Se presenta una recopilación historia sobre la evolución de la guerra, entendida como un fenómeno social presente desde el origen mismo de la humanidad. Se considera el pensamiento de Clausewitz y otros connotados que la han estudiado, para después tomar algunos aspectos del siglo XXI y la postmodernidad. Finaliza con reflexiones que destacan la naturaleza política de la guerra, el empleo de la fuerza y la violencia como elementos diferenciadores, además de la necesidad de contar con una gran estrategia que direccione el poder nacional para prevalecer.
Presented here is an historical compendium about the evolution of war, understood as a social occurrence in force since the origins of humanity. Clausewitz´s thinking and other renown figures that have studied war phenomena are analyzed, and later, some aspects of the XXI century and postmodernity. It concludes with reflections that highlight the political nature of war, the use of force and violence as a differentiating element, and additionally the need to count with a grand strategy that directs national power to prevail.
La guerra, ese fenómeno social donde unos matan a los otros, es un fantasma que acompaña a la humanidad desde su origen. ¿Qué puede llevar a los seres humanos a eliminar al prójimo?, pues bien, paradójicamente, la supervivencia, bienestar, seguridad y fines de los grupos de distintas magnitudes, con intereses contrapuestos, naciendo así el conflicto.
Como el humano evolucionó en sus más de 200 mil años de historia, también lo hizo la guerra. Es un mal líquido que muta y encuentra la forma de adaptarse y perdurar, aprovecha el cambio filosófico, político, económico, social y tecnológico.
Puede que, como el ser humano se civilizó con el tiempo, la guerra también. Las muertes en enfrentamientos directos han disminuido; si en la antigüedad grandes volúmenes de personas fallecían en ellos o por consecuencia directa, no podría indicarse lo mismo de las batallas quirúrgicas del presente. Lo que actualmente genera debate sobre la guerra son los efectos y las repercusiones en el ejercicio del poder de las naciones, organizaciones internacionales, privados y la opinión pública, además de la moralidad misma de un evento tan traumático.
El presente artículo recopila conceptualizaciones de la guerra y fundamentos históricos, para proponer una narrativa que enriquezca el debate, considerando que tal vez nunca existirá una teoría universal sobre ella.
La humanidad ha pasado por tres grandes revoluciones: la primera fue la cognitiva, en la cual la especie incrementó sus niveles de inteligencia versus otras; se podían construir ideas más elaboradas, por lo tanto, la vida se sofisticó, se inició la era del fuego (por el dominio sobre él) y el lenguaje (verbal). Puede indicarse que, la guerra era entre las tribus que rondaban en un mundo por descubrir, las que luchaban por la supervivencia del clan y los recursos que recolectaban o cazaban.
Posteriormente, durante la revolución agrícola, la especie aprendió a manipular el suelo y generar su propio alimento; ya no era necesario vagar en el mundo, porque comenzó la era de la agricultura y nació la propiedad, ya sea colectiva (entendida como el territorio) o individual; además, los grupos humanos crecieron al disponer de mayor alimento, naciendo por lo tanto el comercio de mercancías. Si un grupo humano poseía una ventaja comparativa frente a otros, el resto buscaba arrebatarla, quitar la propiedad en beneficio propio si no podía acceder por medio del comercio. Puede indicarse que la guerra se oficializó, ya no era una escaramuza por recursos disponibles entre grupos pequeños, era una campaña organizada para asegurar la mayor cantidad de recursos y conocimientos para los habitantes de un territorio. El conocimiento es fundamental, tanto así que comenzó la era de la escritura, lo que trajo ideas complejas que era necesario perpetuar.
Este esquema se mantuvo desde las edades antiguas hasta el medioevo, prácticamente sin alteraciones; posteriormente, ocurrió la tercera revolución, la científica, donde la razón se impuso (pienso, luego existo decía Descartes) y facilitó el desarrollo de ideas de mayor complejidad y, por ende, con mejores condiciones para un desarrollo tecnológico sin precedente, que se inició en el renacimiento y aún continúa. Tanto es así, que podría indicarse que estamos ad portas de una nueva era, la de la inteligencia artificial, lo que probablemente cambiará la forma de interacción de la especie desde la invención de la escritura.
Todos estos avances han modificado las subjetividades individuales y grupales, dando forma al mundo globalizado del presente o postmoderno.
Uno de los primeros pensadores militares es el general chino Sun Tzu (s.V a.C.), quien, entre otras ideas, destacaba que en la guerra no existen reglas fijas y que esta no se encuentra restringida sólo a los asuntos militares, sino más bien a la combinación de todos los recursos disponibles para el Estado, lo que hoy se conoce como poder nacional. En consecuencia, en la conducción de la guerra, se deben considerar aspectos que escapan de lo puramente militar: solamente aquel que conoce todos los perjuicios de la guerra puede comprender cabalmente la forma más provechosa de llevarla a cabo indicó. Destaca, además, la seriedad de esta condición, por lo que no debe tomarse de manera liviana, ya que compromete la supervivencia del Estado mismo y la vida de muchas personas. Por la disponibilidad de los recursos y las condiciones propias de la época, la guerra era una actividad interestatal basada en el sistema político correspondiente (imperial, feudal, etc.), ya que no existía en esa época una organización privada capaz de convocar la fuerza suficiente para alcanzar los fines a lograr, independientemente a que esta, en distintos períodos, no estaba constituida por un ejército regular, sino más bien por mercenarios, lo que cambió a contar del s.XVI con El Príncipe de Nicolás Maquiavelo, quien explicitó la conveniencia de disponer de fuerzas propias. En este período podría indicarse que la guerra obedecía principalmente a la conquista de un territorio, bajo la lógica de los intereses del Estado.
A contar del s.XVII, con la paz de Westfalia (1648), nació el Estado–Nación moderno o Estado Westfaliano, aquel que se compone de un territorio con habitantes agrupados bajo una nación común, el que por medio de un contrato social recibe la soberanía (o poder) para emanar disposiciones y gobernar. Con este paradigma, la guerra continuó siendo interestatal, es decir, entre dos o más Estados, pero ahora agrupados bajo el concepto de Estado – Nación, evidenciándose un lazo común en la población vinculado con el territorio que obedecía a la historia, sangre, costumbre, etc., y no simplemente por ser súbditos de un gobernante. Continúa la lógica de los intereses del Estado, destacando el bien común de los habitantes.
Con el Estado moderno y tomando la época propia donde se configuró, los imperios europeos dispusieron de grandes volúmenes de población, territorio y tecnología; la guerra se perfeccionó y requería reglas para que no fuesen batallas campales sin sentido (al menos en el nivel táctico, en el enfrentamiento mismo). Muchos indican que la perfección teórica de la guerra en la Era de la razón, se alcanzó en las llamadas guerras napoleónicas. Es ahí donde un militar prusiano combatió contra la Grande Armée del emperador francés Napoleón Bonaparte, quien, sobre la base de las características de su tiempo y fuertemente influido por el filósofo Inmanuel Kant (de ahí a la asimilación de la física y fenómenos naturales), desarrolló la concepción teórica que marcó un antes y un después en el ámbito, se trata de Carl von Clausewitz (1780 – 1831), donde en su obra Vom Kriege (De la Guerra), plasmó su teoría -kantiana- sobre el fenómeno.
En su obra se enfatiza la concepción estratégica de la guerra, destacando la naturaleza política de ésta. Es importante señalar que su trabajo no fue terminado en vida, por lo que muchos de sus conceptos no fueron totalmente desarrollados y son interpretados desde distintas perspectivas. Además, la teoría táctica elaborada, considerando la evolución tecnológica, obviamente perdió vigencia de manera rápida.
En su conceptualización estratégica, Clausewitz hace una analogía al señalar que la guerra no es otra cosa que un duelo en una escala más amplia (la de los Estado – Nación). Señala que es un acto de violencia para obligar al contrario a hacer nuestra voluntad, es una mera continuación de la política por otros medios, la intención política es el fin, la guerra el medio, y nunca puede pensarse el medio sin el fin (Clausewitz, 1832). Esta continuación de la política1 considera tres actores fundamentales: la que llamó “extraña trinidad”, conformada por el Estado (aquel que establece la razón); el Pueblo (aquel que dispone de la pasión) y el Ejército o comandante de éste (aquel que posee el talento y habilidad). El Estado, dentro de su racionalidad, establece el objetivo político de la guerra, esto es, el objetivo a lograr, lo que motiva el uso de importantes recursos para alcanzar un fin que contribuirá al bien común. Por su parte, el Pueblo, conformado por sus habitantes, imprime la pasión con la que se enfrenta la guerra. En ese sentido, es importante que ellos validen y comprometan el esfuerzo (para ello debe gozar de popularidad y ser validada, de lo contrario es difícil de sostener). Finalmente, el Ejército o comandante, es quien debe canalizar los objetivos militares y ejecutarlos hacia el objetivo político de la guerra; son aquellos que llevarán a cabo las campañas e idealmente, vencerán la contienda en un despliegue de fuerzas con talento y habilidad.
La obra de Clausewitz influyó las teorizaciones posteriores y, en esta oportunidad, se destacan:
Con posterioridad a la caída del muro de Berlín (1989), el colapso de la Unión Soviética (1991) y el término de la guerra fría, marcada por una superioridad de EE.UU., parecía que las guerras interestatales clásicas ya no aplicaban. Las amenazas se tornaron difusas, cualquiera puede aprovechar las ventajas asociadas a la tecnología, la cual comenzó a masificarse justamente en la década de 1990 (internet, celulares, correo electrónico, computadores portátiles a bajo precio, etc.). El punto de inflexión fue el 11 de septiembre del año 2001, en los atentados de Al Qaeda contra las torres gemelas en New York, EE.UU., centro neurálgico del comercio internacional. Con este hecho, se inició la era en que una organización pequeña y lejana, pero con férrea voluntad de ejercer daño, puede atacar seriamente a una potencia mundial en su propio territorio. En esa línea, los paradigmas tradicionales al parecer no sirvieron para prever y neutralizar las amenazas que se avecinaban, sumando además la falencia dentro de la arquitectura de inteligencia norteamericana, donde destacó la segregación de los organismos que no permitió agrupar los indicativos con que contaban.
Cabe señalar que algunas conceptualizaciones sobre la guerra contemporánea, como la de cuarta generación, híbrida e irrestricta, tienen como factor común, entre otros, la multidimensionalidad de las amenazas, el difuso límite entre lo militar y lo no militar, la necesidad de emplear orquestadamente una gran estrategia, las diferencias de gradualidad en el empleo de la fuerza (alta o baja intensidad) o incluso no requerirla. La irrupción de la tecnología llegó para modificar las dimensiones donde se desarrolla la guerra, como por ejemplo el ciberespacio o el caso de un ciberataque, el cual puede paralizar por completo o condicionar a un país u organización, impactos que se desarrollan a un precio mucho menor que en una campaña militar clásica y sin bajas propias. Adicionalmente, hay que destacar el actual fortalecimiento de potencias como Rusia y China, quienes disputan y ocupan espacios donde EE.UU. ejercía su superioridad (algo indiscutible durante los años 90 del siglo XX).
La guerra, ese fantasma que muta con la sociedad, también evoluciona con la humanidad. Dentro de las constantes históricas, la violencia física y el empleo de la fuerza han sido los elementos diferenciadores de una guerra. Actualmente, estos elementos ya no son tan masivos como en el pasado, tornándose quirúrgicos y muy puntuales, lo que ha disminuido la cantidad de víctimas directamente relacionadas con la visión clásica de ella.
Es posible aseverar que la política se superpone al ámbito militar, razón por la cual impera la necesidad de elaborar una gran estrategia que oriente y sincronice el poder nacional en la consecución de objetivos. Una guerra sí se podría librar enfatizando aspectos que escapan del ámbito puramente militar.
Existe un punto crítico, el Estado – Nación westfaliano (nacido en la modernidad) ya no sería adecuado para las condiciones actuales ni para el largo plazo, al menos en occidente, ya que las barreras que lo moldearon han sido sobrepasadas (geografía, lentitud para el acceso de la información y la precariedad tecnológica y de comunicaciones, entre otros) y estamos insertos en un mundo globalizado y complejo, es decir, postmoderno. Lo descrito, necesariamente influirá en las nuevas formas de hacer la guerra.
Para finalizar, pareciera que, más que tener el control de un territorio con recursos en el plano físico, hoy es más importante contar con una superioridad en el dominio de la información, para así poseer la ventaja necesaria para prevalecer, independiente de los otros recursos con que se cuente. Tal vez, un enfoque con aspectos metafísicos -como de la filosofía de Nietzsche- contribuiría a alcanzarlo, ayudando a administrar la complejidad dentro de la subjetividad humana.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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