Revista de Marina
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El 21 de mayo de 1886 fue inaugurado el Monumento a los Héroes de la Marina en Valparaíso, pero las autoridades civiles no mostraban mayor apuro por efectuar el traslado de los restos de los mártires desde Iquique, a pesar de las vicisitudes en esa ciudad durante un gran incendio. Fue preciso que don Jacinto Chacón, desde su curul de diputado increpara al ministro Miguel Luis Amunategui y obtuviera de él el compromiso de hacerlo el 21 de mayo de 1888. El traslado de los cádaveres constituyó una apoteosis, tanto en el puerto nortino como en Valparaíso, que necesita ser recordada.

El 16 de diciembre de 1879 se presentó al Congreso Nacional el primer proyecto para proceder al traslado de los restos de los héroes de Iquique, el que fue encarpetado debido a que las preocupaciones se referían, en ese
momento, a la guerra y quedó pendiente para tiempos mejores.

En mayo de 1881 se exhumaron en el cementerio de Iquique, con mucha solemnidad, los cadáveres de Prat y Serrano, los que fueron reconocidos; los ataúdes de madera fueron colocados dentro de otros de zinc, y trasladados a la parroquia o iglesia matriz y sepultados en su nave principal, bajo una capa de arena.

Un mes más tarde, después de desenterrar 110 cadáveres de la fosa común del cementerio, fue ubicado el del sargento Aldea por las indicaciones de don Adolfo Gariazzo, que había presenciado la inhumación. Las osamentas fueron colocadas en una urna de caoba con manillas de plata, una medalla del mismo metal en la tapa y las iniciales J.D.A. Se llevaron a la compañía de bomberos, donde quedaron en custodia hasta que fueron trasladados a la oficina del telégrafo.

El 10 de marzo de 1883 la ciudad de Iquique sufrió un violento incendio que quemó varias manzanas y diversos edificios públicos, entre ellos el templo parroquial. Un improvisado grupo de voluntarios entró a la iglesia y salvó los restos de Prat y Serrano y los llevó a la jefatura de policía. De allí pasaron a la bóveda de una casa comercial.

Al reconstruirse la iglesia incendiada, una capilla cerraba la nave lateral derecha, donde se adoptaron precauciones especiales contra el fuego y el 21 de mayo de 1884 fueron trasladados allí los restos de Prat, Serrano y Aldea.

Posteriormente, el 3 de noviembre de 1887, con motivo de una moción para conceder una pensión a los hijos del almirante Condell, recientemente fallecido, el diputado don Jacinto Chacón propuso agregar que se hiciesen traer al país los restos de Orella, que había muerto en Ecuador, a lo que el ministro de Relaciones Exteriores, Miguel Luis Amunátegui, respondió, haciendo presente que se procedería junto con los de Arturo Prat, por lo que se le exigió una fecha exacta, comprometiéndose para el 21 de mayo del año siguiente.

De inmediato comenzaron las gestiones para el traslado de los héroes de Iquique y se pidieron propuestas para la fabricación de tres urnas metálicas, que fue ganada por la casa de Bocardo Benvenuto.

Estas tenían una firme estructura que les aumentaba notoriamente el peso, pintadas de negro. La de Prat llevaba adornos dorados y el nombre en letras de bronce, la de Serrano con adornos y letras plateadas y la de Aldea de cobre.

El 20 de abril de 1888, el Ministerio de Marina dispuso que el Huáscar, el crucero Esmeralda y las corbetas O’Higgins y Chacabuco zarparan a Iquique el 5 de mayo, siendo seguidos por el vapor Mapocho que conduciría a la comitiva oficial. En el puerto nortino se les uniría el blindado Blanco Encalada.

La escuadra viajó bajo las órdenes del Comandante General de Marina, contraalmirante Luis Uribe, sucesor de Prat en el mando de la gloriosa corbeta de Iquique, su jefe de Estado Mayor era el capitán de navío Francisco Segundo Sánchez, artillero de ella. El almirante izó su insignia en el crucero Esmeralda y como ayudantes de órdenes se desempeñaban el capitán de corbeta Vicente Zegers, guardiamarina en el épico combate, quien se encontraba en retiro por enfermedad y que posteriormente se reincorporaría a la Armada, y Estanislao Lynch, artillero de la Covadonga. El comandante de la corbeta O’Higgins era el capitán de corbeta Arturo Wilson, también  guardiamarina en Iquique. Completaba la delegación el sargento mayor Antonio Hurtado, jefe de la guardia militar
en el combate.

Además en el Huáscar viajaban quince soldados de la Artillería de Marina, todos ellos sobrevivientes del combate, además de los marineros de la Esmeralda y de la Covadonga que aún permanecían en servicio, los que debían cubrir la guardia de honor en la capilla ardiente.

En Iquique

Según el programa, los restos de los héroes debían ser trasladados desde sus ataúdes de madera y de zinc a las urnas metálicas llevadas desde Valparaíso por el Huáscar, pero en vista de la debilidad del catafalco, se decidió que la ceremonia se hiciese con los sarcófagos que tenían y, una vez a bordo, serían trasladados a los de acero.

Se armó en la iglesia un catafalco que en su parte inferior tenía tres gradas forradas en terciopelo negro y en las cuales descansaban flores y candelabros, enseguida continuaba una plataforma destinada a las urnas, la cual estaba cubierta por un dosel de terciopelo negro con cuatro columnas decoradas con banderas chilenas, franjas y galones de plata. En la parte superior se colocaron las urnas de Prat y de Serrano y, un poco más abajo, la de Aldea que era de menor tamaño. En los ángulos exteriores, cuatro antorchas completaban la capilla ardiente.

La comisión de personalidades que viajaron desde Valparaíso, las autoridades locales y los deudos, procedieron a comprobar la autenticidad de los cadáveres y las actas de exhumación que se encontraban adheridas con lacre en la cubierta de las urnas. Quienes los vieron, confidenciaron que en el de Prat solo quedaba el armazón del cuerpo y algo de sus facciones, el cráneo partido y parte de la barba, el de Serrano se mantenía perfectamente conservado, hasta identificable y del de Aldea solamente huesos dispersos. Hay que recordar que este último hubo de ser
rescatado desde la fosa común. En seguida fueron trasladados al catafalco que había sido instalado en la nave central del templo.

El día domingo 13 de mayo se efectuó el traslado de los restos de los héroes al monitor Huáscar. El intendente Ramón Yávar presidió la ceremonia en la iglesia, acompañado del senador Luis Pereira y del almirante Uribe. Los deudos de los héroes ocupaban los primeros asientos al lado el catafalco, mientras las naves laterales eran ocupadas por una apretada concurrencia. Se cantó un Te Deum mientras cada cinco minutos se sucedían los disparos de la artillería y marineros hacían una guardia de honor. Después de los discursos, los ataúdes fueron sacados del templo
por los deudos y las principales personas que componían la comitiva oficial.

El primer carro era el que correspondía al sargento Aldea, el cual había sido costeado y construido por la Compañía de Bomberos que lleva su nombre. La parte inferior estaba forrada con género azul marino y la plataforma, pintada al óleo, imitaba las olas y espuma del mar y sobre ella, la Esmeralda con todas sus partes y detalles. Al centro del buque se alzaba una plataforma cubierta de terciopelo negro con galones blanqueados donde fue colocado el ataúd. A su alrededor hacían guardia de honor varios niños vestidos de marinero.

El carro destinado a Serrano era bastante sencillo. Su parte inferior estaba forrada de terciopelo negro sobre la que se alzaba una plataforma rectangular, en la cual fue colocado el ataúd. A la cabecera de ésta se levantaba, en ángulo recto, un cuadro forrado en terciopelo sobre el que se había colocado una hermosa corona. Los adornos del carro eran molduras doradas y no había dosel sobre la urna.

El carro de Prat era elegante y severo, lo coronaba un ánfora negra con dorado de la cual caía un dosel de terciopelo negro cuyos bordes estaban adornados con galones de oro y sus ángulos eran sostenidos por cuatro columnas. Entre el dosel y la parte inferior del carro, sobre una plataforma, fue colocado el ataúd.

En el trayecto desde la iglesia hasta el muelle, el cortejo estaba formado por marineros de la escuadra y tropas de infantería, artillería y caballería. Lo mandaba el general José Velásquez. Bandas navales y militares tocaban el himno nacional y diversas marchas fúnebres.

El cortejo pasó por debajo de un arco levantado por la compañía de bomberos Sargento Aldea que estaba erigido con material de la misma. Las escalas servían de columnas y coronación, completándose la decoración con  banderas, trofeos, emblemas y escudos. En la parte central del arco se destacaba un buque iluminado por luces de gas. Enseguida se dio la vuelta por la plaza Arturo Prat, donde continuaron los discursos. En todos los edificios flameada la bandera chilena y en los balcones, ventanas, corredores, techos y azoteas, se apilaba la gente, arrojando flores y papel picado.

Al llegar al puerto, el cortejo pasó por debajo del arco elevado por el gremio de Jornaleros, que en el frente se leía: “1879-1888. Murieron como mueren los mártires sublimes del deber y de la patria”. En cada columna tenía los nombres: Riquelme – Serrano – Prat –Orella – Videla – Lynch.

En el muelle, la comitiva se detuvo y el intendente, que había recibido en la iglesia los restos del vicario eclesiástico, hizo entrega de ellos al almirante Uribe. Terminado este acto, se quitaron las coronas de los carros fúnebres y los ataúdes fueron bajados y depositados en los botes que debían llevarlos al Huáscar.

En una embarcación que tenía toda su borda con cenefas de terciopelo negro y cubierta por un toldo del mismo material, se colocaron los restos de Serrano y Aldea y las coronas dedicadas a sus memorias, los deudos que ocuparon los asientos en la misma embarcación fueron don Alberto Serrano Montaner, don Ignacio Montaner y don David Goicolea.

En otro bote, igualmente arreglado como el anterior, fue colocado el ataúd de Prat con todas sus coronas. Los  deudos que ocuparon los asientos de ese bote fueron don Arturo Prat Carvajal, don Ricardo Prat Chacón y don David Carvajal.

Tres filas con treinta y tres embarcaciones configuraron en convoy que navegó entre el muelle y el Huáscar, en la del centro iban los restos de los héroes con sus guardias armadas, cerrando la hilera el almirante y el intendente, en las filas laterales iban los comandantes de los buques, las tropas de desembarco y el resto de los oficiales.

Al llegar al Huáscar las embarcaciones que llevaban las urnas, éste saludó con una salva y todos los buques surtos en la bahía arriaron a media asta sus pabellones.

En el Huáscar se había construido una capilla ardiente en la toldilla, que consistía en una pequeña construcción de madera que estaba pintada exteriormente de azul claro con algunas decoraciones sencillas y la coronaba una cruz. Dos puntos laterales daban entrada a la capilla, cuyo piso y mamparos estaban tapizados de terciopelo negro con franjas de plata distribuidas cada cierto trecho. El techo estaba formado por un sol hecho de seda con los colores nacionales a manera de rayos, desde el centro hacia los mamparos y una capa tenue de tul negro de seda completaba la decoración. Sobre el piso de la capilla se elevaban las tres plataformas cuadrangulares que  soportaban las urnas.

Una vez que todos estuvieron a bordo, los ataúdes fueron transportados a la capilla ardiente, donde se procedió a cambiar los restos, sacando las cajas de zinc que los contenían y traspasándolas a las que se había fabricado  especialmente y que no había podido hacerse antes por el peso que significaba para el catafalco de la iglesia. Un batallón de la Artillería de Marina, turnándose con tripulantes sobrevivientes del combate de Iquique se turnaron en la guardia de honor y los buques volvieron a izar a tope sus pabellones.

A las 17.00 horas del lunes 15 de mayo zarparon de Iquique el Huáscar, el Esmeralda, la Chacabuco y la O’Higgins con rumbo a Valparaíso, el Blanco Encalada lo hizo algo más tarde para reunirse con ellos y el vapor Mapocho al amanecer del día siguiente.

La formación era con el Huáscar al centro, la Chacabuco y el Esmeralda por su banda de babor y la O’Higgins y el Blanco Encalada por estribor. Como matalote de popa tomó posición el Mapocho. En la tarde del 19 fondearon en Quintero para esperar entrar a Valparaíso el 21 en la mañana.

En Valparaíso

A las 10.30 horas se descolgaron del Huáscar los tres ataúdes mientras una multitud innumerable invadía los cerros, el plan y la playa para contemplar y despedir los restos de los héroes. Las campanas de las iglesias y los cañones de los fuertes y de los buques se turnaban en un frenético homenaje a aquellos hidalgos del mar.

Cinco filas de embarcaciones avanzaban hacia el muelle del ferrocarril. Al centro de ellas, en la falúa presidencial iba el ataúd de Prat y tras ella, en otra similar, los de Serrano y Aldea.

Detrás de las autoridades, desembarcó el hijo de Arturo Prat, a quien esperaba en el muelle el hijo de Carlos Condell con una corona en su mano. El héroe de Punta Gruesa había fallecido el 24 de octubre del año anterior y era el primer ocupante de la cripta del monumento construido a los héroes de Iquique.

Las urnas fueron colocadas en sendos carros fúnebres, cada uno tirado por tres parejas de caballos cubiertos con mandiles negros que llegaban al suelo. El de Prat era cubierto y formaba una especie de tabernáculo, sostenido por cuatro columnas que tenían en su cúspide un florón de plumas negras y otros similares sobre los remates superiores de las columnas, todo recubierto por terciopelo negro. El espacio entre la torre y la base era de unos cuatro metros donde fue colocado el ataúd y numerosas coronas.

Del mismo luto riguroso estaban cubiertos los carros de Serrano y de Aldea, los cuales eran descubiertos. El primero llevaba una gran bandera chilena en su coronación.

Un cuarto carro, de forma piramidal, marchaba detrás de los anteriores, llevando las coronas que, por su número, no habían alcanzado a ser colocadas.

El recorrido se hizo por la línea del tranvía que existía en la avenida de las Delicias (lado oriente de la actual avenida Argentina), encabezado por el carro de las coronas y seguido por los de Aldea, Serrano y Prat, en ese orden, enseguida los deudos de los héroes, los marinos, el intendente, el alcalde y las demás autoridades. Una doble fila de soldados y bomberos abría la calle desde la estación hasta la tribuna que se había levantado frente al puente que cruzaba el estero, frente a la calle Victoria.

El público rebalsaba las calles y las orillas del estero de las Delicias, las casas embanderadas y adornadas con ramas de arrayán y coronas de flores, mientras once larguísimos trenes extraordinarios llegaron diariamente de Santiago durante más de tres días.

La primera detención fue en la referida tribuna frente al puente, donde se escucharon los discursos del ministro de Guerra y Marina y de los representantes de ambas ramas del Congreso.

Con la misma formación continuaron hacia la plaza de la Victoria, agregándose la escolta de los cuerpos de infantería, artillería, caballería y las bandas militares. Al cortejo se unió un destacamento armado de la fragata británica Hyacinth, vestido de gran parada, luciendo sus uniformes rojos y cascos blancos. Durante la marcha, de las casas caían lluvias de flores, papel picado y hasta se lanzaron palomas blancas.

La calle Victoria estaba adornada de imponentes arcos, costeados por los vecinos, bajo los cuales debía pasar el cortejo. El primero de ellos era la Merced, de diseño original que consistía en cuatro columnas y un sector  horizontal. El vacío entre las columnas era llenado con artísticos pabellones de armas enlazadas con cintas y gasas, todo ello iluminado durante esa noche y se leía:

Honor a los héroes de Iquique
Prat- Serrano, Aldea, Iquique 21 de mayo de 1879
Condell – Orella – Videla, Punta Gruesa 21 de mayo de 1879

Frente al parque municipal estaba el arco del Gremio de Jornaleros de Valparaíso.

Enseguida venía el arco de las obreras, adornado sencillamente con banderas chilenas y desde donde se soltaron varias palomas al pasar el cortejo.

A continuación, en la esquina de la calle Las Heras, se erigía el arco de la Sociedad de Zapateros, de 14 metros de altura que en el centro tenía estrellas alumbradas a gas y una polea que hizo descender, en el momento de pasar el cortejo, a una niñita, envuelta en tules que derramó una copiosa lluvia de flores.

Finalmente, al llegar a la plaza de la Victoria, se encontraba el arco de la guardia municipal.

Alrededor de las 15:00 horas llegó el cortejo a la plaza de la Victoria, donde se había reunido un inmenso gentío con numerosas banderas y gallardetes, coronas de arrayán y palmas.

Se había construido una tribuna al costado oriente de la iglesia del Espíritu Santo y frente a ella, un espacio alfombrado con medio millar de sillas para las comisiones invitadas, las que fueron insuficientes.

En el atrio del templo estaban los sillones para el Presidente de la República, los ministros, edecanes, el arzobispo de Santiago y demás personas de rango.

Aquí los restos de los héroes recibieron el homenaje de la Iglesia, del Ejército, del Senado y la bendición de monseñor Mariano Casanova y Salvador Donoso.

De la plaza de la Victoria el cortejo continuó a la plaza Sotomayor, cruzando el arco erigido por el Cuerpo de Bomberos formado por escalas en cuadrilátero adornado con banderas, escudos e inscripciones con los nombres de los héroes.

Un curioso y simpático arco adornaba el frente del palacio Lyon, cuya base la formaban dos pequeños buques con los nombres de Lamar e Itata, en referencia a las naves mercantes que habían prestado importantes servicios durante la guerra y en la proa de ellos, dos niños pequeños vestidos de marineros.

Finalmente, la compañía de gas de Valparaíso rendía homenaje con el último arco.

Alrededor de las 17:00 horas llegó el cortejo a los pies del monumento a los Héroes de la Marina, en cuyos cuatro costados se alzaban teas funerarias sobre gruesas columnas negras con franjas de plata. A su frente, al lado de la intendencia, se encontraba uno de los mástiles de la Esmeralda que enarbolaba la bandera de la corbeta O’Higgins cuando repatrió los restos de don Bernardo O’Higgins en 1869; además completaban los adornos proyectiles y cañones del buque glorioso.

En la entrada de la cripta pronunció un discurso el almirante Uribe, luego el presidente del Senado José Ignacio Vergara y, finalmente, el Presidente de la República José Manuel Balmaceda.

Estaba oscureciendo cuando terminó el discurso del presidente y las urnas fueron bajadas al interior de la cripta, las banderas de los fuertes y buques de guerra se izaron a tope y las bandas rompieron con el himno nacional.

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