Durante el transcurso de los primeros años del siglo XX, en los diversos conflictos armados que afectaron a diferentes regiones del mundo fueron destruidos muchos monumentos, estatuas, iglesias y parte importante del patrimonio y de los bienes culturales de los países involucrados, tanto en guerras externas como en revoluciones internas o derivado de enfrentamientos étnicos y religiosos.
En esas circunstancias emergió Nicolai Roerich, quien dio forma y cuerpo al movimiento para la defensa de los bienes culturales, con su idea de “La paz de las civilizaciones”.
Básicamente, Roerich planteó, en la década de los años treinta del siglo pasado, que aquellos lugares en los que los Estados atesoraban su patrimonio cultural y allí donde se educaban los ciudadanos de esos países debían quedar fuera de los conflictos bélicos y ser considerados territorios neutrales, tal cual se consideraba a los hospitales y centros asistenciales.
Además del reconocimiento como uno de los más grandes pintores rusos, el logro más notable de Roerich durante su vida fue el Pacto de Roerich, firmado el 15 de abril de 1935 por los representantes de los Estados Americanos en el Despacho Oval de la Casa Blanca en Washington DC, la capital de los Estados Unidos (EE.UU).
Por lo mismo y con el ánimo de respetar, proteger y preservar el patrimonio cultural y educativo de la humanidad, en ese entonces se acordó enarbolar la bandera de la paz propuesta por Roerich, como un símbolo de protección de ese patrimonio tanto en tiempos de paz y frente a los conflictos bélicos en todos aquellos lugares en los que los Estados firmantes de este tratado, albergaran su patrimonio cultural y educativo.
Roerich nació el 9 de octubre de 1874, en San Petersburgo. Sus padres lo animaron a estudiar Derecho, pero al ver la inclinación de su hijo por la pintura le permitieron estudiar ambas carreras, lo cual hizo con mucho éxito además de estudiar filosofía. En el año 1900, tras finalizar su tesis en la facultad de derecho, viajó durante un año por Europa con el fin de visitar sus museos, sus salas y exposiciones tomando contacto en París con Fernand Cormon, tutor bien conocido de Van Gogh, dando inicio así, en la capital francesa, al movimiento moderno para la defensa de los bienes culturales.
En el año 1917, Roerich se trasladó a vivir cerca de un lago en Finlandia, después de que la frontera entre Rusia y Finlandia fuese cerrada en el año 1918 debido a la revolución bolchevique, la familia viajó a través de varios países escandinavos hasta Gran Bretaña para, finalmente, marchar hacia EE.UU. en el año 1920. Allí Roerich fundó dos instituciones culturales: Ardens Cor (Hermandad de artistas de varios países) y The Master Institute of United Arts (una organización para la educación, la ciencia y la filosofía).
En el año 1923, el museo Roerich fue fundado en Nueva York. En el año 1929, se trasladó a un nuevo edificio en el icónico barrio de Manhattan, estando emplazado en esas instalaciones hasta la actualidad.
Este sentimiento que produce el contacto con la belleza fue expresado por Albert Einstein en una carta a Roerich, en 1931, en la que le escribió: “Admiro sinceramente su arte y en forma tal que no exagero al decir que los paisajes nunca me han impresionado tan profundamente como los de sus pinturas.”
Después de salir de norteamérica, Roerich se asentó en el valle de Kulu en la parte inferior de la región del Himalaya, falleciendo el año 1947.
El primer atisbo de Roerich sobre la protección de los monumentos culturales fue formulado en el año de 1899. Iniciativa impulsada con ocasión de unas excavaciones en la provincia de San Petersburgo, el pintor y artista comenzó a apuntar la necesidad de la protección de monumentos culturales, que reproducen una visión en el mundo de los pueblos antiguos, para los habitantes contemporáneos del presente. En el año 1903 Roerich, junto con su esposa Helena Ivanovna, viajaron a través de 40 antiguas ciudades rusas. Durante este viaje, Roerich realizó una serie de estudios de arquitectura, creando cerca de 90 pinturas de los sitios visitados. Más tarde, muchas iglesias rusas fueron destruidas y las pinturas siguen siendo las únicas imágenes que las documentan.
En el año 1904, Roerich presentó un informe a la Sociedad Arqueológica Rusa, patrocinada por el Zar de la época, sobre el triste estado de los monumentos históricos y la necesidad de tomar medidas inmediatas para protegerlos.
Durante la guerra entre Rusia y Japón (1904-1905), Roerich expresó la primera idea concreta sobre la necesidad de un tratado especial para la protección de las instituciones y los monumentos culturales, escribiendo durante el transcurso de varios años manuscritos relacionados con el estado de los monumentos antiguos junto a la mala situación de las iglesias y templos en el territorio ruso.
En el año 1914, Roerich esta vez hizo un llamado a los altos mandos del ejército ruso, así como a los gobiernos de los EE.UU. y Francia, con la presentación de una propuesta vinculada a la celebración de un acuerdo internacional destinado a la protección de los valores culturales durante los conflictos armados. Él creó el cartel titulado Enemy of Mankind (Enemigo de la humanidad), denunciando la destrucción masiva de monumentos culturales, expresando una protesta contra la Primera Guerra Mundial.
En el año 1929, Roerich nuevamente insistió en la concreción de un proyecto de pacto por la protección de los valores culturales. Al mismo tiempo, el filósofo ruso propuso un signo distintivo para identificar los objetos que se encontraban en necesidad de protección. Tal diseño hacía centro de gravedad en la bandera de la Paz, representada por un paño blanco con un anillo rojo y tres círculos rojos inscritos en él.
En el año 1930 el texto del borrador del proyecto, con el acompañamiento de una apelación de Roerich a las naciones y pueblos de muchos los países, fue publicado en la prensa internacional y distribuido entre los distintos gobiernos, instituciones científicas, artísticas y educativas de todo el mundo. Su proyección se perfilaba a ser un análogo cultural de la neutralidad médica de la Cruz Roja.
Como resultado de la presentación del proyecto sobre el pacto, éste fue aprobado por el Comité de Asuntos del Museo de la Sociedad de las Naciones y también por el Comité de la Unión Panamericana, siendo también instaurado a contar de esa fecha en muchos países.
La perseverancia de Roerich junto a su experiencia de vida, se convirtió en la hoja de ruta que trazó la navegación de hitos cardinales que concluyeron con la adhesión de muchas naciones para sumarse a la causa de vocación mundial por la defensa del patrimonio cultural de la humanidad.
De acuerdo con el Museo Roerich en los EE. UU., el símbolo de la bandera de la paz tiene orígenes en lo que su autor describió el círculo como representación de la totalidad de la cultura, con los tres puntos representando al Arte, la Ciencia y la Religión, tres de las más envolventes actividades culturales humanas. También describió el círculo como representación de la eternidad del tiempo, que abarca el pasado, presente y futuro. Los orígenes sagrados de los símbolos, como una ilustración de las trinidades fundamentales de todas las religiones, siguen siendo fundamentales en el significado del Pacto y la de su bandera cultural en el día de hoy.
El signo del Pacto Roerich fue sustituido por la marca distintiva de los bienes culturales, tal como quedó establecido en la Convención de La Haya del año 1954. Sin embargo, el emblema del Pacto de Roerich es todavía un signo a través del cual se reconoce la protección en las relaciones entre los Estados que están obligados por el tratado de Washington del año 1935.
Apenas cuatro años después de la firma del Pacto Roerich, el mundo se vio envuelto en el máximo conflicto bélico del siglo XX, la Segunda Guerra Mundial. Más allá de las consecuencias de ese conflicto, el comportamiento de los participantes mostró que, en medio de una guerra de proporciones monumentales, el respeto por los valores culturales de los Estados involucrados era no solo inexistente, sino en muchos casos ese patrimonio se convirtió en un botín de guerra.
Finalizado este conflicto, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) se hizo parte del problema e hizo suyo el espíritu que en su momento inspiró a Nicolai Roerich, existiendo hoy variadas resoluciones de ese organismo internacional destinadas a la protección del patrimonio cultural de los pueblos. La forma de vida y las expresiones de una sociedad se traducen en sus tradiciones, costumbres, códigos, manifestaciones artísticas, científicas, espirituales, y su ancestralidad entre otros, a lo que llamamos cultura, lo cual conforma el patrimonio de los ciudadanos que comparten ese territorio.
Pocos años después de la Segunda Guerra Mundial, el Pacto Roerich jugó un papel importante en la formación de las normas del derecho internacional y de la actividad pública en el ámbito de la protección del patrimonio cultural. En el año 1949, en la cuarta sesión de la Conferencia General de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), fue aceptada la decisión para comenzar el trabajo para la regulación del derecho internacional en el campo de la protección del patrimonio cultural en caso de un conflicto armado.
Otro hito importante, lo constituyó la convención para la protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado, adoptada en La Haya (Países Bajos) en 1954 como consecuencia de la destrucción masiva del patrimonio cultural durante la Segunda Guerra Mundial y también del conflicto en Corea, es el primer tratado internacional con disposición global dedicado a la protección del patrimonio cultural.
El pacto de Roerich no sólo es un texto relativamente breve del tratado internacional, se trata de un conglomerado de ideas jurídicas acerca de un nuevo orden estatal, en la que el Estado y la cultura no son diferentes, sino que penetran muy de cerca uno del otro.
Anualmente los Estado invierten muchos recursos presupuestarios en la cultura, el arte y la educación, por lo anterior, el reconocimiento legal del hecho que la defensa de los bienes culturales es más importante que la defensa de cualquier otra instalación en su sentido tradicional, ya que la protección de la cultura y de la educación siempre tiene prioridad sobre cualquier necesidad militar, de violencia política o vandalismo social.
Lo alentador del Pacto de Roerich, es que posterior a los conflictos devastadores que afectaron en forma integral a millones de habitantes del planeta, su semilla comenzó a diseminar sus frutos en orden a la implementación de un marco internacional y más que eso en la conciencia mundial sobre la trascendencia del reguardo de cualquier objeto cultural en el territorio de uno o varios Estados, dirigido a la necesaria preservación de la civilización moderna.
Por último, indicar que la destrucción de bienes culturales con motivo de los conflictos que tuvieron lugar durante los años 80 y principios de los años 90 del siglo pasado, impuso la necesidad de introducir un cierto número de mejoras para asegurar el buen resultado a la hora de llevar a la práctica la Convención de La Haya de 1954. En 1991 se inició un proceso de análisis de la Convención, lo que se materializó en un Segundo Protocolo a la Convención de La Haya en 1999.
En nuestro país, por medio del Decreto Supremo (DESUP) Ministerio de Relaciones Exteriores (MINREL), Nº 240 del 03 octubre del año 2008, fue aprobada la Convención para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado; instrumento internacional, que posteriormente fue publicado en el Diario Oficial de Chile con fecha 05 enero del año 2009.
A su vez, con fecha 11 de septiembre de 2008, las autoridades nacionales depositaron ante el director general de la UNESCO el instrumento de adhesión de la Convención para la Protección de los Bienes Culturales en Caso de Conflicto Armado, del reglamento para la aplicación de la convención, su protocolo y del segundo protocolo a la misma y, en consecuencia, dichos instrumentos internacionales entraron en vigor para Chile a contar del 11 de diciembre de ese mismo año.
Por su parte, el Pacto de Roerich, en su artículo II señala que: “Los Gobiernos respectivos se comprometen a dictar las medidas de legislación interna necesarias para asegurar dicha protección y respeto.”
A raíz de lo expuesto, en nuestro país, los monumentos constituyen bienes patrimoniales que como sociedad hemos decidido declarar y proteger, por lo que la ley N° 20.021, (ex ley 17.288/2005) de Monumentos Nacionales, tipifica como un delito el daño y apropiación de monumentos nacionales con multas y sanciones asociadas.
En este sentido, destacar que todo monumento es parte del patrimonio cultural y es un aporte clave al contexto urbano y a la identidad de Chile, es un bien común que pertenece a toda la población y su destrucción, por lo tanto, afecta a la sociedad en su conjunto, a su memoria y proyección.
Esta ley otorga al Consejo de Monumentos Nacionales llevar el registro de museos, autorizar préstamos de colecciones que son monumentos nacionales, autorizar la salida al extranjero de monumentos nacionales y de colecciones de museos del Estado, y colaborar en el combate del tráfico ilícito de los bienes culturales.
En este sentido es destacable mencionar su artículo 38, que señala lo siguiente: “El que causare daño en un monumento nacional, o afectare de cualquier modo su integridad, será sancionado con pena de presidio menor en sus grados medio a máximo y multa de cincuenta a doscientas unidades tributarias mensuales.”
Con la promulgación de las leyes descritas, junto a la adhesión de los Acuerdos internacionales sobre la protección del patrimonio cultural, nuestro país, hace tan solo un decenio, ha asumido un rol más activo en la defensa de los bienes culturales de la nación.
Otro aporte nacional a la revalorización de la cultura a lo largo del país fue la instauración del Día del Patrimonio Cultural de Chile en el año 1999, a través del Decreto Supremo Nº 252 del 2 de mayo del 2000. Ese año, se estableció la realización de una jornada festiva y reflexiva en torno al patrimonio nacional el último domingo de cada mes de mayo.
Leyes, que sin duda, con los recientes hechos vandálicos que han afectado a Santiago y otras ciudades del país, con ocasión del estallido social del 18/10 del presente año, deben ser revisadas en orden a verificar si estas son verdaderamente efectivas para la protección de los bienes culturales que son parte de la esencia de nuestro pueblo y de su raza.
Luego de una marcha realizada el viernes 1 de noviembre en Santiago, un grupo de manifestantes derribó mediante el uso de un cable la estatua del soldado que acompaña al general Manuel Baquedano, en el monumento de la plaza con el mismo nombre.
Posteriormente, los vándalos celebraron la caída de la estatua de bronce, mientras golpearon en el suelo a la escultura del soldado.
La estatua en su base contaba con una placa que señalaba: “Aquí descansa uno de los soldados con que el General Baquedano forjó los triunfos del heroísmo chileno”.
Este emblemático monumento que resalta la valentía del soldado chileno, fue inaugurado el 18 de septiembre de 1928 y fue elaborado por el escultor Virginio Arias y representa al guardián del General, que posa sobre su caballo, y también es la representación de los restos del soldado anónimo que se encuentran enterrados bajo el monumento, además de todas aquellas tropas y soldados anónimos que lucharon en la Guerra del Pacífico.
Asimismo, en la ciudad fronteriza norte del país, los graves daños efectuados a estatuas históricas causaron conmoción entre sus habitantes. Es difícil comprender el agravio cometido contra el legado de estos héroes del pasado, que con sus vidas permitieron que en el morro del histórico puerto de Arica flamee en la actualidad nuestro pabellón nacional.
También las principales ciudades del centro sur y de la zona austral del país fueron afectadas por actos vandálicos a sus respectivos patrimonios culturales, que en muchos casos son parte de la entidad de sus propias comunidades y corresponden al rostro visible de muchas postales de exportación, en las cuales se invita a visitar esas regiones tanto a turistas nacionales como especialmente extranjeros.
En el puerto de Valparaíso, la situación es dramática, gran parte de los bienes culturales y patrimonio histórico han sido rayados y dañados en forma importante; grafitis en el arco británico, los monumentos a Carlos Condell y Manuel Blanco Encalada y en prácticamente casi todo el casco histórico del plan de la ciudad. Deterioro que puede poner enriesgo su condición de patrimonio de la humanidad declarado por la UNESCO.*
La ola de atentados, por parte de delincuentes organizados en contra de más de 100 monumentos *en todo Chile, junto a la profanación de iglesias, a la destrucción total de sus figuras y emblemas sagrados, a la quema de edificios patrimoniales, como la Universidad Pedro de Valdivia en Santiago (Palacio Schneider), han afectado bienes culturales públicos e históricos y han impactado fuertemente a la opinión pública nacional y al resto de los países de la región.
La cruzada personal de Nicolai Roerich a comienzos del siglo XX, sellada con la mítica suscripción del Pacto de Roerich por muchos países de la comunidad internacional, incluido Chile, se ha erigido como un referente jurídico en relación al cuidado y la promoción de la cultura universal y al resguardo de los bienes culturales de cada una de las naciones adherentes a esta noble causa.
Su obra, dirigida principalmente al crecimiento espiritual de la juventud mundial, ha permitido, a través del tiempo, que las generaciones futuras de las distintas regiones del mundo reconozcan y protejan a ultranza el origen étnico de sus antepasados y de esa manera valoren y le den una mayor significación al sentido de su existencia y al futuro de sus vidas.
Los daños ocasionados a los bienes culturales pertenecientes a cualquier pueblo constituyen un menoscabo al patrimonio cultural de toda la humanidad, puesto que cada pueblo aporta su contribución a la cultura mundial.
El mayor conflicto armado desatado a nivel mundial, (Segunda Guerra Mundial) ocurrió después de la firma del Pacto de Roerich, lo cual no impidió que, una vez desatada la barbarie, muchos bombardeos efectuados contra ciudades completas también se llevaron consigo el valioso patrimonio cultural que estas sustentaban desde cientos y en algunos casos miles de años.
El conflicto moderno, con armamento de mucha mayor precisión, evitará los efectos colaterales, especialmente contra objetivos no militares, lo que favorecerá al cumplimiento del Pacto de Roerich por parte de los Estados que se encuentren involucrados en acciones beligerantes. Para el caso de guerras de baja intensidad y de características híbridas, y particularmente asimétricas, donde uno de los oponentes no corresponde a un Estado reconocido por la comunidad internacional, la situación se ve más compleja para el resguardo del patrimonio cultural existente en esas zonas en conflicto.
La crisis social que está afectando al país ha mermado, de manera importante, el inventario de museos, monumentos, bustos de héroes nacionales, casas de estudios y el patrimonio histórico de la nación, los cuales han sufrido un gran deterioro tras las violentas manifestaciones que se han desarrollado en las diferentes ciudades de Chile.
A raíz de los hechos mencionados precedentemente, el Estado, ante los compromisos internacionales asumidos, sumado al cuidado que debe advertir sobre los bienes culturales que pertenecen al patrimonio histórico de nuestro pueblo, debe fortalecer la adopción de medidas jurídicas, técnicas, administrativas y financieras, para proteger, conservar y rehabilitar los bienes e inmuebles que revisten una gran importancia para la idiosincrasia y las costumbres ancestrales del Chile del ayer, del presente, junto al patrimonio que pertenecerá en el futuro a los chilenos del mañana.
En síntesis, el símbolo internacional azul y blanco definido en la Convención de la Haya de 1954 como bien cultural protegido, debe encontrarse emplazado frente a cada monumento, museo, iglesia y entidad cultural del país, de manera de sensibilizar a la población de la nación sobre lo perjudicial que significa su destrucción para el espíritu y la amalgama nacional.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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