Examinaremos el contenido de la noción conciencia marítima nacional, desglosando cada uno de sus componentes. Lo primero que salta a la vista es que frecuentemente asociamos la conciencia marítima con el conocimiento de los Intereses Marítimos (II. MM.) y con la condición geográfica del país. Pero, entonces, estamos asumiendo una igualdad entre conciencia marítima y conocimiento marítimo, lo que pareciera ser impropio.
Intentaremos dilucidar qué es la conciencia, apoyándonos en algunos conceptos filosóficos y religiosos, para después hacer una analogía al caso que nos ocupa. Enseguida nos adentraremos en lo marítimo, identificando los recursos y las actividades que conforman los II.MM.; continuaremos con lo nacional en su vertiente geográfica y humana.
Aclarado el contenido de los términos analizaremos globalmente la conciencia marítima nacional. Explicaremos cómo se podría pasar de la subjetividad de la conciencia individual a una conciencia colectiva. Se destaca el papel de la Armada en el fomento de la conciencia marítima y la necesidad de lograr su desarrollo en la educación básica y media, finalizando con algunas conclusiones.
No es fácil precisar qué es la conciencia, ya que no tiene un correlato físico; es algo absolutamente subjetivo. Se relaciona con un cierto conocimiento al que se suma un aspecto volitivo. Nos aproximaremos a la conciencia apoyándonos en Ortega y Gasset y en algunos conceptos de la Iglesia Católica, experta en conciencia moral para, de ahí, proponer algunas conclusiones.
…donde quiera y como quiera que exista eso que llamamos conciencia, lo encontramos siempre constituido por dos elementos: una actitud o un acto de un sujeto y un algo al cual se dirige ese acto. Aquel acto puede ser de muchas especies: ver, fantasear, entender, querer, emocionarse, etc. Se trata de maneras diversas de andar afanados con algo.
Más adelante agrega que:
…esa cosa que denominamos conciencia es la más rara que hay en el universo, pues tal y como se nos presenta parece consistir en la conjunción, complexión o íntima perfecta unión de dos cosas totalmente distintas: mi acto de referirme a, y aquello a lo que me refiero.
Cuando observo, por ejemplo una mesa, ella no es mi conciencia, pues mi conciencia es ese estar ante mí de la mesa. Por tanto, existe una unidad inseparable entre dos elementos absolutamente divergentes entre sí como lo son, por un lado, ese estar ante mí de la mesa; por otro, la mesa propiamente tal.3 Además, todo objeto, supongamos la misma mesa del ejemplo anterior, puede estar referida al sujeto de tres maneras diferentes: i) como una relación de presencia o percepción sensible; ii) teniendo presente su imagen, como un recuerdo o representación; y, iii) en el modo de una alusión o referencia intelectual, o sea, como una mención.4
Haciendo una analogía con la conciencia marítima, podemos decir que en ese caso el sujeto tiene ante sí el mar, respecto del cual puede ejercer diversos actos, tales como mirarlo, comprenderlo, quererlo, disfrutarlo, emocionarse, etc. Y ese tenerlo ante sí, puede ser sensible, imaginario, o una mención. Se anticipa, así, que la conciencia acerca del mar no es unívoca, sino bastante variable, amplia y subjetiva. Es distinta la vivencia de mojarse los pies en las olas, que conocer el mar por fotografías; o mojárselos sólo durante el verano o todos los días del año.
La conciencia moral es el lugar, el espacio santo donde Dios habla al hombre.6 Lo que sucede en la intimidad de la persona está oculto a la vista de los demás. La conciencia dirige su testimonio únicamente hacia la persona misma; y, a su vez, sólo la persona conoce la respuesta a la voz de la conciencia.7 Lo propio de la conciencia es el razonamiento, que se traduce en un juicio moral sobre los actos de una persona. Este juicio, en tanto moral es práctico, puesto que ordena lo que la persona debe hacer o no hacer, o bien valora retrospectivamente un acto ya realizado por ella.8 Como todo juicio práctico, el juicio de la conciencia tiene un carácter imperativo: el hombre debe actuar en conformidad con dicho juicio.9
Cabe desatacar que, siendo la razón una sola y misma facultad intelectual, podemos distinguir un conocimiento especulativo que se orienta a la consideración de la verdad; y un conocimiento práctico que ordena lo aprehendido a la praxis, a la acción.10 La ética se relaciona con el conocimiento práctico, pues no basta con saber lo que debemos hacer, sino que es imperativo actuar, es decir, aplicar lo que sabemos. Todos los juicios de nuestra conciencia moral son esencialmente prácticos; pero en ellos “anida siempre la posibilidad de error, pues la conciencia no es un juez infalible.”11 De allí la necesidad de educarla para que sea recta y veraz. Tal educación “es indispensable para seres humanos sometidos a influencias negativas y tentados a preferir su propio juicio y a rechazar las enseñanzas autorizadas. La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida.”12
➣ La conciencia permite un aparecer de las cosas ante el sujeto.
➣ Tal aparecer tiene distintas graduaciones y consistencia, dependiendo de si es una experiencia sensible, un recuerdo o imaginación, o mención de un tercero.
➣ Sobre ese aparecer el sujeto puede ejercer el acto de ver, fantasear, comprender, querer, emocionarse, o una combinación de ellos.
➣ La conciencia tiene un carácter volitivo que impele a la acción.
➣ La apreciación de la conciencia es subjetiva y puede ser errónea. Por tanto, debe ser debidamente educada, lo que requiere un esfuerzo permanente.
En particular, destacamos el aspecto volitivo de la conciencia, que nos aguijonea a la acción. Así, podemos concluir que la noción conciencia marítima conlleva una cierta inclinación de la voluntad hacia lo marítimo, que está ausente en el mero conocimiento marítimo. Sin embargo, ambos conceptos están íntimamente relacionados, puesto que la conciencia requiere ser educada para que tienda a lo marítimo. Esa educación exige conocimiento teórico y práctico, pues nadie ama lo que no conoce.
Lo marítimo naturalmente se refiere al mar con los múltiples recursos y actividades que ofrece, lo que usualmente se engloba bajo el concepto de II. MM.; también considera las condiciones geográficas e histórico-antropológicas del país, que examinaremos en los parágrafos siguientes.
Los II.MM. se definen como “el conjunto de beneficios reales o potenciales que un país puede obtener de las actividades relacionadas con el uso del mar, y de la explotación sustentable de sus recursos.”13 Para que esos beneficios se concreten de manera eficiente, se deben armonizar tres aspectos estrechamente concatenados: i) la investigación sobre los recursos marinos existentes; ii) el uso y la explotación sustentable de esos recursos; iii) la fiscalización y protección de los ecosistemas marinos.
El mar ofrece variados recursos, tales como: pesca, acuicultura, minería submarina, energía, agua salada, fuente de inspiración artística, etc. Y, según se indicó anteriormente, el hecho de tomar conciencia de aquellos recursos, impele a la voluntad a realizar ciertos actos, como: contemplarlos, cuantificarlos, preservarlos, mojarse los pies o nadar en el mar, etc.; o bien organizar actividades colectivas con vistas a lograr beneficios económicos y sociales, por ejemplo: comercio y transporte marítimo, turismo y recreación, industria de ribera, investigación científica y cultura marítima, etc. Este conjunto de recursos y actividades tradicionalmente se engloba bajo el concepto de II.MM.
De tales intereses y de la condición geográfica del país es preciso tener un mínimo conocimiento, de manera que sirva como germen para incentivar y desarrollar el componente volitivo de la conciencia marítima, según lo explicaremos más adelante.
Nos queda por comentar el componente nacional de la expresión conciencia marítima nacional. Para esto, nos centraremos en los aspectos geográficos y humanos.
Dado que nuestra Zona Económica Exclusiva (ZEE) es casi cinco veces superior que Chile continental, podemos decir que somos propiamente un maritorio antes que un territorio; asimismo, deberíamos desterrar para siempre la consabida larga y angosta faja de tierra, reemplazándola por lo que somos: una larga y ancha franja de mar. También es erróneo considerar que limitamos al Oeste con el mar, pues lo hacemos con Oceanía: Rapa Nui es nuestra punta de punta de lanza que se interna en el Pacífico, recordándonos cuál es nuestro destino. A esto debemos agregar la privilegiada proximidad a la Antártica, que es un llamado a estar activamente presentes en ese continente.
Fuimos descubiertos por el mar, a través de él consolidamos nuestra independencia, y nuestro porvenir está en el mar. Sus especies vivas, el suelo y subsuelo marino, constituyen una importante fuente de alimentación, de minerales y de energía. Además, es la principal ruta de nuestro comercio exterior, que en un 95% se realiza por vía marítima.14 Con razón el escritor Benjamín Subercaseaux, señaló: “Chile es una tierra de Océano. O sea, un país que por su estructura y su posición geográfica no tiene mejor objetivo, ni mejor riqueza, ni mejor destino -más aún– ni otra salvación que el mar.”15
Sin embargo, la geografía no lo hace todo; también influye la economía y la idiosincrasia de la gente. De hecho, hay regiones o ciudades que muestran un mayor apego al mar. Nadie podría negar la vocación marinera de Chiloé; y en menor medida, aunque con altos y bajos, son dignas de mención Iquique, Antofagasta, Valparaíso y las regiones del Bío-bío y Magallanes.
El resultado es que somos un país cuya conciencia marítima no guarda relación con su configuración geografía. A la herencia castellana se suma el hecho que la valoración del mar siempre ha competido con la agricultura y, particularmente, con la minería. Primero el salitre y después el cobre, han sido las vigas maestras de nuestro desarrollo económico, sin que se haya tomado suficiente conciencia de la vital importancia de la vía marítima para exportar esos bienes.
Con todo, si bien no nos caracterizamos por ser una raza particularmente marítima, hemos tenido estadistas y marinos con una elevada conciencia marítima. Uno de los principales es el padre de la patria, general Bernardo O’Higgins que, con su formación británica, comprendió la importancia estratégica del dominio del mar; de ahí su preocupación por crear la Escuela de Guardiamarinas y conformar de la nada una flota; es famosa su frase después de la batalla de Chacabuco: “Este triunfo y cien más serán insignificantes si no dominamos el mar.”
Otro destacado político con visión marítima fue el ministro Diego Portales que, en carta al almirante Blanco Encalada, dijo: “Las fuerzas navales deben operar antes que las militares, dando golpes decisivos. Debemos dominar para siempre en el Pacífico: ésta debe ser su máxima ahora, y ojalá fuera la de Chile para siempre”. También cabe citar al comandante Policarpo Toro, cuya visión y tenacidad fue decisiva para que Chile incorporara Rapa Nui al territorio nacional. A fines del siglo XIX merece mención especial el presidente José Manuel Balmaceda por su compromiso por desarrollar el poder naval.
Entre las personas que impulsaron la conciencia marítima en el siglo pasado, habría que incluir al presidente y almirante Jorge Montt, por su preocupación por potenciar el poder naval. Al presidente González Videla, que se comprometió con las 200 millas de ZEE, en tiempos que parecía un absurdo; a lo que se suma su visión sobre la importancia de la Antártica, siendo el primer presidente en poner pie en ese continente. Al almirante José Toribio Merino, por el fomento de la marina mercante, la ley de navegación, la ley de pesca, la modernización de los puertos, el fomento a la acuicultura, etc. Al almirante Jorge Martínez Bush, por su concepción oceanopolítica y la creación del concepto de mar presencial. En este siglo XXI cabría mencionar al presidente Ricardo Lagos Escobar por su contribución al desarrollo del poder naval.
Según vimos, la conciencia marítima no solo comprende un conocimiento reflexivo acerca los II. MM. y de la condición geográfica, sino que además conlleva un aspecto volitivo que impele al individuo a realizar actividades asociadas al mar; es un proceso estrictamente personal y subjetivo, propio de la conciencia. Así un artista, en su casa ubicada en el campo, alejada de la costa, que se inspira en el mar para escribir un poema, tendría mayor conciencia marítima que un trabajador portuario que podría ser un ganapán, al que poco le interesa el mar.
El aspecto volitivo se puede educar en base a experiencias vivenciales, que van creando el hábito de actuar de manera consecuente con el conocimiento adquirido. Podemos hacer una analogía con las virtudes, donde no basta con saber qué hacer, sino que es preciso hacerlo –y hacerlo repetitivamente–, de modo de crear el hábito de obrar rectamente. La virtud se define como el hábito del buen obrar; la Iglesia enseña que “quien es fiel en lo poco, lo es también en lo mucho,”19 queriendo significar que el recto actuar en el día a día, nos prepara para enfrentar las grandes decisiones. De manera más burda, se trata de cebar la bomba para que la voluntad despegue sola.
Por consiguiente, cuando hablamos de fomentar la conciencia marítima, no basta con dar a conocer los beneficios reales y potenciales que nos ofrece el mar, sino que debemos intentar que sea parte del proyecto de vida de la persona, de modo que su conducta se traduzca en actividades relacionadas con el mar. Naturalmente, a mayor conocimiento del mar y más intensa la relación vivencial, mayores serán las probabilidades de actitudes positivas permanentes hacia el mar.
Si, como hemos dicho, la conciencia es esencialmente subjetiva, surge la pregunta cómo podría existir una conciencia marítima nivel nacional o colectivo. A primera vista pareciera que la subjetividad de la conciencia hace que se cierre sobre sí misma. Sin embargo, razonablemente podemos asumir que, en general, las personas que viven junto al mar potencialmente tienen una conciencia marítima más desarrollada, comparativamente con quienes viven tierra adentro; igualmente los que desempeñan labores relacionadas con el mar usualmente tienen una mayor conciencia marítima que quienes trabajan en la agricultura o la minería. Por tanto, podemos decir que la proximidad al mar y la función que cumplen las personas, son vivencias que contribuyen a una mayor conciencia marítima colectiva.
También influye la condición geográfica y el aspecto valorativo que la sociedad le otorgue al mar. Un país-isla que dependa fuertemente del mar, valorará de manera natural y espontánea las actividades marítimas, muchísimo más que aquellos países que tienen otras alternativas de subsistencia, además del mar. Por tanto, las vivencias que se tengan del mar, sea por proximidad geográfica, por la actividad que se desempeña o por la condición geográfica, inciden en el conocimiento-valoración que se tiene del mar y favorecen una mayor conciencia marítima a nivel colectivo o nacional.
El ejemplo sin duda coadyuva a la difusión y conformación de la conciencia marítima nacional. Mientras más personas realicen actividades exitosas relacionadas con el mar, más gente querrá imitarlos, porque el buen ejemplo es difusivo y contagioso. De esta manera, los modelos motivadores debidamente propalados, sumado a una educación marítima interactiva que sume conocimientos con prácticas o vivencias, permiten que la conciencia marítima gradualmente se expanda desde el nivel individual, hasta llegar a ser una conciencia marítima nacional.
En resumen, las vivencias asociadas al mar, el ejemplo y la educación son los pilares en los que se apoya la formación y desarrollo de la conciencia marítima nacional. Por supuesto, el papel del Estado y de las élites es fundamental, pues nada existe por generación espontánea.
En el fomento de la conciencia marítima, lejos el principal actor ha sido la Armada, pionera en su visión oceánica y en la proyección de Chile al Pacífico. Más allá del comandante Policarpo Toro y de los almirantes Merino y Martínez, la institución desde siempre ha tenido una impronta de aguas azules y una elevada conciencia de la importancia del dominio del mar, en la senda marcada por O’Higgins y Portales. La Academia de Guerra Naval ha sido señera en la formación de oficiales con una superior conciencia marítima, la que en los últimos años ha sido reforzada con una creciente preocupación por la preservación y cuidado de los ecosistemas marinos.
Nuestra apertura al Pacífico y la dependencia del libre tráfico marítimo ha hecho que gradualmente el país haya ido percibiendo la responsabilidad que nos cabe en la seguridad internacional del Pacífico. Es así como, con la comprensión y beneplácito de sucesivos gobiernos, hemos participado cada vez más intensamente en ejercicios multilaterales con armadas amigas. Entre ellos: Panamax, Marara, Team Work South, Unitas y Rimpac. En este último, el más grande ejercicio naval que se realiza en el mundo, a Chile le correspondió el año 2018 asumir el mando de la componente marítima de la fuerza combinada, compuesta por más de 40 buques pertenecientes a una veintena de países.
Junto a la Armada existen otras organizaciones que también contribuyen con su grano de arena a fomentar la conciencia marítima nacional. Entre otras, la más que centenaria Liga Marítima y la Fundación Mar de Chile, que se esfuerzan por difundir la importancia del mar en nuestro desarrollo. También está la Fundación Carlos Condell, creada en 1984, que, entre otras cosas, imparte formación técnico profesional en el ámbito marítimo y desde hace tres años forma oficiales para la marina mercante, de cubierta y máquinas. Asimismo, hay universidades de la región de Valparaíso que imparten carreras asociadas con las ciencias del mar; entre ellas, la Universidad Católica de Valparaíso, la Universidad Andrés Bello, la Universidad de Valparaíso y varias otras a lo largo del país.
En fin, no hay duda de que nuestra conciencia marítima se ha incrementado en los últimos años, particularmente en la mirada hacia el Pacífico y en una mayor preocupación por los ecosistemas marinos. En marzo de 2018 se promulgó una nueva Política Oceánica Nacional, que esperamos no quede solo en buenas intenciones. Nos falta mucho para ser un país marítimo, pero no estamos de brazos cruzados y la Armada, pilar fundamental en esta cruzada, tiene claro el desafío. No obstante, la creación de una sólida conciencia marítima debería ser una política de Estado, que parta desde la enseñanza básica y media.
Como lo hemos venido repitiendo, lo fundamental para desarrollar una conciencia marítima es la educación teórica y práctica respecto del mar. Será tanto más eficiente cuanto más temprano se inicie. No basta con conocer teóricamente el mar, sino que hay que experimentarlo: sentir las olas, practicar deportes náuticos, navegar, consumir productos del mar, etc. Un ejemplo digno de imitar es la forma en que se ha potenciado la conciencia ecológica en los niños y jóvenes, simplemente porque se partió inculcándola desde el jardín infantil. Urge incorporar en el currículo escolar ciertos aspectos referidos al mar y sus potencialidades.
La principal diferencia entre la conciencia marítima y el conocimiento marítimo es el componente volitivo de aquella. La noción de conciencia no se queda en la teoría, sino que impele a la acción. No obstante, dado que para querer (aspecto volitivo) primero es necesario conocer, existe una estrecha relación entre el conocimiento de lo marítimo y la voluntad de entusiasmarse con alguna actividad relacionada con el mar. El conocimiento debe considerar aspectos teóricos y prácticos, de modo de estimular la voluntad.
El desarrollo de la conciencia marítima requiere algún grado mínimo de conocimiento de los II.MM., de la condición geográfica y de la historia del país, que deben ser profundizados y aplicarlos en situaciones concretas, repetidas periódicamente, hasta despertar el gusto por realizar voluntariamente esa actividad, creando una especie de hábito. Podemos hacer una analogía con el cultivo de las virtudes, que demandan la repetición de ciertos actos hasta transformarlos en hábitos.
A lo largo de nuestra historia hemos tenido algunos estadistas y marinos con una elevada conciencia marítima, que deberían tomarse como modelos para insuflar al país una mentalidad marítima. Heredamos los genes de nuestros conquistadores españoles que, en vez de defender territorios de ultramar mediante una flota, optaron por fortificar ciertos puntos estratégicos de la costa. La realidad es que, a principios del siglo XIX, cuando nos independizamos, nuestra tradición marinera era prácticamente nula. Fue necesaria la visión de O’Higgins y de Portales para que comprendiéramos la importancia del mar.
A pesar del marcado déficit en la educación marítima y de la atracción que ejerce la agricultura y la minería, Chile tiene un cierto grado de conciencia marítima que obviamente debería incrementarse, de modo de ser consecuentes con el destino marítimo al que nos impele la geografía. Comparativamente con dos o tres décadas atrás, hoy día existe mayor conciencia respecto de la importancia del Pacífico y del cuidado de los ecosistemas marinos; en definitiva, desarrollamos más actividades relacionadas con el mar.
Al fomento de la conciencia marítima contribuye no solo la educación, sino también el ejemplo. Mientras más personas realicen actividades exitosas en el mar, más gente querrá imitarlos y tenerlos como modelo o fuente de inspiración. Esto hará que la conciencia marítima individual y subjetiva, gradualmente se difunda y se expanda hasta transformarse en una conciencia marítima nacional. El rol del Estado y de las élites es fundamental.
La Armada ha cumplido un papel relevante en crear e incrementar la conciencia marítima de los chilenos. Si bien existen otras instituciones privadas y públicas que también contribuyen a este noble propósito, la Marina continuará siendo el pilar fundamental, y no se aprecia que haya probabilidades de relevo, aunque no es su función principal. Es claro que se requiere una política de Estado orientada a fomentar la conciencia marítima nacional.
Creo que mi vocación por la carrera naval se empezó a desarrollar cuando mi padre me llevaba a ver el espectáculo de los...
Pregunta recurrente en nuestro ámbito marítimo, de transversal apoyo o rechazo y de antiguas aspiraciones, como aquella ...
La amplia gama de entes que intervienen en el ámbito marítimo hace que frecuentemente se generen descoordinaciones e ineficiencia. Sin embargo, la solución no pasa por crear un nuevo ministerio, que produciría mayor gasto y burocracia. Los ministerios, en general, tienen una orgánica funcional antes que espacial; además, las actividades que debería gestionar un Ministerio del Mar están ya asignadas a ministerios específicos. En el mismo rechazo confluyen las observaciones de la P.Universidad Católica de Valparaíso al proyecto presentado por el gobierno de la Unidad Popular en 1972, y la comisión creada por el régimen militar en 1986. La recomendación es crear un consejo interministerial, incluyendo privados, que prevea y destrabe los nudos que complejizan el quehacer en el mar.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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