La amenaza rusa sobre Ucrania es un desafío al orden europeo y un paso en el cumplimiento de lo que se ha llamado la Doctrina Putin, que busca instalar a Rusia en la mesa de las grandes potencias, recuperando la relevancia para el sistema internacional que tenía en la era soviética. Como toda crisis, esta es un juego de poder que requiere de la correcta identificación del problema para la elección de la herramienta adecuada a su solución.
Cuando Vladimir Putin señaló que la “caída de la URSS fue la catástrofe geopolítica más grande del siglo XX” (Rotaru, 2018) pocos anticiparon la seguidilla de acciones que una Rusia entonces debilitada, sería capaz de emprender para recuperar ese espacio de influencia que llama su “exterior próximo” y que hoy genera una peligrosa fricción en Europa, amenazando a la más importante de sus ex repúblicas, Ucrania, país al que se relaciona por profundos lazos históricos, étnicos y económicos. De hecho, es Kiev el centro del poder desde el cual nace lo que después sería un imperio.
El mundo observa con ansiedad lo que podría derivar en un conflicto armado a gran escala, no en la periferia como han sido los conflictos desde la II Guerra Mundial, sino en el corazón de Occidente ¿Qué busca Rusia? ¿Cómo reacciona Europa? son algunas de las preguntas que abordaremos en estas líneas, en una situación que se encuentra en pleno desarrollo.
Definir a Rusia es siempre complejo. No es una cultura occidental, pero su historia es indivisible a la de Europa. Tampoco es un país oriental, pero las invasiones desde el Este marcaron su visión de la seguridad de sus fronteras. Pese a su abrupta pérdida de poder con la caída de la cortina de hierro, su intervención internacional continúa siendo relevante, especialmente porque detenta un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; posee un enorme arsenal nuclear y una relevante industria militar; continúa siendo el principal proveedor de gas natural para Europa con un 46% en el primer semestre 2021, y petróleo crudo con el 24,7% en igual período (Eurostat, 2021). Con esto, su peso e influencia en Europa y el mundo es claramente importante, lo que convierte a este gigante euroasiático en un actor de primer orden en el concierto internacional. Pero esto no parece ser suficiente a los ojos de Vladimir Putin.
La Rusia de hoy, tal como en la era zarista y soviética, enfrenta el dilema de la seguridad con una actitud agresiva, apoyada por un poderío nacional a veces más aparente que real. Sus muy extensas fronteras, alguna vez resguardadas por sus satélites soviéticos, hoy están expuestas.
La situación en Ucrania y las repercusiones que tiene sobre los demás países del “Mundo Ruso”1(Laruelle, 2015) especialmente en los pequeños Estados del Báltico, parecen ir en la dirección de lo planteado por Kissinger en los primeros años del presente siglo, al indicar que el expansionismo ruso no es ideológico, sino histórico y tiene sus raíces en las amplias llanuras, permanentemente amenazadas por pueblos guerreros o más “avanzados”2 Desde la caída de la URSS, las señales del malestar de Moscú no fueron pocas, generando una creciente agresividad discursiva hacia la Unión Europea y contra la hegemonía que ejercía entonces Estados Unidos. En este sentido, la política exterior rusa tiene un antes y un después de la Conferencia de Múnich sobre Política de Seguridad de febrero de 2007, cuando el presidente ruso acusó un doble estándar de Occidente, que no tenía en cuenta la “grandeza de Rusia en su historia que abarca más de mil años" (Rotaru, 2018), lo que le confería un lugar de privilegio en el concierto de naciones, el que Occidente le negaba. En su intervención, Putin condenó firmemente los esfuerzos de Estados Unidos por construir un mundo unipolar y criticó el acercamiento de la OTAN hacia sus fronteras, poniendo un cierre a cualquier iniciativa de alianza de occidente con su vecino oriental.
Más aún, en la cumbre de Bucarest de abril de 2008, pese a la oposición de Rusia, el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, señaló que Ucrania y Georgia, son bienvenidos para integrar la alianza (Bucharest Summit Declaration, 2022), lo que harán en algún día en el futuro. Esto constituye un hito en la relación entre Rusia y la OTAN, considerando que Ucrania no es de interés vital para los aliados de la OTAN, pero claramente si lo es para Rusia.
Esta intención de recuperar la grandeza imperial de Rusia, mediante la reconquista y retención de su esfera de influencia, subyace en las acciones de su política exterior y evidencia las aspiraciones de su presidente, en lo que Stent llama “la Doctrina Putin” (Stent, 2022), esto es que Rusia debe ser tratada por Occidente como lo hacía con la Unión Soviética; es decir, como a una potencia a la que hay que respetar y temer, con derechos especiales sobre sus vecinos, y un asiento en la mesa de las grandes decisiones mundiales. En su visión, Putin añora una Rusia con derecho incuestionable a una esfera de influencia sobre sus antiguos vecinos soviéticos, los que no podrán unirse a ninguna alianza que se considere hostil a Moscú, particularmente a la OTAN o la Unión Europea.
De esta posición nace la demanda del Kremlin de que Ucrania y otros países postsoviéticos, así como Suecia y Finlandia, asuman una neutralidad permanente y desistan de incorporarse a la OTAN. Más aún, la alianza atlántica debe volver a su esquema de 1997, retirándose de Europa central y oriental. Esto generaría un poder de veto de Rusia sobre las opciones de política exterior de sus vecinos no pertenecientes a la OTAN, afectando directamente el ejercicio de soberanía de estos Estados.
Surge un planteamiento aún más radical respecto del concepto de soberanía. Así, Putin argumenta que solo las grandes potencias, Rusia, China, India y Estados Unidos, pueden ejercer soberanía absoluta y son libres de elegir sus alianzas y determinar sus esferas de influencia. Las potencias menores como Ucrania o Georgia no son totalmente soberanas y deben someterse a las imposiciones de Rusia, tal como el hemisferio occidental debe actuar de acuerdo con lo que dicte EE.UU. (Stent, 2022).
Esta visión de Vladimir Putin se contrapone a valores inalienables de igualdad soberana, libertad e independencia de los Estados o autodeterminación de los pueblos, todos consagrados en la carta de Naciones Unidas y otros instrumentos del derecho internacional que permiten aspirar a un sistema internacional basado en reglas. Estos valores forman la base de la convivencia entre naciones en el actual orden mundial que permite la independencia de las potencias medianes y menores.
Frente a la actitud agresiva de Moscú, con su punto alto en la invasión de territorio soberano de Ucrania el 2014, el apoyo a los separatistas de la región del Donbas y la actual amenaza sobre toda la frontera con Ucrania, la ONU solo ha emitido resoluciones no vinculantes de la Asamblea General. El Consejo de Seguridad ha sido inoperante dado el veto de Moscú, y EE.UU. ha impuesto sanciones selectivas sobre autoridades del gobierno ruso, sin mayores resultados. Por su parte, la UE impuso sanciones económicas que sí han ejercido una presión importante frente al gobierno de Putin, pero solo han logrado extender la crisis sobre una poco definida pulsada de poder. Así, las herramientas del sistema multilateral han demostrado una vez más su inefectividad.
¿Qué es tan importante para Putin que lo lleva a desafiar abiertamente a occidente? Proteger sus fronteras en las amplias y descubiertas estepas de Europa Oriental y el Cáucaso parece ser una necesidad tanto física como sicológica del Kremlin, expandiendo su profundidad estratégica. “Nuevamente, el centro siente que para su preservación necesita un buffer que ofrezca una barrera física y profundidad geográfica." (Marques, 2015) Este buffer se traduce en “esferas de influencia” centradas en Moscú, las que en el concepto ruso tienden a ser estados subordinados que forman líneas de protección de la “tierra madre”, pero que a la vez le ofrecen rutas de conexión con el exterior: al Báltico por el Norte y al Mediterráneo por el Sur.
Pero esta explicación territorial no parece ser suficiente para generar el desafío del Kremlin. Con un enfoque diferente, la analista Fiona Hill (Hill, 2015), sin contradecir lo anterior, señala que lo que Putin busca es algo más que espacio físico y control sobre los estados vecinos. Putin quiere revertir lo que para él ha sido la peor humillación en la historia de Rusia: la caída y posterior despedazamiento del Imperio Soviética, con Occidente imponiéndole condiciones que Rusia no tenía la capacidad de resistir. La meta de Putin es restituir a Rusia el estatus de Superpotencia, con la estructura de los acuerdos de Yalta de 1945 y esferas de influencia aseguradas en todo su entorno. Rusia quiere construir un mundo multipolar, con uno de esos polos bajo la hegemonía rusa que le asegure no solo sus fronteras, pero también el que sus intereses sean respetados en el concierto internacional. Es decir, la cabal implementación de la Doctrina Putin, como la plantea Stent, modificando el actual modus vivendi, no solo de Europa, sino de todo el sistema internacional. Todo esto apoyado por una población étnicamente homogénea, de marcado nacionalismo, pero que aun así requiere de incentivos para mantener la unidad y cohesión tras sus gobernantes, tarea en la que Vladimir Putin ha sido muy exitoso.
En esta crisis, punto de inflexión en el panorama de seguridad de Europa, se enfrentan dos visiones conceptuales diferentes. Por un lado, Occidente ve la consolidación de una Europa integrada, libre y en paz como garantía de seguridad en un amplio espectro. Esta visión de integración de occidente es la que lo lleva a una política de puertas abiertas, en busca de una mayor estabilidad, a través de la inclusión por sobre la competencia
Moscú, en cambio, ve un continente aún fragmentado, dominado por una mentalidad de bloques influida por EE.UU. y agobiado por conflictos en desarrollo (Monaghan, 2014), esta fragmentación evidencia debilidad, lo que genera los espacios que el Kremlin aprovecha a su favor. Rusia se percibe aislada por Occidente, en una continuación de la “Política de Contención” de la Guerra Fría, lo que la lleva a rechazar toda posibilidad de asociación en cualquier nivel.
El reclamo y demandas de Putin son exageradas a los ojos de Occidente; sin embargo, para mejor entender lo que Ucrania y el resto del “exterior próximo” representan para Moscú, podemos plantear una situación hipotética en que China intervenga en el hemisferio occidental y forme alianza con México y Canadá, emplazando tropas en la frontera con EE. UU. lo que, a la luz de las relaciones entre estos actores, sería claramente inaceptable para Washington, afectando sus intereses vitales.
El presidente Putin lleva años empujando el carro de la recuperación de poder y estatura de Rusia, lo que le ha valido un apoyo popular que lo mantiene en el poder desde el año 2000. Este carro se ha movido rápidamente con el fuerte crecimiento económico, cuyo combustible ha sido el abundante petróleo y gas existente en las frías estepas rusas. Sin embargo, la bonanza económica tiende a desvanecerse con la caída en los precios y por la potencial pérdida de clientes europeos, cansados del chantaje del que ya han sido víctimas. Putin se enfrenta a una peligrosa situación económica, que puede moverlo hacia dos extremos: retirarse de la arena internacional y concentrarse en los problemas internos, o aumentar la agresividad en su “Exterior Próximo” buscando mantener la lealtad de su pueblo. Vista la personalidad y acciones del “Nuevo Zar de Rusia”, el riesgo de la última opción es alto.
La crisis está en pleno desarrollo y mientras estas líneas se escriben, las acusaciones y amenazas siguen cruzando a cada lado. Es un hecho que las acciones de Occidente que mayor efecto han tenido en la voluntad de Putin han sido las sanciones económicas de la U.E., especialmente de Alemania; sin embargo, la interdependencia sobre el gas y el petróleo le resta poder a esta herramienta de negociación que claramente ha sido incapaz de frenar las extremas aspiraciones de Vladimir Putin.
Para lograr una salida a esta crisis, Europa y Estados Unidos deben internalizar que el objetivo de Putin no está en Ucrania, sino en la consecución de la Doctrina Putin. Si Europa sigue amenazando con sanciones, no logrará frenar el avance ruso. Hasta ahora, Putin no ha sido derrotado en el campo de batalla, lo que lo que genera en él una desmedida confianza en sus armas. Es así como, si Europa quiere ganar esta nueva pulsada de poder con su vecino oriental, debe hablar más fuerte y más claro, como hablan los cañones.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1001
Julio - Agosto 2024
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