A las 06:00 h del domingo 7 de diciembre de 1941, (hora de Hawái), la primera flota aérea japonesa al mando del vicealmirante Chuichi Nagumo, conformada en base a seis portaviones con todo su material aéreo, inició su ataque contra la flota americana fondeada en Pearl Harbor, distante a 200 millas, con el objeto de destruirla. La primera ola de 183 aviones lanzó sus armas a las 07:58 h, mientras que una segunda de 170, había despegado 43 min antes. Producto de la sorpresa se logró destruir el acorazado Arizona, hundir el California y el West Virginia en sus sitios de amarre, causar averías severas en el Oklahoma que se dio vuelta de campana y ocasionar daños más o menos severos a otros cuatro acorazados, tres cruceros ligeros y varias unidades menores, además de la destrucción de 188 aviones y severos daños a otros 150, lamentándose también la pérdida de 2.403 vidas, entre ellas 68 civiles, y 1.178 heridos. No habían portaaviones americanos en puerto, no obstante constituir objetivos prioritarios. Como epílogo, sabemos que cumplida su misión, la flota atacante se retiró victoriosa hacia el oeste, lamentando sólo la pérdida de 55 aviadores y 29 aeronaves, 65 submarinistas, un submarino clase I y cinco submarinos enanos. Pese a las apariencias, éste no fue un resultado súbito producto de dos olas compactas de atacantes que golpearon fría y organizadamente, desapareciendo sin dejar rastro, sino que de una lucha cruenta de dos horas y diez minutos de duración, en la que los combatientes rindieron cara su vida, ya sea desde las carlingas de los aviones atacantes, de los buques de superficie y submarinos, o de las pocas aeronaves que consiguieron despegar presentando combate.
Durante la sesión plenaria del Congreso norteamericano convocada para el día siguiente, el presidente F.D. Roosevelt pronunció un breve discurso que inició con la afirmación: “Ayer, 7 de diciembre de 1941 —una fecha que vivirá en la infamia, Estados Unidos de América fue atacado repentina y deliberadamente por fuerzas navales y aéreas del Imperio del Japón”. Más adelante agregó que el día anterior éste había atacado Malasia y la pasada noche, Hong Kong, Guam, las islas Filipinas y la isla de Wake y terminó expresando: “Pido que el Congreso declare que desde el ataque no provocado y vil de Japón el domingo 7 de diciembre de 1941 existe el estado de guerra entre Estados Unidos y el Imperio japonés”. El Parlamento aprobó el requerimiento con un solo voto disidente. Sin embargo, la perspectiva de guerra con Japón no era desconocida. Ya en 1907 ella había inducido a la Marina de EE.UU. a iniciar la planificación de una eventual guerra, que con los años sirvió de base al War Plan Orange, vigente hasta 1940. Y además, al decir de Samuel Morrison(1968), Washington se debatía por ese entonces en el “dilema de convivir con la agresión japonesa continuando su exportación de petróleo, o arriesgar una guerra si la cortaba” (p. 36). Y la cortó.
El aislamiento entre ambas naciones, producto de las casi 4.500 millas de mar que las separan, fue súbitamente interrumpido el año 1853 con la recalada a la bahía de Tokio de una escuadrilla norteamericana al mando del comodoro Perry. Este arribo, a más de ignorar las disposiciones de aislamiento vigentes e inspirar al compositor de Madame Butterfly, humilló a los japoneses porque el marino portaba una carta del presidente Millard Fillmore señalando que quería gozar del libre comercio con China, disfrazando lo que era una suerte de ultimátum. (Kissinger, 2016. P.191). Habida su indefensión, el emperador dio una respuesta conciliadora accediendo a la mayor parte de las exigencias; mas asegurándose de preservar la identidad nacional, utilizó este episodio para terminar con el aislamiento y la vulnerabilidad del imperio, e inició un proceso de apertura, industrialización y desarrollo militar. Un objetivo insoslayable para el éxito del proyecto era poner a su flota en niveles de paridad con sus pares de las potencias occidentales, y si bien no concitó mayor atención su victoria sobre una inexperta marina china en 1894, cuyo premio fue la anexión de Corea; Tsushima en 1905, alimentó intensamente la visión de un Japón fuerte y le dio un estatus de potencia naval que el presidente Theodore Roosevelt reconoció al incluirlo en el periplo de la White Fleet alrededor del mundo en 1907, en señal de poder y advertencia.
Al desencadenarse la Gran Guerra Mundial, Tokio se alineó con los vencedores haciéndose sin esfuerzo de Shandong y Tsingtao (hasta entonces base de Von Spee), las Marianas (excepto Guam), las Carolinas y las Marshall, toda una extensa área de penetración en el Pacífico. Sin perjuicio que resuelto a colaborar estrecha y pacíficamente con el mundo occidental y afianzar su seguridad, se incorporó a la Liga de las Naciones y al Tratado Naval de Washington de 1922, que puso a su armada inmediatamente tras la norteamericana y la británica.
Superada la guerra, mientras que los beligerantes agobiados por la gran depresión de 1929, reponían lentamente sus heridas cobijados en el marco de paz de la Liga de las Naciones, Washington se iba imponiendo de la estatura política del Japón y convenciéndose de que si bien Tokio no parecía poner en riesgo su seguridad nacional, sí representaba una amenaza potencial a sus intereses en el Asia y el Pacífico occidental, (Patterson1989, p. 127) como lo demostraba su política agresiva en dicha zona. Fue en este contexto donde tratando de conciliar sus intereses las potencias regionales, EE.UU., Japón, Gran Bretaña y Francia subscribieron en 1921 el Four Power Treaty, por el cual se comprometieron a respetar sus derechos mutuos en las posesiones y dominios insulares en la región del Pacífico; y firmaron el año siguiente junto con China y otros estados el Nine-Power Treaty, cuyo propósito era asegurar el respeto a la soberanía china, contribuir a su desarrollo y mantener un principio de igualdad de oportunidades de comercio con ella. El Immigration Act aprobada por el Congreso norteamericano en 1924, prohibiendo la inmigración japonesa, golpeó duramente el orgullo nacional.
Aunque Japón inicia la década de 1930 con su incorporación a la Conferencia de Londres, que en lo general renovó los acuerdos de Washington, lo más relevante es la reafirmación de su sentido de potencia asiática asentada en su crecimiento, recuperación del empleo, fortalecimiento del comercio exterior y fuerzas armadas; y en concreto, por la duplicación del producto nacional y quintuplicación de recursos asignados a sus fuerzas armadas ocurridos entre 1925 y 1939, (Schumpeter & other, 1940, p. 16) además de asomar en la política exterior de Washington y de Tokio la divergencia de sus objetivos políticos vitales. El de Washington, consistente en satisfacer sus convicciones e intereses nacionales creando un escenario estable en el Lejano Oriente con una China soberana y abierta en términos igualitarios al comercio con todos los países, y apropiado también para fortalecer su comercio exterior y dar seguridad a sus nacionales e inversiones, (como lo postulaba su política del Open Door); y el de Tokio, orientado a establecer un nuevo orden en asia oriental, que incluyera en sus dominios tanto a Manchuria, China, Indochina y Camboya en el continente, como los territorios insulares de las Indias Orientales Holandesas. Contrariado por el rechazo que la Liga de las Naciones hizo de su ocupación de Manchuria, Japón la abandona en 1933 y tres años después hace lo propio con el Tratado Naval de Londres, considerando que no favorecía los intereses de su Armada. Aún más, ampliando los horizontes de su política exterior, Tokio firma en 1935 el pacto Anti Comintern (anticomunista) con Berlín y suscribe con ella en Roma el Tratado del Eje en 1940, que comprometía una mutua asistencia ante el ataque a cualquiera de ellas por una nación que no esté en guerra, (Estados Unidos por cierto), y que reconoce dos esferas de influencia, la de Japón en Asia y Alemania en Europa.
Ahora bien, pese a su aparente invulnerabilidad, el desarrollo del poderoso aparato industrial y bélico japonés dependía de la importación de materias primas estratégicas y en especial del petróleo, cuya matriz de aprovisionamiento en el año 1936 la componía Estados Unidos que proveía el 73,6%, las Indias Orientales Holandesas 13 %, Borneo Británico 8,1% y Manchuria el 1,9%. (9, 267) y este fue el recurso al que recurrió Franklin Roosevelt para detener al imperio. A tal efecto y consciente de que una medida extrema precipitaría la guerra, el Presidente aplicó una presión progresiva denunciando en julio de 1940 el Tratado de Comercio y Navegación de 1911 y firmando un año después el Export Control Act, que lo autorizaba a que en el interés de la defensa nacional, prohibiese o limitara la exportación de equipos militares, municiones, herramientas y materiales varios, para incluir a posteriori las bencinas de alto octanaje para la aviación y los lubricantes, los materiales ferrosos y el acero.
En esta tensa coyuntura, la cúpula política japonesa se dividía apasionada y violentamente entre quienes deseaban y se oponían la guerra con EE.UU., pero la gravedad de las medidas dispuestas por Roosevelt fueron claves para imponer el criterio que la guerra era inevitable de no mediar un cambio radical en la política exterior americana o una retirada de China e Indochina (Miller, 1991, p. 63), opción que repugnaba al ejército. En abril de 1941, Japón firma el pacto de neutralidad con la Unión Soviética que garantizaba por cinco años su neutralidad en caso de guerra de uno de ellos con otro país y los comprometía a respetar la integridad territorial de Mongolia y Manchuria, en tanto que Roosevelt dispuso ese mismo año congelar los bienes japoneses en los Estados Unidos e interrumpir todo el flujo de petróleo que aún llegaba al Japón, medida que fue imitada por británicos y holandeses y sus colonias en Asia sudoriental. Y sin que pueda causar sorpresa, Tokio estimó que estas medidas representaban un acto agresivo equivalente a un conflicto armado.
Como presidente y comandante en jefe, Roosevelt resolvió que ante un conflicto con Japón, el teatro decisivo sería el Atlántico y Europa, y que en Asia Oriental se desarrollaría una defensiva estratégica; resolución que prácticamente puso al país en una tensa espera del primer golpe, sin conocerse su naturaleza y objetivo. Por ende, la flota del Pacífico continuaría basada en Hawái, aunque se le segregó un portaviones, tres acorazados y cruceros (incluyendo el USS Brooklyn y USS Nashville) y dos escuadrones de destructores que se asignaron a la Flota del Atlántico, (Morrison, 1968, p. 57) dejándola en manifiesta inferioridad frente a su adversario asiático.
Ambas partes buscaban la paz. Pero si Washington la asimilaba al término de todas las operaciones militares, Tokio la entendía como el estado imperante cuando dominara en la gran Asia oriental permaneciendo en China e Indochina. Este fue el meollo del accionar final de la diplomacia, que a través de una sucesión de propuestas y contrapropuestas, siguió activa cuando la inteligencia americana quebró la clave diplomática nipona en marzo de 1941 (capacidad conocida como Magic), que le permitió a Washington imponerse de las reales intenciones de Tokio (exceptuando el ataque a Pearl Harbor, el que no trascendió al escalón diplomático); e incluso durante la navegación de la fuerza de ataque hacia su objetivo, habilitando al embajador japonés a reunirse 50 veces con el secretario de Estado norteamericano Cordell Hull.
En septiembre de 1941 Tokio presentó sus exigencias en términos inaceptables para EE.UU. y dio a su embajador un plazo de seis semanas para satisfacerlas, (el que se amplió hasta la medianoche del 6 de diciembre), en el entendido que si fracasaba, Japón se prepararía para una guerra con Estados Unidos, Gran Bretaña y Holanda. Los acontecimientos se aceleraron. El 9 de octubre se conoce en Washington el plan japonés para elaborar una cuadrícula de Pearl Harbor con la ubicación de cada acorazado. Revelando el carácter belicista del gabinete, una semana después asume de primer ministro el general Tojo, reteniendo Interior y Guerra, y el 4 de noviembre se crea la primera flota aérea (que atacará a Ohau), según lo informa Magic. Las negociaciones continúan y el día 20, Tokio presenta su proposición final que implicaba la completa destrucción de China por Japón y que Hull describe como “una abyecta rendición de nuestra posición, bajo intimidación”, (Morrison, 1968, p. 74) a cuyo rechazo contribuyó la oposición de Chiang Kai-shek y la detección de una importante fuerza de ocupación japonesa que se desplazaba por el mar de China meridional contradiciendo el pretendido pacifismo nipón. Washington necesitaba ganar tiempo para fortalecer sus fuerzas y reforzar sus posiciones en Asia y como último argumento el día siguiente (noviembre 26) el Secretario de Estado entregó a su interlocutor la Hull Note (Potter, 1987, p. 8) que en síntesis comprometía a Estados Unidos a descongelar los activos retenidos, iniciar conversaciones para establecer un nuevo tratado comercial y firmar un pacto de no agresión entre todos los interesados, si Japón evacuaba sus tropas de China e Indochina.
El 27 de noviembre Washington informó a los jefes militares de Hawái, general Short y almirante Kimmel que se espera un movimiento agresivo por Japón dentro de los próximos días, seguida por la orden a Kimmel de ejecutar un despliegue defensivo en preparación a realizar tareas de guerra, y de desarrollar el reconocimiento aéreo y otras medidas que estime necesarias a Short. Si las hostilidades no pueden evitarse – rezaba la instrucción – el deseo de EE.UU. era que Japón apareciese como agresor. La inmediata respuesta del general informando que se había activado la Alerta 1 de defensa integral en Oahu satisfizo a Marshall, quien desconocía que para Short esta señal simplemente indicaba la activación de la alerta contra sabotaje y revueltas, conforme a la modificación introducida desde Ohau pero no recibida en Washington. (Nelson, 2016, pp. 152-157).
En Tokio, la conferencia imperial rechazó la nota, dispuso la guerra y ordenó a su embajada en Washington destruir códigos, documentos y elementos de cifrado y procedió a elaborar de inmediato una comunicación a Washington que en su párrafo final (14°) informaba que se consideraba imposible alcanzar un acuerdo a través de posteriores negociaciones, el que fue descifrado en la embajada durante la noche del 6 al 7 de diciembre. El mensaje, que fue descifrado por la inteligencia norteamericana, alertó a la Casa Blanca y determinó a Marshall a transmitir la correspondiente advertencia a Oahu, la que debiendo ser recibida hacia las 07:00 h, lo hizo después de iniciado el ataque por dificultades en el sistema de transmisión. Esa misma tarde Roosevelt envió una comunicación personal al emperador para detener la inminente crisis, que fue demorada en Tokio y no llegó a su destinatario.
El almirante Yamamoto, comandante en jefe de la flota combinada, inició la concepción de Zeta a comienzos de 1940, desde una posición personal de rechazo a una guerra con Estados Unidos, convencido que el efecto estratégico del ataque se diluiría en poco más de un año, ya que para entonces la industria naval americana habría recuperado las pérdidas sufridas, y el avance de la planificación fue engorroso dada la oposición de buena parte del mando japonés, que dudaba de su factibilidad frente a las incógnitas y dificultades logísticas y tácticas de todo orden, partiendo del hecho que las naves averiadas en la mitad del océano, no tendrían asistencia. Se estimaba que un ataque de amanecida favorecía la aproximación de la flota, pero los aviones perseguidores tendrían todo el día para localizarla, situación diametralmente opuesta al ocaso; y que los fines de semana tendían a aumentar la seguridad. Por otra parte, concentrar todo el ataque en una sola ola implicaba un enorme esfuerzo de coordinación, mientras que una sucesión de ellas suponía debilitar progresivamente el factor sorpresa. Por fortuna para Zeta, buena parte de las dudas las aclaró un juego de guerra efectuado en mayo de 1940 y las experiencias obtenidas en el sorpresivo ataque aéreo desde el HMS Illustrious a Tarento, seis meses después, donde se superó el problema que la escasa profundidad significaba para los torpedos, lo que permitió a su vez, definir los tipos de ataque a ser realizados. Atento al desarrollo de la guerra naval en el Mediterráneo, el CNO americano, almirante H. Stark, comunicó a Short y a Kimmel en Hawái, que “…|” y que un ataque aéreo conlleva la mayor probabilidad y peligro. (Nelson, 2016, p. 61).
Los planificadores habilitaron la bahía de Kagoshima para simular las prácticas de ataque; se inició la decepción sobre la ubicación de los portaaviones y una estrecha vigilancia del movimiento de los buques americanos; se comenzó la producción de torpedos aptos para aguas someras, se mejoró el sistema de aprovisionamiento en la mar, se organizó la primera fuerza aérea con los seis mayores portaviones de la Armada y se definió la composición y cantidad de las olas, los diferentes tracks de aproximación de cazas, torpederos, bombarderos horizontales y en picada, y la coordinación entre ellas. (Dull, 1978, p. 13). El 5 de noviembre Yamamoto despachó su Order # 1 que daba inicio al proceso de planificación subalterna y el día 22 la fuerza de tarea se reunió en bahía Tankan fijándose el ataque para las 08:00 h del día 7 de diciembre. Ante un eventual avistamiento, se dispuso que la flota regresase si éste ocurría antes del 6 de diciembre; que persistiese en su ataque si era después del 6, y que el comandante de la fuerza de tarea, almirante Nagumo, resolviese, si sucedía el día 6. El día 26 de noviembre, a las 09:00 h, la fuerza de ataque zarpó hacia el punto de lanzamiento, en Latitud 26° Norte y Longitud 158° Oeste, a 275 millas al norte de su objetivo.
La sorpresa era conditio sine qua non, de modo que la flota se desplazó hacia el ESE a un punto ubicado 900 millas al norte de Midway, atravesando una zona que no era frecuentada por la Marina de EE.UU., para caer desde allí al SSE directamente sobre el punto de lanzamiento el 3 de diciembre, siendo el único contacto en la mar el pesquero soviético Uritzki, que no reportó el avistamiento. La fuerza fue recién detectada a las 06:45 h del día 7, a 130 millas de Oahu, por un radar de vigilancia aérea instalado allí dos semanas antes, cuyos sorprendidos operadores sólo informaron a su central a las 07:02 h, al convencerse que tenían en pantalla una numerosa cantidad de aviones, antecedente que su mando desestimó por considerar que los ecos correspondían a un grupo de B-17 que arribaba a esa hora a la isla. Y a su vez, uno o dos submarinos enanos que contribuían a la maniobra fueron localizados por destructores norteamericanos en las proximidades inmediatas del canalizo de entrada al puerto, entre las 02:30 y 03:42 h del mismo día, pero la información no se trabajó. Huelga decir que el debido procesamiento de cualquiera de estos contactos hubiese cambiado la historia, y que la explicación de lo sucedido se encuentra probablemente en el desconocimiento de la situación que se vivía, los procedimientos inadecuados, la insuficiencia del entrenamiento y el desconocimiento de la capacidad del radar recién incorporado al inventario.
En Washington, los embajadores se atuvieron a sus instrucciones y solicitaron audiencia al secretario Hull para las 13:00 h del día 7, media hora antes del inicio del ataque, la que se les concedió para las 13:45 h, pero los diplomáticos únicamente pudieron arribar a la cita a las 14:05 h, y tras ser recibidos a las 14:20 h, entregaron al anfitrión el documento del que eran portadores. Naturalmente el presidente ya lo conocía y a diferencia del diplomático japonés, sabía del inicio del ataque. En efecto, a las 07:58 h de Hawái, (13:28 h en Washington), la operación Zeta había conseguido una completa sorpresa.
Finalizado el ataque, el almirante Nagumo, que se había opuesto a Zeta, debía resolver si enviar una tercera ola o retirarse hacia la seguridad, y sabemos que apenas aterrizó en el Akagi el comandante del ataque, Mitsuo Fuchida, le recomendó enviar una tercera ola dirigida sobre los diques, los estanques de combustible y los buques que se presentasen. En favor de esta iniciativa pesaba fuertemente el hecho que la destrucción de los diques de reparaciones y de los estanques de combustibles obligaría a la marina a retirar de Pearl Harbor sus naves y aeronaves, mientras no pudiesen rehacer sus capacidades con materiales y petróleo traídos por la vía marítima, expuesta por ende a los ataques de submarinos, resultado que sobrepasaba todas las expectativas. Pero había también grandes riesgos. La defensa aérea del puerto había ido fortaleciéndose progresivamente, de modo que si bien la primera ola no encontró prácticamente resistencia, la siguiente enfrentó mayor oposición; se estimaba que su propia flota estaba en riesgo, ya que las interceptaciones de radio hacían pensar que una fuerza de 50 bombarderos podía golpearla en cualquier momento; nada se sabía de los portaviones americanos que presumiblemente preparaban ya una represalia y no existía ninguna información del enemigo más allá de las 250 millas. El tiempo atmosférico y el oleaje se hacían más severos dificultando las operaciones de despegue y retorno, y existía cierto nivel de ansiedad por el nivel de combustible ante un eventual combate. En definitiva, el almirante apreció que había cumplido su objetivo y arrumbó su flota hacia el oeste.
La visión imperial de Japón en Asia enfrentaba dos obstáculos: EE.UU. que en algún momento intervendría, y la insuficiencia de petróleo y otros recursos estratégicos cuyos mayores proveedores eran, respectivamente, dicho Estado, las Indias Orientales Holandesas y Borneo Británico, al sur del mar meridional de China, de modo que las restricciones que la Casa Blanca impuso a sus exportaciones de petróleo y otros productos de uso bélico a Japón que inmovilizarían a corto plazo a sus fuerzas, determinó a Tokio a buscar fuentes alternativas, precipitando la escalada bélica. Washington también lo entendió así, aunque asumió que el conflicto se mantendría alejado de su territorio continental e insular, apreciación en la que incidió el hecho que tal agresión no parecía racional porque arrastraría al país a la guerra y la total derrota japonesa, visto el enorme desnivel de sus potenciales nacionales, sin contar el de sus aliados, con el cual era todavía más apabullante; siendo de notar que la flota del Pacífico no poseía entonces la capacidad operativa y logística para permanecer en el Pacífico occidental y oponerse al desarrollo de las operaciones japonesas, razón por la cual no representaba propiamente un objetivo militar; sin embargo, la resolución de atacar Pearl Harbor no descansaba únicamente en un criterio racional, sino que en rasgos más profundos del ser nacional japonés, y al emperador se le había explicado que:
El Gobierno ha decidido que si no hay guerra la suerte de la nación está sellada. Aún si la hay, el país puede arruinarse. Sin embargo, una nación que no lucha en esta situación ha perdido su espíritu y es una nación condenada. (Dull, 1978, p. 6).
Por otra parte, la resolución presidencial de definir a Europa y el Atlántico como teatro decisivo ante una guerra con Japón, no sólo debilitó la flota del Pacífico y la capacidad aérea de rebusca y combate, a más de implicar el transbordo de gente entrenada en beneficio de las unidades en construcción, sino que afectó también – así lo entiendo – la visión y la motivación de sus mandos y subordinados. Hacia el comienzo del otoño de 1941, la experiencia de Tarento parecía olvidada y Oahu gozaba de una reputación de invulnerabilidad que compartía gran parte de las autoridades políticas y militares, incluyendo al jefe del estado mayor del Ejército, el Secretario de Guerra en Washington, asesor directo del presidente y también el general Short y el almirante Kimmel que estimaban que las posibilidades de un ataque aéreo mientras que la flota del Pacífico estaba basada en Pearl Harbor eran prácticamente inexistentes. (Nelson, 2016, p. 437). No existía entonces una organización conjunta que asegurara la unidad del esfuerzo incluyendo la habilitación de una rebusca aérea eficiente y la seguridad de la flota era responsabilidad de la componente terrestre. (Morrison, 1968, p.134). Pero vital en la consecución de la sorpresa fue el error de la inteligencia que minusvaloró la capacidad de la marina imperial de realizar simultáneamente dos operaciones mayores y desestimó un eventual ataque aeronaval dado el novel desarrollo de esta arma.
Este sentido de seguridad cesó abruptamente en Washington a fines de noviembre, cuando inteligencia, que no supo interpretar e integrar los indicios recolectados, informó con diez días de antelación a la Casa Blanca del probable rompimiento de hostilidades; antecedente que originó una inmediata advertencia y órdenes de activación a Hawái, cuyos mandos no interpretaron correctamente. Esto explicaría que la flota no abandonara la situación de verdadero encierro en que se encontraba y asumiera en la mar una disposición de combate junto con los tres GT de portaaviones dependientes del almirante que operaban en las proximidades de Oahu, ajenos al próximo drama. Y que no se aumentara el grado de alistamiento del personal y material o se modificara el régimen diario de la base. Verdad es que era función de Short y Kimmel el activar todas estas medidas, pero el comité liderado por el senador A.W. Barkley que examinó un expediente de 15.000 páginas entendió que ambos sólo habían incurrido en errores de juicio, sin abandono del deber. (Leopold & Lynk, 1958, p. 674) Entonces, sólo cabía esperar acciones individuales de unidades u hombres; valerosas y atinadas todas, pero absolutamente insuficientes para neutralizar el ataque.
Introducción Importantes profesores y académicos de reconocido prestigio en materias de relaciones internacionales, c...
Si la sorpresa es una parte inherente a los asuntos humanos, la suposición fundamental del pensamiento corriente coloca ...
Corría el año 2009 cuando un profesor de historia me comenta “eso fue cuando casi entramos en guerra con ustedes”. Este ...
El rápido desarrollo en todas sus dimensiones, la constante disminución del costo de acceso y la masificación de las nue...
El empleo de las marinas como elementos de Poder Duro (HP) en el sistema internacional y su influencia en las decisiones...
Versión PDF
Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
Inicie sesión con su cuenta de suscriptor para comentar.-