Conocer el pasado es importante, permite descubrir las causas profundas que dividen a los pueblos, única forma de encontrar soluciones duraderas. En este caso, el pueblo armenio mantiene abierta las heridas causadas por la secesión de territorios a favor de Azerbaiyán y Turquía, pero, especialmente, por el genocidio del que fue víctima en tiempos de la Primera Guerra mundial a manos del ejército turco y que este último país nunca ha reconocido. La región en conflicto tiene un complejo ordenamiento geopolítico, con enclaves semi independientes de ambos lados, y que obedece a las disputas de poder de potencias mayores en tiempos pasados, cuyos ecos continúan oyéndose. El colapso de la Unión Soviética provocó el surgimiento de nacionalismos que motivaron la independencia de unidades políticas con mayor o menor identidad y cohesión nacional. Como todo proceso de formación de nuevos Estados, la desaparición del fuerte lazo aglutinador del poder central soviético preparó el camino para el retorno de antiguos conflictos, sobre todo en una región con tan marcadas diferencias étnicas, culturales y, sobre todo, religiosas. Las ocasionales disputas por las fronteras entre las repúblicas soviéticas eran resueltas por Moscú como único árbitro, no dando pie a que los conflictos escalaran sobre intereses de otros actores. Hoy, son las potencias regionales las que deben asumir este muy necesario papel.
Para entender un conflicto de raíces tan profundas se requiere escarbar en las motivaciones de las partes. Armenia, Azerbaiyán y la República semi independiente y no reconocida de Artaj, también referida como Alto Karabaj o Nagorno Karabaj, si bien son parte de una misma región, tienen diferencias notables que generan tensión.
Fuente: https://exosapiens.wordpress.com/2015/10/23/el-caucaso-la-guerra-por-oleoductistan/
Con la tregua pactada en 1994, las relaciones entre estos tres actores se mantuvieron en una tensa calma salpicada de incidentes que fueron juntando presión sin que existiera una mediación efectiva que la liberara. Así, la agresividad se expresaba en breves pero feroces intercambios de disparos, o en más cotidianos incidentes, como la negativa del futbolista armenio Henrikh Mkhitaryan de viajar a Bakú junto a su equipo, el Arsenal, en la disputa por la Europa League 2019 (El Mercurio, 2019). Esto último, que no pasa de ser anecdótico, refleja la dimensión de una tensión subyacente que, finalmente, desborda en la caída de obuses y bombas de alto poder que hoy reciben los dos lados de la frontera. Así, desde las ocasionales escaramuzas, la escalada ha llegado al uso de artillería pesada, bombardeos aéreos y el decreto de ley marcial, en Armenia y Azerbaiyán.
Como suele ocurrir en los conflictos de unidades políticas menores, los intereses en disputa trascienden a los jugadores en la cancha y sirven a los propósitos de potencias regionales o mundiales. En este caso, en la arena están las repúblicas caucásicas, pero en los palcos observan e influyen las potencias regionales, esta vez, Rusia y Turquía. Rusia tiene fuertes lazos con Armenia, ambas naciones de fuerte cultura cristiana. Asimismo, Armenia es miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC), que opera en caso de agresión exterior y que podría invocar, comprometiendo directamente la participación de Rusia. Nuevamente Rusia parece no tener apuros con los conflictos que afectan a la periferia europea y que se ubican en lo que el presidente Putin considera su área de influencia o su “exterior próximo”, con una visión de conflicto congelado que sirve a sus propósitos. Así, la intensidad del compromiso ruso en un conflicto dice relación con su aspiración de gran potencia. Con una economía aún emergente, el estatus de potencia principal descansa en tres pilares principales, su asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, su arsenal nuclear y su posición de Estado dominante en su región, sobre todo dentro de los límites de la antigua Unión Soviética. Este último pilar es el que está viendo amenazado una vez más, considerando que ya ha perdido importantes posiciones a manos de la UE e incluso de la OTAN. Esta vez su retador tiene más voluntad que poder y ya la ha demostrado en Siria y Libia: la Turquía de Erdogan, potencia con aspiraciones regionales, de marcado nacionalismo y con un gobernante fuerte que se ha declarado islamista. (Mankoff, 2020) Por su parte, Turquía apoya a Azerbaiyán, del mismo origen étnico e islámicos, aunque de distintas ramas. Ambos países mantienen relaciones estrechas en lo económico y militar. Con esto, Erdogan ha sido más directo en expresar su apoyo a Azerbaiyán, lo que bien podría estar incentivando la agresividad de Bakú (BBC, 2020). Un ingrediente muy importante en la participación de Turquía en este conflicto, es la irreconciliable animosidad entre Turquía y Armenia que se remonta al genocidio armenio, del que Ankara no muestras señales de arrepentimiento. Ankara, consciente de su poder, demuestra su interés por ejercer influencia en el área geográfica que alguna vez fue el Imperio Otomano, esto es Medio Oriente, el norte de África, los Balcanes y el Cáucaso Sur, para que sean parte de su esfera de influencia, donde Ankara tenga intereses privilegiados (Emol, 2020). Esta aspiración, necesariamente, debe despertar inquietud en las otras potencias medianas de la región, especialmente en Arabia Saudita, Irán e Israel y, visto que incluye a los Balcanes, Europa no puede ser pasiva cuando algunos indicios de esta expansión turca se observan en los recientes roces con Grecia. Probablemente podríamos incorporar más actores a la nómina, como Irán y la Unión Europea; sin embargo, hasta ahora no evidencian una participación activa. Por otro lado, como ya parece una constante, EE. UU. no ha querido asumir su rol de potencia hegemónica y, salvo algunos llamados al cese al fuego, la elite política de Washington está concentrada en las elecciones cercanas.
A la fecha, Europa no parece estar tomando acciones concretas. Probablemente porque su diplomacia está agotada en temas relacionados con la pandemia que ocupa a Europa y al mundo. Sin embargo, no puede ser indiferente a un conflicto que podría amenazar su suministro de gas desde el Caspio a través de territorio de Azerbaiyán y Georgia. Interrumpir este flujo afecta la estrategia europea de disminuir la dependencia del gas ruso. De qué manera este conflicto afectará el tablero de poderes en la región que es importante para Europa.
El Cáucaso es un buen ejemplo de lo que el ex - Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, llamó “conflictos congelados” tanto en esta región como en Europa Sur oriental: Moldavia con Transnistria; Georgia, con Abjasia y Osetia del sur y, por supuesto, Ucrania, a los que pronto podría sumarse Bielorusia. Estos conflictos latentes acomodan a Moscú porque previenen que países de su exterior próximo logren mayor acercamiento a la región Euro – Atlántica y se mantengan bajo la influencia rusa. Sin embargo, este conflicto parece escapar a esta estrategia y servir mejor a los intereses de Ankara con un Recep Tayyip Erdoğan enfocado en disputar las cuotas de poder que pondrían a Turquía al nivel de potencia regional como la que antes disfrutó como Imperio. Todas las partes coinciden en que no habrá salida al conflicto sin la participación rusa, única potencia que puede forzar a las partes a sentarse a la mesa; sin embargo, la postura de Moscú hasta ahora ha sido tibia o al menos, no tan directa como Ankara, cediendo tribuna a Erdogan como potencial mediador. Esta actitud no concuerda con la tradicional política de recuperar su exterior próximo, o de mantener la iniciativa en los conflictos congelados, por lo que debe esperarse una reacción de Putin que lo devuelva a la condición de protagonista. Atendiendo a la historia del conflicto y a las potencias involucradas en él, es posible prever que no habrá enfrentamiento directo entre Turquía y Rusia, donde el tratado OSCE es un efectivo disuasivo, y las relaciones entre ambas potencias demuestran que tienen mucho que perder con un deterioro en los términos de intercambio. Sin embargo, la rivalidad regional continuará en la disputa por las áreas de influencia, lo que puede traducirse en conflictos de unidades políticas menores que amenacen la estabilidad regional con consecuencias que se extiendan hasta la seguridad europea. Este enfrentamiento, con sus causas reales o aparentes, actuales y remotas, forma parte de los ancestrales conflictos en Asia Central y Occidental, regiones atestadas de distintas etnias, tribus y creencias; pero sobre todo como zona de contacto entre las visiones que han marcado el devenir de la sociedad mundial: Occidente y Oriente. Con algo de cinismo podríamos resaltar que estos conflictos periféricos son la válvula de escape que requiere la fricción de visiones encontradas no siempre evidentes, pero que modelan la convivencia de todas las naciones.
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La región de este conflicto tiene un complejo ordenamiento geopolítico, tan propio del Cáucaso, puente entre Oriente y O...
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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