By JUAN JOSÉ ESCOBAR NAVARRETE
Las guerras entregan importantes lecciones, pero pocas entregan tantas perspectivas en el ámbito naval como la Guerra ruso-japonesa (1904-1905). El decisivo resultado obtenido por los japoneses fue consecuencia de una formidable preparación apoyada por un enemigo cuyos momentos de lucidez estratégica fueron escasos. El imperio ruso demostró exitosamente que los números y valentía de las dotaciones no significan nada si no existe un liderazgo que oriente los esfuerzos de la guerra y más aún, la preparación de esta.
Warfare provides important lessons, but few deliver as many insights in the naval battlefield as the russo-japanese war (1904-1905). The crucial outcome achieved by the Japanese Navy was firstly the consequence of an outstanding training and preparedness, contributed by confronting an enemy with scarce moments of strategic lucidness. The russian empire clearly proved that size and bravery of the crew means nothing if there is no leadership to guide the war effort and even more important, their battle readiness.
La mayoría de aquellos quienes estudian historia pueden concordar en cómo grandes liderazgos, tomas de decisiones y situaciones de arrojo han cambiado el curso de una guerra o batalla. Sin embargo, ¿qué sucede con aquellas decisiones basadas en políticas de Estado débiles, incompetencia o la simple búsqueda de prestigio personal? ¿cómo podría un mando débil influenciar en el desarrollo de una campaña o guerra? Muchas veces los malos ejemplos ayudan a entregar mejores lecciones, por cuanto se someten a un escrutinio más crítico, mientras que las victorias y campañas exitosas tienden a pasar por alto los errores que en ellas se cometen. El presente estudio de la Guerra ruso-japonesa de 1904 pretende explicar cómo las decisiones rusas en todos los niveles derivaron en la destrucción del poder naval de una nación y pavimentó el camino hacia la caída de uno de los imperios más extensos del mundo.
La carrera colonial en Asia
La decadencia China imperante durante el siglo XIX y las ansias expansionistas de las potencias de la época, llevaron al Imperio ruso y al imperio japonés a disputarse áreas de influencia en Manchuria y la península coreana luego de sucesivas ocupaciones y concesiones logradas mediante maniobras diplomáticas y militares. Las desavenencias entre estas dos naciones venían siendo arrastradas por décadas, alcanzando su clímax con la ocupación rusa de la región de Manchuria en 1898, territorio que los japoneses se habían visto obligados a devolver tras su guerra contra China sólo tres años antes.
Para comienzos del siglo XX, los rusos mantenían la ocupación de Port Arthur, un tenedero en la península de Liadong que les permitiría mantener una base naval que no estuviese sometida a las inclemencias del invierno como sucedía con Vladivostok; además, las concesiones obtenidas por China, los intereses comerciales en Corea y la ocupación de Manchuria, permitirían finalizar la ruta del ferrocarril transiberiano y consolidar Port Arthur como su mayor base militar en el Extremo Oriente.
Por su parte, los japoneses habían experimentado un rápido crecimiento y desarrollo desde la consolidación del emperador Meiji en el poder en 1868. En menos de una década, los dirigentes nipones entendieron la necesidad de modernizar al país para ser respetados como actores serios en la política asiática, lo que además permitiría proteger su propia soberanía. Su política expansionista en Asia chocó con los intereses rusos en la península de Corea; para Japón, este era un territorio de tal importancia que su pérdida amenazaba la supervivencia misma de la nación. A raíz de la importancia estratégica y de una serie de fallidas negociaciones con los rusos, los japoneses debieron buscar apoyo extranjero, firmando en 1902 un tratado de defensa con el Reino Unido, cuyas autoridades tampoco veían con buenos ojos la expansión rusa en Asia.
El águila bicéfala
Para entender la actitud errática que mantuvieron los rusos durante el conflicto, conviene interiorizarse tanto en la mente de los líderes que jugaron un papel importante en la guerra, como también en la situación política y social de este imperio.
El zar Nicolás II había ascendido al trono en 1896 a los 26 años de edad, luego de la repentina muerte del zar Alejandro III. Con poca preparación para asumir su rol como gobernante, optó por mantener el statu quo en la administración del Estado en tiempos en que la sociedad cambiaba a pasos agigantados desde el fin de la servidumbre de la gleba en la década de 1860. Es decir, Rusia se mantendría gobernada como una autocracia en un país cada vez más convulsionado.
A pesar de ser citado como un hombre influenciable y piadoso al extremo, la figura del zar a los ojos de la masa del pueblo ruso era aún la de un gobernante fuerte y conquistador. El éxito de un zar dependía tanto de su imagen de líder competente como de anexar nuevos territorios, los cuales se materializaban en la búsqueda de conquistas en Asia oriental, ante la imposibilidad de expandirse hacia el oeste y sur del imperio.
El comienzo de su reinado se vio caracterizado por la influencia de los antiguos consejeros del difunto zar Alejandro III, lo que incidió en dar continuidad a las políticas de expansión en Asia de forma relativamente pacífica y con el beneplácito de China. A pesar de esto, el zar poseía un alma aventurera y llevado también por sus deseos de consolidar su legado de conquistas hacia Corea y aún hasta el sur de China, se volcó a escuchar con atención a un grupo de oficiales cuyos conflictos de intereses propugnaban la guerra contra Japón.
Durante el período comprendido entre 1898 y 1904, se efectuaron un total de cuatro intentos de negociación con Japón, al punto que se habló de fijar y respetar áreas de influencia para ambos países (Manchuria para Rusia y la península de Corea para Japón); no obstante, un zar afianzado en su rol, el despido de sus asesores y el nombramiento del Yevgueni Alekséyev como virrey del Lejano Oriente, significaron la dilatación de las negociaciones y una política más beligerante por parte de Rusia; después de todo y a pesar de las advertencias, el mismo virrey Alekséyev afirmaría al zar que “los japoneses no atacarían, porque no tienen las agallas”.
La última cumbre de negociaciones fue la más agresiva por parte de los japoneses quienes, con el apoyo del Reino Unido y de Estado unidos, exigían el retiro de las tropas rusas de Manchuria. Ante la negativa rusa y la ruptura de relaciones diplomáticas el 6 de febrero de 1904, dos días después y sin declaración de guerra, los japoneses atacaron Port Arthur por sorpresa en la madrugada; la guerra había comenzado contra todos los pronósticos de los altos mandos rusos.
¿Fortaleza o flota?
Durante este período los principios estratégicos de Mahan se encontraban en boga y su influencia puede verse en los rápidos crecimientos que experimentaron ambas Armadas. Sin embargo, la aplicación de sus principios resultó diametralmente opuesta para ambos países.
Para Japón, la incursión rusa amenazaba la propia supervivencia de la nación y los resultados de la guerra con China no lograron más que instigar la preparación para una guerra que se veía como la única solución entre ambos países. La estrategia japonesa se centró principalmente en negar a los rusos la posibilidad de combinar las flotas de Port Arthur y Vladivostok, mientras se mantenían las líneas de comunicaciones para desembarcar al ejército en Corea. La cuidadosa concentración de la flota japonesa en el estrecho de Corea permitió mantener una ventaja numérica respecto a ambas divisiones rusas durante la mayor parte del conflicto. La preparación japonesa fue llevada a tal detalle que meses antes de iniciar las hostilidades, al preguntársele al subjefe del estado mayor de la Armada japonesa si los preparativos lo mantenían ocupado, este se limitó a responder: “por el contrario, no tenemos nada más que hacer. Estamos todos listos y sólo esperamos órdenes”.
Por otro lado, la cuestionada estrategia rusa llevó a concentrar la flota en Port Arthur con un destacamento en Vladivostok que pudiese efectuar guerra de corso. El objetivo para el escuadrón del Pacífico consistía en evitar el desembarco de tropas japonesas en la costa occidental de Corea en espera de refuerzos que llegarían a través del tren transiberiano. Con lo anterior, se debe considerar que a pesar del hielo, Vladivostok reunía mejores condiciones para enfrentar un bloqueo y que una concentración total de la flota rusa hubiese llevado a los japoneses a ser más cautelosos en su actuar. Después de todo no les sobraban los buques. Hasta el día de hoy, poco se puede explicar respecto a la poca preparación rusa previo a la guerra. El marco de su estrategia no fue definido hasta 1903, siendo basado en el resultado de juegos de guerra hechos años anteriores y no a través de un estado mayor institucionalizado.
Otro punto que afectaría la toma de decisiones fue la designación de Alekséyev como virrey del Lejano Oriente: un cargo nuevo, sin atribuciones claras y que al romperse las hostilidades interfería directamente con las funciones del almirantazgo ruso. Se dio entonces una dualidad de poder interesante al considerar que Alekséyev rendía cuentas directamente al zar por el Lejano Oriente, mientras que el alto mando naval respondía por sus medios en Occidente. A modo de ejemplo, los juegos de guerra que se efectuaron entre 1902 y 1903, a través del órgano precursor del estado mayor naval, arrojaron como conclusiones que para octubre de 1903 Rusia no estaba preparada para una guerra contra Japón. Sin embargo, ningún plan de guerra fue puesto sobre la mesa debido a que la planificación en los territorios del Lejano Oriente le correspondía al virrey, quien sólo se limitaba a informar que aquellos planes existían.
Si bien para 1903 se habían delineado los objetivos estratégicos de una guerra con Japón, estos eran de carácter meramente defensivo para la flota rusa: evitar una confrontación directa con la flota japonesa en espera de los refuerzos terrestres y mantener el control del Mar Amarillo para evitar un desembarco de tropas en la costa noroeste de Corea. A pesar de que los estudios evidenciaban lo contrario, Alekséyev creía firmemente que una estrategia defensiva produciría el mismo efecto que una flota en potencia y obligaría a los japoneses a intentar un desembarco en el sur de Corea, evitando una confrontación directa. La realidad no podía ser más distinta, como quedó demostrado con el ataque del 8 de febrero. El falso optimismo del virrey estaba también reforzado por el convencimiento que los modernos buques japoneses eran tecnológicamente inferiores a la flota del Pacífico. La historiografía no cuenta con suficientes fuentes del por qué de su pensamiento.
Junto con el ataque del 8 de febrero, una pequeña fuerza de buques japoneses logró neutralizar un destacamento ruso que se encontraba en el puerto coreano de Chemulpo, logrando abrir la vía para el transporte y desembarco de tropas. A contar de este momento, resultaría imperativo para los japoneses mantener abierta esta línea logística; sabían que el control del mar era un medio para definir la guerra en Manchuria, por lo que las opciones para con la escuadra rusa era su confinamiento en Port Arthur o su aniquilación.
El almirante japonés Heihachiro Togo optó por una guerra de desgaste que incluyó hundimiento de buques en el canal de acceso, fondeo de minas e incluso bombardeo indirecto. Por el lado ruso, la moral hizo estragos en las dotaciones hasta la llegada del almirante Stepán Makárov a asumir el control de la flota el 7 de marzo. Un estricto plan de entrenamiento y mantenimiento permitió mantener la iniciativa de las operaciones rusas en el Mar Amarillo pero aún así esta flota en potencia no fue capaz de tomar el control del Mar Amarillo y evitar el continuo desembarco de tropas en Corea. La actividad de Makárov llegó a su fin cuando su buque, el Petropavlosk, impactó una mina el 13 de abril, llevándose al almirante y a otros 650 hombres con él.
El daño a la moral rusa fue incalculable y desde ese momento, salvo algunas operaciones excepcionales, el escuadrón del Pacífico cayó en una pasividad grotesca, en un escenario donde los japoneses ya habían comenzado los enfrentamientos terrestres y amenazaban con sitiar Port Arthur. Tras algunos intentos fallidos de forzar la salida de los buques rusos hacia Vladivostok, el escuadrón del Pacífico perdió toda utilidad naval; a instancias de algunos oficiales, los buques fueron fondeados, sus cañones desmontados y orientados a la defensa de Port Arthur. Tras un sitio de seis meses y con el costo de diez mil bajas japonesas, el escuadrón fue aniquilado y Port Arthur capturado el 2 de enero de 1905.
La tragedia de Rozhestvenski
Tras la muerte de Makárov, el zar Nicolás II ordenó la creación del segundo escuadrón del Pacífico, compuesto por buques que se encontraban desplegados en el mar Báltico. Su objetivo era reforzar la flota de Port Arthur para inclinar la balanza a favor de Rusia ante la posible caída de este puerto. Así, se ponían a disposición todos los medios posibles para no admitir una derrota temprana en la guerra.
El oficial designado para tomar el mando fue Zinovi Rozhestvenski, veterano de las guerras con Turquía y evaluado como un hombre “terriblemente nervioso, pero valiente y buen marino”. Destacó bajo el mando de Makarov y estando a cargo del rescate del acorazado Apraksin en 1900, lo que le valió el favor del círculo militar de la nobleza. Sin embargo, algunos de sus contemporáneos tenían otra opinión, como desprenden las memorias del Gran Duque Aleksander Mikhailovich:
Rozhestvenski declaró que estaba listo para ir de inmediato a Port Arthur y encontrarse cara a cara con los japoneses. Su discurso casi nelsoniano sonaba cómico en labios de un hombre al que se le había confiado casi todo el poder sobre nuestra flota. Le recordé que Rusia tiene derecho a esperar algo más sustancial de sus comandantes que una disposición a hundirse (Sidorchik, 2018).
Tras rápidamente completar las dotaciones y preparativos para el largo trayecto, el segundo escuadrón zarpó de Libau el 15 de octubre de 1904. El épico viaje de siete meses no estuvo exento de incidentes: en Dogger Bank, el hundimiento de unos supuestos torpederos japoneses casi provoca una guerra con Gran Bretaña; la ruta, restringida por temor a posibles buques japoneses esperando en el Mar Rojo; la logística, relegada a buques carboneros en altamar y casi sin puertos amigos.
Cuando la flota arribó a Madagascar en enero de 1905, se recibió la noticia de la rendición de Port Arthur y la destrucción de su flota. Después de dos meses de estancamiento debido al dilema estratégico en que se encontraba el zar, la orden del almirantazgo fue determinante: “Ahora que Port Arthur ha caído, el Segundo Escuadrón debe recuperar completamente nuestra posición en el mar y evitar que el ejército enemigo se comunique con su país”. Junto con ello, el zar ordenó la creación del tercer escuadrón del Pacífico para orientar toda la fuerza naval disponible hacia Japón. Rozhestvenski zarpó a mediados de marzo arribando a Indochina el 14 de abril, donde recibió órdenes categóricas de esperar al escuadrón del almirante Nebogatov. El vicealmirante estaba en una encrucijada, debía disputar el control del mar en un combate decisivo, pero su flota necesitaba reacondicionarse en Vladivostok; además, los refuerzos del Tercer Escuadrón estaban compuestos por buques que no eran considerados capaces de enfrentar el rigor del combate en altamar. Los suministros de carbón, aunque abundantes, sólo le permitirían llegar a puerto a través del estrecho de Corea, donde debería ciertamente debía enfrentarse a Togo o bien, forzar un escape al norte logrando el mayor daño posible. Según Mahan, el dilema entre un combate decisivo o llegar a puerto indujo la falta de visión en Rozhestvenski que selló la suerte de la flota rusa en Tsushima.
Para entender el desastre que supuso la batalla de Tsushima, hay varios aspectos que se deben de tener en cuenta. Primero, la flota no estaba entrenada para el combate, los comandantes no eran capaces de mantener las formaciones durante el tránsito a Indochina y los dos ejercicios de tiro en Madagascar destacaron por la poca munición empleada, por impactar al buque remolcador del blanco y por la mala calibración de los telémetros en las unidades. Segundo, las grandes cantidades de carbón embarcadas probablemente respondían a la incertidumbre del largo viaje, pero su exceso afectó de sobremanera el calado, andar e incluso seguridad de los buques; desde camarotes de oficiales hasta las mismas torres de artillería fueron usadas como pañoles, provocando que durante el combate las cubiertas se convirtieran en verdaderos infiernos. Tercero, el mando ruso fue extremadamente centralizado e incapaz de dar independencia de acción a sus comandantes, lo que se debió principalmente a la personalidad de Rozhestvenski, su pésima relación con Nebogatov y en no disponer de un estado mayor en su buque insignia.
Hay otras consideraciones previas que son necesarias mencionar, como el no desprenderse de los buques auxiliares al cruzar el estrecho de Corea, los que mantenían sus luces de navegación sin restricciones, o bien no intentar descifrar ninguna de las señales radiotelegráficas interceptadas antes del combate. Al tomar en consideración estos puntos no hace falta ahondar en los detalles de la batalla de Tsushima. Luego que Togo izara la bandera “zulu"1 a bordo del Mikasa, en menos de 24 horas más de 5000 marinos rusos habían encontrado su tumba en el mar.
Epílogo
La guerra terrestre se había transformado en una guerra de posiciones que, agotando a ambos contendores, llevó a la firma del tratado de Portsmouth en septiembre de 1905. A pesar de la contundente victoria japonesa, no lograron expandirse en Manchuria, expulsar a los rusos del Lejano Oriente, o recibir compensaciones de guerra. Las propuestas del ministro Sergey Witte fueron imposibles de rechazar: Rusia no pagaría ningún rublo a Japón a riesgo de mantener una guerra de desgaste indefinida. Los japoneses, al borde de la extenuación económica, debieron capitular a sus pretensiones causando gran descontento en la población. Este resultado fue uno de los motivos del fuerte militarismo en Japón que, en los años venideros, desembocaría en la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico.
El tricentenario de la dinastía Romanov se había cerrado de la peor forma imaginable. La derrota rusa en el mar fue el resultado de una mala concepción de la misión de su flota y mala toma de decisiones a lo largo de toda la cadena de mando, salpicando con sus consecuencias a todo el régimen zarista en una sociedad cada vez más polarizada. La decisión de enviar a la segunda flota, en desventaja numérica y sin experiencia en combate, fue la única solución viable para no admitir una derrota temprana y la evidente falta de liderazgo y preparación del mando. Probablemente la descripción más certera de los motivos de la derrota haya sido la del almirante Nebogatov durante su corte marcial: “todo el sistema criminal era culpable”.
Bibliografía
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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