Por Ronald von der Weth Fischer
Liderar es influir positivamente sobre las personas, generando los sentimientos de confianza, seguridad, cooperación y respeto. Requiere del líder un carácter estable que tienda al bien, para lo cual resulta necesario cultivar las virtudes. La tradición dentro de la que se encuentra Aristóteles es la que hizo de la “Ética a Nicómaco” el texto canónico de la interpretación aristotélica de las virtudes. En dicho libro plantea el problema de la excelencia humana y da a conocer su programa para lograrla.
To lead persons is to positively influence individuals. It generates feelings of trust, security, cooperation, and respect. The leader requires a stable temperament that tends to the common good, which is necessary to nurture virtues. The heritage in which Aristotle finds himself is the one that made his work “Nicomachean Ethics” the canonical text of the Aristotelian interpretation of virtues. In that book he raises the question of human excellence and discloses his project for achieving it.
De la Ordenanza de la Armada podemos inferir como una de las características del líder, la de infundir positivamente en el personal confiados bajo su mando, los sentimientos de: “seguridad, confianza, lealtad, obediencia, cooperación y respeto, y ante quienes se constituye de modelo”. En efecto, para ser un líder se requiere del privilegio de la confianza de sus subordinados, y es la respuesta a la integridad. Esta última es el lugar donde las palabras y las acciones se encuentran, aunando el pensamiento y la vida, es decir, impidiendo que el pensamiento se desvíe del modelo de vida.
La tradición, dentro de la que se encuentra Aristóteles, es la que hizo de la “Ética a Nicómaco” el texto canónico de la interpretación aristotélica de las virtudes. En dicho libro, Aristóteles busca ser la voz racional de los mejores ciudadanos de la mejor ciudad-estado; él mantiene que la ciudad-estado es la única forma política en que las virtudes de la vida humana pueden ser auténticas y plenamente mostradas.
¿Cómo se relaciona el liderazgo con las virtudes? Es la pregunta que pretende responder el presente artículo, formulando una invitación a reflexionar acerca de un liderazgo virtuoso, que permita tomar conciencia respecto de la importancia del cultivo de las virtudes y su aplicación en la praxis en el servicio en unidades y reparticiones, teniendo como horizonte la tradición.
Por otra parte, la tradición en la cual se encuentra inserta la Armada comparte sus raíces con la tradición aristotélica. En efecto, encontramos en la historia de la institución la presencia de virtuosos servidores, que se destacaron tanto en tiempos de paz como en conflictos, en que podemos develar un denominador común, encontrando un modo de ser característico que trasciende en el tiempo.
La tradición
Esa forma de ser, que encontramos en el almirante Cochrane, comandante Prat, el piloto Pardo, el cabo Odger, el marinero Fuentealba, y en tantos otros servidores, responde a una tradición, acorde al temple intelectual y moral de un pueblo. No se restringe solo a su memoria histórica, sino también y, especialmente, a la manera como se enfrenta el futuro: sus expectativas y los recursos requeridos para afrontar los retos que demanda. Podemos afirmar que sin tradición no hay progreso, pues es un resultado de la propia tradición. Una comunidad solo se constituye sobre la base de un sentir común acrisolado por los años, de unas valoraciones que han sido contrastadas en la práctica, de una experiencia mil veces revisada y corregida, si así fuese necesario. Aristóteles es el representante de una larga tradición, como alguien que expresa lo que numerosos antecesores y sucesores también expresaron con distinto éxito.
En el libro “Ética a Nicómaco”, Aristóteles plantea el problema de la excelencia humana y da a conocer su programa para lograrla. Lo hace ante un auditorio no de héroes, sino de personas normales. Define la virtud como: “un modo de ser selectivo, siendo un término medio relativo a nosotros, determinado por la razón y por aquello por lo que decidiría el hombre prudente” (Aristóteles, 2014, pág. 1106b36). La virtud del hombre será el modo de ser por el cual se hace bueno y por el cual realiza bien su función propia.
¿Cuál es la naturaleza de la virtud? Aristóteles lo denomina como el “término medio” de una cosa al que dista lo mismo de ambos extremos, siendo este uno y el mismo para todos, pero en relación con nosotros, al que ni excede ni se queda corto. Todo conocedor evita el exceso y el defecto, busca el término medio y lo prefiere, pero no el término medio de la cosa, sino el relativo a nosotros. De acuerdo con esto, el que apunta al término medio debe ante todo, apartarse de lo más opuesto, como aconseja Calipso: “Mantén alejada la nave de este oleaje y de esta espuma”.
Luego, las virtudes son precisamente las cualidades cuya posesión hará al individuo capaz de alcanzar la “eudaimonía”. Ese estado de estar bien y hacer el bien estando bien, que no es otro que el fin de toda persona. Lo que constituye el bien del hombre es la vida humana completa vivida al óptimo, es decir, el ejercicio de las virtudes es parte necesaria y central de tal vida, no un mero ejercicio preparatorio para asegurársela.
El resultado del ejercicio de la virtud es una elección buena. Las virtudes son disposiciones, no solo para actuar de maneras particulares, sino también para sentir, pues pone orden a las propias emociones y deseos para decidir racionalmente: qué cultivar y alentar, qué inhibir y vencer. Practicamos las virtudes y lo hacemos eligiendo acerca de los medios para lograr ese fin. Tales medios piden juicio y el ejercicio de las virtudes exige, por lo tanto, la capacidad de juzgar y hacer lo correcto, en el lugar correcto, en el momento preciso y de la forma correcta.
¿Cómo se adquiere la virtud?
Se adquiere por repetición de actos, preferentemente en la niñez y la juventud, convirtiéndose en hábitos. Estos son una gran ayuda para nuestra vida: consisten en decisiones ya almacenadas, acumuladas a fuerza de haberlas realizado muchas veces. Los hábitos, cuando son constructivos, multiplican la capacidad de acción y esos son, precisamente, las virtudes; mientras que aquellos que perjudican la actividad del hombre se denominan vicios. En síntesis, si se realizan los actos adecuados y de la manera correcta, se origina un hábito virtuoso. Las virtudes se adquieren por repetición de actos y se pierden por la realización de actos contrarios a la virtud. Lo que hagamos (o dejemos de hacer) dejará inevitablemente una huella en nosotros.
De igual manera, sucede en el campo ético, donde “practicando la justicia nos hacemos justos, practicando la templanza, templados, y practicando la fortaleza, fuertes”. (Aristóteles, 2014, págs. 1103a34-1103b2) Este proceso se resume en una fórmula aristotélica, que dice: “lo que hay que saber sabiendo, lo aprendemos haciéndolo”. (Aristóteles, 2014, pág. 1103a32)
En “Ética a Nicómaco”, junto con las virtudes se analizan los vicios. Por cada virtud hay, al menos, dos vicios, uno por defecto y otro por exceso. Así, a la valentía se le oponen la cobardía y la temeridad. A la magnanimidad la pusilanimidad y vanidad. Sin duda, no todos los vicios son igualmente perniciosos, y depende del carácter de cada persona a qué vicios está más inclinada.
El vicioso juzga mal, pues el cobarde, por ejemplo, piensa que el valiente es temerario, mientras que el temerario observa al valiente como cobarde. No todos juzgan las cosas por igual. En la enseñanza aristotélica solo el virtuoso es el que juzga bien, el que tiene la recta medida de las cosas. Los vicios son estilos de conducta que nos empujan a elegir mal. Sin embargo, los hombres no nos clasificamos solamente entre virtuosos y viciosos, pues existe un campo intermedio donde se sitúan otros tipos morales.
En efecto, el incontinente sabe lo que está bien, pero no lo hace. Su voluntad es débil, se deja llevar por el placer o persigue un bien en forma desordenado. Por otra parte, está el continente, se parece al virtuoso, pero está lejos de serlo, porque su voluntad aún es débil y no tiene esa con naturalidad con el bien que caracteriza el accionar virtuoso. Por ejemplo, el continente en diez ocasiones, en ocho resolverá en forma correcta, como lo haría el virtuoso, pero en dos ocasiones no lo hará correctamente. El incontinente, en cambio, decidirá como el vicioso, con la diferencia que esa decisión le genera una tensión, ya que realiza contrariando lo que sabe que es bueno. La existencia de un vicio en una persona debilita los factores de protección que le alejan del mal, e indirectamente, facilita la adquisición de otro vicio.
Acerca de la educación de las virtudes
El profesor David Isaacs en su libro “La educación de las virtudes humanas y su evaluación” (Isaacs, 2015) propone una secuencia para ayudar a los padres a educar las virtudes en los hijos, según rangos etarios. De las lecciones de este libro, se puede hacer un paralelo con la formación naval. El autor recomienda hasta los siete años comenzar con el cultivo de: la obediencia, la sinceridad y el orden, las tres virtudes tienen relación con la virtud cardinal de la justicia, pues dice relación con el destinatario.
Respecto de la obediencia se produce por una exigencia operativa razonable por parte de los padres. Habrá que exigir mucho, pero en pocas cosas, con indicaciones claras, sin confusión. Se trata de animarlos a cumplir por amor, para ser una ayuda en el hogar, y, de este modo, comenzar unos primeros pasos en relación con la virtud de la generosidad.
A la vez, el desarrollo de la sinceridad, dado que esta exigencia en el hacer tiene que traducirse paulatinamente en una exigencia en el pensar, una orientación, que solo tiene sentido si se hace en torno a una realidad conocida. Finalmente, la virtud del orden es necesaria cultivar por varios motivos: 1) si no se desarrolla en la niñez, es mucho más difícil cultivarlo en la adultez; 2) es una virtud necesaria para permitir una convivencia feliz; 3) contribuye a la armonía del hogar.
Estas tres virtudes formarán una base, para luego abrirse a otras; en el rango entre los ocho y los doce años, la idea es centrar el esfuerzo en el acto más que en el destinatario. En efecto, la proposición del autor es focalizarse en el cultivo de: la fortaleza, la perseverancia, la laboriosidad, la paciencia, la responsabilidad, la justicia y la generosidad, virtudes conducentes a desarrollar la voluntad y fortalecer el carácter.
Las virtudes relacionadas con la fortaleza dicen relación con: “soportar molestias”, de “esforzarse continuamente para dar a los demás”, de “alcanzar lo decidido”, de “resistir influencias nocivas”, de “acometer y perseverar”, de “resistir el paso del tiempo”, etc. Para realizar lo anterior, hará falta elevar la vista y no estar atado a unos intereses pobres, casi mezquinos. Son virtudes que están muy relacionadas entre sí, en caso de centrarse en una o dos de ellas es muy probable observar un incremento cualitativo en las demás. A medida que transcurra el tiempo, los jóvenes van a necesitar de razonamiento y mejores fundamentos para cumplir con el esfuerzo que supone adquirir un hábito operativo bueno. En la vida naval, “la fortaleza consiste en vencer el temor y huir de la irresolución, alienta a superar los obstáculos y vencer las dificultades”, nos recuerda la Ordenanza de la Armada.
Entre los 13 y los 15 años es necesario que el joven se comprometa consigo mismo y todo lo que haga, adquiera una nueva dimensión, de acuerdo con el descubrimiento más claro de la propia intimidad, e insistir de un modo preferente en virtudes relacionadas con la templanza, a saber: pudor, sobriedad, sencillez, sociabilidad, amistad, respeto y patriotismo. La sociabilidad, la amistad, el respeto y el patriotismo suponen interesarse por la propia intimidad y por el bien de los demás de un modo concreto. La virtud de la sencillez para comportarse congruentemente con sus ideales y también para que llegue a aceptarse tal como es. Todo lo anterior, permite llevar con firmeza el timón de la vida y ayudar a mantener el equilibrio entre autoconocimiento y autodominio.
Finalmente, entre los 16 y los 18 años, supone que el joven abre los ojos a su entorno y busca una información adecuada, ponderando las consecuencias antes de tomar decisiones. En definitiva, son virtudes relacionadas con la prudencia, a saber: la prudencia, la flexibilidad, la comprensión, la lealtad, la audacia, la humildad y el optimismo.
Respecto de la prudencia, hay que tener presente que la norma se redacta de modo general, de manera que no puede ponerse en todos los casos, es decir, está pensado para lo que ocurre normalmente y no para los casos excepcionales. He aquí la importancia de la virtud de la prudencia, pues le otorga a la persona las herramientas adecuadas para actuar acertadamente, en particular en situaciones imprevistas y ante ausencia de norma, lo cual significa saber actuar cualquiera sea la circunstancia en que se encuentre.
La conexión de las excelencias
El actuar de la persona pone en evidencia que la virtud aislada solo puede ser aparente, porque su real ejercicio implica la puesta en práctica de las restantes virtudes. El que no es valiente difícilmente será justo, pues defienden sus propios intereses, ante las que el cobarde retrocede y acaba por preferir la injusticia al conflicto.
Por otra parte, para ejercer cualquier otra virtud, se necesita ser prudente, porque, de lo contrario, puede hacer cosas en sí mismas excelentes, pero fuera de lugar y de hora, inoportunas, con la cual dejan de ser excelentes. Pero la fórmula simétrica también es cierta. Para ser prudente, resulta imprescindible ser justo, templado, valiente, ya que, en caso contrario, el propio desorden en la conducta repercute en la rectitud del juicio concreto. Para acertar en la práctica, es preciso que no falte ninguna de esas virtudes fundamentales y, en especial, las cardinales, porque en ellas se apoyan las demás excelencias morales como en su gozne.
Carácter y liderazgo
La esencia del liderazgo es el carácter y su contenido son las virtudes o, más exactamente, el conjunto de las virtudes humanas, como la justicia, la fortaleza, la templanza y la prudencia. Un líder, o se esfuerza por crecer en virtud igual que respira, o será líder solo de nombre, sin contenido. La virtud, en efecto, es más que un simple valor: es una fuerza dinámica que aumenta la capacidad de actuar, tan necesaria para el líder. La virtud, por otra parte, engendra los sentimientos de: seguridad, confianza, lealtad, obediencia, cooperación y respeto sin las cuales será poco probable que se constituya como un modelo ni menos en un líder.
El liderazgo es cuestión de carácter y, a diferencia del temperamento, no viene impuesto por la naturaleza; se puede modificar, modelar y reforzar, y al hacerlo se adquiere la coherencia, la constancia y el equilibrio. Adicionalmente, las virtudes son una parte sustancial de la competencia profesional, que es mucho más que la simple posesión de unos conocimientos técnicos o académicos: implica la capacidad de utilizarlo bien para fines provechosos.
Como el liderazgo es una cuestión de virtud y la virtud es un hábito adquirido por la práctica, se puede afirmar sin temor a equivocarse que nadie nace líder, sino que se llega a ser líder mediante el entrenamiento y la práctica. Todas las personas pueden crecer en virtud. Se cultiva la virtud para ser mejor persona. Areté, es la palabra griega para la virtud, significa excelencia en el obrar. De hecho, la excelencia en el obrar no es más que una consecuencia de la excelencia en el ser, en el modo de ser, y ese modo de ser tiene como sello el resultado del cultivo de las virtudes.
Conclusiones
Las virtudes son esenciales para el liderazgo, pues son las cualidades características del modo de ser. Le otorgan estabilidad y fuerza al carácter para tender al bien, se adquieren por repetición de actos.
Las virtudes cardinales son en las que se basan todas las otras virtudes. Cada una de las virtudes no cardinales está ligada a una de las virtudes cardinales, de la que depende. En síntesis, las virtudes cardinales permiten:
o Justicia: dar a cada uno lo suyo.
o Fortaleza: mantener el rumbo, y resistir a cualquier tipo de presiones.
o Templanza: sujetar las pasiones al espíritu y dirigirlas hacia el cumplimiento de la misión.
o Prudencia: tomar buenas decisiones.
Un líder llamado a infundir los sentimientos de: seguridad, confianza, lealtad, obediencia, cooperación y respeto a sus subordinados requiere de una personalidad dotada de un carácter estable y firme, que se logra con el cultivo de las virtudes.
Las virtudes son las cualidades cuya posesión hará al líder capaz de alcanzar ese estado de estar bien y hacer el bien estando bien, que no es otro que el fin de toda persona.
Lo que constituye el bien del hombre es la vida humana que tiende a la excelencia, para lo cuál el cultivo de las virtudes resulta central, para influir positivamente en los subordinados generando como respuesta la confianza de ellos con el líder.
Estimado lector, habiendo compartido esta reflexión, ¿le resulta factible poner en práctica el cultivo de las virtudes para su vida personal y profesional? ¿La secuencia para educar en las virtudes le parece aplicable en el modelo de formación naval? Propongo una invitación a dialogar sobre la aplicación de un “liderazgo basado en virtudes” como una forma de enfrentar los desafíos que el futuro nos imponga.
Bibliografía
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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