Por Arturo Undurraga Díaz
Un periodista escocés, fanático de la historia naval, sufre un accidente automovilístico que le provoca la muerte. Inicia el viaje de la vida después de la muerte y, en esta singladura, lo destinan a la Cofradía, donde tendrá la oportunidad de entrevistar a nuestro héroe, Arturo Prat.
Antes de comenzar este relato, me presentaré. Nací en Escocia, en la ciudad de Cramond en las cercanías de Edimburgo y mi juventud fue tal vez habitual a la de muchos escoceses, pero me atrevería a destacar como algo fuera de lo común mi fanatismo por la lectura, especialmente de la historia naval mundial. Debo reconocer que fueron mis padres quienes desde muy niño me motivaron en esa extraordinaria costumbre.
La vida escolar marcó en mí una época de ingenuidad, de juegos, de inseparables amigos y de admiración de grandes héroes. Ingresé a la universidad de Edimburgo donde me incorporé en la carrera de periodismo, graduándome después de cuatro años como un flamante periodista. Pero a veces la vida nos depara destinos distintos de los que uno quisiera y, lamentablemente, después de haberme desempeñado por varios años en la revista Inside Marine, escribiendo artículos principalmente en el área de historia naval, un día de octubre, mientras circulaba por la avenida Leith Walk fui embestido por un vehículo, lo que me causó la muerte inmediata debido al fuerte impacto.
A pesar de no haber sido católico, hoy les hablo desde la vida después de la muerte. Es difícil de describir, pero la paz y tranquilidad son un factor común. Lo más asombroso es que debido a mi desempeño profesional en vida, me llevaron a una zona donde se respira y se vive historia naval, le llaman la Cofradía y es un grupo muy especial, a quienes los une un enorme cariño por el mar y por todo lo que ello representa.
Mi primer encuentro con la Cofradía me dejó absolutamente estupefacto, al circular en medio de los grandes protagonistas de la historia naval mundial, ahí estaban los almirantes Colón, Cochrane, Togo, Nimitz, Halsey, Doenitz, entre otros. Se podrán imaginar cómo me habré sentido al tener la oportunidad de hablar en persona con el vicealmirante Rozhestvenski y conocer directamente de quien estuvo al mando de la flota rusa del Báltico, los pormenores de la odisea, que significó una navegación de 18.000 millas hasta llegar al estrecho de Tsushima, donde dos tercios de su flota fueron destruidas por la fuerza naval japonesa al mando del almirante Togo. De la conversación sostenida, me llamó la atención que al despedirme y mencionarle que había sido un privilegio el haber conversado con él, me dijese: “nunca tanto como el que yo he tenido de conversar con un comandante chileno.” No le pude dar mayor atención al comentario, ya que en ese momento apareció entre el grupo de cofrades, el vicealmirante Horacio Nelson, vencedor en las batallas del Nilo, Copenhage y Trafalgar; no lo podía creer y corrí a interceptarlo. Tuvo la paciencia de dedicar muchas horas a mis insistentes preguntas y finalicé mi entrevista dándole las gracias, además de hacer énfasis en que sin duda era el más grande de los grandes; pero cual sería mi enorme sorpresa, que al igual que el almirante ruso, me dijo: “nunca se es el más grande”, de hecho, una breve conversación con el comandante Prat basta para conocer a un héroe virtuoso como pocos.
En mi vida terrenal había leído mucho, pero les debo confesar que mi conocimiento sobre este comandante chileno era prácticamente nulo, pero como buen periodista tenía que buscar la forma de conocerlo. Dentro de los mismos cofrades consulté por su paradero y llegué hasta una capilla. En el momento que iba a ingresar a ella, salía una señora a quien le consulté por un oficial que se encontraría en el interior. Cuál sería mi sorpresa, cuando me dijo con un tono de familiaridad;
Señora: Sí, adentro está Arturo
Yo: ¿Lo conoce?
Señora: Por supuesto, soy su concuñada, Antonia Arrieta de Carvajal. Me casé muy joven, el año 1878 a los 17 años, con David Carvajal, hermano de la esposa de Arturo, Carmela Carvajal. De hecho, un par de meses vivimos ambos matrimonios en la misma casa.
Yo: ¿Que me puede decir de él?
Señora: Es un hombre excepcional; el poco tiempo que tuvimos para conversar mientras vivíamos en Valparaíso, dado que él navegaba mucho, en más de una ocasión le dije que me ponía nerviosa porque encontraba que solo tenía virtudes y que no tenía defectos, a lo cual él sonreía en señal de que no era cierto, lo que evidentemente coincidía con su carácter sobrio y sencillo.
Después de una grata conversación, me separé de la señora Antonia e ingresé a la capilla, esperé un rato hasta que el oficial que se encontraba sentado en la segunda fila se puso de pie, dio una media vuelta y se dirigió a la salida. Ahí estaba el comandante Arturo Prat, me llamó la atención su calvicie a pesar de su corta edad, pero Antonia me había advertido que habría tenido alopecia desde muy joven. No siendo muy alto, poco más de 1,70 mts, su mirada era profunda y caminaba con mucha seguridad, usaba una barba muy espesa y negra. Estando afuera, me acerqué, me presenté y le solicité poder entrevistarlo. Su reacción inicial fue de rechazo pero, dada mi insistencia, aceptó.
Yo: ¿Comandante, le puedo preguntar por qué se encontraba en la capilla?
Prat: Estaba rezando por mi país, que en estos tiempos está pasando por momentos difíciles, y le pedía a Dios que iluminara a mis connacionales para buscar el entendimiento y, por sobre todo, antepusieran el bien de la Patria por sobre el personal.
Yo: ¿Me podría contar un poco de Ud.? Como ya le narré soy periodista y me interesa mucho conocerlo. Estuve conversando con doña Antonia y me contó algunos pasajes de su vida. ¿Es verdad que al nacer lo sumergían en agua helada?
Prat: (Sonríe) Sí, es verdad, mi madre (Rosario Chacón de Prat) había perdido sus tres primeros hijos y, en su desesperación, estaba dispuesta a aplicar cualquier método que le brindara mayores esperanzas. Fue así que supo por su hermano, Jacinto Chacón, de un método llamado hidroterapia o sudores hidropáticos, utilizado por el granjero alemán Vincent Priessnitz, quien hacía hincapié en que el aire fresco y el agua de montaña eran recursos alternativos a la medicina tradicional. Este método terapéutico del agua fría nace de la observación de un corzo (especie de ciervo) herido en su pata, que diariamente concurría al mismo manantial e instintivamente insertaba la pata en el agua hasta que esta quedó curada por completo. Priessnitz, se hizo mundialmente famoso, originando lo que llamaron en esa época la medicina alternativa. Mi madre confiaba mucho del método de la hidroterapia.
Yo: Antonia me contó muchos pasajes de su vida, especialmente de su niñez, juventud y de los primeros grados de su carrera, por lo que, si no tiene inconvenientes, le haré algunas preguntas de aquellos aspectos que me resultan novedosos.
¿Me podría explicar por qué decidió defender al teniente 1° Luis Uribe en el Consejo de Guerra, al que fue sometido por el delito de desobediencia y desacato a sus superiores? ¿Tuvo esta situación algo que ver con la disparidad de grado que existía entre ustedes, ya que ambos fueron compañeros de curso?
Prat: Efectivamente tuvo efectos en su retraso en el ascenso, lo que explica que el 21 de mayo yo era capitán de fragata y Luis era teniente 1°. Benjamín Vicuña Mackenna, en su libro Las dos Esmeraldas, describe en detalle mi defensa final ante el Consejo de Guerra.
Nunca dudé en ejercer su defensa, no solo por la entrañable amistad que tenemos, sino también porque estamos emparentados; su madre, doña Rosario Orrego (viuda de Juan José Uribe y considerada la primera novelista mujer de Chile), tras enviudar el año 1874, se casó con mi tío Jacinto Chacón. Sumado a lo anterior, era mi deber defender una causa que estimaba justa.
Yo: Si lo entiendo, pero debe concordar conmigo que el enfrentar a un contraalmirante podría haber traído consecuencias en su carrera.
Prat: Creo que siempre se debe hacer lo que es correcto, no importando las consecuencias, especialmente en el ámbito de la justicia. No olvidemos lo que nos enseñó Aristóteles: “Nos volvemos justos realizando actos de justicia.”
A Luis lo dieron de baja de la institución el 25 de abril de 1874, y el 1 de abril de 1875, fue sometido al citado consejo. Resumiré los hechos para que se comprenda la situación. El año 1872 el Congreso autoriza la compra de dos buques blindados, destinándose para la supervisión de su construcción, en los astilleros de Hull y Blackwall (Liverpool), a una comisión de oficiales al mando del contraalmirante José Anacleto Goñi. Entre estos se encontraba, bajo su mando, el teniente 1° Luis Uribe, a quien le correspondió fijar su residencia en la ciudad de Hull. Luis mantenía una excelente relación con el almirante Goñi, pero esta se comienza a deteriorar, debido a que el primero inició una amistad con una señorita inglesa de apellido Morley, con quien tomarían posteriormente la decisión de contraer matrimonio. Elevó en varias ocasiones la solicitud reglamentaria, pero estas fueron reiteradamente rechazadas por el contraalmirante Goñi, tal como lo señalo en la exposición de mi defensa:
…mui lejos de mi ánimo está suponer que el procedimiento puesto en práctica por el señor almirante, fuese con el exclusivo objeto de molestar a Uribe: no! A mi juicio el llevaba un fin más noble, más digno de él, llevaba el propósito de impedir un matrimonio que él creía era una locura, un golpe de cabeza…
Él (Goñi) no debió salir del terreno privado de los consejos, pero estaba ya empeñado el amor propio, sentimiento que con tanta fuerza nos impele hacer triunfar nuestros propósitos por desacordados que sean. I si se tiene la autoridad ¿cómo no ponerla a su servicio? La situación se deterioró al punto que, aprovechando Luis una prueba a ejecutarse en la máquina de la Magallanes con presencia del contraalmirante Goñi, se acercó a este en el muelle y le expresó delante de los oficiales que integraban la comitiva; “Caballeros, el señor almirante me ha calumniado, haciendo desgraciada una familia antes de formarse …. e iba a continuar … cuando el señor Goñi poseído de un violento acceso de cólera, se arrojó sobre el señor Uribe, tomándolo por el cuello y enarbolando su paraguas para maltratarlo.”
Transcurridos una serie de hechos, Luis logra llegar a Chile y se dirige a la Comandancia General de Marina, donde recibe la orden de presentarse en condición de prisionero a bordo del pontón Thalaba hasta el inicio del Consejo de Guerra, donde finalmente se le condenó, por sentencia del 2 de abril de 1875, a seis meses de prisión, con abono de tres ya cumplidos en el pontón que había sido su lugar de reclusión, para finalmente ser amnistiado por un decreto de la presidencia de la República, retornando a las filas de la Marina.
Yo: Gracias a su maestría como su abogado defensor.
Prat: No, gracias a que finalmente se hizo justicia.
Yo: Comprendo que quiera restarse méritos, pero me llama la atención que teniendo usted apenas 20 años, el ingeniero Ricardo Owen, le solicitó que lo defendiese ante un Consejo de Guerra, por el delito de desobediencia, logrando con su defensa su absolución. No me cabe duda que tenía condiciones para el ejercicio de la abogacía. Antonia me comentó que, incluso después de haberse titulado como abogado, se ofreció para ser Auditor de Marina por el mismo sueldo, pero dado que eran cargos que ejercían civiles (jueces) con muchos años de experiencia, además de motivos administrativos y de índole legal, lo nombrarían ayudante del Auditor. Antes que usted llegara al cargo, los tribunales superiores prácticamente rechazaban casi todas las sentencias de los Consejos de Guerra navales, situación que cambió drásticamente con su desempeño. ¿Por qué se hizo abogado?
Prat: Fui el mayor de cinco hermanos (Ricardo, Rodolfo, Escilda Aurelia y Atala Rosa). Lamentablemente mi padre tuvo una enfermedad que provocó su muerte el año 1873, siendo muy joven y después de un tercer ataque de parálisis. Ello me hizo sentir responsable del futuro de mi familia. Por lo anterior, me daba cuenta que, dado el escaso sueldo que recibía en la Armada, era indispensable generar un mayor ingreso y, de esa forma, poder apoyar a mi madre en la difícil tarea de criar cuatro hijos. Además, mi tío Jacinto Chacón, abogado, con quién tengo una amistad y aprecio enorme, era mi apoderado cuando ingresé a la Escuela Naval, ejerció una gran influencia en mi elección por la carrera de derecho.
Yo: Debe haber sido muy sacrificado, ya que usted trabajaba en Valparaíso y la carrera la estudió en la universidad de Chile, en Santiago. Se me hace difícil concebir la forma de cómo administraba su tiempo. Su concuñada Antonia, me comentaba que usted, en algunas ocasiones no tomaba permiso y ocupaba todos sus tiempos libres estudiando a bordo en los carros de ferrocarril, recorriendo las bibliotecas públicas, en habitaciones transitorias en Santiago, entre otras; ya que además era segundo comandante de la Esmeralda y, entre sus actividades, creo que hacía clases en la escuela nocturna Benjamín Franklin. ¿Cómo se puede hacer?
Prat: No puedo negar que me significó un enorme esfuerzo ya que, como menciona, cada cierto tiempo debía ir a Santiago a rendir las pruebas de rigor. En ese periodo, tuve primero que estudiar para aprobar la secundaria; no se olvide que ingresé a la Escuela Naval con 10 años y por ende mi enseñanza escolar estaba incompleta, requisito previo para incorporarme a la universidad. Pero, teniendo la motivación y el desafío, es increíble lo que los seres humanos somos capaces de alcanzar. Las humanidades las cursé el año 1870 en el liceo de Valparaíso y, en 1871, en el Instituto Nacional de Santiago.
Yo: ¿Por qué hacía clases en una escuela para obreros y en qué materias?
Prat: Creo que hoy le llaman responsabilidad social, sentía que tenía una obligación y un deber hacia la sociedad de la cual soy parte, por contribuir con un grano de arena a que esta sea mejor. Hacía clases de moral y ciencias naturales.
Yo: ¿Entiendo que sus clases eran gratuitas?
Prat: Sin duda y créame que la satisfacción y felicidad de haber podido aportar al crecimiento de esos obreros fue enorme.
Yo: ¿Cómo conoció a su esposa?
Prat: José Jesús Carvajal, hermano de mi futura esposa Carmela, se casó con Concepción Chacón y, como era natural, asistían muy seguido a la casa de sus suegros, cuyo patriarca era don Pedro Chacón, que vivía en Valparaíso en la calle del circo, cerca de la plaza Victoria. Don Pedro era mi abuelo materno, muy entretenido, además de haber sido padre de 20 hijos (el año 1879 solo le sobrevivían nueve), por lo que en estas reuniones se juntaban muchos familiares, tertulias que lamentablemente en muchas ocasiones me perdía por estar navegando. Tuve la suerte de conocer en estas reuniones a Carmela (de 16 años), ya que su hermano, José Jesús, acostumbraba a llevarla. Nos enamoramos desde el primer momento que nos vimos, pero no pude concretar el matrimonio hasta un par de años después, por la situación económica que tenía y mi responsabilidad familiar, de la cual ya le conté. El mismo año que me recibí de abogado (mi padre había fallecido tres meses antes), nos casamos en la iglesia del Espíritu Santo, que, en ese entonces, se encontraba frente a la plaza Victoria. Carmela vivía donde hoy está ubicado el Club Naval de Valparaíso, por lo que para ella como novia fue muy cómodo, ya que pusieron una alfombra roja desde la salida de su casa hasta la iglesia. Los padrinos fueron mi madre Rosario, José Jesús Carvajal, Bernabé Chacón (Tío) y Jorge Montt, gran amigo y compañero de curso.
Yo: ¿Es efectivo que hacía espiritismo?
Prat: En el contexto de hoy día es difícil comprender que gente culta practicara el espiritismo, pero este fue una corriente muy difundida a nivel mundial a mediados del siglo XIX, cuando las hermanas Fox (Margaret y Kate), sus creadoras, habrían demostrado su habilidad para comunicarse con los muertos. En Valparaíso, se creaban círculos donde se practicaba esta actividad, en el caso nuestro (con Carmela), actuaban de médium Rosario (madre de Luis Uribe), Jacinto Chacón y Eduardo de la Barra. Debo recordar que no fue hasta el año 1898, cuando la iglesia católica condenó las ideas espiritualistas.
Yo: El 5 de diciembre de 2019, la Armada de Chile efectuó una ceremonia por la restauración de la tumba donde se encuentra sepultada su hija, Carmela de la Concepción, que entiendo falleció a los nueve meses de edad producto de una especie de hernia umbilical (al parecer una herida durante el corte del cordón), además de fiebres continuas que la llevarían inexorablemente en un deterioro de su salud, falleciendo el 5 de diciembre a la 01:30 de la madrugada. ¿Nos puede contar un poco de ese duro periodo de su vida?
Prat: No, disculpe, pero es un tema que me hace sufrir mucho y lo mantengo dentro de mi privacidad.
Yo: No quise ser irrespetuoso, perdone.
Prat: No tengo duda de ello, no se preocupe.
Yo: Entiendo que posteriormente tendría dos hijos, Blanca Estela y Arturo Héctor.
Prat: Si, lo que agradezco a Dios por haberme dado la posibilidad de tener hijos.
Yo: Pasando a un tema más político ¿Es efectivo que Ud. fue designado por el presidente Pinto para desempeñarse como agente confidencial en el Plata, es decir cómo espía?
Prat: Sí. El presidente me dio instrucciones de averiguar las intenciones argentinas en materia de armamentos, movimientos militares y cualquier acción que potencialmente revistiera un carácter hostil a Chile, ya que permanentemente recibía información de distintas fuentes que indicaban malas intenciones por parte de nuestros vecinos.
Yo: ¿Por qué a usted se le asignó una tarea de esa envergadura?
Prat: No lo sé.
Yo: Su concuñada Antonia me señaló que el oficio del gobierno, además de entregar las instrucciones en detalle, decía que se le designaba a usted por sus conocimientos como marino y por su patriotismo como ciudadano. Que notable. Incluso me comentó que a su regreso había devuelto el viático no utilizado. Sabe comandante, empiezo a concordar con su concuñada, respecto de sus muchas virtudes.
Prat: Antonia tiende a exagerar por el aprecio que nos tenemos.
Yo: ¿Me puede contar de ese combate ocurrido el 21 de mayo y el por qué llevo a su dotación a una muerte casi segura?
Prat: Primero que todo era mi obligación, se me había dado la tarea de mantener el bloqueo del puerto de Iquique, por lo tanto, era mi deber cumplir con la comisión encomendada. El rendirse no era un curso de acción factible por varios motivos; el principal de ellos, nuestra institución honraba a nuestros héroes con las palabras Gloria y Victoria grabadas en bronce, en las ruedas de gobierno de nuestros buques. Esta tradición, recordaba el santo y seña empleado por las dotaciones que, con gran arrojo y al mando del almirante Cochrane, efectuaron un abordaje sorpresa para capturar la fragata española Esmeralda, en el Callao, Perú, durante el periodo de la guerra por nuestra independencia. No sería yo quien rompiera esa tradición. Segundo, significaba entregar dos buques al enemigo, por muy viejos que fueran. Tercero, estaba en conocimiento de un convoy que había zarpado de Valparaíso con tropas de ejército a bordo, para reforzar a las fuerzas acantonadas en Antofagasta, por lo que un enfrentamiento significaba retrasar las posteriores intenciones que tuviese el almirante Grau. Cuarto, le había dicho a mi superior, el almirante Williams, que en caso que se presentara el enemigo, lo abordaría y no estaba dispuesto a defraudarlo. Quinto, tenía una misión que cumplir, mantener el bloqueo de Iquique, tarea que cumpliría, aunque me fuese la vida. El sexto, y más importante, confiaba ciegamente en la valentía de mi gente y sabía que no trepidarían en seguirme hasta la muerte.
Yo: Entiendo que el teniente Uribe asumió como segundo comandante y que tuvo la desgracia de no solo de perder a su gran amigo (usted), sino también a su madre (Rosario Orrego) el mismo día.
Prat: Si, así es.
Yo: ¿Qué ha sentido cuando en estos meses en su país, se ha atentado contra los monumentos que recuerdan su gesta y la de sus hombres en Iquique?
Prat: Tengo un dolor muy grande, porque siento que no es a mi persona que se está agraviando sino a mi gente, que entregaron su vida por defender a nuestro país. Eran dignos representantes del pueblo chileno. Veo a un país dividido, donde hoy día priman intereses mezquinos por sobre el bien común de nuestros connacionales. Por eso rezaba, pidiéndole a Dios que los oriente hacia el encuentro. Pero no tengo dudas que saldrán adelante, ya que por muy grande que sea el temporal, no será la primera vez que lo enfrentemos y salgamos airosos, como ya lo hemos demostrado en innumerables oportunidades de nuestra historia.
Yo: No lo molesto más comandante y ha sido un honor y privilegio el conocerlo.
Prat: El honor ha sido mío, que tenga un buen día.
Yo: He quedado totalmente desconcertado, ya que, con todos los años que he dedicado al estudio de la historia naval, nunca me hubiese imaginado que podría ignorar a un héroe de la talla de Prat, peor aún, los hechos del 21 de mayo fueron comentados por la prensa mundial, el Times de Londres señaló:
…que se había presenciado uno de los combates más gloriosos que jamás haya tenido lugar: un viejo buque de madera casi cayéndose a pedazos, sostuvo la acción durante tres horas y media contra una batería de tierra y un poderoso acorazado y concluyó con su bandera al tope…
Mientras que Le XIX Siècle en París publicaba que “el capitán de la Esmeralda ha dado ejemplo de saber morir… Morir así es levantarse vencedor”. En Alemania, las loas no fueron menores, el Allgemeine Zeitung de Berlín calificó el encuentro bélico como un hecho “radiante, casi fenomenal, un punto luminoso en sus anales”, y el Sun de Nueva York, teniendo a la vista los periódicos llegados tanto de Chile como Perú, comentaba que su lectura “comprueba que ese combate fue grandioso y heroicamente peleado por Arturo Prat, comandante, i por la tripulación de la corbeta chilena.”
Me sumergí en la historia del Combate Naval de Iquique y de la vida de este comandante, me conmovieron los relatos, especialmente de un señor Gonzalo Vial, quien al referirse al Combate Naval de Angamos señala:
…cuando en octubre fue capturado el Huáscar en Angamos, todo Chile se estremeció. En su cubierta había muerto heroicamente Prat, por lo que, de ahí en adelante, cada vez que el buque blindado fondeaba en algún puerto, una interminable romería de visitantes subía a bordo a conocer el lugar preciso donde éste se inmortalizó.
Cuenta Vial que muchos “caían de rodillas para besar el punto exacto donde había perecido.”
El ejemplo de Prat estuvo siempre presente en las innumerables batallas posteriores que Chile tuvo en el conflicto llamado la Guerra del Pacífico, ejemplo de ello fueron el arrojo y valor que un 7 de julio de 1880 lograron, en menos de 55 minutos, los soldados chilenos al capturar un macizo gigante o en la acción de 77 valientes de La Concepción, que dos años después, en 1882, prefirieron morir antes de arriar la bandera y rendirse frente al enemigo.
De todo lo que estudié, me di cuenta de que Prat siendo un hombre de carne y hueso, su vida entera fue el preludio de un final que no podía ser otro que el heroísmo. Ahora comprendí, el por qué su busto está en prácticamente todas las plazas de las principales ciudades de Chile y en muchos países en el extranjero, incluyendo entre otros, el Museo Marítimo de Hong Kong (China) y el Museo Naval de Japón, en la isla de Etajima, donde solo se veneran héroes japoneses, haciendo tres excepciones, una de ellas es Prat.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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