Durante el 2017 fuimos testigos de numerosos episodios de tensión entre Estados Unidos
(EE.UU.) y Corea del Norte, en los cuales las declaraciones de ambos gobernantes y sobretodo los ensayos nucleares de la nación asiática, han encendido las alarmas internacionales ante las eventuales consecuencias que generaría un
conflicto armado entre ambas naciones.
En el sentido del conflicto es posible preguntarse si es realmente posible una guerra entre EE.UU. y Corea del Norte. Por ello es que inicialmente se describirán las condiciones que enmarcan la tensión actual, llegando a establecer, en
perspectiva, qué naciones podrían verse involucradas.
Sin duda que cuando se habla de consecuencias son múltiples los factores que podrían ser analizados; lo que se busca es establecer una visión diferente y por ello se aborda cómo ha ido ganando terreno el factor económico como
elemento potente a tener en cuenta por los gobernantes ante la decisión del eventual conflicto; este fenómeno está enmarcado en los conceptos de la geoeconomía, el cual se describe de manera sencilla para facilitar su entendimiento.
La geoeconomía cambió el enfoque, ahora la conquista y colonización ya no son únicamente por el territorio, sino que lo que se busca son los mercados de consumidores; de tal manera que los productores lo que aspiran es abarcar
la mayor cantidad de ellos para comercializar sus productos.
Con el propósito de visualizar los efectos nacionales, la historia nos brinda numerosos ejemplos de crisis económicas, que describen qué ha pasado en los mercados mundiales y cómo de alguna manera Chile se ha visto involucrado.
Finalmente, se puntualizan prospectivamente las eventuales consecuencias que se podrían generar en Chile, en donde nuestra economía se vería fuertemente afectada, generando efectos socioeconómicos negativos para una amplia parte de los chilenos.
Pese a las proyecciones, los conceptos geoeconómicos debieran iluminar a los gobernantes a fin de evitar por todos los medios llegar a un conflicto armado.
El 2011 asumió el actual presidente de Corea del Norte Kim Jong-un, acompañado de discursos de modernización y mejoras del nivel de vida; sin embargo, al poco tiempo dejó ver la rudeza de su régimen interno* y las intenciones que pretendía en lo relativo a política exterior.
En este sentido, el líder máximo está convencido de que “el mundo entero le es hostil” y por tal motivo lo que busca es la subsistencia mediante la ostentación de poder (nuclear en este caso), es este último aspecto el que ha marcado el año con seis ensayos nucleares, lo cual no ha dejado indiferente a la comunidad internacional, principalmente EE.UU., dado que el propio Kim Jong-un declaró que está desarrollando un misil capaz de alcanzar las ciudades de la costa Oeste del territorio norteamericano.
Con tales afirmaciones, en septiembre de 2017, el presidente Donald Trump, durante la Asamblea General de Naciones Unidas (ONU), amenazó a la nación asiática con “destruirla totalmente” si su país se ve obligado a defenderse a sí mismo o a sus aliados.
Pese a que una guerra sería el peor de los escenarios, la situación no deja de ser al menos delicada, por cuanto con los actuales niveles de tensión, es posible que cualquier movimiento sea malinterpretado y ello escale a un enfrentamiento armado.
Mirando prospectivamente, el sólo hecho de que existan acciones ofensivas directas pondría en riesgo a la población de varias naciones: si EE.UU. ataca a Norcorea, es posible que la reacción sea en contra de Corea del Sur y/o de Japón (ambos aliados de EE.UU. y dentro de la cobertura de los misiles); en contraparte, China (principal y casi único aliado de Corea del Norte) también podría reaccionar en contra de EE.UU., por lo tanto no son sólo dos
naciones involucradas, sino que esto puede tomar aspectos de mayor amplitud internacional.
Por otro lado, China tampoco quiere generar que EE.UU. esté en sus fronteras en caso del colapso de Corea del Norte.
Con el escenario descrito, cada líder político debe estar analizando las eventuales consecuencias que podría tener para su país el hecho de verse involucrado en el conflicto y cómo éste afectaría a su país en diversos ámbitos: social, económico, geográfico, posicionamiento mundial y militar.
Sin embargo, a causa de la globalización el enfoque del análisis ha cambiado. Con mercados multinacionales y empresas transnacionales, cada día más las decisiones políticas no son observadas bajo el prisma de quién es más
poderoso militarmente, sino que el elemento económico y sus consecuencias han ganado terreno hasta transformarse en uno de los factores preponderantes. (sin querer decir que el único ni el más importante).
En base a esto último, el cientista político norteamericano Edwrad Luttwak junto con el economista francés Pascal Lorot, escribieron a cerca de este nuevo enfoque de las relaciones internacionales en su libro Introducción a la Geoeconomía (1999), definiéndola en los siguientes términos:
La geoeconomía analiza las estrategias económicas de los Estados en un entorno político, con el objetivo
de proteger sus propias economías y ayudar a sus empresas a capturar segmentos del mercado mundial.
La posesión o control de tal acción confiere al Estado un elemento de poder e influencia internacional
y ayuda a reforzar su potencial económico y social.
Una visión concordante expresa el Informe Elcano de Presencia Global 2016;* en donde, en términos de influencia mundial y política exterior, confirman que el factor económico ha ganado terreno con respecto a otros elementos como el ámbito militar:
El valor agregado de presencia económica de todos los países fue 6,5 veces mayor el 2015, mientras que la presencia blanda sólo se incrementa 3 veces, y la militar se desploma a la mitad. Durante el período 1990- 2012… la dimensión económica se incrementó a una media anual de 23,7%… coincidiendo con una disminución de la presencia militar agregada (-2,7%). En pocas palabras, la globalización ha sido, sobre todo, pero no únicamente, un proceso de naturaleza económica.
Entonces, de ahí se genera la inquietud de orientar este análisis bajo el prisma de lo económico más que lo militar, para ello una aventurada definición personal del concepto: “La geoeconomía es una rama de la geopolítica que se encarga de analizar el comportamiento de los diferentes actores internacionales en el contexto mundial, considerando que, en sus decisiones, la primacía estará dada por sus intereses económicos.”*
Entrando en materia, en términos muy simples, un sistema económico se genera cuando existen tres condiciones: existencia de productores y consumidores; voluntad y acuerdo para generar un intercambio y aplicación de la ley de la oferta y demanda para el establecimiento de los precios. En consecuencia, los consumidores son el ansiado
mercado de los productos.
Cadena (2010) indica que las nuevas formas de colonización son a través de los mercados y no del territorio; dando una nueva dimensión a las relaciones internacionales, las cuales ahora dependen del dinero y no de la diplomacia.
Es entonces en términos de captura o afectación de mercados que los gobernantes debieran estar haciendo sus cálculos respecto a las implicancias de este conflicto, para ello es necesario preguntarse ¿Cómo están relacionados económicamente?
Norcorea es una economía altamente centralizada en el sentido de la libertad económica interna; sin embargo, está lejos de ser una nación autárquica, por cuanto mantiene un alto volumen de intercambio comercial: el 83% de sus exportaciones tienen como destino China y a su vez, el 84% de sus importaciones provienen desde esa nación, por consiguiente, una alta dependencia económica con ese país.
Pero el panorama económico de China se presenta aún más globalizado, de acuerdo a las cifras expresadas en The Observatory of Economic Complexity (OEC),* los principales destinos de los productos chinos en el mundo son: EE.UU. con un 19%, Hong Kong con un 14%, Japón con un 6,3% y Corea del Sur con un 4,6%.
Haciendo un análisis geoeconómico, Japón y Corea del Sur son importantes aliados de EE.UU., por lo que un eventual conflicto pondría en riesgo casi un 30% del volumen total de las importaciones de China, un panorama que
desestabilizaría la balanza comercial* china.
Por otro lado, los principales orígenes de las importaciones chinas son desde Corea del Sur con 12%, EE.UU. con un 10% y Japón con el 11%; nuevamente vemos que un tercio de los productos que ingresan a China provienen de
los aliados del país del norte de américa, lo que se puede observar en la figura 1.
En concreto, aparte de las lamentables pérdidas humanas derivadas del uso de armamento, se generarían efectos socioeconómicos significativos, por cuanto todos los países involucrados están fuertemente interrelacionados económicamente.
Un enfrentamiento afectaría seriamente la economía del gigante asiático; estamos hablando que se vería afectada directamente más de un tercio de la economía del país, el cual presenta el mayor volumen de importaciones y exportaciones de todo el mundo. Consecuentemente, las repercusiones se dejarían sentir en muchos países.
En China el 1,4% de sus importaciones proviene de nuestro país, lo cual equivale a 18,6 billones de dólares, cifra similar a las exportaciones que ellos realizan hacia nuestro territorio.
Para Chile las cifras son más influyentes, por cuanto casi el 60% del total de nuestras exportaciones tienen como destino los países que podrían verse directamente involucrados en el conflicto: China con 29%, EE. UU. con el 14%,
Japón 8,8% y Corea del Sur con 7%.
Pero más allá de estas evidentes y nefastas consecuencias económicas inmediatas, lo que se busca es plantear cuáles serían los coletazos* de la economía mundial que afectarían a Chile en caso de una desestabilización macroeconómica generalizada.
Para no quedar sólo en palabras y visualizar de mejor manera estos coletazos, es necesariovisualizar la historia económica mundial de los últimos años y de alguna manera establecer una relación causal entre lo que pasa a nivel macro y los efectos en Chile.
Las crisis económicas no son nada nuevo; no obstante, a medida que existe mayor interdependencia comercial sus efectos son más globales, en la figura 2 se aprecia una línea de tiempo con las principales crisis económicas.
Se han destacado aquellas crisis mayores que tuvieron efectos mundiales directa o indirectamente, en donde se puede visualizar una tendencia – relativamente contemporánea – que estas crisis se han dado cada 10 años
aproximadamente y tras ellas diversas otras crisis se han incubado para mostrar sus efectos posteriores.
Algunos analistas señalan que la crisis de Rusia de 1998 tiene sus orígenes como una de las consecuencias de la crisis Asiática; posteriormente y muy influenciada por el ataque a las Torres Gemelas, se desata la crisis de las puntocom. Pero, específicamente, ¿qué ocurre para que se gesten estas situaciones?
De acuerdo a lo expresado por el columnista de economía de la revista Forbes, Marco Herrera,* en
el actual sistema económico no hay confianza ni seguridad en las inversiones; los países emergentes necesitan grandes proyectos de infraestructura, pero carecen de fondos fiscales para concretarlos y a su vez las empresas privadas no quieren invertir mientras los plazos no tengan una certeza jurídica adecuada.
La primera guerra de Kuwait, con la operación Tormenta del Desierto, en 1990, puso las alertas mundiales en relación a cómo sería la reacción global; basta recordar que recién en noviembre de 1989 había caído el Muro
de Berlín, marcando el término de la Guerra Fría. Por su parte EE.UU. aún sufría los efectos del lunes negro, y en 1991 técnicamente cayó en recesión; un precio del petróleo en alza y una economía europea a la baja en términos
de crecimiento.
En el contexto anterior, los capitales internacionales fluyeron hacia economías emergentes, principalmente de Latinoamérica. El efecto positivo en Chile se sintió con intensidad durante ese período y hasta 1997: se incrementó
el PIB en 7% por año; aumentó la esperanza de
vida; disminuyó la tasa de mortalidad infantil, la pobreza y el analfabetismo.
Posteriormente, con el efecto tequila en América Latina, la crisis asiática de 1997 y el default Ruso del año siguiente, el panorama económico mundial nuevamente entró en desconfianza, pero ahora global; generando una fuga de los capitales extranjeros y una falta de liquidez internacional (menos dólares circulando).
Ante este escenario los Bancos Centrales (BC)* reaccionaron globalmente, aumentando las reservas internacionales de dólar, como moneda dura a nivel mundial, tratando de sostener sus propias monedas para protegerse de una crisis internacional.
Nuevamente en Chile se dejaron sentir los coletazos, esta vez los negativos, el PIB cayó drásticamente hasta un nivel de -04% en 1999, situación que posteriormente fue revertida por el fuerte aumento del precio del cobre de los años siguientes.
La preocupación interna existe, tanto es así que, en un documento de investigación publicado por el BC en septiembre de 2017, uno de sus primeros artículos se refiere al fenómeno mundial que se presenta ante estas desconfianzas de los inversionistas, lo que en términos económicos se reconoce como cuando los flujos de capital se detienen o sudden stop.
En consecuencia, habiendo visto la relación de lo que se genera en Chile en base a los movimientos de la economía mundial, es posible aventurar un análisis prospectivo de las repercusiones ante el conflicto armado descrito anteriormente.
De acuerdo al Informe Elcano de Presencia Global 2016, EE.UU. y China son los países que presentan mayor influencia a nivel mundial; encontrando también dentro de los más preponderantes a Japón en el puesto número 7 y Corea del Sur en el 15. Es decir, todos los países eventualmente involucrados generarán efectos a nivel global.
En este sentido, es posible aventurar un sudden stop, con un aumento de las reservas internacionales de dólares hacia cada país. (situación similar a lo ocurrido posterior al default de Rusia en 1998). Ante este escenario, Chile dejaría de recibir o disminuiría la inversión extranjera en el sector productivo, lo cual afectaría rubros como la minería y construcción principalmente. Por consiguiente, es esperable un aumento de la cesantía en contratos.
Al generarse una falta de liquidez internacional, el dólar tiende a refugiarse en EE.UU. como economía fuerte, con ello aumenta su valor, lo que genera mayores ingresos por exportaciones, pero afecta en mayor medida a las importaciones, por lo que Chile deberá observar con detención su balanza comercial.
El aumento del precio del dólar genera depreciación del peso chileno, lo que puede traer aparejado un aumento de la inflación, por lo tanto, es el BC quien debería adoptar medidas tendientes a estabilizar la situación económica
interna. En concreto, la inflación afecta a los precios de los productos de consumo diario y la Unidad de Fomento (UF) para los deudores hipotecarios (muchos chilenos).
Ahora, desde el punto de vista de las importaciones y exportaciones, al verse involucrado China, ello afectará directamente a la otra coalición por cuanto, como ya se mencionó, Corea del Sur, Japón y EE.UU. son los principales países de origen de sus productos extranjeros.
Por su parte, Chile se vería tremendamente afectado, puesto que todos los países involucrados son los principales destinos de las exportaciones nacionales.
Entonces, las eventuales ganancias por un aumento del precio del dólar se verían seriamente mermadas por una disminución de las importaciones, generando un déficit comercial, con una fuerte caída en este rubro, un sobrestock de la producción, y por ende una disminución de precios en los productos; menores ganancias para los empresarios, eventuales despidos y aumento de la cesantía.
Siendo consecuente con los conceptos de la geoeconomía; se estima que, dado que los efectos mundiales de un eventual conflicto serían tan catastróficos, las decisiones políticas que adopten los líderes estarán influenciadas
y ponderadas en mayor medida ante el factor económico por sobre el factor militar u otros. En este sentido, una eventual guerra se ve poco factible.
Pese a lo anterior, el riesgo a que se desencadene un conflicto armado por una mala interpretación de las acciones Corea de Norte y EE.UU. está latente, por cuanto ambos países pueden generar señales erróneas y contra reacciones que no estaban ni en sus peores cálculos.
Las consecuencias económicas directas y los llamados coletazos para Chile son evidentes y en diversos ámbitos de afectación social, principalmente por un aumento de la cesantía y la inflación.
No deja de ser preocupante la serie de tiempo con fuertes crisis económicas cada diez años aproximadamente, los efectos anteriores han sido devastadores y numerosas economías han caído tras cada una de ellas; esperemos que la
situación actual entre ambas naciones no sea motivo suficiente para que los inversionistas piensen en un sudden stop y sobretodo esperemos que no se esté incubando la crisis Norcoreana.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1001
Julio - Agosto 2024
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