By JORGE FERNÁNDEZ FUENTES
Chile es un país esencialmente marítimo, cuyo poder naval ha jugado un rol fundamental para la defensa del territorio e intereses de la nación. Así lo entendieron los presidentes Balmaceda y Montt, donde los acontecimientos que marcaron sus gobiernos entre el fin de la guerra del Pacífico y la alborada del siglo XX les permitieron formar una escuadra acorde a la élite naval mundial, fuerza que se transformó en factor decidor del desarrollo político - social del país.
Chile is a maritime nation whose naval power has been key in the defense of its motherland. Both president Balmaceda and Montt realized its significance. The events that marked their respective terms in office, from the end of the War of the Pacific till the first years of the twentieth century, conveyed them to create a world-class fleet which became a decisive factor in the political and social growth and development of our country.
Durante la concepción de la república de Chile, la visión marítima que tuvieron O’higgins y Portales permitió formar un poder naval para la defensa del territorio e intereses marítimos, logrando convertir al país, en pleno siglo XIX, en regulador del equilibrio de poder en las costas del Pacífico (Arriagada, 1988).
Posterior a la victoria en la guerra del Pacífico, se pensó que en el país vendrían años de paz y prosperidad. Sin embargo, problemas limítrofes principalmente con Argentina llevaron a desarrollar un plan de construcción y modernización de las unidades de la Armada, poder el cual jugó un papel determinante no sólo en el ámbito naval, sino que además cumplió un rol fundamental en el plano de la política interna y externa del país hacia finales del siglo XIX.
En base a lo anterior, el objetivo del presente artículo es analizar el desarrollo e influencia del poder naval chileno, desde el fin de la guerra del Pacífico hasta el centenario de la independencia, y con ello demostrar cómo su participación activa en el acontecer nacional jugó un papel determinante en el desarrollo económico, político y social del país, y para la defensa de los intereses marítimos de la nación.
Para lograr lo anterior, nos referiremos a la evolución y accionar del poder naval posterior a la guerra del Pacífico con el gobierno del presidente José Manuel Balmaceda, su participación en la guerra civil de 1891, y finalmente su desarrollo bajo el mando del vicealmirante Jorge Montt hasta 1910.
El poder naval posterior a la guerra del Pacífico
En 1884, finalizada la guerra del Pacífico, nuestra marina era considerada la más poderosa del hemisferio; sin embargo, problemas limítrofes con Argentina producto de ambigüedades en el tratado de 1881 motivaron a que el presidente José Manuel Balmaceda, quien con una excepcional visión marítima, llevará a cabo uno de los programas de modernización naval más importantes de nuestra historia, el “Plan Balmaceda” (Jordán Astaburuaga y Castagneto Garviso, 2019), el cual fue dirigido para contar con un poder naval capaz de defender la integridad e intereses territoriales y marítimos de cualquier amenaza externa, y al mismo tiempo en respuesta a los avances tecnológicos y tácticos de la época, principalmente de la naciente guerra antisubmarina.
Dentro de las obras más importantes efectuadas, en Inglaterra se construyó el crucero protegido Esmeralda, buque que alcanzó un andar de 18,5 nudos, siendo considerado el más veloz de la época, y los cazatorpederos Lynch y Condell, unidades ligeras con un andar de hasta 21 nudos y cinco tubos para lanzar torpedos Whitehead destinadas a combatir a las lanchas torpederas y defensa de los buques acorazados. En el campo de la modernización, se intervino al blindado Blanco Encalada, aumentando su velocidad de 12,8 a 14 nudos y, al igual que al blindado Cochrane, se le incorporó un tubo lanzatorpedos para torpedos Whitehead. Por otro lado, en Francia se construyeron los acorzados Pinto, Errázuriz y Prat, unidades baluartes del desarrollo naval mundial de finales del siglo XIX, consideradas las más poderosas de su época, que sin embargo llegarían a territorio nacional posterior al término de la Guerra Civil.
Este poder naval permitió llevar a cabo un plan de defensa y fomento de los intereses marítimos del país, mediante la ejecución de labores hidrográficas en todo el litoral, la creación y fortificación de puertos, el establecimiento de la línea de vapores hacia el Callao y Panamá, y la defensa de una creciente marina mercante (Román Lazarovich, 2016).
La Armada en el preludio de la Guerra Civil
El 18 de septiembre de 1886 asumía como presidente de la república José Manuel Balmaceda, cuya relación con el Congreso gradualmente se vio deteriorada por diferencias de interpretación de la constitución vigente, donde producto de numerosas reformas que brindaban más atribuciones fiscalizadoras al poder legislativo provocó que “el balance de poderes osciló desde un presidencialismo exacerbado a un seudo-parlamentarismo” (Jordán Astaburuaga y Castagneto Garviso, 2019, pág. 59). El respaldo que ambos poderes fueron buscando en los militares en caso de que el conflicto se debiese solucionar por la vía armada, generó una fuerte politización en el Ejército y la Marina (San Francisco, 2005) con terribles consecuencias.
Mientras el Ejército se mantuvo leal al gobierno, la Armada, ya sea por influencia británica, social, familiar, adhesión o desafección a la persona del presidente, o el grado / cargo de los oficiales (Trombén Corbalán, 1995), en su gran mayoría apoyó la causa congresista, en especial los oficiales de menor graduación ante la negativa del alto mando naval en participar o apoyar la causa revolucionaria. Es en ese sentido que destacados héroes de la guerra del Pacífico, tales como el almirante Williams, Latorre y Uribe, renunciaron a sus cargos y fueron excluidos del servicio naval, a excepción del contralmirante Oscar Viel, quién se mantuvo leal al gobierno y fue nombrado Comandante General de Marina durante la guerra fratricida.
Zarpa la Escuadra y estalla el conflicto
La autorización anticonstitucional de las leyes que fijaban las fuerzas de mar y tierra, las de contribuciones y de presupuesto anual para el año 1891 conforme a las aprobadas para el año anterior, y que a su vez ponían en tela de juicio la legalidad de las Fuerzas Armadas, gatilló el inicio de la guerra con el zarpe de la escuadra conformada por los blindados Blanco Encalada y Cochrane, el crucero Esmeralda, la corbeta O’higgins y la cañonera Magallanes (posteriormente se unirían otras unidades tales como la cañonera Pilcomayo, las corbetas Chacabuco y Abtao, el monitor Huáscar, y varios buques mercantes que fueron requisados y armados) el 7 de enero de 1891 al mando del capitán de navío Jorge Montt Álvarez, oficial de gran ascendente en la oficialidad joven y una de las personalidades más influyentes de la marina de la época (Jordán Astaburuaga y Castagneto Garviso, 2019). Este hito definió la participación de la mayoría del poder naval en favor de la causa congresista.
El presidente Balmaceda, por su parte, logró mantener leales a su causa a los buques cazatorpederos Lynch y Condell, quienes venían desde Inglaterra para incorporarse al servicio naval, y al mercante Imperial para el transporte de tropas hacia el norte.
Las primeras acciones de la fuerza naval congresista consistieron en operar en la zona norte del país con el objetivo de establecer una base logística e incautar municiones, armamento y recursos para la formación de un ejército aprovechando los recursos del salitre. La superioridad en número y capacidades de dicho poder fueron vitales para ejercer el control del mar, lo que permitió en dos meses y medio, mediante desembarcos anfibios y acciones combinadas entre las fuerzas navales y terrestres, tomar el control de la zona salitrera de Antofagasta y Tarapacá.
La flotilla de Balmaceda, el hundimiento del Blanco Encalada y el fin de la guerra
Mientras la escuadra revolucionaria ejecutaba sus operaciones en el norte, la fuerza naval presidencialista, aplicando las teorías estratégicas de la Jeune École1, ejecutó un plan de hostigamiento contra el poder naval y puertos enemigos, que si bien estas acciones no tuvieron mayores repercusiones estratégicas (Jordán Astaburuaga y Castagneto Garviso, 2019), si causaron serios daños materiales, siendo el más relevante el hundimiento del blindado Blanco Encalada en la madrugada del 23 de abril por parte del cazatorpedero Lynch en la bahía de Caldera, donde gracias al factor sorpresa utilizado por la flotilla presidencial, permitió torpedear al Blanco, siendo el primer hundimiento de un buque mediante un torpedo autopropulsado.
Las consecuencias fueron lamentables desde todo punto de vista. De una dotación de 284 hombres fallecieron 182 marinos2. La pérdida de una parte importante del poder naval del país y de una vieja gloria de la guerra del Pacífico causó un indescriptible desagrado en el Ejército congresista (Del Canto, 2004), marcando de aquí en adelante un carácter más vengativo y sangriento en la guerra.
La pérdida de una unidad capital de la escuadra constitucionalista significó acelerar las operaciones de guerra objeto ganar la guerra antes de que los acorazados Pinto y Errázuriz, aún en construcción en Francia, llegasen a Chile y se incorporaran a la flotilla del gobierno.
Mientras los cazatorpederos se mantuvieron ejecutando acciones individuales de hostigamiento en el norte, los congresistas idearon un plan de desembarco anfibio, el que fue materializado el 20 de agosto en la bahía de Quintero, siendo el poder naval fundamental para el transporte de tropas, desembarco de material de artillería y de apoyo de fuego naval en contra de las posiciones enemigas, contribuyendo a las victorias en las batallas decisivas de Concón y Placilla, las que marcarían el fin de la guerra y el comienzo del parlamentarismo en Chile.
En cuanto a la flotilla de Balmaceda, el cazatorpedero Condell y el transporte Imperial se entregaron en el Callao, mientras que el Lynch fue capturado en Valparaíso posterior a Placilla. Por otro lado, gracias a los agentes del Congreso en Europa, se lograron retrasar los trabajos de los cruceros en construcción en Francia, no pudiendo estos participar en el conflicto.
La post guerra, el inicio de la “Era Montt”
Posterior a la Guerra Civil, de la mano del vicealmirante Jorge Montt, primero como presidente (1891-1896) y posteriormente como Director General de la Armada (1897-1913), Chile se había transformado en la primera potencia naval del hemisferio, que lo llevó a tomar un rol político / estratégico en el Pacífico.
Ya en 1885 se había enviado al crucero Esmeralda al caribe para velar por sus intereses en Panamá, y en 1888 se había tomado posesión de Rapa Nui. El condicionamiento que esto provocó a las políticas expansionistas de Estados Unidos, cuya relación con Chile se encontraba deteriorada desde la guerra del Pacífico y por su apoyo al presidente Balmaceda durante la Guerra Civil, provocó una crisis la cual casi estalla en una guerra en el marco del denominado “Incidente del Baltimore”, donde producto de un altercado en Valparaíso entre la policía local y la tripulación del USS Baltimore fallecieron dos tripulantes de dicha unidad. Este incidente, que si bien terminó con el pago de una indemnización y disculpas públicas por parte del gobierno de Montt, gracias al poder naval gravitante que poseía, convirtió a Chile en el primer país no europeo en desafiar la política expansionista norteamericana (Escobar Navarrete, 2023).
Por otro lado, el plan de modernización iniciado por el otrora presidente Balmaceda continuó con el arribo de los acorazados Errázuriz, Pinto y Prat en los años 1891, 1892 y 1893 respectivamente, y finalizaría con la construcción del Apostadero Naval de Talcahuano para la administración del dique seco que entraría en servicio en 1896, dando por terminado un proceso de casi 10 años (Jordán Astaburuaga y Castagneto Garviso, 2019).
Terminada la guerra civil se daría inicio a la “Era Montt”, en cuyo gobierno el vicealmirante Montt daría forma a un poder naval que se caracterizó por un notable crecimiento, el cual se vio motivado por tres razones: la tensión con Perú por asuntos pendientes de la guerra del Pacífico, la necesidad de apoyar a las zonas extremas, y el rebrote del conflicto limítrofe con Argentina, que conllevó una fuerte carrera armamentista.
Es así como en 1893 se iniciaría la construcción en Inglaterra del crucero protegido Blanco Encalada en reemplazo de su homólogo anterior. A ello se sumó la adquisición del nuevo crucero Esmeralda, Zenteno, Chacabuco, el acorazado O’higgins, el cazatorpedero Simpson, los destructores Orella, Muñoz Gamero, Serrano y Riquelme, y las torpederas Videla, Rodríguez, Thompson, Contreras, Hyatt y Mutilla.
La cantidad de buques con que estaba compuesta la flota permitió efectuar ejercicios prolongados y de alta complejidad denominados “evoluciones”, orientados a tener el más alto grado de alistamiento ante una posible guerra con Argentina. Para una mejor organización y coordinación de tareas, se organizó la escuadra en la de “evoluciones” y en la de “reserva” (Trombén Corbalán, 2019)3. El éxito de estos ejercicios haría que se mantuvieran con el tiempo hasta los días de hoy4.
El conflicto se zanjaría, al menos de manera momentánea, con la firma del “Pacto de Mayo” en 1902, el cual delimitó el poder naval de ambos países a tonelajes equivalentes, que en la práctica significó la venta de unidades recién adquiridas tanto por Chile como por Argentina y desacelerar los procesos de modernización a bordo de las unidades. Este pacto significó el fin de una era de política de equilibrio regional la cual había sido ejercida por Chile (Arriagada, 1988).
El poder naval chileno a finales de siglo, considerando la poca planificación y celeridad en contar con una escuadra capaz de hacer frente a una eventual guerra con Argentina, consistió en una fuerza altamente heterogénea, con disímiles velocidades y capacidades artilleras, lo cual produjo un fuerte problema de capacitación de oficiales y gente de mar para su correcta operación, lo que condujo a contratar personal extranjero para completar los escalafones y la apertura de escuelas para diferentes especialidades (Trombén Corbalán, 2019).
El poder naval en la alborada del siglo XX
Durante los primeros años del siglo XX, las unidades navales siguieron jugando un rol importante en el desarrollo nacional, participando en la integración de las zonas extremas, en labores hidrográficas y tareas de señalización marítima, principalmente en la zona austral al sur del estrecho de Magallanes por medio las cañoneras Magallanes y Pilcomayo, que con la construcción del Apostadero Naval de Magallanes (1896) y la presencia del resto de las unidades de la Escuadra, contribuyó a la importante y difícil labor de colonización y presencia nacional en aquellas tierras.
Por otro lado, se retomaron tareas de presencia naval en el extranjero, tales como las visitas del Zenteno a Perú, Ecuador y Centroamérica, y del Chacabuco y Blanco Encalada a Argentina, entre otras, las que fueron complementadas con el inicio de los viajes de instrucción a través de la corbeta Baquedano.
Para el centenario de la república nos encontramos con un poder naval nuevamente en proceso de renovación, el denominado “Plan Centenario”, que consistió en la adquisición de dos acorazados, seis destructores y dos submarinos, proyecto ambicioso lleno de vicisitudes por el inicio de la “Gran Guerra”, pero que lograría concretase en las décadas siguientes.
Conclusiones
La historia de Chile que enmarca la última etapa del siglo XIX y la alborada del XX dejó de manifiesto que somos un país esencialmente marítimo. Los presidentes Balmaceda y Montt, con una entrañable visión marítima, formaron un poder naval a la vanguardia del desarrollo tecnológico y estratégico de la época, que jugó un rol capital en el acontecer político, económico y social del país, inmerso activamente en el desarrollo y defensa de los intereses marítimos de la nación.
El plan de modernización llevado a cabo por el presidente Balmaceda fue el puntapié inicial de un proceso de defensa de los intereses marítimos en una época en que nuevas tecnologías y conceptos tácticos navales se estaban desarrollando en el mundo, lo que conllevó a tener una escuadra mucho más veloz y moderna que la que participó en la guerra del Pacífico, cuyos nuevos sistemas de torpedos obligaron al estudio de operaciones antisubmarinas en la Armada.
Paradójicamente, este mismo poder naval, eco de la politización en las Fuerzas Armadas, participó en contra del presidente Balmaceda durante la guerra civil de 1891, conflicto que demostró en forma contundente la importancia del control del mar para el éxito en el resultado final de un conflicto armado. Ello quedó de manifiesto en cómo gracias al apoyo de la Escuadra se lograron efectuar operaciones conjuntas con el Ejército revolucionario que influyeron decisivamente durante el desarrollo de la guerra, ventaja que no tenía el presidente Balmaceda y que no le permitió tener esa movilidad para transportar a una fuerza tremendamente superior a la revolucionaria.
Por otro lado, el hundimiento del Blanco, además de causar un impacto moral en las fuerzas congresistas que provocó que miles de voluntarios se alistasen para vengarlo, reabrió el debate mundial respecto a la real efectividad de los torpedos y las vulnerabilidades de los blindados (Jordán Astaburuaga y Castagneto Garviso, 2019).
La participación que tuvo el poder naval chileno durante el período en estudio, ya sea en los conflictos nacionales e internacionales, como también en las tareas de protección de intereses marítimos, trabajos hidrográficos e integración de zonas extremas, no dejan duda de la influencia del poder naval en la vida nacional, siendo principal decidor de los conflictos nacionales e internaciones del país, e impulsor de una economía esencialmente marítima.
En un mundo globalizado, hoy más que nunca se requiere mantener esa visión marítima de antaño. Lo anterior ha contribuido a que tengamos un poder naval polivalente: disuasivo en su naturaleza, logístico en catástrofes naturales y de enlace a lo largo de nuestras costas, capaz de unir culturas y llevar la gratitud de la patria a todos los pueblos. Así lo vieron Balmaceda y Montt, y la Armada de Chile es la llamada a mantenerla en el tiempo.
Bibliografía
El presidente José Manuel Balmaceda durante su gobierno (1886 – 1891) debió afrontar fuertes disputas políticas con el p...
Si China efectivamente quisiera llegar a convertirse en la potencia hegemónica que aspira ser, hay ciertas condiciones q...
Chile, durante su historia se ha caracterizado por ser una nación marítima. Por el mar fue descubierto, por el mar logró su independencia y contribuyó a la de otros países de América sur occidental. El mar ha sido fuente de importantes recursos y su control le ha permitido proteger su soberanía. Sobre el mar se transporta el comercio que le permite su subsistencia y bajo el mar están las redes de datos que lo conectan con el resto del mundo. Todo lo anterior no sería posible sin un poder naval que lo respalde y por esa razón el presente trabajo pretende entregar un resumen de su desarrollo a lo largo de su historia.
Este ensayo tiene por objeto determinar cuán importante es y será el transporte marítimo para Chile en el siglo XXI.
Se concluye que el transporte marítimo seguirá siendo vital por tres razones:
- Por ser la única forma de transportar carga masiva a las zonas alejadas y aisladas de Chile, en caso de catástrofes.
- Porque más del 95% nuestro comercio exterior se efectúa por vía marítima.
- Porque el 100% de la energía importada que consume Chile es transportada por mar.
Este artículo describe brevemente algunos de los aspectos más interesantes de la organización, estructuración y desarrollo del Simposio de Comandantes en Jefe de Armadas realizado el 3 de diciembre de 2018 en Viña del Mar, incluyendo la transcripción completa de la ponencia de la Armada de Chile expuesta ese día, de forma de difundir un mensaje claro y potente para estimular la vital conciencia marítima nacional.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1004
Enero - Febrero 2025
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