Los seres humanos estamos en la cúspide de la pirámide planetaria. La explicación para esto es que somos inteligentes, sin embargo, basta conocer la historia y contemplar los problemas que hemos generado -contaminación, segregación social, explotación, extinción de culturas y animales- para darnos cuenta de que nuestra inteligencia no es garantía de excelencia y menos que el raciocinio es aséptico a factores intrínsecos de la naturaleza humana como las emociones, historia de vida, sesgos y estados de ánimo, entre otros.
Human beings are at the apex of the planetary pyramid. The reason being is due to our intelligence. However, looking back at our history and contemplate the errors that we have generated -pollution, social segregation, exploitation, cultural and animal extinctions- is enough to realize that our intelligence is no guarantee of excellence and even less that reasoning is sterile to intrinsic factors of human nature such as emotions, life history, biases and moods, amongst other factors.
Somos una especie que se autodefine como inteligente. Pero a su vez, la historia está llena de estupideces y tozudeces que nos han llevado a tropezar varias veces con la misma piedra. “¿Qué fue el régimen nazi o el régimen soviético, qué fueron las mil paradas triunfales, sino una terrible estupidez? La glorificación de una raza, de una nación, de un partido, el afán de poder, la obnubilación colectiva, esa pedante seriedad, ese engolamiento feroz, y ridículo, la cascada del horror, deberían contarse como un fracaso de la inteligencia” (Marina, 2005). El popularizar el morbo como sensacionalismo y transformar la parafernalia –en su término coloquial- en un insumo diario, son ejemplos de la debilidad de la inteligencia.
Una definición de inteligencia con la cual comulgo por su explicación simple y sin decoro, es la que entrega José Antonio Marina (2005): “Llamo inteligencia a la capacidad de un sujeto para dirigir su comportamiento, utilizando la información captada, aprendida, elaborada y producida por él mismo,” que además está alineada con el Premio Nobel de medicina de 1981, Roger Wolcott Sperry, para quien la función principal del cerebro es guiar el comportamiento.
Lo particular de la definición presentada, es que todo depende de cómo la persona percibe y procesa lo que le rodea, es decir, la forma en que comprende su mundo. Aquí es donde entran en juego las variables humanas como la emoción, historia de vida, sesgos, estado de ánimo, cultura organizacional, intereses y otros elementos que llevan a las personas a ver diversas realidades para una misma situación.
Por otra parte, considerando que hay una diferencia entre contar con una capacidad intelectual y el uso que se le da a esa capacidad, es interesante revisar la teoría del Golden Circle, desarrollada por Simon Sinek, donde explica que la toma de decisiones opera en una zona poco evolucionada del cerebro conocida como cerebro límbico, lugar responsable de nuestros sentimientos y no precisamente de la racionalidad.
La realidad pone a prueba nuestra inteligencia
Las personas nos comportamos ante las situaciones que se presentan según a lo aprendido y experimentado durante la vida, entre otras cosas, por tanto, no somos neutros al estar ante un problema, tampoco racionales en nuestro actuar o en la toma de decisiones. Estamos influenciados por múltiples variables, es decir, emociones, sentimientos, creencias, prejuicios, recuerdos o vivencias, cultura organizacional, estado de ánimo, intereses personales, incluso la falta de sueño nos afecta, etc. (Imagen 1).
A continuación se describen algunos de los factores que aterrizan la imagen sublime que se le ha otorgado a la inteligencia humana.
Factor psicológico El psicólogo Norman Dixon (2001) dice que el hombre que toma decisiones es víctima del riesgo que produce “el hecho de que la atención, la percepción, la memoria y el pensamiento humano puedan ser distorsionados o influidos por la emoción y la motivación […] Los prejuicios, la ignorancia, el miedo al fracaso, el conformismo excesivo y la simple estupidez pueden estorbar las decisiones de un líder, al igual que llegan a estorbar las decisiones de un planificador industrial o técnico. Pues todas las decisiones son productos de cerebros semejantes.”
Parte importante de nuestra inteligencia es visible en la toma de decisiones, tanto en el ámbito personal como en el colectivo. En el primer caso, los resultados son mayoritariamente personales porque afecta a quien resolvió tomar una acción. Sin embargo, en el segundo, a pesar de que la decisión que toma un líder para su comunidad se encuentra previamente tratada por asesores y respaldada por estudios, además de contar la autoridad con una reconocida capacidad para el cargo, nos encontramos con varios ejemplos de autoridades consideradas inteligentes o competentes que han cometido errores incomprensibles.
En el ámbito militar nos encontramos con análisis que desentrañan cómo ciertos factores afectan la inteligencia de los tomadores de decisiones. En este sentido, el historiador militar británico Geoffrey Regan ha escrito varios libros sobre las causas de fracasos en batallas por parte de las fuerzas armadas del Reino Unido, señalando como responsable a quien ejerce el mando, ya sea por su incompetencia o que a pesar de su inteligencia, no deja de ser vulnerable a su naturaleza humana: “Habida cuenta que muchas decisiones militares deben tomarse bajo condiciones de fuerte tensión, en las que el propio comandante puede llevar días sin dormir y estar sometido a todo tipo de presiones mentales y físicas, no ha de asombrarnos que se produzcan errores”. Y agrega, “Ahora bien, si su percepción de la situación militar resulta afectada por consideraciones irracionales y no racionales, en ese caso los errores pueden revestir mayor significación” (Regan, 2001).
Las consecuencias de la crisis sanitaria por el COVID-19 -confinamiento, incertidumbre laboral y educacional, cambio en la forma de trabajar y estudiar, distanciamiento social y temor a contagiarse-, han dejado al descubierto y en forma empírica nuestra fragilidad psicológica. De acuerdo a lo expresado por expertos, a mediados de 2020 el desgaste emocional llegó a un momento crítico en Chile; ya en abril se tenía que el 36% de todas las licencias médicas cursadas en el país fueron por trastornos mentales, cifra muy por encima del 9,1% de las licencias otorgadas por problemas respiratorios y superior en un 11% en comparación con el año 2019. Al respecto, según datos de la clínica Integramédica, las consultas psiquiátricas y psicológicas entre abril y mayo pasaron de 2.023 a 2.736, y en junio tuvieron un alza a 4.952. Los impactos psicológicos que se están instalando en la sociedad son conflictos emocionales, violencia intrafamiliar por el ambiente de encierro y la tensión que trae la incertidumbre económica, a lo que se le agregan problemas sociales que se arrastran y explotan en el confinamiento.1 Entonces, nos encontramos en que las cargas emocionales que arrastramos impiden que brille nuestra inteligencia al dificultarnos tener comportamientos racionales en días o periodos complejos.
Factor educación La educación es un componente clave para activar la inteligencia y el pensamiento crítico en las personas. No obstante, es sabido que nuestra educación tiene deficiencias que se han marcado a fuego en nuestra sociedad, y que puntualizó muy bien David Gallagher en un artículo donde retrató al país como paternalista y autoritario, características que se reflejan, por ejemplo, en que quien ostenta poder tiene escasa tolerancia a la crítica de quien considera que no lo posee y espera un trato deferente por parte de éste. Además, el sistema escolar les enseña a los niños desde la infancia más a acumular información que a analizar, criticar y pensar, llegando a ser premiado quien con más fidelidad repite la lección, a diferencia de la educación de países de habla inglesa en que el alumno que recibe la nota más alta es quien cuestiona con más inteligencia al profesor. A los jóvenes en Chile: “El sistema paternalista y autoritario lo induce a ser igual a los demás: a ser del montón. El que es diferente es repudiado por sus superiores y, a veces, con crueldad, por sus pares. El que analiza y duda es mal visto […] Donde el jefe es un Dios y el debate está supeditado a sus órdenes, conviene que el equipo de trabajo sea homogéneo” (Gallagher, 2008).
Es una realidad el déficit en el desarrollo de un pensamiento crítico producto de un sistema educacional e idiosincrasia, pero creo oportuno reflexionar sobre lo imperioso que es fomentarlo, porque estimo que, desde los últimos años se vive una especie de coerción intelectual que corroe la reflexión. En medios de comunicación se ven individuos de connotación pública que en base a su ideología pretenden imponer el pensamiento sobre tópicos como sexualidad, política, religión o autoridad. Uno de los resultados de una hegemonía ideológica, es un pensamiento estrecho cuyo marco de referencia son unas pocas frases que se repiten como mantra y se asume su verdad como un acto de fe, sin cuestionarlas ni permitir que se pongan en duda.
El escritor George Orwell en su novela 1984, nos muestra dos formas de mantener una sociedad con mentalidad de borrego: el doble pensar y el miedo, conceptos aplicables a estos tiempos. El primero, corresponde a ideas contrarias que se asumen como concordantes y verdaderas –ejemplo: la ignorancia es la fuerza, la libertad es la esclavitud-; actualmente vemos que se justifica la “violencia como camino para una paz social” o la “destrucción de los pilares económicos de libre mercado para instalar un sistema que no ha sido exitoso en ningún país”. En cuanto al miedo, si bien en la novela es representado por la vigilancia permanente y espionaje, hoy en día el miedo se traspasa a quien opina en contra de lo “políticamente correcto” o discrepa de la certidumbre moral impuesta por ciertas ideologías, a través de la moda de la humillación, la funa y la agresión, tanto física como a través de las redes sociales. Más aún, en ocasiones los datos duros que sustentan una evidencia se desechan si van en contra del discurso de moda y son sustituidos por la emocionalidad.
En un contexto como el señalado, nuevamente surge el cuestionamiento a si podemos generalizar si somos seres inteligentes y si todos nuestros actos son reflexivos.
Factor naturaleza humana La historia nos da la oportunidad de cuestionar nuestra inteligencia y deja al descubierto la naturaleza conflictiva y destructiva del ser humano, tal como lo indicó el filósofo inglés Thomas Hobbes en su frase “el hombre es un lobo para el hombre”, puesto que la violencia -guerras, genocidio, terrorismo- ha sido constante desde la aparición del ser humano en la tierra. Al respecto, Yuval Noah Harari en su libro De animales a dioses, menciona que los homo sapiens fueron los causantes de la extinción del neandertal -principalmente por peleas y hambruna al arrebatarle tierras de caza y recolección-, además, en forma directa y sin vergüenza describe el poder destructivo del hombre: “No crea el lector a los ecologistas sentimentales que afirman que nuestros antepasados vivían en armonía con la naturaleza. Mucho antes de la revolución industrial, el homo sapiens ostentaba el récord entre todos los organismos por provocar la extinción del mayor número de especies de plantas y animales. Poseemos la dudosa distinción de ser la especie más mortífera en los anales de la biología” (Harari, 2018).
Otro ejemplo de irracionalidad está en la carrera armamentista durante la guerra fría, momento en que la cantidad de armamento nuclear equivalía a destruir nuestro planeta varias veces. Estamos hablando de arrasar a “nuestro” y único planeta, con un sobrante de misiles y bombas que nadie podría activar.
Teoría Golden Circle
La inteligencia se pone a prueba cuando se necesita resolver problemas nuevos. Si nos dirige bien, significa que nos orientó a tomar una decisión que permitió resolver la complicación que se presentó en forma eficiente. Lo señalado se complica al conocer la teoría Golden Circle, desarrollada por Simon Sinek,2 cuyo planteamiento dice que, para atender situaciones se debe comenzar desde el centro hacia afuera, respondiendo el por qué, luego el cómo y finalmente el qué.
El por qué es el propósito: la motivación para actuar, la causa o la creencia que nos lleva a hacer cosas. ¿Por qué existe la empresa?, ¿Por qué nos levantamos todas las mañanas?
El cómo son los principios: los procesos, las acciones específicas para realizar el por qué.
El qué son los resultados, los productos o servicios que se ofrece como forma tangible para hacer realidad el por qué.
Esta teoría expone que la toma de decisiones opera en una zona del cerebro conocida como cerebro límbico, al que pertenecen las secciones del medio y centro –cómo y por qué-, que es responsable de nuestros sentimientos, como la confianza y la lealtad, además no tiene habilidad para el lenguaje, por lo que cuesta articular palabras en donde no existen. A diferencia del neocórtex, que corresponde a la sección exterior –qué-, responsable de los pensamientos racionales y del lenguaje.
De esta forma se explican los motivos por los cuales en ocasiones por más datos, hechos y cálculos que uno realice o le presente a otra persona, una buena idea puede ser rechazada en base a cosas abstractas como los sentimientos y decir: “conozco los datos y detalles, pero siento que algo no está bien, o, tengo la corazonada que algo no cuadra”. Esto ocurre porque la parte del cerebro que controla la toma de decisiones no controla el lenguaje, sino que maneja las emociones, razón por la cual lo mejor que podemos elaborar se sustenta en el sentimiento. De allí se concluye que, a pesar de que algo parezca muy lógico, si la otra persona no lo siente, lo desecha al no lo considerarlo como propio.
Bajo este contexto, es posible afirmar que, en la toma de decisiones, la racionalidad es opacada por los sentimientos.
Conclusión
El comportamiento inteligente está supeditado a la naturaleza humana, conformada entre otras cosas por emociones, sentimientos, educación, herencias de nuestra evolución como homo sapiens y cultura organizacional, entre otros.
Asimismo, las buenas ideas no son aceptadas per se. A diferencia de lo que comúnmente se cree, no es el raciocinio lo que gatilla la ejecución de una idea, lo que la activa es una emoción.
Somos seres emocionales antes que racionales, lo que puede explicar la aceptación de ideas livianas y con cuestionable peso intelectual que promulgan ciertos ideólogos.
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BIBLIOGRAFÍA
Dixon, Norman. Sobre la psicología de la incompetencia militar. Anagrama, Barcelona, 2001.
Gallagher, David. Sin lugar para los diferentes. En Revista Universitaria PUC N°99, 2008.
Harari, Yuval. De animales a dioses. Debat, México, 2018.
Marina, José Antonio. La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez. Anagrama, Barcelona, 5° edición, 2005.
Regan, Geoffrey. Historia de la incompetencia militar. Crítica, Barcelona, 2001.
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