Por EDGARDO MACKAY SCHIODTZ
El problema de movilizar la artillería por los 110 KM de desierto entre Hospicio y Tacna probó ser una cuestión insalvable, hasta que la opción de embarcarla en los buques de la Armada y descargarla en Ite surgió como una alternativa viable, no obstante la altimetría de trescientos metros. Sin embargo, la iniciativa y la capacidad de planificación del capitán Manuel Orella logró solucionar el problema, constituyéndose en una hazaña poco destacada y no reconocida con el mérito que merece.
The difficulties of hauling the army´s field artillery through more than a hundred kilometers of desert between Hospicio and Tacna proved to be an unbeatable issue. A feasible option was conceived consisting of boarding these pieces on Navy ships and unloading them in Ite, despite this site was situated three hundred meters above sea level. Although, the initiative and planning skills of Captain Manuel Orella managed to fix the problem, this feat wasn’t known or recognized with the credit it deserves.
Luego de la renuncia del general Erasmo Escala y la nominación del general Manuel Baquedano como Comandante en Jefe del Ejército en Campaña, quien designó al coronel Pedro Lagos como su ayudante y al coronel José Velásquez como Jefe del Estado Mayor, la ruta a seguir en la campaña militar era la travesía de las pampas y lomas desérticas para caer desde Moquegua e Ilo sobre Tacna y Arica, pero ello puso al flamante comandante en la disyuntiva de mantener una fuerza en Moquegua para controlar al ejército peruano de Arequipa -unos 5.000 hombres mal armados e indisciplinados-, o desviar todas sus fuerzas desde Ilo contra Tacna, donde el almirante Lizardo Montero concentraba 12.500 efectivos, 7.350 peruanos y 5.150 bolivianos, estos últimos al mando del coronel Eleodoro Camacho.
La primera opción era fuertemente recomendada por el gobierno central, que creía necesario mantener una guarnición de unos 5.000 hombres para contener al ejército de Arequipa desviando al resto contra Tacna, pero el ministro Rafael Sotomayor se opuso tenazmente insistiendo en que las tropas de Arequipa no tenían la menor posibilidad de atravesar el desierto para caer sobre el ejército chileno, en tanto que todo el esfuerzo era necesario para enfrentar a las tropas aliadas en Tacna en igualdad de condiciones. La opinión de Sotomayor y Baquedano primó y se decidió por la opción del ataque masivo a Tacna liberando Moquegua a los peruanos, pero ello implicaba una cuestión más seria que la del eventual y remoto peligro del ejército de Arequipa, y este era la del desierto -más desamparado todavía que el de Tarapacá-, y que se interponía entre ambas fuerzas. Y para superarlo sólo cabían dos caminos que tomar: el del mar, desembarcando en Ite, y la travesía directa del desierto, partiendo desde Hospicio o desde otro punto de la línea férrea.
Los 110 kilómetros entre Hospicio y Tacna probaron ser un obstáculo insalvable para la artillería que, atascada en la arena inmovilizada e imposibilitada de arrastrarse, quedó irremediablemente separada de la caballería e infantería, la que inició la marcha hacia Tacna. Consultada la Armada el problema fue resuelto embarcándose la artillería en el vapor “ITATA” y desembarcándola en Ite. Varios días tardó la llegada de una relativa bonanza que permitiera el desembarco de la artillería, lo que recién pudo concretarse en la primera semana de mayo. Sin embargo, concluida esa tarea, se presentó la dificultad de subir los cañones los trescientos metros que separaban a la playa de la meseta de la costa. Tarea que parecía insalvable, pero que a ojos del ministro Sotomayor constituían una ventaja considerando que en su optimista opinión los 110 kilómetros de desierto habían sido ahora reducidos a sólo 300 metros.
Tirar los cañones con mulas no dio resultado dado que las ruedas de las cureñas se hundían en la arena, y el esfuerzo sólo estaba arriesgando reventar a los pobres animales sin avanzar un metro. La búsqueda de una solución se convirtió en una necesidad imperiosa considerando que la avanzada debía estar ya aproximándose a Tacna, y un ataque sin la protección de la artillería sólo podía presagiar un desastre de proporciones.
Hasta que el comandante de la Covadonga, el capitán de corbeta Manuel Joaquín Orella, sugirió la utilización de cabos y motones para levantar los cañones a fuerza de brazos, combinándolo con la construcción de senderos y plataformas escalonadas, de tal modo de izar los cañones hasta esos descansos, trasladar los aparejos hasta la siguiente etapa, izarlos nuevamente, y así sucesivamente hasta alcanzar la cumbre.
En términos prácticos el plan sugerido por Orella consistía en labrar un sendero en zigzag desde la playa hasta la cumbre, estableciendo plataformas intermedias en cada ángulo, de tal modo de subir los cañones hasta estos descansos, para luego emprender la próxima etapa. Con un buen despliegue de aparejos de la Covadonga y del Itata, sumada a la marinería de ambos buques, a los zapadores y a los mismos artilleros, el marino se comprometió a izar todos los cañones a la meseta. Los descansos escalonados servirían, además, para desmontar las piezas más pesadas, aliviando así el traslado y el riesgo de accidentes.
La faena se convirtió en una tarea colosal, llevada a cabo en cuatro días intensos con la dirección personal del ministro Rafael Sotomayor y del eficiente Orella, ambos laborando codo a codo con los contramaestres expertos en nudos y amarras marineras, montando y desmontando aparejos, en tanto los zapadores y los tripulantes de la Covadonga rivalizaban en sus esfuerzos acarreando los cañones por el acantilado hacia la meseta, todo ello bajo un sol abrasador e implacable. Al tercer día el bravo Orella cayó desplomado sin conocimiento, víctima de insolación, y trasladado a la leve protección de la tienda en la playa fue atendido y cuidado por el propio ministro, en tanto sus oficiales completaban el izado de los últimos cañones.
La epopeya fue coronada por el éxito el 9 de mayo y celebrada con izamiento del pabellón nacional y veintiún cañonazos, iniciando de inmediato la marcha de los artilleros y sus piezas hacia Las Yaras.
El ministro en Campaña, luego de despachar los cañones, se dirigió el 16 de mayo a lomo de mula a reunirse con el ejército en Las Yaras, esfuerzo que le probó fatal sufriendo una congestión cerebral que le arrebató la vida el día 20, cuando el campamento se aprestaba a conmemorar el primer aniversario del combate de Iquique.
Sin tiempo para lamentaciones, con el ejército listo y preparado para la ofensiva, y con su artillería en posición, el general Baquedano dio la orden de avanzar para enfrentar al ejército aliado cuyo mando había sido asumido por el general boliviano Narciso Campero en virtud de las desavenencias entre el almirante peruano Montero y el coronel boliviano Camacho. El 25 de mayo Campero intentó emboscar a la avanzada chilena en Quebrada Honda, pero sus tropas perdieron el rumbo en la niebla y oscuridad, terminando por retirarse hacia el denominado Campo de la Alianza para organizar la defensa, enfrentando a 11.800 chilenos contra un número similar de peruanos y bolivianos.
Al amanecer del día siguiente, 26 de mayo de 1880, se inició la batalla con un fuego cruzado de artillería que no tuvo mayores consecuencias debido a que los proyectiles se enterraban en la arena sin estallar, lo que obligó a Baquedano a ordenar a la 1a División del coronel Santiago Amengual atacar el flanco izquierdo aliado mientras que a la 2a División del coronel Francisco Barceló se le instruyó atacar el centro de la línea. Notando los aliados que el ataque principal era para rebasarlos por la izquierda se envió a esa posición a sus reservas las que lograron rechazar a las fuerzas chilenas, faltas ya de municiones -la caballería tuvo que transportar cajas de municiones que se abrieron a culatazos para suministrar parque a la infantería-, obligándolas a replegarse e iniciando la persecución de la División Amengual, sólo para ser asaltadas por la 3a División del coronel José Domingo Amunátegui que con los remanentes de la 1a División cogió a las fuerzas aliadas en un fuego cruzado que le deshizo todo el flanco izquierdo. El ataque simultáneo de Barceló y Barboza al centro y flanco derecho aliado rompió la defensa obligando a Campero a ceder, en tanto Camacho, herido y ya sin fuerzas que oponer, abandonó el combate.
A las 14:00 horas la batalla estaba decidida, cayendo los últimos reductos aliados y con las tropas en fuga abandonando armamento y equipos, permitiendo hacia las 18:00 horas la entrada de las primeras tropas chilenas con Santiago Amengual a la ciudad de Tacna.
La batalla fue singularmente sangrienta, con bajas estimadas en alrededor de 5.000 hombres -2.027 chilenos y 2.650 peruanos y bolivianos-, diezmando regimientos como el Esmeralda y el Atacama -que perdió el 47% de sus efectivos-, y el Santiago -con un 30% de su dotación muerta o herida-, pero dejó la ruta abierta hacia Arica y decretó el retiro efectivo de Bolivia de la guerra con sus tropas desmoralizadas y despojadas de todo espíritu combativo, emprendiendo el camino rumbo a La Paz, en tanto los soldados peruanos se dispersaban en desbandada hacia Arequipa dejando su parque de municiones, cientos de fusiles, y gran cantidad de cañones y ametralladoras en el campo de batalla.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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