Este año 2017, en que iniciamos el proceso de conmemoración del Bicentenario de la marina, nos permite reflexionar sobre hechos trascendentes que marcan a fuego la impronta nacional e institucional y que comenzaron a forjar el estilo naval que nos caracteriza y distingue. Ser la primera marina del continente americano en el Pacífico es un gran honor y privilegio, que conlleva una tremenda responsabilidad, por lo que revisar en detalle el año 1817 desde nuestra perspectiva, representa un gran legado para las futuras generaciones de marinos, dado que un buque de guerra es parte integral del territorio nacional, donde éste se encuentre navegando y su bandera es el símbolo principal que lo caracteriza.
El Valparaíso de 1817 no se asemejaba ni de cerca al gran puerto que habitamos, poblado hoy su teatro con múltiples viviendas que cuelgan del cielo, en sus 42 cerros, con vida distintiva y singular. En ese tiempo sus cerros tenían solo vegetación, marcados de forma nítida por cada una de las múltiples quebradas por donde bajaban prístinos arroyos de agua dulce hasta el mar. Se distinguían dos centros poblacionales bastante diferenciados, uno en el sector del puerto antiguo, hoy Plaza Echaurren, entonces “la Recova” (el mercado), y otro en el Almendral, de grandes extensiones planas y una larguísima playa.
El primer censo realizado en Chile es de 1813 y nos señala que la población de Valparaíso era de un total de 5.317 personas, de éstas, 2.845 en el sector del Puerto y 2.472 en el sector del Almendral. Del total de habitantes, se registra dentro de los oficios que 82 eran Milicianos de Caballería y 405 eran Milicianos de Infantería, dando un total de 487 militares (un 43% de la población total masculina, en edad militar de 15 a 50 años). El mismo documento señala que “por falta de casillas para marineros y pescadores” (típico de la burocracia de Santiago, donde no se conoce el mar, sus oficios y costumbres), se registran éstos en el Puerto de la siguiente forma: Marineros: 151, Pescadores: 88. Estas cifran caracterizan ese Valparaíso puerto colonial, con una fuerte presencia militar en las fortificaciones defensivas del puerto y una pequeña presencia marítima en las naves de comercio marítimo surtas en la bahía, con la ausencia total de una marina militar, como lo recordaría luego el almirante Luis Uribe*.
Era pues Valparaíso una pequeña aldea costera colonial y como plaza de guerra, estaba defendida desde fines del siglo XVII con múltiples fuertes para proteger el incipiente comercio marítimo colonial de productos de exportación como trigo, sebo y vino, con destino exclusivo al Reino de España a través del Callao. Sus fortificaciones, sin embargo, estaban bastante dañadas, especialmente el gran Castillo de San José (hoy Cerro Cordillera), que sufrió los embates del gran terremoto y maremoto de 1730, cuyas aguas llegaron hasta la Iglesia de la Matriz y el convento de los Mercedarios (hoy Calle Uruguay con Calle Victoria). Este degradado complejo defensivo de costa y la ausencia de una marina de guerra a principios del siglo XIX, no permitieron garantizar la neutralidad del país durante la Guerra de 1812, entre Inglaterra y Estados Unidos, facilitando la captura de la fragata norteamericana USS Essex en la Batalla de Valparaíso, el 28 de marzo de 1814, por parte de las fragatas británicas HMS Phoebe y HMS Cherub.
La línea de costa colonial del puerto antiguo era lo que es hoy calle Serrano y Prat, para terminar en un gran roquerío, donde se instaló una cruz para recordar a los fallecidos en un naufragio (hoy edificio del Reloj Turri). Este gran obstáculo natural, comparable al Cabo de Hornos según relatos de la época, ocupaba toda la extensión de la calle Esmeralda (por lo que se le llamó Calle del Cabo cuando se habilitó), hasta donde hoy comienza calle Condell, donde se formaba una pequeña ensenada bajo el acantilado del Cerro Concepción y que antes se conocía como Plaza del Orden, actualmente Plaza Aníbal Pinto. Desde este lugar comenzaba el sector del Almendral. La línea de costa continuaba por lo que es hoy calle Yungay y el camino colonial de las carretas, seguía a través de las actuales calles Condell, Pedro Montt hasta Plaza Italia, para seguir luego por calle Victoria hasta Avenida Argentina (anteriormente conocida como Estero Las Delicias) para subir por Washington hasta conectar con el Camino Real, que diseñara el ingeniero irlandés Ambrosio O’Higgins, antes de convertirse en Gobernador de Chile y posteriormente Virrey del Perú y que tan bien ejecutara las obras el Ingeniero Joaquín Toesca, el mismo que diseñara y construyera el Palacio de la Moneda.
Precisamente en las cercanías donde hoy está la estatua de Carlos Condell en Plaza Aníbal Pinto se instaló el comerciante más próspero del puerto, el español originario del golfo de Vizcaya (nacido en 1765),Joaquín de Villaurrutia del Pedregal*, que construyó el primer embarcadero de piedra de 32 varas de largo*, a los pies del cerro Concepción, donde levantó su bodega. Este embarcadero o muelle como se le suele referir en la historiografía nacional es el más antiguo del puerto y sólo servía para botes y lanchas, debiendo permanecer las naves ancladas a la gira. Villaurrutia era propietario de incontables casas, sitios, bodegas y haciendas en el Almendral y Casablanca.
Valparaíso en enero de 1817 estaba al mando de una sola autoridad política y militar española, el Gobernador de Valparaíso*, capitán de fragata don José de Villegas*, maestro de náutica, quien residía al interior del Castillo o Fortaleza de San José, la fortificación más grande e imponente del puerto, a cuya falda existía “la Planchada”, nombre de una de sus baterías de artillería a barbeta.
Ondeaba en Valparaíso el Pabellón español (cuyo diseño databa desde 1785), el que se encontraba permanentemente izado en el gran mástil principal ubicado en el Baluarte del lado del mar (actual sector calle Clave esquina Castillo) en lo alto del Castillo de San José, el mismo que en su versión naval tenía desplegado el Bergantín Águila, buque que los españoles apresaron en Coquimbo, por considerar que estaba realizando contrabando, castellanizando luego su nombre con la traducción del original, dado que había sido bautizado en su origen como Eagle, fabricado en Inglaterra en 1792.
En el mes de febrero, previo a la Batalla de Chacabuco, ya se respiraba entre las fuerzas españolas un aire de derrota, tal como lo señala el Gobernador español de Chile Casimiro Marco del Pont en carta al Gobernador de Valparaíso con fecha sábado 8 de febrero de 1817 “si me reduzco a la capital, puedo ser aislado, y perdida la comunicación con las provincias y ese puerto, me quedo sin retirada y expuesto a malograr mi fuerza”. Queda muy claro entonces, que la planificación realista para enfrentar la derrota militar consideraba un plan de evacuación a través de Valparaíso, tal como lo fue Dunkerque* para los británicos; planificación que se ejecutó reteniendo o requisando las naves que llegaran al puerto, a contar de esa fecha, logrando reunirse 11 naves mercantes, listas a hacerse a la vela cuando se dispusiera.
El día miércoles 12 de febrero se desarrolla la batalla de Chacabuco que desencadenaría nuestra independencia nacional. Las tropas del Ejército de los Andes, con su bandera en la vanguardia y con el escapulario de la virgen del Carmen en el pecho de todos los soldados, rompían las líneas defensivas del coronel Maroto y comenzaba el desbande del ejército realista, el que buscaría una salida por mar a través de Valparaíso. Maroto llegaría a Valparaíso con su señora chilena la noche del 13 y daría órdenes a Villegas para que clavara los cañones de los fuertes (acción táctica para inutilizar los cañones, insertando un clavo de fierro en el “oído” de cañón – el orificio para guiar la mecha – dejándolo remachado con golpes de martillo). Se embarcó después en la fragata española armada en guerra Bretaña. Al día siguiente a las nueve de la mañana zarpaba en demanda de El Callao y las otras 10 naves en la hora siguiente, evacuando unas 1.600 personas.
No es de extrañarse entonces, que en la mañana del viernes 14 de febrero de 1817 tomaran control del puerto algunos patriotas decididos y otros prisioneros, que alcanzaron a escapar del cautiverio realista y con un solo cañón que no quedó inservible, enfrentaran a los barcos que se hacían a la mar. Se destina a Valparaíso al joven teniente coronel argentino Rudecindo Alvarado Toledo (1792-1872), jefe del Batallón de Cazadores de los Andes, nacido en Salta y de 25 años, quien se constituyó en la primera autoridad del puerto, recibiendo el nombramiento de Gobernador Político y Militar de Valparaíso, con fecha 27 de febrero de 1817. ¿Habrá izado en el mástil principal del castillo de San José, en el Baluarte del lado del mar, la Bandera del Ejército de los Andes? Lo que sí sabemos con certeza, es que “se dieron órdenes de mantener izado el pabellón español” y así poder engañar a las naves que se aproximaban al puerto, para poder capturarlas, lo que ocurrió con el bergantín Águila el 26 de febrero de 1817.
También, llegó al puerto Juan José Tortel Maschet (1763-1842), el piloto francés avecindado en Chile desde 1802, quien se desempeñó como instructor de los oficiales de artillería chilenos del Ejército de los Andes, y luego de participar en la batalla de Chacabuco fue comisionado a Valparaíso, para asumir la responsabilidad de la artillería defensiva y tras la captura del bergantín Águila, se le nombra Capitán de Puerto para atender su alistamiento como la primera nave de guerra nacional, a la que se le dispuso ejecutar la primera operación naval chilena, para rescatar a los patriotas prisioneros en Juan Fernández, para lo cual se la artilló con 16 cañones y equipó, zarpando el 17 de marzo, al mando del joven teniente irlandés, Raymond o Raimundo Morris, como su comandante. La dotación estaba formada por 43 hombres, de los cuales 25 eran extranjeros, especialmente ingleses, y 18 soldados chilenos.
El notable escritor e historiador Benjamín Vicuña Mackena, nos relata un aspecto muy curioso acaecido durante el rescate de los patriotas en Juan Fernández, tomado de seguro de la notable colección de fuentes que tuvo a la vista para documentar sus ensayos. En ella señala que Blanco Encalada tuvo en su cautiverio en la Isla de Juan Fernández: “la suerte de ser para todos aquellos mártires, el mensajero de la redención, porque fue él, quien como marino, descubrió desde un monte la bandera argentina, la bandera de Chacabuco, que en marzo de 1817 fue a redimirlos.”
¿Habrá visto Blanco Encalada la bandera argentina o lo que vio fue la bandera del Ejército de los Andes? Sin dudas esto podría confirmar que el joven teniente de artillería del Ejército de los Andes, Raymond Morris llevó la bandera que el mismo vio flamear a la vanguardia durante el duro cruce de los Andes, transformándolo en protagonista principal de nuestra historia naval desde su gestación. Sin embargo, esto se contradice con lo escrito por varios historiadores como el conocido Barros Arana, quien señala que el bergantín Águila zarpó “llevando enarbolada la Bandera de Chile que había usado nuestro ejército en 1813 y 1814.”
Donde si tenemos precisión que la enseña de la Patria Vieja estaba siendo usada, fue en la Escuadra de Carrera, que tuvo una fugaz participación entre los años 1816 y 1817. La casa de comercio de John N. D’Arcy y Henry Didier de Baltimore ofreció a José Miguel Carrera la corbeta Clifton (o Brig Clifton, Capt. Davy) y el Bergantín Savage, armados en guerra y provistos de 990 fusiles “a pagar cuando hubiese desembarcado en Chile” y luego al asentar su gobierno independiente, a pagar “el doble del importe efectivo de aquellos buques.” También ofreció la misma casa comercial, con el mismo trato ventajoso el Bergantín Regent y la Goleta (Escuna) Davie o Davey. Por su parte la casa comercio Huguet & Tom de Nueva York ofreció armar la fragata General Scott con el mismo propósito, la que no se incorporó a esta flotilla, dado que llegó solo hasta Montevideo.
La Escuadra de Carrera comienza a zarpar desde la Bahía de Chesapeake el 4 de diciembre de 1816. Él lo hace a bordo del Clifton ese día, seguido después por el Davey y, un mes más tarde, por el Savage, mientras se esperaba que estuviesen listos el Regent. La fuerza marítima, los oficiales, soldados y artesanos estaban bajo las órdenes directas de José Miguel Carrera, que logró el respaldo del Presidente de Estados Unidos, James Madison, para esta operación naval, que estaba destinada a fomentar la insurrección de Chile, tomar control de algunas provincias capaces de organizar un buen ejército y hacerse dueño del Pacífico. La Clifton arribó el 5 de febrero de 1817 a Buenos Aires, donde fueron apresados por las autoridades argentinas. Sabemos que Carrera usó su bandera, dado en el contrato firmado con la casa de comercio se señaló expresamente: “todas las operaciones militares se ejecutarían bajo su inmediata dirección i con el pabellón de Chile.”
En la misma semana en que se realizaba la primera operación naval insular en el Pacífico, se frustraba una operación naval oceánica gestada y ejecutada en el Atlántico. La Marina de Chile nacía con proyección y vocación oceánica global.
Las nuevas autoridades en ejercicio dispusieron de forma inmediata una serie de acciones con el fin de otorgarle una identidad a la nación y reconocer el mérito de sus hijos. Donde se reflejó con mayor claridad este cambio simbólico, fue en el dinero, donde se sustituyó la moneda virreinal. Por orden del capitán general Bernardo O’Higgins, el Director Supremo interino Hilarión de la Quintana promulgó un bando el 9 de junio de 1817 señalando en su texto: “sería un absurdo extraordinario que nuestra moneda conservase ese infame busto de la usurpación personificada.” Así también, se removió la palabra REAL de la Universidad de San Felipe (ubicada en Santiago, antecesora de la Universidad de Chile). Con anterioridad, el 22 de marzo de 1817, O´Higgins había decretado la abolición de los títulos nobiliarios entregados en Chile (los Títulos de Castilla), dando un plazo de 8 días para remover o destruir de las fachadas de las casas los escudos de armas o insignias, pero creó con fecha 1 de junio la Legión de Mérito para premiar los servicios a la Nación, con una condecoración, una pensión anual y fuero especial.
Esta necesidad de identidad llevó a crear un nuevo emblema, inspirado en parte por las banderas de las naciones que eran tomadas como modelos para la nueva sociedad chilena, cuyas naves recalaban con frecuencia en el puerto de Valparaíso, por lo que eran pabellones que a la distancia lucían colores similares, en las naves de Francia, Holanda, Inglaterra y Estados Unidos, los colores azul, blanco y rojo. También es correcto señalar que Bernardo O´Higgins, quien tuvo una marcada educación trilingüe y multicultural, decidiera tomar en cuenta los colores que lucían los hombres bravos del cacique “Talcaguano”, tal como lo relata Alonso de Ercilla en el canto XXI de La Araucana: “Siguiéndole su gente de pelea por los pechos al sesgo atravesadas bandas azules, blancas y encarnadas.”
Nacía así la Bandera de la Transición, por la corta duración que tuvo y que pocos alcanzaron a conocer, debido a lo difícil de las comunicaciones de la época, realizada a lomo de mula o a caballo, o a vela en el mar. Esta bandera de tres franjas horizontales es reconocida públicamente el día 16 de julio, durante la celebración de la Virgen del Carmen, a la que se juramentó el Ejército de los Andes en Mendoza, ocasión en que fue “afirmado” a cañonazos en ese día “el pabellón del Estado.”
En julio de 1817 se conformó en Valparaíso una flotilla compuesta por los bergantines Águila, Carmelo (o Araucano 1°) y Rambler más la barca María destinada a romper el bloqueo de las naves españolas. Tortel asumió como comandante del Rambler y de la flotilla y zarpo el 1 de julio a capturar la corbeta española Sebastiana. ¿Habrá usado Tortel la bandera de la transición?
En octubre llega al Puerto el experimentado patriota, ex alférez de fragata de la marina española, don Francisco de la Lastra de la Sotta (1777-1852), quien asume a sus 40 años, el 1 de octubre de 1817 como Gobernador de Valparaíso, relevando después de 7 meses de mando a Rudecindo Alvarado, “quien siendo un simple comandante de infantería, según antes dijimos, había sido nombrado para organizar nuestras primeras fuerzas navales.”
De la Lastra, como buen marino e incluso anterior Director Supremo, se da cuenta de la necesidad de contar con un pabellón nacional, por lo que solicita por oficio del 3 de octubre de 1817, el modelo de la bandera “que se haya adoptado en nuestro Estado de Chile para castillos y embarcaciones”, “porque hasta entonces todavía se izaba en ese puerto y en los barcos el pabellón de las Provincias Unidas.”
La necesidad era real, dado que debía dirigir operaciones en la mar, donde era fundamental contar con un pabellón nacional, que fuera respetado por las otras naciones que operaban marinas y fuerzas frente a nuestras costas.
La Gaceta de Santiago, en edición extraordinaria de fecha 9 de octubre de 1817 difunde el “Parte del Gobernador de Valparaíso sobre captura de la Perla; Razón de oficiales, pasajeros y cargamento de la Perla”. Lo más notable es que una reproducción de una ilustración de la época de autor desconocido, y de origen probablemente inglés, como lo denota la explicación de la misma (fuera de la imagen), como lo señala la fuente : ”Colección Museo Marítimo Nacional”, muestra la bandera chilena que conocemos hoy flameando en el bergantín Águila al capturar a la Perla. ¿Será éste otro de los falsos históricos de muchos artistas, o la marina se adelantó al empleo del nuevo pabellón nacional el 8 de octubre de 1817?
El 15 octubre de 1817 se crea el puesto de comandante de Marina, para separar los asuntos de la marina de la autoridad del Gobernador Político y Militar de Valparaíso y depender directamente de la autoridad suprema. Se nombra a Tortel a sus 54 años como interino en dicho puesto. Tres días después, se firma el decreto oficializando nuestro pabellón nacional, con fecha 18 de octubre de 1817,22 que tuvo como impulsores al abogado, militar y político José Ignacio Zenteno del Pozo y Silva (1786-1847), de tan solo 31 años y al ingeniero militar español, que abrazara la causa independista donde fue ayudante de campo como sargento mayor del Ejército de los Andes, Antonio Arcos y Arjona (1762-1851), de 55 años, quien llegaría años después a ser el primer banquero de Chile.
No es de extrañarse entonces que, habiendo un ingeniero detrás del diseño, haya considerado la geometría y la matemática para apoyarse. El problema es que entonces no existían las unidades de medidas métricas que usamos hoy: kilo, metro, etc., ya que recién fueron introducidas por ley a mediados del siglo XIX (1848), por lo que debemos emplear unidades de medidas coloniales en uso en la época, en este caso la Vara Castellana, medida de longitud lineal que se usaba en distintas regiones de España con valores diferentes, que oscilaban entre 768 y 912 mm. Se dividía esta vara en pulgadas, las que variaban en extensión dependiendo de la ciudad en donde se empleara, pero siempre eran 36 pulgadas por vara. En el Chile Colonial se empleaba mayoritariamente la Vara de Cádiz que equivalía a 836 mm, por lo que cada pulgada tendría hoy una extensión de 23,2 mm (inferior a la pulgada anglosajona de 25,4 mm) y ésta a su vez se podía dividir en 12 líneas. Sin embargo, se usaba en el codo para los géneros, que equivalía a media vara.
Sabemos, por el excelente trabajo de restauración del Museo Histórico Nacional, que las medidas originales del primer pabellón nacional son de 2,40 m largo (vaina) y de 1,43 m de alto (vuelo), además se pudo establecer que ésta fue confeccionada con un paño para cada color, de 0,710 m de alto, donde el paño azul tiene un largo de 0,865 m de largo y el paño blanco tiene un largo de 1,535 m. La tela de color rojo está doblada por el medio y cosida en los extremos (vaina y vuelo) y “conservan ambas orillas, lo que indica que se utilizó su ancho total para la confección.” Además, se mantienen algunas de las lentejuelas metálicas con que se destacó la estrella solitaria, pero se perdió gran parte del trazado de la estrella mapuche en forma de asterisco (de ocho brazos) que tenía bordada al centro de la estrella.
El hecho de que se pudiera determinar en esta restauración que se utilizó su ancho total para la confección nos señala que la dimensión de 4,8 m era el ancho del telar empleado, lo que limitaba el tamaño máximo de una bandera en esa época. En medidas coloniales de la época la bandera habría medido 103 pulgadas de vaina y 61 pulgadas de vuelo, dando una forma armónica a la vista por la proporción 10:6 o 5:3, que sorprende por la belleza del diseño, lo que se explica dado que la proporción exacta que queda entre el color azul y blanco es de 1,774566, y entre la vaina y el vuelo de 1,688524, muy cercano al número de oro (phi): 1,618033988749…., que el amigo de Leonardo Da Vinci, el matemático y fraile franciscano Fray Luca Pacioli bautizó como la “Divina Proporción,” que se manifiesta en la naturaleza con los más bellos patrones y que muchos artistas y diseñadores emplean para sus composiciones.
El diseño de la bandera de octubre de 1817 sorprende a los observadores, dado que los diseñadores consideraron inclinar en 18° la estrella hacia la vaina, la que cumple perfectamente con la divina proporción, por ser esta la característica de una estrella realizada con triángulos isósceles mágicos con dos ángulos interiores de 72° y uno de 36°, que se puede circunscribir dentro de un pentágono o al cruzar las líneas de la estrella, y se forma otro pentágono en el centro de ésta. Obviamente, esto ha dado pie a múltiples especulaciones, las que han sido muy bien explicadas por el presidente de la Sociedad de Matemáticas de Chile, Dr. Andrés Navas Flores, en su artículo “Algunas consideraciones geométricas sobre el diseño de la bandera de la Independencia de Chile”, publicado en Revista Bicentenario el año 2015. Sin embargo, en la primera bandera la estrella no quedó centrada, tal como se observa al trazar líneas que unan los vértices del rectángulo que la contiene, técnica empleada por los antiguos carpinteros para encontrar los centros, al tornear una pieza de madera con extremos rectangulares.
En La Gaceta de Santiago 8 de noviembre de 1817 se publica la “Proclama de despedida de Valparaíso” del coronel Rudecindo Alvarado. Se alejaba del puerto ese noble oficial argentino quien fue ascendido por sus méritos y que alcanzara el grado de brigadier general en el Ejército Argentino y fuera nombrado primero Gobernador de Mendoza y más adelante Gobernador de Salta en su dilatada trayectoria militar y política, falleciendo a los 80 años.
Durante el primer gobierno del presidente Manuel Montt Torres (1809-1880), y a escasos 47 años después del primer diseño, se produce el cambio más trascendente de nuestro pabellón nacional. Don Pedro Nolasco Vidal (1790-1856), anterior teniente coronel y luego diputado propietario por Chillán, además de integrante de la comisión permanente de guerra y marina, ante requerimiento del encargado de negocios de Francia, firma con fecha 7 de Julio de 1854 el decreto donde se da a conocer oficialmente el diseño exacto del pabellón de la República de Chile.
El Pabellón de Chile lo componen los tres colores, blanco, azul i rojo, combinados del modo siguiente: Dos fajas horizontales dividen por mitad el ancho de la bandera, la faja inferior roja la superior blanca en los dos tercios de su vuelo i azul en su tercera parte inmediata a la vaina, con una estrella blanca de cinco picos en medio del cuadro azul. Las dimensiones de la bandera son, en la vaina dos tercios de su vuelo.
Se cambiaba así la divina proporción que había inspirado a los padres de la patria, por el pragmatismo de mediados del siglo XIX, quedando la proporción 2:3 establecida, la misma proporción de la bandera de Francia, que es la que se usa hasta hoy.
La bandera chilena también al inicio del siglo XX continúa siendo precisada. Por Ley N° 2.597 de fecha 11 de enero de 1912 el Presidente Ramón Barros Luco disponía en el Artículo Primero:
La Bandera de la República de Chile, se compondrá de los tres colores azul turquí, blanco i rojo combinados del modo siguiente: la bandera se dividirá en dos fajas horizontales de igual anchura; la faja inferior será roja, i la faja superior será azul en su tercera parte inmediata a la vaina, i blanca en los dos tercios de su vuelo, con una estrella blanca de cinco picos en medio del cuadro azul. El diámetro de la estrella será igual a la mitad de un costado del cuadrado azul. Las proporciones de la bandera son: en la vaina, dos tercios de su vuelo.
Como todo proceso de instalación de un nuevo modelo o régimen, siempre se experimentan inestabilidades iniciales, que los sistemas de control explican muy bien, hasta que se alcanza la deseada estabilidad. Era necesario instalar rápidamente una identidad que permitiera unir todos los esfuerzos para ganar la guerra de la independencia y el pabellón nacional sin lugar a dudas era el más característico y distintivo símbolo a crear, pero especialmente importante para una marina que comenzaba a operar en el mar.
Comenzamos el año de 1817 con la Bandera Española izada en el mástil del Castillo de San José y las naves de comercio y artilladas. En febrero tomó control del puerto de Valparaíso el Ejército de los Andes, que arrió ese pabellón español, el que alcanzó a flamear en nuestro territorio por casi 300 años. La segunda bandera que vio Valparaíso fue la de ese Ejército de Los Andes, y que hoy es la que usa la ciudad de Mendoza, sin embargo, no existe coincidencia entre historiadores del siglo XIX respecto de cuál habría sido la bandera que se enarboló al rescatar a los patriotas en Juan Fernández, la tercera bandera a emplearse, pero sí sabemos con certeza que la bandera de la patria vieja flameaba en el Atlántico, en demanda de Valparaíso, pero la flotilla fue interceptada y requisada en Buenos Aires. La cuarta bandera de muy corta duración, sólo sirvió de preámbulo, para que desde la plaza militar de Valparaíso se requiriera el diseño definitivo, la quinta bandera, nuestro actual pabellón nacional, que finalmente en octubre de ese año se oficializó y a contar de noviembre comenzó a ser usada y frente a la cual se juró la independencia de Chile el 12 de febrero de 1818.
Ese mismo año de 1818, nuestra Bandera fue izada a tope en los mástiles para el primer zarpe de la Escuadra Nacional, que dio a Chile la primera gran victoria en el mar, al mando de ese joven patriota rescatado el año anterior de su presidio insular y que llegara a ser el Vicealmirante Manuel Blanco Encalada. Luego el gran Almirante Lord Cochrane daría las victorias más decisivas contra la corona española tanto en Chile, Perú y las costas americanas del Pacífico, ganándose el aprecio de muchas naciones, el título de “Libertador del Pacífico” y la condecoración “Pacífico Libre” en 1820, donde sólo ondeaba el pabellón chileno en los buques de guerra en todas las costas del Pacífico americano.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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