Revista de Marina
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Las características y condiciones de la fuerza naval creada el año 1818 eran diferentes a las de la actual; no obstante, el mando responsable de conquistar el dominio del mar y los fines que permiten mantener el control deseado de los mares en cumplimiento de los objetivos políticos nacionales siguen siendo los mismos, por lo que, sin perjuicio de los nombres y organizaciones vigentes, es digno discurrir sobre quien debe celebrar el bicentenario.

Desde comienzos del año 2017 hasta finales del 2018 la Armada de Chile está dedicada a evocar aquellos hechos que, sin duda alguna, marcaron su nacimiento, lo que constituye un orgullo para la nación chilena toda, sin embargo, es digno pensar quien es el más apropiado para apagar las 200 velitas de acuerdo a la partida de nacimiento, pero como el tiempo ha pasado y la evolución orgánica también tiene su historia, se puede discurrir quienes son hoy los verdaderos herederos de los nombres y de sus significados.

Partiendo por los orígenes, una somera mirada a los años 1817 y 1818 permite revisar como fueron los acontecimientos que se inician, en concreto, luego del cruce de los Andes por el Ejército Libertador y de la batalla de Chacabuco, que registra con nitidez la visión del estadista que fue Bernardo O’Higgins cuando señaló: “esta victoria y 100 más serán insuficientes si no dominamos el mar”; siendo esta frase expresada cuando comienza a materializarse la independencia de esta novel república, la que marca la necesidad que reconoce el Director Supremo de conquistar el dominio del mar para afianzar la verdadera libertad.

Comienzan las efemérides con la primera acción realizada por una nave enarbolando la bandera de Chile, el rescate de los patriotas presos en la isla de Juan Fernández en marzo de 1817, lo que siendo una acción naval importante, no resulta fácil señalar que ahí nació la Armada de Chile, puesto que el efecto que se buscaba en la ocasión era el mero traslado de los patriotas al continente, tampoco podemos pensar que el combate entre la Lautaro y la fragata Esmeralda en las afueras de Valparaíso el 27 de abril de 1818 constituyera algo más que una escaramuza digna de recordar, aun cuando marcó un ruta.

Mientras se afianzaba la independencia en el centro del país, el general O’Higgins formó un gobierno y encargo a su primer ministro de Guerra y Marina, José Ignacio Zenteno, que comenzara con los preparativos para atender al objetivo político de la época, que era consolidar la independencia de Chile, para lo cual, una vez derrotadas las fuerzas terrestres realistas en Maipú, el objetivo estratégico siguiente era el dominio del mar, lo que necesariamente pasaba por el desarrollo de fuerzas aptas para el fin, es decir, se requería una flota capaz de dominar el Pacífico Sur, que permitiera el uso del mar en el propio beneficio y simultáneamente negárselo al adversario; disponer también de una capacidad de proyectar las fuerzas sobre los territorios aun bajo control realista y de paso brindar la necesaria protección al litoral de la naciente república.

Esta fuerza naval de aquel entonces era una escuadra, es decir varios buques organizados a los fines de control del mar, pero en esa época también era sinónimo de una Armada, ya que demandaba personal para tripular y apoyar las naves, requería apoyos logísticos brindados desde tierra que permitieran armar y operar las unidades y sobre todo, necesitaba oficiales capaces de navegar las embarcaciones y liderar a sus tripulantes, junto con aquellos que cooperaban a la mantención de la disciplina a bordo en la época.

Así las cosas, es fácil corroborar el plan elaborado por el ministro Zenteno y aprobado por O’Higgins: pensar y diseñar el proyecto, buscar el siempre difícil financiamiento y concitar el apoyo de otras autoridades y la población, para luego comenzar a trabajar y emitir las órdenes y decretos pertinentes. Toda la etapa inicial se genera desde fines del año 1817 con la comandancia interina de Marina recaída en don Juan José Tortel, dependiente directamente del supremo gobierno y con un arduo trabajo organizacional a comienzos de 1818, labor de la cual emana entonces la orden de creación del ente logístico que debía armar las embarcaciones adquiridas, emitida el 15 de junio y de la organización, el 16 de junio de 1818 de los soldados de marina, encargados, a la sazón, de la disciplina a bordo de los buques y operadores del armamento menor; que pronto derivarían a ser además los conductores de los desembarcos de fuerzas desde el mar. El 26 de junio se nombra Comandante General de Marina al comodoro don Manuel Blanco Encalada; le sigue entonces la creación del centro de formación de guardias marinas el 4 de agosto, para culminar con la fuerza lista para hacerse a la mar el 9 de octubre, zarpe que siempre se ha conmemorado y asimilado a la creación de la escuadra, a las órdenes del ahora almirante Blanco Encalada, haciendo efectiva la disponibilidad de una Armada en Chile, esa que a pocos días consiguió su primera victoria sobre su enemigo al capturar, el 28 de octubre de 1818, la fragata María Isabel en Talcahuano y parte del convoy realista que ella protegía, estratégicamente negando el uso del mar al adversario.

Concluye esta fase primigenia con la llegada, el 28 de noviembre de 1818, del vicealmirante Thomas Alexander Cochrane que se sumó a varios otros marinos británicos y norteamericanos de alta experiencia que comandaron y dirigieron las naves que conformaban la naciente escuadra nacional. En los años 1819 y siguientes, las acciones efectuadas en sucesivas campañas llevarían a esta Armada a ejercer el dominio del mar, amedrentando a las fuerzas navales realistas que permanecían en el Callao y más tarde hostigar los reductos españoles en febrero de 1820, con la toma de los fuertes de Corral, en una operación de proyección digna de los mejores anales de la historia patria.

Para finalizar este breve análisis de lo que fue la primera escuadra y el rol de la Armada en la época, baste recordar que el 20 de agosto de 1820 zarpó el Ejército Libertador al Perú, con la protección y el apoyo de la flota chilena al mando de Cochrane y es destacable la osada captura de la Esmeralda fondeada al amparo de los fuertes del Callao; también hay que recordar que durante esta campaña la bandera chilena se paseó por toda la costa del Pacífico oriental afianzando el dominio del mar que ejerció la fuerza naval, escuadra o armada.

En los 200 años transcurridos, sin duda que se ha presenciado una evolución de aquella fuerza inicial que reunía toda la potencialidad disponible para conquistar el dominio del mar, que permite postular que en los comienzos hubo una suerte de sinónimo entre Escuadra y Armada, cuyo mando radicaba en la figura del almirante título que se otorgaba sólo al mando a flote de la fuerza que se organizaba, que obedecía directamente al conductor político y conducía sus operaciones de acuerdo a su estrategia y los objetivos que él establecía para lograr los efectos deseados de la guerra en el mar; se observa que ese almirantazgo fue ejercido de modo similar durante todo el siglo XIX, cada vez que se organizó una Escuadra, hasta la guerra civil del año 1891, en que un capitán de navío, cuando reúne a las fuerzas navales, es nombrado almirante por la junta revolucionaria, a la par de ser nombrado presidente de la república posteriormente, y es en esa ocasión en que el almirante se desembarca y en teoría, una vez finalizada la contienda dirige las acciones de las fuerzas desde tierra, modo que se perfeccionará y facilitará con el advenimiento de las telecomunicaciones a comienzos del siglo XX, pero deja a quien será Comandante de la Armada diferenciado del segundo en el mando que será el Jefe de la Escuadra, incluso organizando a veces hasta dos escuadras, pero lo interesante es que siempre y hasta fines del siglo XX, el almirante Comandante en Jefe de la Armada será el conductor estratégico de la guerra en el mar y quien conduce directamente las operaciones navales mayores, contando con el instrumento de mayor significación que constituye la escuadra, situación que cesa solamente al crearse, primero el Comando de Operaciones Navales en diciembre de 2001 y más tarde dejando la total conducción estratégica al Jefe del Estado Mayor Conjunto en febrero del año 2010.

Otro aspecto interesante de considerar, es la participación de los medios navales que integran la fuerza que combate en la mar. Sin duda, el 9 de octubre de 1818, todo lo que se pudo reunir y armar pasó a integrar esa primera escuadra, que como se ha postulado, se confundía con la misma Armada, pero en los albores del siglo XX aparecen dos tipos de medios que se incorporarán a la flota: los submarinos y las aeronaves, los primeros nadie dudó en Chile que debían integrar la escuadra, situación que persistió hasta el año 1976 en que se creó un comando y después la Fuerza de Submarinos separada de la Escuadra. Los aviones necesariamente debían operar basados en tierra, pero sin duda que estaban destinados a constituir un apoyo directo a la escuadra, a la cual en muchas ocasiones fueron subordinados, ya sea como escuadrones o destacamentos, recordando que en la segunda mitad del siglo XX se incorporaron los helicópteros, que aún se discute si son parte del sistema de armas de los buques o de la fuerza, pero siempre operan desde a bordo en sus roles de combate para contribuir al control del mar. La creación de la Comandancia de la Aviación Naval fue principalmente con fines administrativos, para la mantención del material y para la instrucción y entrenamiento del personal, constituyendo por largo tiempo una fuerza de apoyo operativo institucional ya que la escuadra seguía siendo la fuerza organizada para la batalla en el mar que reunía a todos los medios navales de combate existentes.

La llegada del vapor en la segunda mitad del siglo XIX hizo necesaria la disponibilidad de carboneros y luego petroleros para mantener la autonomía logística de la flota; tales naves especializadas siempre se asignaron orgánicamente a la escuadra, salvo en eventuales comisiones especiales de transporte.

Respecto a los soldados del mar, que nacieron para servir a bordo y desde los buques bajar a tierra cuando era necesario. Así operaron durante el siglo XIX, pero en alguna etapa se juntaron con los artilleros de costa, y como su entrenamiento y preparación se realizaba mejor en tierra, se establecieron en destacamentos y guarniciones de orden y seguridad a lo largo del país; no obstante mantener pequeñas agrupaciones embarcadas en la escuadra. El cambio de denominación en 1962 a Cuerpo de Infantería de Marina y la disponibilidad de naves especializadas para los desembarcos los transformó organizacionalmente en una fuerza de apoyo operativo de la Armada que constituía grupos de tarea anfibios protegidos por la escuadra, sin perjuicio de roles adicionales de defensa de la costa.

Finalmente, una mirada a la aparición de lanchas torpederas primero y misileras después, hizo que la Armada dejará estas unidades de combate de superficie agrupadas al mando de las zonas navales extremas, constituyendo unidades de protección que nunca pertenecieron a la escuadra que proyectaba su quehacer hacia el ámbito oceánico. En tanto que, al crearse las fuerzas especiales, los buzos tácticos se agregaron a la fuerza de submarinos y los comandos a la infantería de marina, trabajando con la escuadra según las demandas de la planificación de guerra y ante eventuales proyecciones de la fuerza sobre tierra.

Esta apretada síntesis pretende demostrar que inicialmente todos los medios necesarios para la guerra en el mar fueron asignados a la escuadra y comandados por el almirante, pero luego fueron segregándose en virtud de demandas administrativas y necesidades de entrenamiento, las que eran difícil de conducir y realizar desde a bordo, pero como las capacidades de mando y control ejercidas desde tierra permitían una buena coordinación, finalmente la Armada, a comienzos del siglo XXI, optó por una organización funcional de tipo para agrupar sus unidades y mejorar el entrenamiento y la administración de las fuerzas, asignando la tarea de conducción total al Comando de Operaciones Navales, que reúne a los medios de superficie, submarinos, aéreos, anfibios, de transporte y fuerzas especiales bajo su mando y contiene la totalidad de la potencialidad estratégica para la guerra en el mar. No obstante lo anterior, es necesario recordar que las fuerzas de superficie mantienen un halo de privilegio en el contexto naval y de hecho retienen el tradicional nombre de escuadra para sí.

Presentado de esta manera, si la creación de la fuerza naval del año 1818 fuera en el día de hoy, ¿qué sería lo que tendría que fundar el ministro Zenteno? ¿una armada, una escuadra o un comando de operaciones navales?, sin duda que la respuesta admite muchas alternativas y opiniones dignas de considerar, pero a la hora de apagar las velitas, pareciera que son varios los que tienen derecho a soplar y sentirse orgullosos, más aún, es Chile entero quien debe reconocer que gracias a cualquiera de estos organismos herederos de los orígenes, la patria ha sido poderosa en los mares, y los febles intereses marítimos que debía atacar y preservar Cochrane, hoy son de una vastedad y variedad enorme en este país, nacido desde el mar para el mar, que gracias a Dios, en los océanos ha contado con una flota que durante 200 años le ha dado protección y seguridad, triunfando en los conflictos y manteniendo la paz para beneficio de todos los chilenos, que han podido y hoy pueden disfrutar de su independencia con la libertad y la soberanía suficiente para crecer y desarrollarse social y económicamente.

¡Chile es un país marítimo y todos sus habitantes celebran junto a sus marinos este bicentenario!

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