Las civilizaciones han pasado por diversas estructuras organizativas, transitado por ciudades-estados, imperios y feudos, ahora el sistema westfaliano o de soberanía estatal se encuentra en fricción con un globalismo que aumenta su influencia gracias al apoyo, principalmente, de organismos internacionales y líderes políticos. La tendencia hacia un orden mundial globalista ha estado incubándose por años; sin embargo, la crisis generada por el COVID-19 lo instaló en el plano explícito, como se apreció en el Foro Económico Mundial de enero 2021.
Civilizations have gone through diverse organizational structures, transiting from city-states, empires, and fiefdoms. Today the Westphalian system or state sovereignty is in friction with a globalism that is increasing its influence thanks on the support, mainly, from international organizations and political leaders. The trend towards a globalist world order has been incubating for years; however, the crisis generated by COVID-19 made it explicit, as was noted at the World Economic Forum in January 2021.
La humanidad ha transitado por varios tipos de organizaciones: tribus, ciudades-estado, imperios, sistema feudal y actualmente el sistema westfaliano. Este último se remonta al año 1648, cuando se puso fin a la Guerra de los 30 Años con la Paz de Westfalia, base del sistema internacional moderno que da forma a los Estados y su soberanía. Sin embargo, como nada es inmutable, desde 1648 hasta la fecha, debido a situaciones que afectaban a gran parte de la humanidad, como las guerras mundiales y recesiones, el sistema tuvo modificaciones para dar respuesta a las crisis, creándose organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Organización Mundial de la Salud (OMS), Fondo Monetario Internacional (FMI) y Banco Mundial, entre muchos otros.
Asimismo, el sistema westfaliano caracterizado por enmarcarse en lo político y soberano, comparte intereses con el sistema económico, cuyo poder rompe fronteras, con mayor fuerza en estos tiempos, por los avances tecnológicos que derriban las barreras de tiempo y distancia. Asimismo, pasado poco más de 370 años desde la Paz de Westfalia, a causa de todas las amenazas globales como la radicalización ideológica, el cambio climático, el endeudamiento económico, la contaminación y la pérdida de empleo, amplificadas por los efectos del COVID-19, líderes políticos y empresariales, junto con importantes organismos internacionales, como el Foro Económico Mundial (FEM) o foro de Davos, están promoviendo la necesidad de producir un gran reinicio o reseteo para establecer un Nuevo Orden Mundial (NOM).
Desde el inicio de la pandemia, por el COVID-19, comenzaron a circular con mayor frecuencia en las redes sociales teorías sobre los planes de una elite mundial para instaurar un NOM, caracterizado por un globalismo hegemónico que pretende someter la soberanía de los Estados. Esto se vio alimentado por el actuar del ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien priorizó el crecimiento del país, representado por el lema Make America Great Again, replegando del concierto internacional fuerzas militares y aplicando políticas nacionalistas-proteccionistas que lo llevaron a una guerra comercial con China y algunos roces con sus socios de la OTAN, motivo por el cual llegó a ser catalogado como patriota, cuya misión era contrarrestar el poder del globalismo apalancado por influyentes personas y asociaciones, entre las que se encuentra el Grupo Bilderberg, las familia Rothschild y Rockefeller, y por George Soros. Hasta aquí con las teorías conspirativas, para pasar a revisar antecedentes más fidedignos.
Una explicación sobre el cambio al actual sistema mundial se remonta a lo menos al año 2000, cuando se publica el libro Modernidad líquida del sociólogo Zygmunt Bauman. La obra identifica dos sociedades: la sólida y la líquida. La sólida se asocia al conservadurismo y está anclada en paradigmas del pasado –por ejemplo la territorialidad-, pero se encuentra en disolución, dando paso a una sociedad líquida, que es aquella cuya morfología es informe, porque cambia de acuerdo a las situaciones que tiene enfrente, lo que la lleva a desregularizar y flexibilizar las normas, como también, liberalizar los mercados. Un efecto de la modernidad líquida es la ruptura de la relación simbiótica Estado-Nación, en el sentido que el Estado ya no es garante de la seguridad y bienestar de los ciudadanos, y la Nación ya no es un potencial movilizador de la población para proteger al Estado, debido a que las fuerzas del mercado son más seductoras que el patriotismo. Ante “la renuncia –o la eliminación- por parte del Estado a cumplir el rol de principal (y hasta monopólico) proveedor de certeza y seguridad, seguida de su negativa a respaldar las aspiraciones de certeza/seguridad de sus súbditos” (Bauman, 2017), Bauman confía en las organizaciones internacionales y globalistas, para conformar un NOM comunitario, ya que “La comunidad ideal es un compleat mappa mundi: un mundo total, que proporciona todo lo necesario para una vida significativa y gratificante” (Bauman, 2017).
Posteriormente, la guerra de Irak del año 2003 incentivó la reestructuración del sistema mundial, ya que prevaleció la hegemonía de Estados Unidos para invadir Irak junto a países aliados como Reino Unido y España, por sobre las tratativas de la ONU que fue incapaz de impedir que Washington actuara por su cuenta, lo que dividió a la comunidad internacional. Al respecto, Francis Fukuyama en su libro, América en la encrucijada, menciona que el mundo no posee instituciones internacionales que confieren legitimidad a la acción colectiva, siendo pertinente contar con organizaciones horizontales adecuadas para que los Estados rindan cuenta entre ellos. Además, la globalización cada día aglutina más, económica y socialmente, a las naciones, donde decisiones militares o económicas –bloqueos, invasiones, aranceles, subsidios internos o sanciones económicas- que aplican las potencias, generan desequilibrios que afectan con mayor intensidad a países en desarrollo, sin que estos puedan ejercer un grado recíproco de influencia. En este sentido, Fukuyama señala que: “Una solución realista al problema de la acción internacional a la vez eficaz y legítima estribará en la creación de nuevas instituciones y la adaptación de algunas existentes a las nuevas circunstancias” (Fukuyama, 2007).
En el actual orden mundial casi no hay impedimento, más allá de recriminaciones internacionales, para que países más poderosos hagan uso de su fuerza para quebrantar la soberanía de otros Estados, pero Fukuyama presenta un aspecto que pasa desapercibido, y es que los Estados han sido capaces de auto vulnerar su soberanía cuando les ha convenido, señalando: “Los ejemplos más recientes son los países en vías de desarrollo que han accedido a realizar reformas políticas e institucionales a cambio de préstamos del FMI o el Banco Mundial” (Fukuyama, 2007). En consecuencia, para una parte de los países la soberanía es transable con tal de recibir dádivas económicas, demostrando la fragilidad de este pilar del actual sistema.
En temas internacionales no puede quedar fuera Henry Kissinger, quien, en su obra Orden Mundial, expone cómo construir un orden internacional compartido en un mundo con perspectivas divergentes. Lo primero que dice es que no existe un verdadero orden mundial, en atención a que la Paz de Westfalia se realizó sin la participación ni conocimiento de los otros continentes y civilizaciones. Afirma que producto de las amenazas de las armas de destrucción masiva, la devastación del medioambiente, los efectos indeseados de las nuevas tecnologías –pérdida de empleos, ciberataques, mal uso de datos personales- y las implicancias negativas de la globalización –crisis económicas, decisiones irreflexivas por priorizar la inmediatez-, la sociedad persigue y desea una idea de orden mundial, ya que los problemas a que nos enfrentamos no son solucionables por los Estados.
Kissinger coincide con Fukuyama en la necesidad de redefinir la legitimidad de acciones fuera de las fronteras, porque es un factor que desafía la cohesión de un orden internacional, el que se ha complejizado por el dinámico equilibrio de poder que se vive entre Estados Unidos, China, India, Rusia, Europa y las alianzas que busca el Reino Unido al salir de la UE, a lo que se suma la discrepancia entre las organizaciones políticas estatales y las económicas, ya que las primeras tienen un sustento individual, representado por los Estados que priorizan el interés nacional y el establecimiento de fronteras, mientras que la segunda se transformó en un sistema que desconoce fronteras en busca de mercados.
También Kissinger, critica la falta de un mecanismo efectivo para que las grandes potencias se consulten entre sí y cooperen en temas significativos. Por tanto, como alternativa de solución plantea que el gran desafío para los estadistas de nuestro tiempo es la reconstrucción del sistema internacional: “Un orden mundial de estados que afirman la dignidad individual y el gobierno participativo, y cooperan internacionalmente de acuerdo con reglas consensuadas, puede ser nuestra esperanza y debería ser nuestra inspiración” (Kissinger, 2016).
La creencia de la ineficiencia de los Estados para atender las problemáticas presentes, es incluso acogida por Yuval Noah Harari. En su libro 21 lecciones para el siglo XXI, expone que los Estados-Nación se forjaron porque las circunstancias superaban la capacidad de las tribus, sin embargo, ahora las naciones ya no son el marco adecuado para los retos globales de esta época –guerra nuclear, colapso ecológico y la disrupción tecnológica-. Asimismo, otras variables entran en juego al considerar que no solo la economía se encuentra globalizada, ahora se suma el medioambiente y la ciencia; al ser imposible desglobalizar estos factores, por representar costos prohibitivos para los países, resulta más eficiente globalizar la política. Ante este escenario, Harari propone: “una nueva identidad global porque las instituciones nacionales son incapaces de gestionar un conjunto de dilemas globales sin precedentes” (Harari, 2018); sin embargo, no piensa en un gobierno global, “sino más bien que las dinámicas políticas internas de los países e incluso de las ciudades den mucha más relevancia a los problemas y los intereses globales” (Harari, 2018).
Este foro se ha transformado en una plataforma para cuestionar el actual sistema mundial y promocionar un NOM. El fundador y presidente ejecutivo del Foro Económico Mundial, Klaus Schwab, es el gran artífice del reseteo mundial. El año 2020 publicó junto a Thiery Malleret el libro COVID-19: El gran reinicio, y estableció como tema de la cumbre realizada en enero 2021 “El gran reinicio,” que fue anunciado por el príncipe de Gales y él. Este concepto se basa en que la emergencia sanitaria y consecuencias del COVID-19, demostraron que el neoliberalismo no ha sido capaz de cumplir con sus promesas de desarrollo, debilitando la cohesión social, generando desigualdad de oportunidades y baja inclusión. Se necesita borrar el actual sistema para establecer uno de cooperación mundial inteligente que funcione y que esté estructurado para hacer frente a los desafíos presentes y futuros.1
Según Schwab, el reinicio tiene tres prioridades:2 a) Un mundo más resiliente, porque la humanidad enfrentará amenazas del tipo “cisne negro” –baja probabilidad pero alto impacto-, como otros tipos de virus, ciberataques a nivel mundial y cambio climático; b) Construir un mundo más inclusivo y más justo, mediante un nuevo capitalismo, el stakeholder capitalism o capitalismo de partes interesadas y c) Transformar el mundo a uno más verde, encausar la energía de la sociedad en la descarbonización para evitar catástrofes futuras.
El capitalismo siglo XXI es más que medios financieros y materiales, debe incluir en su definición las dimensiones de capital natural, social y humano. El stakeholder capitalism concibe que los negocios son un organismo social, donde por ejemplo, las empresas deciden invertir en cuidar a los trabajadores del COVID-19, para viabilizar la operación del negocio en el largo plazo. Por tal motivo, el FEM desarrolló un sistema métrico que le permite a las empresas medir el éxito en las dimensiones nombradas anteriormente.
Las ideas de Schwab son apoyadas por líderes políticos y empresariales, algunos de los cuales expusieron su visión del futuro en el FEM, entre los que se destaca el discurso de Xi Jinping, presidente de la República Popular China,3 quien aboga por un multilateralismo fuerte porque ningún problema global puede ser resuelto por un solo país, sino que debe haber una acción global, una respuesta global y una cooperación global, para lo cual es indispensable ser implacables en resguardar el sistema internacional centrado en la ONU e instituciones que proporcionan plataformas para implementar el multilateralismo. Además, postula el fortalecimiento del G20 como principal foro para la gobernanza económica global y de la Organización Mundial de la Salud para construir una comunidad de salud para todos y mejorar la gobernanza de la salud pública para actuar en futuras emergencias sanitarias.
La Agenda 2030 de desarrollo sustentable de la ONU,4 que fija un plan de acción con 17 objetivos a favor de las personas, el planeta y la prosperidad, se encuentra alineada con las propuestas del FEM, puesto que incluye las tres prioridades nombradas por Schwab, las metas son comunitarias al reflejar problemas globales que solamente son resueltos en conjunto, utiliza el COVID-19 como apoyo a la agenda y tanto el planteamiento y logro de los objetivos exige una adecuación del sistema internacional prácticamente similar a un reinicio.
El desgaste del actual sistema internacional planteado por varios intelectuales, más la palpable incapacidad demostrada por los Estados para asegurar el bienestar y seguridad de las naciones, llevó al FEM y a la ONU a plantear soluciones multilaterales que cuentan para su desarrollo con el apoyo de una elite política y económica, cuya correlación de incentivos y metas bajo un contexto de emergencia sanitaria y futuras consecuencias del COVID-19, preparan el camino para implantar un Nuevo Orden Mundial, mediante el traspaso de la soberanía de los Estados-Nación a entidades supranacionales, dando un ultimátum al sistema westfaliano que conocemos.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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