Por REVISTA DE MARINA
El próximo bicentenario de la Armada de Chile marcará un hito en el quehacer nacional pues es una institución que, al nacer con la patria independiente, es partícipe activa y gestora de parte relevante del desarrollo de la nación. De ahí que podría nacer la interrogante sobre la validez actual del quehacer naval, en un mundo donde todo ha cambiado y que obviamente sería irreconocible para un marino del siglo XIX. Las armadas han cumplido, en el pasado, y desarrollan, en el presente, operaciones navales que les han permitido lograr objetivos específicos en todo el ámbito marítimo. Los marinos, que planifican, desarrollan y analizan operaciones navales, periódicamente revisan y actualizan conceptos para incorporar a ellas los cambios que la modernidad conlleva. El propósito de este artículo es mostrar una mirada actualizada de las operaciones que realizan las marinas en general y en particular la Armada de Chile, destacando aquello que se mantiene, lo que ha cambiado y también lo que se ha incorporado más recientemente.
Usualmente los autores de temas navales toman referencias históricas y parte de la literatura tiende a destacar las acciones de combate o enfrentamientos violentos, tanto durante guerras declaradas, como también en otros períodos. Sin embargo, considerando que las operaciones navales se desarrollan en cualquier momento se podrían definir: “Como una empresa militar en paz o conflicto que integra, coordina y sincroniza capacidades navales y apoyos de otras fuerzas o agencias, para conseguir uno o más objetivos.” En consecuencia y como tal exige gran preparación de medios humanos y materiales como también buena planificación para enfrentar exitosamente las complejidades de las actividades militares en el mar.
En general se reconocen operaciones navales de tiempo de guerra y de paz, aunque el uso de la fuerza no necesariamente es exclusividad de las primeras. La realidad histórica ha mostrado que no todas las acciones durante un conflicto son de combate, y que las desarrolladas en tiempo de paz no necesariamente están exentas de violencia. Por ejemplo, durante nuestro proceso independentista, en plena guerra con España, el 26 de febrero de 1817, se produjo el primer enfrentamiento naval con la captura en Valparaíso del bergantín Águila a su recalada a puerto. Pocos días después, el 17 de marzo, ese mismo buque cumpliría la tarea de rescatar a los patriotas confinados en el archipiélago de Juan Fernández. Ambos hechos fueron acciones de guerra, aunque no necesariamente se pueden considerar como de combate entre naves y constituyeron las primeras operaciones navales de la naciente Armada de Chile.
AO Montt y HMCS Calgary en maniobra logos en el marco del apoyo brindado a la Royal Canadian Navy (18 agosto 2015).
Por su parte, los desarrollos tecnológicos han dejado atrás la gran independencia de los mandos a flote, que antaño zarpaban por meses – incluso años –iluminados sólo por la doctrina de la corona y las instrucciones permanentes de combate, sin otro contacto con sus superiores más allá de una eventual comunicación escrita producto del encuentro con otra nave en latitudes lejanas. La instantaneidad de las comunicaciones actuales, el fácil acceso público a la información, el compromiso de cumplir acuerdos y compromisos internacionales y la repercusión política de muchas acciones navales, han obligado a redefinir con mayor claridad los niveles de conducción militar y sus responsabilidades, lo que siempre encontrará áreas de interacción superpuestas. Los niveles de conducción de las operaciones militares han variado en el tiempo. Hoy casi globalmente se acepta la existencia de un estadio superior, el político que es el responsable de la conducción global de la estrategia del país o coalición, empleando todas las herramientas de poder del Estado disponibles – capacidad bélica, diplomacia, poder económico, frente interno u otras. Lo político está radicado en la autoridad civil – Jefe de Estado – quien dicta las orientaciones generales y vela por el logro de los objetivos nacionales o de la alianza de naciones. En el caso de Chile este nivel cuenta con la asesoría de la Junta del Comandantes en Jefe.
Niveles de conducción militar.1
El nivel estratégico, que en Chile se identifica el conductor estratégico designado, quién con el apoyo del Estado Mayor Conjunto, el cual con nuevas funciones de mando y atribuciones, reemplazó al Estado Mayor de la Defensa, es el responsable de la preparación y conducción de todas las fuerzas militares. Por otro lado, siempre se aceptó la existencia del nivel táctico, aquel que trata del empleo de las unidades en combate para alcanzar objetivos militares.
Desde inicios del siglo XX comienza a cobrar fuerza el nivel operacional: aquel que enlaza la estrategia con la táctica. Este último, durante muchos años, no fue aceptado por la Armada, sin embargo, la evolución del pensamiento militar, el estudio del arte operacional y la adopción de métodos de planificación derivados de la OTAN,2 junto con el aumento de las operaciones conjuntas o combinadas y de las acciones interagenciales, que incorporan a otras entidades al quehacer militar, como se verá más adelante, llevaron a reforzar e incrementar este nivel. La Doctrina Marítima de Chile, publicada el 2009, reconoce explícitamente la existencia de estos niveles y ya con anterioridad la institución había efectuado las adecuaciones a la organización institucional, como la creación del Comando de Operaciones Navales, en 2001. Por otro lado, a nivel nacional se reforzaron las tareas y funciones de los mandos conjuntos en las zonas norte y austral del país, para que estuvieran en consonancia con estas ideas.
Como se mencionó, siempre habrá superposiciones entre los niveles y las interferencias políticas, comunicacionales o legales estarán presentes. Clásico ejemplo de ello fue cuando el nivel político de EE.UU. dirigió personalmente algunas acciones tácticas de los buques que bloqueaban la isla de Cuba, durante la crisis de los misiles en 1962. Tan fuerte podía ser el impacto de las decisiones en presencia, que el manejo de la crisis obligaba a la conducción directa a fin de asegurar el logro favorable del objetivo final. O durante la guerra de Vietnam, donde el frente interno y el apoyo de la población estadounidense se fue perdiendo cuando la televisión llevó la guerra al living de las casas de EE.UU. y terminó por minar la voluntad de todos los ámbitos para continuar el conflicto.
Durante la planificación, preparación y ejecución de las operaciones estos factores deberán considerarse cuidadosamente, pues muchas veces su aporte no será favorable al desarrollo de estas.
En general se definen como aquellas en las cuales se busca alcanzar un objetivo militar que de término al conflicto. Obviamente que este no siempre se logrará con una sola acción y habrá un sinnúmero de encuentros que irán cumpliendo objetivos parciales en la búsqueda de la victoria final.
El objetivo primordial de las fuerzas navales es lograr el control de mar para poder usarlo libremente en beneficio propio y negárselo al adversario. Quizás la forma más completa de alcanzarlo es por medio de una batalla que elimine o neutralice la fuerza enemiga. Sin embargo, en la actualidad no se visualiza la ocurrencia de grandes batallas como en el pasado, donde enormes flotas se enfrentaban en la mar, como ocurrió en Trafalgar, en 1805, que fue la batalla naval decisiva de la guerra de Gran Bretaña contra el imperio napoleónico de Francia; o en la batalla de Jutlandia, en 1917, que enfrentó a las mayores flotas del mundo – Gran Bretaña y Alemania – o en la batalla de Leyte, en 1944, donde prácticamente se destruyó el poder naval del Japón mientras los Aliados invadían las Filipinas.
Pese a lo anterior, la batalla naval como acción decisiva no está ausente en las operaciones navales y siempre deberá contemplarse su ocurrencia. Los grandes encuentros del pasado han sido desplazados por enfrentamientos de unidades menores, como en 1973 lanchas misileras israelitas se enfrentaron con unidades similares de Siria y Egipto o por combates aeronavales como los del conflicto del Atlántico Sur, en 1982, durante la recuperación británica de las Islas Malvinas/Falklands. Lo anterior no quita que puedan volver a ocurrir y siempre constituirán una exigencia mayor para cualquier armada.
La protección de las Líneas de Comunicaciones Marítimas (LCM) sigue presente como operación naval. Quizás no se repitan los grandes convoyes de las guerras mundiales del siglo pasado, pero no por ello dejará de tener vigencia la tarea naval de velar por la seguridad de las naves y terminales, los cuales permiten el sostenimiento de los teatros de operaciones e incluso del país. La complejidad actual reside en los cambios y características del transporte marítimo. El accionar sobre el transporte militar es claro y definido, pero aquel que se materializa sobre naves que usan banderas de conveniencia, con armadores de terceros países, con cargas enviadas o consignadas a empresas internacionales y con tripulaciones de varias naciones no involucradas en el conflicto, presenta dificultades e interferencias de compleja resolución. La legitimidad de los blancos, por sólo mencionar un tema, obliga a contar con claras reglas de comportamiento y enfrentamiento – muchas de ellas públicas – para lograr que adhieran a ellas la mayoría de las naves en las áreas de interés.
Aún se reconoce la vigencia del bloqueo naval. Si bien no tendría las mismas características de antaño, dado el cambio de la fisonomía de las LCM, en las últimas décadas se ha impuesto a través de zonas de restricción o prohibición al tráfico marítimo y para que sea creíble y efectivo debieran existir las fuerzas y normas para materializarlo.
Las operaciones proyección, esas que llevan el poder militar a través del mar, hacia objetivos de interés, tienen plena vigencia. Así como el 2 de noviembre de 1879 en plena guerra del Pacífico, las tropas chilenas desembarcaron en Pisagua para atacar por un flanco el frente terrestre adversario, estas operaciones se harían comunes durante la Segunda Guerra y también se verían durante la Guerra de las Malvinas/Falklands o en la Guerra del Golfo Pérsico, por nombrar sólo algunas. En este contexto, no sólo se tratará de desembarcos anfibios, sino también de bombardeos a blancos de interés ya sea con artillería o con misiles crucero de gran precisión o con aeronaves embarcadas. En los últimos años hemos visto operaciones anfibias importantes, aunque no todas con oposición, como ocurrió en la Guerra del Golfo.
Existirán también otras operaciones de guerra, las que no siempre emplean armas, aunque si prevén su uso, como es el trasporte militar y de apoyo logístico, los despliegues a las áreas de operación, patrullajes marítimos, protección y defensa de costa, etc., que demandarán medios, planificación y esfuerzos a los mandos navales.
Es necesario destacar que, si bien se ha comentado sobre operaciones navales, es innegable que la guerra moderna es conjunta y muchas veces también, combinada. Por lo que las descripciones anteriores, contemplan en la mayoría de los casos la interoperación con otras instituciones armadas tanto nacionales como internacionales.
Se puede decir que la paz ideal – aquella en la que no existen tensiones o conflictos – no existe. Desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mundo ha visto numerosas guerras no declaradas y tensiones que han escalado hasta emplear la violencia de la fuerza militar o la reaparición de antiguas amenazas que se creían desaparecidas, como la piratería. A veces, también en tiempos de paz, se han producido encuentros armados de corta duración y que por voluntad de los contendores o por presiones internacionales se han mantenido confinados a una zona determinada mientras el resto del país continuaba con sus actividades casi normales y los gobiernos despliegan sus medios para resolver la crisis, como lo fue el conflicto del Cénepa entre Ecuador y Perú en 1995.
Unas de las operaciones de tiempo de paz menos mencionadas, pero de las más importantes, son aquellas tendientes a preparar las fuerzas para las operaciones de guerra. Esta es la tarea primordial de cualquier institución naval y en la medida que se logre, contará con mejor preparación y alistamiento para enfrentar cualquier otra tarea que se demande, ya que será en la guerra donde se exigirá el mayor esfuerzo. La literatura las reconoce como aquellas que contribuyen a la disuasión, es decir a inhibir el actuar de potenciales adversarios contra los intereses nacionales. Esta se materializa con despliegues a las áreas de posibles operaciones, ejercicios de entrenamiento de combate y toda aquella actividad que contribuya a lograr la mayor eficiencia de las unidades navales.
Dado el desarrollo político internacional, la globalización y las orientaciones de objetivos nacionales, la Armada de Chile se ha incorporado paulatinamente a operaciones navales internacionales de mayor complejidad. Si hace unas seis décadas UNITAS era la operación internacional más trascendente, el panorama de hoy es muy diferente. No sólo se hacen ejercicios eventuales con unidades navales extrajeras que nos visitan o de manera periódica y consistente con buques argentinos, sino que desde fines del siglo pasado unidades de superficie, submarinas y aeronavales participan periódicamente en operaciones con la 3ª Flota de los EE.UU. y en el ejercicio RIMPAC – la mayor actividad naval del mundo – junto a otros 26 países, 50 buques, 200 aeronaves y más de 2.500 marinos. Este último esfuerzo operacional no sólo implica el despliegue y participación de unidades, también contempla la incorporación de personal naval chileno a los órganos de más alto nivel de planificación y conducción de las operaciones.
Ejercicio UNITAS (octubre 2015).
En general se pueden agrupar estas operaciones como Operaciones Militares Distintas a la Guerra (MOOTW)3 y contemplan actividades tanto en el entorno nacional como internacional, donde la característica principal está dada, pese a su diversidad, por la gran interacción con la comunidad y distintas entidades tanto militares como civiles, estatales o no gubernamentales. No necesariamente están exentas de violencia o del uso de la fuerza, pero en general se trata de contribuir para recuperar la paz o las condiciones de vida de la población.
Cada país tiene obligaciones distintas y por ende no todos contemplan las mismas actividades de tiempo de paz. Hay naciones, como Chile, en las que las tareas de policía marítima y otras asociadas a las aguas jurisdiccionales las cumple la Armada, otros, cumplen estas funciones con un servicio diferente – como el Coast Guard de EE.UU. o la Prefectura Naval Argentina – y también hay aquellos que emplean diferentes agencias civiles o policiales.
En la actualidad muchas de las operaciones de tiempo de paz son combinadas y/o interagenciales, es decir contemplan la participación de varios países y/o la interacción con organizaciones estatales, internacionales, policiales, etc., de diversa índole. En Chile, la estrecha colaboración de la autoridad marítima y unidades navales con Carabineros y la Policía de Investigaciones, Aduana, Servicio Nacional de Pesca y otros servicios estatales relacionados con actividades marítimas, permiten controlar contrabandos marítimos de bienes y personas, el narcotráfico, la pesca ilegal o el cumplimiento de las normas medioambientales en el mar. Siendo esta una función legal asignada a la Armada, no sólo la cumplen unidades de las gobernaciones marítimas, sino también otros medios a flote y aéreos, en especial en áreas de alta mar.
Las operaciones de ayuda humanitaria, destinadas a aliviar el sufrimiento humano y en apoyo a la población afectada por desastres, han sido de normal ocurrencia en nuestro país y han demandado grandes esfuerzos, iniciativa y creatividad para cumplirlas. Para el terremoto de 1960 – el mayor del mundo, desde que son registrados estos fenómenos – los habitantes de la isla de Chiloé contaron el apoyo naval que proporcionaron las unidades de la Escuadra, junto a numerosos buques auxiliares, que permitieron retornar en el menor plazo posible a su vida normal. Más recientemente destacan las operaciones cumplidas por unidades y personal de la Armada a raíz de la erupción del volcán Chaitén o durante los aluviones en Chañaral, al margen de los numerosos operativos médicos en las zonas extremas o aisladas del país. Incluso es común ver el despliegue de personal naval para combatir incendios forestales en cercanías de las bases o la vigilancia preventiva ante posibles inundaciones en temporales de lluvia o en cualquier situación en que los ciudadanos requieran de apoyo organizado para superar un peligro.
En el pasado la Armada, con sus buques y personal, contribuyeron a incorporar al territorio nacional grandes zonas marítimas y terrestres. Es de común conocimiento la toma de posesión del Estrecho de Magallanes, en 1843, la incorporación de la Isla de Pascua a la soberanía chilena, en 1888, o las campañas al territorio antártico chileno, a contar de 1947, y las numerosas y aún recurrentes expediciones hidrográficas en los canales australes. Todas estas actividades fueron marcando presencia nacional y consolidando nuestra soberanía. El esfuerzo institucional y nacional para cumplir estas operaciones no siempre se dimensiona apropiadamente en un mundo en el cual las relaciones tiempo/distancia han cambiado notablemente. Es difícil percibir las dificultades que marinos de Chile debieron enfrentar en una época en que los medios tecnológicos actuales no existían y los conocimientos geográficos e hidrográficos del área austral eran mínimos y convertían el navegar la zona en un enorme desafío profesional.
Estos cambios, junto a la evolución de las relaciones internacionales también han impactado en las actividades, por ejemplo, hoy en la Antártica no sólo se cumple un rol de apoyo logístico a bases nacionales y extranjeras ya desde 1991 se constituye la Patrulla Naval Antártica, y desde 1998 se transforma en la Patrulla Naval Antártica Combinada (PANC) en conjunto con la República Argentina, la cual efectúa patrullajes en labores de búsqueda y salvamento, otorga seguridad a la navegación y efectúa control de la contaminación en caso de un accidente marítimo, en el marco del Convenio Internacional sobre Búsqueda y Salvamento Marítimo de 1979 y del Tratado Antártico, sumándose lo anterior el retiro de basuras y restos contaminantes producidos por la actividad humana en la zona.
En un mundo donde casi no existen territorios marítimos inexplorados y en el que las fronteras se encuentran bastante consolidadas, la potencialidad y presencia de un país se mide por su capacidad de interactuar donde se encuentren sus intereses en cualquier parte del globo. En la mayoría de los casos no será posible hacerlo de manera independiente y se actuará en coordinación con otros países y organizaciones. Es por ello que no resulta extraño que unidades navales chilenas, desde hace ya muchas décadas, paseen nuestra bandera y participen periódicamente en ejercicios navales en aguas lejanas, como son las operaciones que se cumplen en protección del Canal de Panamá. Nuestros actuales despliegues operacionales oceánicos no sólo consisten en visitas de buena voluntad del BE Esmeralda, sino que constituyen una realidad cotidiana y reiterativa para muchos marinos chilenos.
En el ámbito internacional existen las Operaciones de Paz, aquellas amparadas por mandatos de las Naciones Unidas (ONU) o acuerdos internacionales y que emplean fuerzas militares para resolver un conflicto en una región determinada. Existen las destinadas a mantener o imponer la paz o que permiten rescatar fuerzas o civiles en áreas de conflicto, también hay operaciones destinadas a impedir actos ilícitos, como la piratería, contrabando o acciones terroristas o el despliegue de fuerzas en apoyo a la comunidad afectada por catástrofes naturales o causadas por el hombre. Chile ha mantenido desde hace décadas fuerzas u observadores navales desplegados permanente o temporalmente en áreas tan diversas como Cambodia, Chipre, los Balcanes, el Medio Oriente, África o Haití. Es interesante destacar que la operación internacional marítima “Atalanta”, que cumplen desde el 8 de diciembre 2008 hasta la fecha varias armadas en el océano Índico, tiene como propósito proteger al tráfico marítimo contra la piratería en el área del cuerdo del África.
Fuerzas desplegadas en operación de paz en Haití.
Resulta evidente que las operaciones navales en apariencia son las mismas de siempre, sin embargo, han sufrido cambios derivados de las nuevas formas políticas de las relaciones internacionales, de las adaptaciones orgánicas derivadas de la maduración del pensamiento operacional militar y obviamente derivados de los notables desarrollos tecnológicos.
Las nuevas formas de las operaciones navales, su preparación, planificación y desarrollo y que abarcan todo el ámbito de actividades en las que la Armada de Chile interviene, obligan a mantener una aproximación flexible que permita afrontar nuevos desafíos que no siempre se visualizan con anterioridad. Del mismo modo imponen la aceptación de los cambios organizacionales y de interoperabilidad que conllevan las operaciones conjuntas, combinadas e interagenciales del presente.
Las operaciones de combate de tiempo de guerra, constituyen el mayor desafío de las fuerzas navales y es durante la paz cuando se deben planificar y preparar, puesto que la exigencia será la máxima y no permite improvisaciones. Una marina bien preparada para la guerra, puede cumplir con eficiencia las operaciones y desafíos de tiempo de paz
Este artículo describe brevemente algunos de los aspectos más interesantes de la organización, estructuración y desarrollo del Simposio de Comandantes en Jefe de Armadas realizado el 3 de diciembre de 2018 en Viña del Mar, incluyendo la transcripción completa de la ponencia de la Armada de Chile expuesta ese día, de forma de difundir un mensaje claro y potente para estimular la vital conciencia marítima nacional.
El autor narra las experiencias en la planificación y en la ejecución de la Armada de Chile en el ejercicio naval más grande del mundo, justamente en el rol de comandante de la componente marítima.
En la actualidad la autoridad marítima nacional, la Dirección General del Territorio Marítimo y Marina Mercante (DIRECTEMAR), celebra su aniversario cada 30 de agosto, fecha de promulgación de la ley que fijó el territorio marítimo de la República, con 11 gobernaciones marítimas dependientes del Comandante General de Marina, en 1848. Sin embargo, hechos anteriores indican que la autoridad marítima siempre fue parte de la República.
El incidente del islote Snipe no es tan sólo un acontecimiento que marcó las relaciones chileno – argentinas, sino que también conllevó una serie de acciones navales generadas por el Gobierno de la época, las cuales, a pesar de sus dificultades implicaron consecuencias de mediano y largo plazo para la institución. Trabajo busca complementar los antecedentes ya publicados en la Revista de Marina, resaltando el rol del Cuerpo de Defensa de Costa en las diferentes acciones en que se vio involucrado.
La Escuadra nacional constituye al igual que hace 200 años, el núcleo estratégico de la Armada. Sus buques han sido renovados implicando un avance significativo en organización para el combate y capacidad de interoperar con estándar OTAN; también se han incorporado capacidades de ejecutar operaciones distintas a la guerra, como el entrenamiento DISTEX. Aun así, la principal fortaleza de la Escuadra sigue radicada en sus dotaciones.
Versión PDF
Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
Inicie sesión con su cuenta de suscriptor para comentar.-