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COVID-19, más que solo un problema de salud

Múltiples análisis y proyecciones han sido publicados en las últimas semanas sobre la situación mundial a raíz de la propagación de la pandemia generada por el COVID-19. Con frecuencia los medios señalan que es la mayor crisis que ha vivido el mundo desde la Segunda Guerra Mundial, argumentan que la economía se ha paralizado, que el modelo económico vigente y la globalización estarían en entredichos. Ya que, los países han actuado de forma independiente ante esta amenaza, ignorando, en muchos casos, las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y no han sido capaces de gestionar medidas conjuntas mediante las diversas organizaciones internacionales existentes. En el ámbito político, se han puesto a prueba el rol de las organizaciones internacionales y el liderazgo de los conductores políticos de los diferentes Estados. Se ha evidenciado la importancia de la tecnología y como los Estados son capaces de lidiar ante la situación. 

Analistas más avezados han llegado a señalar que, con la llegada del COVID-19, nos encontraríamos ante una nueva configuración del orden mundial. No sería la primera vez donde, a partir de una gran crisis, vemos como esto ocurre, solo basta con observar la historia y encontraremos una gran cantidad de ejemplos. Lo interesante de las crisis es que generan cambios o replanteamientos, lo que por consecuencia repercute en lo económico, político y social, y, por lo tanto, en el plano interno y externo de los Estados. Si además ampliamos la mirada, veremos que esos cambios, que parecieran ser drásticos, tienen ya tiempo gestándose y que las crisis que vienen han de ser solo el ingrediente que acelere el cambio. 

En este trance, es difícil predecir que puede suceder, pero sí podemos observar, a la luz de los hechos, algunas tendencias que podrían dar luces del incierto futuro, tanto en el plano internacional, regional y nacional, que creemos es necesario analizar, no sólo en el contexto de COVID-19, sino cuáles han sido los elementos que ya vienen gestándose que pueden ser los configuradores de un nuevo orden considerando al COVID-19 como un acelerador, detonante o punto de no retorno que marcaría el antes y el después; es decir, la fisura. 

Lo que algunos presentan como el nuevo orden, parece ser parte de un proceso que venía gestándose, probablemente desde el 2001, donde podemos encontrar sus orígenes y que inexorablemente se ha acelerado producto de la pandemia actual. 

El atentado a las torres gemelas el año 2001 marca un punto de inflexión, la hegemonía estadounidense se ve vulnerable ante el mundo; la deslegitimación de Naciones Unidas y el consejo de seguridad ante el unilateralismo de Estados Unidos al realizar la invasión a Irak en el año 2003; la creación de bloques económicos de economías emergentes para mostrarse como alternativas comerciales como el BRICS, con un origen conceptual al año 2001 y su posterior consolidación el año 2008; el desarrollo del evento más costoso de la historia moderna olímpica en Pekín, el mismo año, donde el gigante asiático hace gala de su poder económico; la llegada de Vladimir Putin al poder el año 2000 y la anexión de Crimea el año 2014. La Unión Europea como ejemplo y modelo del integracionismo ha presentado grandes tensiones en los últimos años desde la fragmentación de las democracias liberales en Europa del Este, el crecimiento de los nacional populismos, donde resalta como ejemplo la controversia generada por el Brexit o el inesperado apoyo de populismos de ultraderecha como el caso italiano.  Todos estos datos reflejan el interés de ciertos actores por reacomodar las fuerzas y hacerse un espacio en el statuquo que venía imperando desde el fin de la guerra fría. 

Los Estados, en la arena internacional, cuando no se encuentran cómodos con el rol que juegan buscan diversas estrategias para modificar las fuerzas de poder a su favor.  Han existido diversas estrategias a lo largo de la historia (desde la generación de conflictos a gran escala, utilización de recursos económicos entre otros.) Sin embargo, en el mundo multipolar e interdependiente como el que tenemos hoy en día, se ha evidenciado que los países que pretenden alterar el statu quo a su favor emplean estrategias multidimensionales y sincronizadas para minar gradualmente al adversario y lograr sus objetivos. 

En los últimos 20 años han cobrado relevancia, en ciertos Estados occidentales, principalmente en Europa y que últimamente se evidencia en Latinoamérica, las denominadas amenazas o conflictos híbridos, que combinan actividades convencionales y no convencionales, militares y no militares, que pueden ser usadas de manera coordinada por un Estado u otros actores no estatales para conseguir objetivos políticos específicos. Estas amenazas van desde los ciberataques a la interrupción del suministro energético o de los servicios financieros, pasando por la debilitación de la confianza pública en las instituciones gubernamentales o la profundización de las divisiones sociales. 

Definición que refleja, como se mencionó, elementos presentes en los últimos tiempos en Europa y Sudamérica con la serie de cuestionamientos a la conducción de los Estados, el surgimiento de fakenews, y el debilitamiento de la confianza y legitimidad de las instituciones que los componen, lo que ha generado la aparición de movimientos críticos ante el modelo económico y político vigente, el ascenso de partidos, movimientos y líderes nacionalistas en Europa. En Latinoamérica, la búsqueda por Estados más potentes que se hagan cargo del sentimiento de frustración que presentan las sociedades latinoamericanas, principalmente en materias de protección social, control de la delincuencia, desigualdad y transparencia de las instituciones del Estado. Lo anterior, ha llevado en los últimos años a la elección de liderazgos de corte populista, que al no poder dar respuesta a las demandas de la ciudadanía, esta ha manifestado su descontento en los últimos meses con manifestaciones sociales que en la mayoría de los casos se han presentado con grados de violencia nunca antes vistos. 

Es en estos escenarios, donde los Estados o grupos que desean modificar el statu quo han desarrollado diversas estrategias de las cuáles hemos sido testigo, pero que probablemente, al menos en el contexto nacional y sudamericano hemos prestado menor atención en su desarrollo y conceptualización, y sólo hemos visto acciones reactivas por parte de los Estados ante dichas situaciones. Considerando lo anterior, existe una serie de elementos que deberíamos analizar y que pueden ser de utilidad en un futuro cercano, cuando la amenaza del COVID-19 deje de acaparar la atención de los medios de prensa y podamos volver a una nueva normalidad, entendiendo nueva normalidad como el escenario que viviremos posterior a esta crisis sanitaria.

El COVID–19, ¿Cómo está afectando al escenario internacional?  

Expertos internacionales señalan que, el surgimiento del coronavirus y su expansión global generará un cambio en la geopolítica mundial. 

Estados Unidos y Europa rectores de las democracias occidentales han evidenciado un complicado manejo a la crisis. Las respuestas dilatadas o tardías muestran la dificultad de estos gobiernos para enfrentar una amenaza con escasos precedentes, y que llama a la acción inmediata y contundente. La variable tiempo y la incertidumbre, juegan en contra de la deliberación y el gradualismo. Ya, el limitar libertades individuales, incluso ante una pandemia, es una medida controvertida en una democracia liberal. Lo que, parece brindar una preciada oportunidad para China y Rusia, donde sus líderes encuentran menos escollos institucionales (o ninguno) a la hora de tomar decisiones, pudiendo generar acciones que les otorguen mayor visibilidad en el concierto global. 

Si bien, el virus se inició en el país asiático han logrado mediante una radical política de contención su control y así evitar una catástrofe sanitaria de mayor envergadura. Dicha contención ha permitido que China pueda realizar en los últimos días un despliegue sanitario de ayuda a escala mundial enviando aviones con médicos y suministros principalmente a Italia y Bélgica, países que han sido dejados de lado por la propia Comunidad Europea. Probablemente, esta es la oportunidad que China estaba buscando hace bastante tiempo, donde se le permita jugar un rol a nivel internacional que vaya más allá de lo meramente económico. 

Mascarillas, equipos, gafas y respiradores procedentes del gigante asiático llegan a Europa, ¿Casualidad o generosidad? ¿una cuidada estrategia?, independiente de la respuesta, estos hechos contribuyen a mejorar la imagen China a los ojos del mundo y de paso demostrar la capacidad que poseen para afrontar un desafío tan grande como el virus y además tener la capacidad de ayudar a otros países. Lo anterior, es una demostración del llamado Soft Power, ya que muy pocos países tienen el músculo económico, los recursos humanos y el conocimiento necesarios para enfrentar la situación. 

China, ha iniciado una propaganda importante intentando disociar este coronavirus como el virus chino. Los líderes del partido Comunista chino, están empeñados durante esta pandemia, en cuidar la imagen país y en buscar la estrategia para que no se escriba la historia de la gripe china. Mediante el uso de redes sociales, especialmente Twitter, el servicio diplomático chino, ha mostrado los ingentes esfuerzos de su país por contribuir a que mejore la situación en los países europeos. 

Además de poder contener el virus, ha demostrado que, a pesar de la contracción de la economía y del bajo crecimiento que se espera post COVID-19, cuenta con la capacidad suficiente para poder aportar con ayuda a los otros países, en este ámbito al parecer no cuenta con competencia alguna, ya que Estados Unidos se encuentra lidiando con la pandemia a nivel interno, intentando mantener a flote su economía, ad-portas de elecciones presidenciales. 

En efecto, en Norteamérica la pandemia ha generado un alto impacto, es ya el tercer país del mundo con más casos registrados, y el virus avanza imparable, alterando claramente todos sus tejidos, del social al económico, del político al moral, Ha dejado en evidencia deficiencias en la atención sanitaria universal de dicho país, personas sin seguro médico y falta de insumos básicos para enfrentar la pandemia, tales como, mascarillas y respiradores. Sumado a lo anterior, los medios de prensa, señalan que miles de trabajadores pierden sus empleos y que los mercados financieros han bajado un tercio de su valor en solo un mes. Lo anterior, se agrava más aún cuando la OMS acaba de sentenciar que el próximo hot spot de la pandemia será el propio país del norte. 

El presidente Trump se ha referido al COVID-19 como el virus chino, diseñando con ello un enemigo extranjero y con ello tensionando su relación con China, ya que a siete meses de su posible reelección esta amenaza microscópica está destruyendo el principal argumento de su reelección, la economía de su país. Algunos analistas dicen que es la primera vez que un enemigo invade el territorio norteamericano en su historia y que el gobierno no ha estado a la altura de combatirlo. Por lo tanto, es de esperar que el presidente Trump considerando su futura reelección centre su gestión en lo interno, situación que es más importante para sus planes futuros que la preocupación por lo externo, provocando un vacío de poder en Europa y América. 

Otro actor que se ha visibilizado en la escena internacional ha sido Rusia bajo la figura de su presidente Vladimir Putin quien pretendía para esta primavera, resaltar la estabilidad del país y proyectar su fuerza mediante una serie de eventos. Pero la agenda cambió ante la propagación del coronavirus. Abril, para los rusos, estaba marcado como el mes de una votación para aprobar los cambios a la Constitución que permitirían a Vladimir Putin permanecer en el poder hasta el año 2036 y un gran desfile militar para conmemoran los 75 años de la victoria ante la Alemania nazi. El presidente Putin está transmitiendo una imagen de calma en tiempos turbulentos, manifestando que en Rusia el brote de COVID-19 está bajo control gracias a sus medidas oportunas. En contraposición del mal manejo que ha realizado Europa ante la pandemia y destacando el fracaso de la solidaridad de la Unión Europea. 

Mientras los líderes europeos se han centrado en establecer cuarentenas y el manejo de la crisis, el presidente Putin viajó a Crimea para celebrar seis años desde que Rusia anexó ese territorio. Además, realizó en el contexto del COVID-19, la operación de ayuda a Italia, a la cual le dio gran cobertura mediática, donde mediante un puente aéreo militar ruso con destino Roma, transportó especialistas y equipo contra el coronavirus. Aún queda en cuestionamiento la real capacidad económica de Rusia para realizar dicho apoyo sobre todo en desmedro de su propia población, pero de ser exitosa la maniobra del líder ruso, la pandemia podría convertirse en la palanca para fortalecer sus alianzas en Europa mientras esta no sea percibida como un costoso menoscabo a los intereses de los rusos. 

Recordemos que el peso de una potencia mundial a menudo está relacionado con su capacidad de proporcionar lo que se llaman bienes públicos globales, factores de los que se puede beneficiar toda la comunidad internacional y que no se gestionan adecuadamente a nivel nacional. Algunos de ellos son la paz en el mundo, la libertad de navegación, el respeto por el derecho internacional o la lucha contra el cambio climático. Que Estados Unidos tuviera esa capacidad es lo que explica, en gran medida, su dominio durante la segunda mitad del siglo XX. Pero ¿y si Estados Unidos ya no es capaz de liderar la respuesta a una pandemia global? Sea por no querer hacerlo o por carecer de recursos para ello, su legitimidad como potencia queda en entredicho. ¿Y si China o Rusia fueran los que llevasen a cabo esa respuesta? ¿Cuáles serían dichos bienes públicos globales que se defenderían? Esta pandemia al parecer, es un detonante o acelerador de la configuración de fuerzas en la escena mundial. 

Todo lo que suceda a nivel internacional, repercutirá fuertemente en las políticas internas de los países, especialmente en las democracias occidentales que hasta el momento se ven más afectadas. Si consideramos, que el modelo de la globalización liberal ha ido reduciendo paulatinamente el peso del Estado como garante de las necesidades básicas de los ciudadanos, no es menos cierto que la pandemia ha vuelto a poner de manifiesto la necesidad de contar con instituciones fuertes, y una clase política capaz de lidiar con los wicked problems (problemas complejos) en pos del bien común. Asimismo, los países han debido desplegar paquetes de emergencias o rescates en materia económica para enfrentar la situación. Además, se ha cuestionado el liderazgo de muchos gobiernos que han esperado demasiado para aplicar decisiones drásticas por miedo a los costes políticos y económicos que pudieran tener. 

Los principales éxitos de la lucha contra el virus se han visto en China, Corea del Sur, Japón, Singapur y Taiwán, lugares donde se evidencia un Estado fuerte capaz de dar una respuesta adecuada a una crisis de esta envergadura. 

China en particular, mediante su campaña mediática, destaca sus fortalezas ante la crisis, muchas sociedades puede que se sientan seducidas por el sistema organizativo chino y su capacidad de reacción. Pero sabemos, que dicho éxito en gran parte se explica por las carencias democráticas del país, pero se corre el riesgo de que su modelo se copie o tome como ejemplo bajo el pretexto de garantizar el bien común, vulnerando libertades básicas de los ciudadanos. 

Aún no podemos, sentenciar a ciencia cierta qué va a suceder post pandemia, pero claramente, habrá una crisis que será económica y social y que repercutirá en todas las capas de las sociedades.  Lo que si podemos señalar es que ya existen indicios en el plano de las ideas que podrían tomar forma o que están esperando su momento para colocarse como rectoras de las sociedades, que no son nuevas sino, que se han venido gestando en los últimos 20 años, y que si observamos el contexto sudamericano y el nacional podríamos hacer eco de ellas sobre todo desde los hechos acontecidos el año pasado, donde se plantea un Estado más grande garante sobre todo de necesidades básicas de los ciudadanos entre otros elementos. 

El escenario sudamericano y nacional, los estallidos sociales y la seguridad y defensa: ¿Qué estaba pasando en el contexto local, antes de la llegada de la pandemia? 

Desde octubre del año pasado, hemos sido testigos de jornadas de intensas protestas en los países sudamericanos, desmanes y violencia no vistas en décadas. 

Si bien cada país tiene sus propios problemas, que han originado estos estallidos sociales, en algunos casos hay temáticas comunes, como educación, salud, pensiones, entre otros. 

Considerando lo anterior, podríamos establecer que estos movimientos sociales tienen mucho más en común de lo que se puede apreciar a simple vista como problemas netamente particulares de cada Estado. En todos los movimientos sociales que se han manifestado desde octubre en adelante en Sudamérica, se ha constatado la presencia de diferentes organizaciones que agrupan jóvenes, sindicatos, mujeres, LGTB, animalistas, etc. Quiénes han convergido en una serie de demandas tan diversas como los actores que participan, pero con un objetivo común para todos. Exigen cambios en los gobiernos y cuestionan la labor del Estado. Para ello, aparte de las manifestaciones en las calles, expanden sus ideas con una amplia utilización de redes sociales y generación de opinión a través de fakenews o post verdad a grupos objetivos que no se informan por medios oficiales o de prensa, sino que lo hacen a través de aplicaciones o en blogs informales. 

Estos movimientos han contado con un ala radical que presenta un uso de una violencia inusitada que se ha hecho patente ante nuestros ojos, sumada a una organización y táctica que hace recordar hechos acaecidos en otras partes del mundo, como lo sucedido en la primavera árabe iniciada en Túnez el 2011 o las protestas en Hong Kong en contra de la ley de extradición china. Cabe recordar que las consecuencias de estos hechos han sido bastante disimiles uno de otro, donde países como Libia o Siria, han sufrido y siguen sufriendo devastadores resultados. 

En el caso particular de Chile, este ha vivido un sinnúmero de acciones de violencia y desorden asociadas al estallido social generado, como ya se mencionó, con las protestas por el alza de pasaje del transporte público, hecho que como se recordará, se inició el 18 de octubre del 2019. 

Esta violencia, principalmente canalizada hacia los elementos del Estado y la propiedad privada ha hecho que los organismos encargados de la seguridad interior se hayan visto exigidos al máximo y hayan sufrido la desproporcionada agresión de quienes detentan la voz del pueblo y la eliminación de todo el aparato estatal. 

Cabe hacer un paréntesis en cuanto al modo de actuar de los sectores violentistas, los cuales como ha quedado en evidencia desde los diferentes medios de prensa presentan una organización, jerarquía y planificación, lo que los hace una fuerza organizada y no como se ha tratado de esgrimir, representándolos como un grupo de ciudadanos que en forma espontánea se han reunido para expresar su malestar en contra del Estado en general y del gobierno en particular. Si bien las primeras manifestaciones convocaron a una gran cantidad de ciudadanos que hacían saber el descontento sobre ciertos temas sociales, los grupos violentistas aparecieron de forma coordinada dentro de dichas manifestaciones, terminando por ser los actores principales. Para lo anterior, han utilizado de manera manifiesta en su actuar la estrategia de un conflicto híbrido, buscando la deslegitimación del estado y sus instrumentos del Estado de derecho, canalizando su esfuerzo a los tres elementos de la trinidad de Clausewitz; sociedad, gobierno y fuerzas armadas y de seguridad. 

Estos grupos han buscado derrotar al enemigo estatal sin la necesidad de luchar, o al menos no directamente. Para ello, los esfuerzos de estas organizaciones se han mantenido por debajo de los umbrales que generarían una poderosa respuesta, pero sin embargo son contundentes y deliberados, calculados para ganar tracción medible en el tiempo. Para ello las amenazas han combinado una amplia gama de medios violentos y no violentos para atacar vulnerabilidades en toda la sociedad para socavar el funcionamiento, la unidad o la voluntad de sus objetivos, al tiempo que degradan el statu quo

Este uso de la estrategia híbrida presenta una creciente complejidad para los planificadores militares, donde los adversarios han combinado tipos de acciones diversas y difíciles de pesquisar con el objetivo de evitar el uso del poder militar convencional, pero afectando la toma de decisiones de las autoridades. Ya que normalmente, las políticas de defensa como la nacional, abordan los desafíos de los conflictos de baja intensidad, la guerra irregular, los conflictos convencionales e incluso la guerra nuclear, pero tienen escasas o nulas respuestas a las amenazas híbridas. 

La forma de operar de estos grupos no ha sido nada nuevo. Según el profesor V. Horbulin en su libro The wolrd Hybrid War: Ukranian Forefront se refiere a las acciones realizadas en el contexto del conflicto híbrido, como una secuencia de pasos donde el agresor realiza lo siguiente:

  • Utilizar un referéndum para cambiar un orden político. 
  • Aplicar la presión moral a la sociedad, con ayuda de los medios de comunicación de masas leales y los agentes de influencia, exacerbando la incapacidad de las autoridades. 
  • Apoyar las protestas y crear el principio del egoísmo contra las élites regionales (autoridades empresariales y autoridades locales). 
  • Romper el equilibrio en el sistema político y desmoralizar las instituciones estatales y oficiales. 
  • Utilizar las redes para desacreditar a los políticos más eficaces y prominentes que apoyan el estado de derecho a fin de bloquear su presencia. 

El mismo autor, define la forma de llevar a cabo los pasos descritos. Para ello lo principal es la creación de un enemigo, utilizando la misma herramienta que proporciona la democracia. Es así como se logra: 

  • Privar al enemigo de un rostro humano, para lograrlo se utilizan apodos y etiquetas como fascismo, dictadura, asesino. 
  • El enemigo debe representar una amenaza, por ejemplo, la creación de la conexión estable estado-gran potencia. 
  • Negación de identidad, tradiciones, cultura, incluso lenguaje. 
  • Negación del estado de derecho y legitimidad del estado interno. 
  • Creaciones de las imágenes opuestas, es decir, héroes nobles se oponen a un monstruo, pervertido, sádicos (en el caso de las fuerzas del Estado).

Un nuevo factor entra en escena, el COVID-19. ¿Qué debemos tener en cuenta desde el punto de vista de la seguridad y defensa? 

Sin embargo, todo este análisis, desde hace unas semanas cambió. Desde el mes de diciembre de 2019, cuando se detectó el primer caso de coronavirus en la ciudad de Wuhan en China, no se preveía que esta pandemia declarada por la OMS, afectaría la vida normal de todo el mundo, y por ende la actividad económica y social de todo el orbe, incluyendo el desarrollo de los llamados estallidos sociales. 

Esto ha provocado que, salvo excepciones menores, las protestas y la violencia se hayan visto disminuidas dada la crítica situación de salud que está afectando a todo el mundo y en particular a nuestro país. El gobierno ha decretado el estado de excepción constitucional de catástrofe, lo que implica el despliegue y control por parte de las fuerzas armadas del territorio nacional y la restricción en las libertades personales de la población, en beneficio de evitar la mayor propagación del virus, el que ya ha infectado a más de 1.000 personas, sumado a las últimas medidas el decreto de toque de queda a nivel nacional. 

Sin embargo, la disminución de los actos vandálicos o tregua, que se ha generado por la entrada en escena de la pandemia, no quiere decir que estos terminarán, es más, podemos asociar este periodo interbellum a una  pausa operacional, que es el momento en que las fuerzas opositoras, que han sufrido un desgaste de proporciones, por las acciones que se han desarrollado, y donde hacen una pausa en sus acciones mayores con la finalidad de recuperar sus niveles logísticos, replantear su aproximación para dar cumplimiento a sus objetivos, restablecer las fuerzas, entre otras medidas. Esta pausa operacional, permite en palabras coloquiales, volver los niveles al 100% y quedar en condiciones de seguir la lucha. El hecho, es que la ausencia de estos grupos en las calles, no significa que hayan dejado de luchar en su objetivo por desestabilizar al gobierno y al Estado. En efecto, esta pausa operacional, que se ha producido a raíz del COVID-19, ha continuado con acciones propias de la recuperación del poder de combate. Si nos detenemos a pensar, podremos apreciar que:

  • La fuerza (adversaria al Estado) ha requerido de fondos económicos para seguir manteniendo el ímpetu y el apoyo logístico que dicha lucha amerita. Si pensamos que hasta antes del COVID-19, el financiamiento provenía de elementos o Estados interesados en la inestabilidad, ese apoyo hoy no está disponible, dado la disminución de la actividad económica (incluyendo la ilegal) y de la derivación de recursos para paliar la pandemia. Por ello, esta fuerza debe conseguir el financiamiento que permita, al término de la situación sanitaria, retomar la lucha. Por ello, probablemente y sin ser paranoicos no es casualidad que en las últimas semanas se hayan producido robos armados a empresas de valores, como la sucedida en el aeropuerto de Santiago, o robos a sucursales bancarias (más de tres en dos semanas).
  • Asimismo, hace pocos días atrás se produjo un asalto y robo a un banco de sangre. Si, un banco de sangre. Pero si se hace un simple análisis, si no hay usuarios que necesiten esa sangre, no vale la pena robarla. Sin embargo, insumos difíciles de conseguir como este (relacionado directamente con la recuperación de heridos) son altamente necesarios en un futuro y más violento enfrentamiento y vale la pena hacer acopio de ellos para el futuro.
  • Todos los robos han sido ejecutados con equipo y armamento de guerra, como fue el caso del robo en el aeropuerto en el mes de marzo, con una debida planificación y que no ha temido en enfrentarse a las fuerzas de seguridad a plena luz del día y ante la mirada y grabaciones de transeúntes, lo que indica que hay una decisión absoluta en obtener estos vitales recursos. 

Si a lo anterior agregamos el factor que las fuerzas de seguridad y ahora las de la defensa se encuentran exigidas al máximo, sin tregua, pasando de la acción para mantener el estado de derecho a una de prevención de una pandemia, eso hace que haya un partido (termino militar a uno de los oponentes en los ejercicios de planificación) que está dedicado solo a la recuperación de su capacidad, mientras el otro partido, continua con el esfuerzo en una tarea no prevista (objetivo  o tarea intermedia). Es decir, hay una fuerza que está aprovechando al máximo su pausa operacional, mientras la otra sigue en un incesante desgaste, utilizando la misma capacidad humana y logística en un frente distinto, pero con la conciencia que esta nueva tarea será pasajera y se deberá volver a la operación original. 

¿Qué viene entonces? En general está claro. En términos de la defensa y seguridad seguiremos en esta pausa operacional y seguiremos viendo a una de las fuerzas empeñadas en el control de la pandemia del COVID-19, fieles al cumplimiento de sus ordenanzas y al honor de su juramento para con su patria y sus ciudadanos. La fuerza opositora, necesitará incrementar su capacidad operativa, dado que ha sufrido el desgaste propio de meses de enfrentamientos, donde hasta ahora no ha podido cumplir su objetivo de desestabilización del gobierno y Estado, llegando a lo que podríamos denominar un punto culminante en sus operaciones, que no estaba previsto y que se adelantó con la llegada del coronavirus. 

Por ende, probablemente continuaremos viendo asaltos a entidades financieras, y robos que en lo superficial parecerán un hecho más de violencia o delincuencia, pero que en el fondo permitirá completar los niveles logísticos para una segunda operación que, tarde o temprano, se tendrá que desarrollar una vez que la pandemia sea parte de la historia. 

Finalmente, en un país que quedará inexorablemente debilitado en lo económico, con un desgaste del Estado y de sus fuerzas, será el escenario ideal para un adversario que dedicará este tiempo a prepararse, a descansar y a apertrecharse para un segundo aire que se podría prever más violento y fuerte que lo que hemos visto. Utilizando a su favor el estado de ánimo de una sociedad que se encontrará empobrecida y exhausta, la cual demandará al máximo un rol social del Estado, para mejorar su condición. 

Ante lo anterior, en el mediano plazo, se hace fundamental generar una política de defensa acorde a los nuevos tiempos, que considere no solo las amenazas convencionales sino las multidimensionales e híbridas. En segundo lugar, es fundamental un sistema de inteligencia robusto, con atribuciones y con una gran coordinación inter agencial que permita adelantarse a los hechos, por supuesto amparado en un marco legal adecuado y finalmente, la preparación y entrenamiento de las fuerzas armadas en contrarrestar este tipo de amenazas. Difícil, sí. Pero ya hay ejemplos en Europa con centros inter agenciales de guerra híbrida y multidimensionales como el de la OTAN, o el centro de la EU ubicado en Finlandia, o acciones más ligadas a lo operacional como las operaciones Sentinelle en Francia o la operación Temperer en el Reino Unido, creadas para la protección civil en caso de amenazas no convencionales. 

Es relevante, aclarar que dentro de las amenazas descritas se encuentran las pandemias o los ataques químicos-bacteriológicos, por ello, en unas fuerzas armadas polivalentes es necesario que ellas tengan la flexibilidad de poner toda su capacidad en beneficio del Estado, la sociedad y más puntualmente los ciudadanos, tal como lo han hecho en nuestro país desde que se decretó el estado de catástrofe, pero ello, no implica que no tengan la capacidad para cambiar rápidamente de frente para contrarrestar futuras amenazas al estado de derecho (bajo el amparo de la ley) y principalmente en no desviar su Core Bussines, la defensa de la patria. 

Reflexiones finales 

Hemos presentado una mirada al contexto de la situación mundial, regional y nacional, que ante la aparición de la pandemia ha volcado al mundo a tomar medidas nunca vistas en el orden global. Asimismo, se ha podido evidenciar que, el COVID-19, genera en el mundo no solo una crisis de salud como la estamos viviendo, sino también una crisis económica de proporciones, y probablemente todo lleve a un nuevo ajuste de poder en el orden global. 

En el plano de lo regional y lo nacional, el escenario post pandemia, sin duda traerá consecuencias similares a todos los países del orbe, pero en nuestro contexto con un factor adicional, el precedente de los estallidos sociales y la amenaza híbrida. 

Un Estado que se encuentra preocupado de la situación de sus ciudadanos, con fuerzas armadas y de orden volcadas al servicio de sus compatriotas, sobrellevando un desgaste adicional al que ya llevaban desde el mes de octubre, puede generar un escenario propicio, para quienes buscan la desestabilización del estado y de los gobiernos que lo administran. Es en esta tensa paz generada por el COVID-19, que lejos de ser un alivio en materia de violencia, desordenes y, por ende, de seguridad, donde se pueden gestar situaciones que favorezcan la organización y planificación, y en consecuencia, el fortalecimiento de estrategias que, pasada la crisis, puedan desestabilizar aún más el complejo escenario que se enfrentará en materia económica, política y social post pandemia. 

Así es como, en este mundo globalizado, interdependiente e interconectado, una amenaza puede generar grandes cambios, tanto en el contexto mundial, como en el regional y nacional. Entonces, es tarea de los planificadores estratégicos el adelantarse a los posibles escenarios, para generar estrategias que otorguen las condiciones de prosperidad, estabilidad y seguridad que permita al Estado utilizar todas las herramientas e instrumentos de su poder nacional en la recuperación post crisis y retomar la senda del desarrollo.

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