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La flotilla de Balmaceda en la guerra civil de 1891

  • JORGE FERNÁNDEZ FUENTES

Por JORGE FERNÁNDEZ FUENTES

  • Fecha de recepción: 02/01/2024
  • Fecha de publicación: 30/04/2024. Visto 668 veces.
  • Resumen:

    En 1891 Chile vivió una guerra civil entre las fuerzas del gobierno del presidente Balmaceda y las del Congreso. Es de amplio conocimiento que la Armada en su gran mayoría apoyó al poder legislativo, sin embargo, poco se conoce de la existencia de una pequeña flotilla que bajo la conducción de un grupo de oficiales que no compartían la adhesión de la Escuadra al bando congresista, lograron efectuar operaciones que alteraron las operaciones navales y el curso de la guerra.

  • Palabras clave: Balmaceda, Lynch, Flotilla, Condell, imperial.
  • Abstract:

    In 1891 Chile was faced in a civil war between the military forces of President Balmaceda’s government and those backing the Congress. It is well known that a vast majority of the Navy supported the legislative power, however, lesser known is the operations of a small flotilla of ships commanded by a group of officers who did not share the Navy´s support to the Congress. These ships managed to carry out strikes that altered naval operations and the course of this conflict.

  • Keywords: Flotilla, Balmaceda, Condell, Lynch, Imperial.

El presidente José Manuel Balmaceda durante su gobierno (1886 – 1891) debió afrontar fuertes disputas políticas con el poder legislativo producto de diferencias constitucionales irreconciliables, provocando que ambos sectores buscaran apoyos militares ante una inminente solución armada del conflicto.

Con la aprobación, por parte del presidente, de la ley de presupuesto y las que establecían las fuerzas de mar y tierra del año 1890 para el año 1891 no sólo se decretó la inconstitucionalidad del Gobierno, sino que también la legalidad del poder militar. Frente a ese problema, los oficiales de Armada ya sea por influencia social, familiar, adhesión o el grado / cargo de los oficiales (Tromben Corbalán, 1995), en su gran mayoría se plegaron al Congreso. Así es como el 7 de enero zarpaba la Escuadra al mando del capitán de navío Jorge Montt, dando inicio a la Guerra Civil.

Sin embargo, hubo algunos oficiales que se mantuvieron leales al Gobierno, principalmente los que se mantenían en puestos de tierra, en el exterior, o en unidades que se encontraban navegando lejos de Valparaíso (Tromben Corbalán, 2019), quienes lograron conformar una pequeña flotilla que, si bien tenía un escaso poder naval en comparación al de la Escuadra, sí tenían las capacidades de alterar las operaciones enemigas.

En base a ello, el presente artículo busca narrar históricamente las operaciones de la flotilla de Balmaceda y cómo éstas influyeron en el desarrollo de la guerra.

La flotilla

Las principales unidades que componían la flotilla eran los cazatorpederos Lynch y Condell. Estos buques fueron construidos en los astilleros de Laird Brothers de Birkenhead, Inglaterra. Contaban con un desplazamiento de 790 toneladas y andar de 21 nudos. Su poder de fuego estaba compuesto por siete cañones Hotchkiss, tres de 76 mm y cuatro de 47 mm y dos ametralladoras Gatling. Contaban además, con cinco tubos lanzatorpedos antibuque Whitehead, dos por banda y uno en el espolón de proa bajo la línea de flotación.

El Condell estaba al mando del capitán de fragata Carlos Moraga Suzarte, quien además asumió como comandante de la flotilla, siendo el oficial naval balmacedista de mayor grado sirviendo a flote (Tromben Corbalán, 2019). Por otro lado, el Lynch estaba al mando del capitán de corbeta Alberto Fuentes Manterola, oficial que durante la guerra del Pacífico se destacó en el desembarco de Pisagua, siendo uno de los primeros en lograr desembarcar en la playa y atacar a las posiciones enemigas (Talinay, 1986). Durante la guerra fue nombrado comandante del transporte Imperial, y posteriormente del cazatorpedero Lynch.

Los buques de apoyo logístico estaban compuestos por los vapores Luis Cousiño (unidad arrendada a la Compañía Carbonífera de Lota), el Maipo y el Imperial (ambos arrendados a la Compañía Sudamericana de Vapores) (Román Lazarovich, 2016). El de mayor actividad fue el Imperial, mercante de 3.300 toneladas y 15 nudos de velocidad1, con capacidad para transportar hasta 2.000 hombres (Sapunar Peric, 1984), que bajo el mando del capitán de corbeta Emilio Garín prestó importantes servicios (Sapunar Peric, 1984)2. Para poder operar de forma segura, se le incorporó un cañón de 6 pulgadas, cuatro de tiro rápido y cuatro ametralladoras, y se le reforzó con blindaje en sus partes vitales (Sapunar Peric, 1984). En cuanto al Maipo, el 7 de marzo sería capturado por el capitán de fragata Fernando Gómez con el apoyo de la dotación, pasando al bando congresista.

El resto de las unidades estaban compuestas por 9 torpederas costeras cuya escasa autonomía no les permitió jugar un papel relevante.

La flotilla se pliega al presidente Balmaceda

Al estallar la guerra, el cazatorpedero Lynch y la cañonera Pilcomayo, al mando de los comandantes Arturo Fernández Vial y Eduardo Valenzuela respectivamente, se encontraban en Punta Arenas, quienes al decidir sumarse a la revolución, el segundo comandante del Lynch capitán de corbeta Recaredo Amengual consiguió la adhesión de algunos oficiales, logrando el 30 de enero apresar en tierra a los comandantes de ambas unidades, y al día siguiente, de acuerdo a las instrucciones de Balmaceda, zarpar con destino a Montevideo y posteriormente Buenos Aires. En estos trayectos interceptaron al Condell, que venía navegando desde Inglaterra, logrando su adhesión.

El 21 de marzo ambos cazatorpederos recalaron a Valparaíso, puerto donde lo esperaba el Imperial, momento el cual el comandante del Lynch Ángel Custodio renunció al mando, nombrándose en su reemplazo al comandante del Imperial, capitán Fuentes, mientras que el mando del vapor fue asignado al capitán Garín. Dado su escaso poder de fuego, se decidió mantener desarmada a la Pilcomayo en Argentina.

Comienzo de las operaciones

Una de las primeras preocupaciones de Balmaceda fue desplegar a lo largo del territorio nacional al Ejército leal al Gobierno, principalmente en la zona salitrera, tanto por su valor económico como también para repeler cualquier desembarco anfibio3. En base a ello, las operaciones comenzaron con el Imperial, que posterior a un fallido intento de apresamiento por parte del blindado Blanco Encalada (26 de enero), entre el 31 de enero y el 21 de marzo efectuó seis incursiones, donde transportó 5.150 hombres a lo largo de las costas de Tarapacá, junto con armamento, municiones y víveres. En ellas debió sortear la presencia de las unidades de la Escuadra, que incluyeron persecuciones por parte del Huáscar y Esmeralda, sin mayores consecuencias materiales.

Con la llegada de los cazatorpederos se completó la flotilla presidencial, que tuvo como principal objetivo hostilizar la costa enemiga, abriendo fuego contra los puertos congresistas y atacar, de ser posible, algún buque de guerra (Sapunar Peric, 1984).

La falta de experiencia y adiestramiento de las dotaciones motivó a que los capitanes Fuentes y Garín propusieran ejecutar ejercicios de artillería y torpedos, los que fueron efectuados en Quintero.

El hundimiento del Blanco Encalada

El 23 de abril de 1891 ocurrió una operación que resultó ser la acción naval más importante de la guerra.

Durante los ejercicios en Quintero, tras recibir información de que la Escuadra se presentaría en Caldera con una división de desembarco, la flotilla zarpó el 21 de abril a las 08:00 hrs., con los cazatorpederos navegando cerca de costa y el Imperial alejado 6 millas del litoral. Dado el poder naval que se enfrentarían, los comandantes de las unidades convinieron que el ataque debía ser sorpresa, por lo que se decidió efectuarlo a las 4 de la madrugada del día 23, durante los relevos de guardia (Jordán & Castagneto, 2019). En cuanto al Imperial, éste debía mantenerse fuera de la bahía y esperar en el punto de rendez – vous fijado frente a Cabeza de Vaca, a 10 millas al norte de Caldera (Sapunar Peric, 1984).

A la hora acordada la flotilla entró a la bahía de Caldera, y al divisar al blindado los cazatorpederos iniciaron una acción combinada que permitió al Lynch torpedear al Blanco Encalada en la mitad de su banda de estribor, hundiéndolo en menos de 7 minutos.

Al retirarse de la bahía se encontraron con el transporte Aconcagua, iniciándose el “combate de Calderilla” entre las tres unidades. Sin embargo, al avistar un buque que se creyó era el crucero Esmeralda (posteriormente se confirmaría que era el acorazado inglés Warspite), y considerando las serias averías que había sufrido el Lynch, decidieron iniciar la retirada.

De 284 hombres embarcados en el blindado fallecieron 182 marinos, incluyendo al secretario de la Escuadra Enrique Valdés Vergara, siendo el combate naval con más muertos en la historia de la Armada.

Este hecho es eco de la indisciplina y bajo nivel de alistamiento de las unidades de la Escuadra durante la guerra. Los partes de los comandantes y estudios posteriores revelarían que el Blanco Encalada se encontraba amarrado a una boya con el fin de dar reposo a la dotación, no habían vigías apostados ni embarcaciones de ronda, los cañones se encontraban descargados, las redes anti torpedos habían quedado en el arsenal de Valparaíso, y las claraboyas de estribor estaban abiertas (Jordán & Castagneto, 2019), lo que aumentó la rapidez del hundimiento post impacto. Es decir, el blindado no había tomado las precauciones necesarias para repeler un ataque en tiempos de guerra.

Esta acción naval causó impacto mundial, ya que fue el primer hundimiento de un buque mediante un torpedo autopropulsado, reabriendo el debate mundial respecto a la eficiencia de los torpedos en la guerra de superficie.

Intento de sabotaje

Durante la guerra, el Gobierno debió lidiar varios intentos de sabotaje contra los buques balmacedistas, los que eran organizados por el Comité Revolucionario de Santiago. El más emblemático fue el ejecutado por los comerciantes Ricardo Cumming y Nicolás Politeo, quienes en los primeros días de julio, habiendo sobornado al mozo del Imperial Pío Sepúlveda, lograron introducir cartuchos de dinamita, siendo estas escondidas en las bodegas y al interior de las hogazas de pan de los buques de la flotilla (Hervey, 1974).

Finalmente, los conspiradores fueron denunciados por aquellos que anteriormente habían intentado ser sobornados sin éxito. El contramaestre del vapor, también implicado en el sabotaje, al descubrirse el plan se suicidó colgándose en su camarote (Sapunar Peric, 1984). Los otros 3 implicados fueron apresados, condenados a muerte y fusilados el 12 de julio, pese a las solicitudes de conmutación de la sentencia por importantes personalidades de la alta sociedad (San Francisco, 2013).

Operaciones posterior a Caldera

Posterior al hundimiento del Blanco Encalada, entre los meses de abril y agosto la guerra tuvo una incómoda pausa sin combates decisivos entre las fuerzas beligerantes producto de la falta de armas y municiones en las fuerzas congresistas, y por la escases de medios y recursos para transportar al ejército presidencial. Esta situación ya era asumida por Balmaceda antes de Caldera: “En el momento actual tengo las manos atadas por falta de buques para transportar tropas al norte. Nuestro único barco, el Imperial, es insuficiente. Si hubiéramos dispuesto de tres o cuatro más de esta clase, la rebelión habría sido sofocada en dos semanas” (Hervey, 1974, pág. 73). Por su parte, Ismael Valdés Vergara, hermano del malogrado secretario de la Escuadra, detallaría en una de sus cartas: “Nada era posible hacer ni intentar, porque todo faltaba. La Escuadra no podía prestar ningún servicio eficaz porque carecía de municiones” (Valdés Vergara, 1972, pág. 61).

No obstante, en este período la flotilla ejecutó una serie de temerarias incursiones a los puertos de Iquique, Taltal, Coquimbo, Tocopilla, Pisagua, entre otros, con el objetivo de confiscar armamento y caudales fiscales, efectuar bombardeos a las guarniciones enemigas y a los estanques de agua potable, reclutar refugiados y provocar a la Escuadra enemiga para repetir la hazaña de Caldera.

El arribo del transporte Maipo el 3 de julio con armamento y municiones permitió el inicio de las operaciones de transporte de tropas congresistas, por lo que la flotilla comenzó una serie de incursiones con el objetivo de interceptar a la Escuadra ante un posible desembarco anfibio, las que se caracterizaron por ser audaces pero de escaso éxito (Jordán & Castagneto, 2019).

El cazatorpedero Lynch, por su parte, fue enviado a Coquimbo con el objetivo de interceptar al convoy que transportaba al ejército congresista, sin embargo, estos se cruzarían sin avistarse.

Concón y Placilla, fin de las operaciones

Durante el desembarco en Quintero (20 de agosto), que marcó el inicio del fin de la guerra, el Lynch se hallaba en Coquimbo, mientras que el Condell y el Imperial se encontraban en Valparaíso sometidos a un bloqueo por parte de la Escuadra.

La derrota en Concón (21 de agosto) significó un duro golpe moral y militar para las fuerzas balmacedistas, por lo que la flotilla rápidamente se puso en movimiento para preparar una inminente batalla decisiva. Así, la madrugada del 23 de agosto el Lynch logró burlar el bloqueo y recalar a Valparaíso con 500.000 proyectiles traídos desde Coquimbo, mientras que el Condell y el Imperial lograron zarpar con destino a Coquimbo para traer refuerzos.

Sin embargo, el desastre de Placilla (28 de agosto) selló la derrota del Gobierno. Los oficiales del Lynch, unidad que se encontraba bloqueada en Valparaíso, viendo cómo se aproximaba el ejército congresista, decidieron abandonar el buque y buscar refugio en las unidades extranjeras, sin embargo apenas las fuerzas del regimiento Constitución avistaron al buque abrieron un mortífico fuego de fusilería, logrando sobrevivir apenas unos cuantos oficiales y tripulantes, entre ellos el capitán Fuentes (Hervey, 1974). Por otro lado, el Condell y el Imperial, al enterarse del fin de la guerra mientras se encontraban en Coquimbo, se dirigieron al Callao para hacer entrega de los buques e internarse en el Perú (Jordán & Castagneto, 2019), dando fin a las operaciones de la flotilla de Balmaceda.

La Jeune École

Durante la Guerra Civil, la flotilla de Balmaceda aplicó las teorías estratégicas de la Jeune École, escuela creada por el capitán de navío francés Richild Grivel a finales de la década de 1860, basada en el pensamiento estratégico de la asimetría de las fuerzas, que frente a enemigos más poderosos se debían evadir las batallas navales, y en su lugar ejecutar potentes ofensivas contra su tráfico marítimo objeto colapsarlo económicamente hasta lograr un equilibrio de fuerzas y obtener la victoria en una batalla decisiva (Jordán & Castagneto, 2019), lo que incluía ejecutar operaciones de desgaste y efectuar bombardeos al litoral de tal forma de desmoralizar a la población. El escaso poder naval que poseía Balmaceda lo llevó a efectuar, consciente o inconscientemente, esta teoría. En esta línea el mandatario declararía al corresponsal Maurice Hervey: “Simplemente deseo que las poblaciones del norte comprendan lo que más tarde les esperaría, y sobre todo mantener la alarma causada por el hundimiento del Blanco” (Hervey, 1974, pág. 175).

La aplicación de estas teorías por parte de la flotilla, si bien lograron desgastar las fuerzas “enemigas” e incluso hundir un buque capital, a lo largo de la guerra quedaría en evidencia que estas unidades eran demasiado ligeras para navegar en condiciones de mar adversas, y a su vez carecían de la autonomía suficiente para desarrollar importantes cruceros lejos de un puerto logístico, siendo este uno de los mayores problemas que debió afrontar Balmaceda y que le impidió efectuar mayores empresas en busca de hundir la Escuadra y obtener el control del mar.

Conclusiones

La flotilla de Balmaceda si bien a lo largo de la Guerra Civil no logró el control del mar, factor indispensable para ganar la guerra, sí logró perturbar las operaciones de la Escuadra en su aspiración de operar de forma segura para la ejecución de operaciones anfibias que permitieran transportar al ejército acantonado en Iquique hacia la zona centro.

El hundimiento del Blanco Encalada es un claro ejemplo de ello, cuyo impacto fue significativo desde todo punto de vista: en lo militar dejó al descubierto a una Escuadra que no estaba preparada para ganar la guerra en el mar frente a un enemigo inferior numéricamente. La lección se aprendió y la reacción fue inmediata: los buques de la Escuadra empezaron a zarpar al atardecer y navegar toda la noche para evitar ser sorprendidos, y recalar al día siguiente (Jordán & Castagneto, 2019). En lo moral, la pérdida del emblemático navío causó un indescriptible desagrado en el ejército congresista (Del Canto, 2004), marcando de aquí en adelante un carácter más vengativo y sangriento en la guerra, generando al mismo tiempo que muchos voluntarios se enlistasen al ejército congresista para vengar al emblemático navío. Por otro lado, esta operación dejó en evidencia la falta de entrenamiento en el uso de torpedos, donde sólo uno de los cinco torpedos lanzados impactó al blindado. No obstante, la velocidad, el alto poder ofensivo y la capacidad de lanzar torpedos que poseían los cazatorpederos fueron factores que influyeron en la decisión de la junta congresista, posterior al hundimiento del Blanco Encalada, de acelerar las operaciones para ganar la guerra ante el temor de la llegada de los buques en construcción en Francia, los cruceros Pinto y Errázuriz.

La aplicación de las estrategias de la Jeune École, si bien fueron aplicadas, tuvieron un dispar éxito para la flotilla del gobierno. Los bombardeos a las localidades del norte y los ataques a los buques reflejan parte del éxito en su ejecución, pero por otro lado, la enorme disparidad de fuerzas no permitió desgastar a un enemigo que gracias a su poder de fuego y apoyo de la gran mayoría de los buques mercantes europeos, logró mantener a su favor el control del mar y el tráfico marítimo.

El éxito en parte de la ejecución de estas estrategias hizo concientizar a la Escuadra que no estaban combatiendo contra un poder naval ausente, sino más bien a unidades que estaban en busca de su caza, y que con la llegada de los buques en construcción en Francia podrían verse enfrentados a una fuerza superior, por lo que era imperioso ganar la guerra cuanto antes.

A lo largo del conflicto, la flotilla dejó de manifiesto que la Armada de Chile hacia finales del siglo XIX contaba con un alto poder de fuego, donde la hábil conducción de sus unidades les permitió ejecutar operaciones únicas a nivel mundial. Lástima que ésta se ejecutó entre chilenos, en una guerra fratricida.

Bibliografía

  1. Bulnes, G. (1979). Guerra del Pacífico (Vol. I). Santiago de Chile, Chile: Editorial del Pacífico S.A.
  2. Del Canto, E. (2004). Memorias Militares. (A. San Francisco, Ed.) Santiago de Chile, Chile: Centro de Estudios Bicentenario.
  3. Hervey, M. (1974). Días Oscuros en Chile. Buenos Aires, Argentina: Editorial Francisco de Aguirre S.A.
  4. Jordán, G., & Castagneto, P. (2019). Historia naval de la Guerra Civil. Valparaíso, Chile: Ediciones Universitarias de Valparaíso.
  5. Román Lazarovich, G. (18 de Octubre de 2016). La marina en la guerra Civil de 1891. Revista de Marina, 58-63. Obtenido de https://revistamarina.cl/revistas/2016/4/gromanl.pdf
  6. San Francisco, A. (2013). La Guerra Civil de 1891. Chile, un país, dos ejércitos, miles de muertos (Vol. II). Santiago de Chile, Chile: Centro de Estudios Bicentenario.
  7. Sapunar Peric, P. (1 de Diciembre de 1984). El “Imperial” en la campaña naval de 1891. Revista de Marina, 340-353. Obtenido de https://revistamarina.cl/revistas/1984/3/psapunarp.pdf
  8. Talinay. (1 de Abril de 1986). The boss of the “Admiral Lynch”. Revista de Marina. Obtenido de https://revistamarina.cl/revistas/1986/2/talinay.pdf
  9. Tromben Corbalán, C. (1 de Diciembre de 1995). La Armada en la guerra civil de 1891. Revista de Marina(6/95), 613-632. Obtenido de https://revistamarina.cl/revistas/1995/6/ctrombenc.pdf
  10. Tromben Corbalán, C. (2019). La Armada de Chile, una historia de dos siglos (Vol. II). Santiago de Chile, Chile: Ril editores.
  11. Valdés Vergara, I. (1972). Una Familia bajo la Dictadura. Buenos Aires, Argentina: Francisco de Aguirre.

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