la luna y planetas mantenían sus senderos señalados, cuando las estrellas salían y se ponían, cuando el mar mismo era el pecho de su respetado ancestro Tangaroa, ¿podían temerlo?... Si había mucho para respetarlo. Mas, los polinesios sabían que sus infortunios surgían por culpa de ellos mismos, tal como un timonel que erró en la navegación, u otro que falló en observar algún obligatorio ritual. Si bien el navegante polinesio confiaba en sus dioses, al mismo tiempo desarrollaba y practicaba sus poderes de observación. Su brújula era la posición en el horizonte de unas 150 salidas y puestas de estrellas; su carta, un registro mental de corrientes y tipos de marejadas; el vuelo de un pájaro, la forma de una nube, restos náufragos, eran significativas señales apuntando el camino en pos de su meta: la tierra más allá del horizonte. El descubrimiento de un tipo especial de cerámica denominada Lapita, por el lugar de la isla de Nueva Caledonia donde fue encontrada, que era ampliamente utilizada desde Nueva Guinea a Tonga, comprobó las raíces históricas de la cultura polinesia en las islas de Melanesia y también confirmó la antigua idea, desechada durante muchos años, de que los antepasados de los polinesios habían llegado desde el Este o Sureste de Asia hasta un grupo ya poblado de islas en el Pacífico occidental. En los lugares en los que entraron en estrecho contacto con la población papúa inicial, se mezclaron con ellos y produjeron la gran variedad de culturas de la actual Melanesia. Las similitudes de las diferentes lenguas ayudan a probar también esta teoría. Las lenguas de muchas culturas melanesias (especialmente de los grupos de la costa) se denominan lenguas austronesias1austronesios originales. La arqueología ha proporcionado evidencia sobre la cultura de los polinesios originales, conocidos actualmente como el complejo cultural Lapita y ha establecido una cronología para las migraciones polinesias. Cuando la fusión del hielo elevó el nivel del mar y las distancias entre las tierras secas aumentó, Nueva Guinea y sus habitantes de piel oscura (melanesios) se aislaron más, y por mucho tiempo, hasta la llegada de las personas de piel morena provenientes de las islas de Asia-Indonesia, Filipinas y Taiwán. En sus canoas con balancín estabilizador (batanga) y con las de doble casco, con velas de hojas trenzadas, los últimos arribaron a Nueva Guinea e islas cercanas hace unos 4.500 años, pero no desalojaron a los melanesios que encontraron allí viviendo. Utilizando Fiji como zona de espera, con el tiempo, algunos navegaron al deshabitado archipiélago de Tonga y a la isla de Samoa. Para poder desarrollar los tipos físicos, el lenguaje y la cultura que los polinesios tienen en común, estos antepasados deben haber estado aislados durante un buen tiempo en un grupo base de islas. Una cadena de descubrimientos arqueológicos llevó a pensar que este aislamiento se inició en las islas de Tonga y Samoa hace unos 3.000 años. Los lazos lingüísticos indican que esta migración continuó a través de Samoa hacia el Este, a las Marquesas, donde se han encontrado los asentamientos más antiguos de la Polinesia oriental. Lejos, al Sureste de las Marquesas se encuentra evidencia verdaderamente notable de una hazaña -el viaje a Rapa Nui- situada a unas 1.960 millas náuticas de distancia, en la dirección de los vientos y corrientes predominantes.
Flujos migratorios.
Con tan solo 23 kilómetros de largo, Rapa Nui no sólo es la isla habitada más aislada en el Pacífico, también es la posición más oriental de la Polinesia. Al evaluar sus posibilidades de ser descubierta por los primeros polinesios, se puede concluir que sus canoas de remo y vela fueron capaces de atravesar la anchura del Pacífico, y que, en uno de esos viajes, Rapa Nui fue afortunadamente avistada. La datación por radiocarbono hecha en 1955-1956, indica que su descubrimiento y poblamiento fue alrededor del año 400 d.C. Allí, plataformas ceremoniales soportan colosales monumentos de piedra cuya realización se ha atribuido de diversas maneras a habitantes de un continente hundido y a otros provenientes de Perú, de piel blanca, de barba y pelo rojos. Al examinar los sitios arqueológicos de Rapa Nui, conocimientos de la arqueología y lenguas de las Islas de la Sociedad y Marquesas, permitieron comprobar que la cultura prehistórica de Rapa Nui podría haber evolucionado a partir de un único desembarco de polinesios desde las islas Marquesas, por una expedición totalmente equipada para colonizar la deshabitada isla volcánica. Su éxito en establecerse en esa isla -siempre barrida por el viento, de solo 163,6 km² de superficie, sin una planta nativa comestible y hacerla no solo habitable, sino también sede de notables logros culturales- es un testimonio del genio de estos colonos polinesios. Un estudio de azuelas, anzuelos, adornos y otros artefactos encontrados en excavaciones, indica que Tahití y otras islas de la sociedad deben haberse establecido poco después de las Marquesas. Evidencias recientemente encontradas indican que Hawái y Aotearoa se establecieron después del año 500 d.C. Las técnicas de radiocarbono permiten asignar fechas tentativas a toda esta migración por el Pacífico: entra en la Polinesia Occidental alrededor del año 1.000 a.C., llegando a la Polinesia Oriental por el tiempo de Cristo, y completando la ocupación alrededor del año 1.000 d.C. Tras alcanzar los destinos más alejados del Pacífico central, los primeros polinesios eran capaces de regresar a sus lugares de partida, pues poseían las habilidades para hacerlo. Es dudoso que viajes a la deriva, o en un sólo sentido, fuesen la causa de la presencia temprana. Por ejemplo, en las islas de Hawái, la presencia de plantas cultivadas, y de animales domésticos provenientes de Tahití y las Marquesas descartan la teoría de la deriva en su totalidad; más de veinte simulaciones por ordenador de corrientes y vientos así lo confirman. De esta manera se llegó a la conclusión de que los primeros hawaianos utilizaron, en repetidas ocasiones, la ruta marítima más larga en la Polinesia, volviendo a Tahití y luego otra vez regresando Hawái, conocida como “Niño de Tahití”. En el caso de Aotearoa (Nueva Zelanda), en el extremo meridional de Polinesia, estaba ocupada por polinesios en el siglo XIII d.C., y posiblemente desde el siglo IX d.C. Sin embargo, algunos arqueólogos sugieren que podría haber sido antes, aunque su evidencia no está clara. En un momento o en otro, todas las islas dentro de lo que actualmente se denomina el triángulo polinesio estuvieron habitadas, pero cuando los europeos llegaron, algunas de las islas más aisladas y a menudo áridas, habían quedado deshabitadas.
Pacífico central.
Las islas de Oceanía fueron sorpresa para sus descubridores europeos. ¡Pero más asombro les hizo el que estuvieran habitadas! Sus gentes, que resultaron ser muy amistosas, eran personas altas, de robustos cuerpos y suaves líneas, que iban ligeramente vestidas y que poseían habilidades y gracias que les hacía preguntarse: ¿cómo estas personas de piel morena habían alcanzado estas muchas islas remotas?, ¿cuándo y de dónde habían venido? El misterio permaneció durante siglos... hasta el año 1920. Los ancestros polinesios eran notables marineros y hábiles constructores de embarcaciones capaces de soportar tales viajes. El artista e investigador Herb Kawainui Kane sugiere que la canoa de alta mar polinesia pudo haber ayudado a dar forma a dicho pueblo; Su diseño favoreció la supervivencia de personas con aguante y fortaleza, musculosos, con una buena capa de grasa aislante del cuerpo al frío mortal que produce la evaporación de la húmeda salpicadura del agua de mar, por el viento, sobre la piel. Todas esas rigurosas presiones selectivas, por tantas veces repetidas, bien pueden explicar el físico y el gran tamaño que distinguen a los polinesios respecto de otros pueblos asentados en otros lugares ubicados entre los dos trópicos Cuando se terminaba una canoa, a continuación del viaje de prueba seguían grandes festejos. Todos con la misma intención: hacer resaltar la importancia central de la canoa en la vida polinesia. Mujeres y hombres usaban los canaletes,2 sin escálamo3 ni chumacera,4 los que también se empleaban a modo de timón para gobernar las canoas. En la mayor parte de la Polinesia el rol principal de la mujer era el de achicadora. Al bogar daban la sensación de que una sola y única alma regía sus movimientos, acompasando sus golpes con canciones que resultaban una melodía de impresionante belleza. Los jefes de fila maoríes mantenían el compás con su ejemplo y exhortación y eran tan efectivos en incitar el esfuerzo de los remeros que a menudo ellos debían parar por temor a extenuarlos. Durante la visita de la Esmeralda a las islas de Rapa Nui, Marquesas, Tonga, Aotearoa y Tahití, el año 1991, tuve oportunidad de concurrir a templos cristianos, que son mayoritariamente católicos, y escuchar -o enterarme- de que, durante los servicios religiosos, los himnos se entonaban como hermosos cánticos folklóricos, de gran ritmo o cadencia, incluso a dos voces. Tal notable expresión coral bien puede haberse gestado en esas largas jornadas de potentes prácticas de boga.
Guerrero polinesio y canoas de doble casco.
Esta mirada del pasado, aun cuando ha sido solo a una parte de nuestro planeta, nos muestra que, desde la prehistoria, los desplazamientos de grupos humanos han sido constantes y su fuerza incontenible ha contribuido a construir el mundo que hoy habitamos. La desorientación siempre es estresante (creo que todos alguna vez hemos sufrido la experiencia); en la época de la migración polinesia, era una sentencia de muerte. Por ello difícil es no admirar lo que ellos lograron. De ella, además debe rescatarse la importancia que tuvieron la observación y correlación de objetos, fenómenos y circunstancias en sus métodos de navegación. Estudios recientes han demostrado que las personas que utilizan el GPS, cuando se les da lápiz y papel, dibujan mapas menos precisos de las zonas por las cuales viajan y recuerdan menos detalles acerca de los hitos que pasan; paradójicamente, esto es porque se cometen menos errores para llegar donde se quiere ir. Tal parece que, asumiendo que eventualmente se está ubicado, estar perdido da una ventaja: la oportunidad de aprender sobre el mundo en general y replantear su perspectiva. Desde ese punto de vista, la mayor amenaza planteada por el maravilloso GPS puede ser que ¡nunca NO sabremos dónde estamos…y exactamente!
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El poblamiento de la Polinesia y su vinculación con la costa sudamericana, continúa siendo un asunto apasionante para científicos y exploradores. El autor aporta un enfoque novedoso respecto a factores como el instinto humano, la flora, la fauna y las corrientes marinas.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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