La agresiva política exterior rusa tiene su explicación en el concepto de Derzhavnost o la recuperación de la grandeza e influencia de la nación rusa. En reciente referéndum, el pueblo ruso confirmó la posibilidad de Vladimir Putin de permanecer en el poder hasta el año 2036, lo que le da suficiente tiempo para continuar en la búsqueda de la grandeza perdida a manos de un occidente que parece haber olvidado que fue victorioso en la Guerra Fría.
Russia´s energetic foreign policy has its explanation in the concept of Derzhavnost, i.e., the recuperation of the grandeur and influence of the Russian nation. In a recent referendum, the Russian people endorsed Vladimir Putin´s option to remain in power until the year 2036. This will give him sufficient time to continue in the search of Russia´s greatness lost from the Western power, who seemingly have forgotten that they were victorious in the Cold War.
La caída de la Unión Soviética dejó a Rusia en un estado de notable debilidad frente a sus rivales occidentales. Esta asimetría le significó perder sus satélites y, más aún, buena parte de su esfera de influencia se pasó al bando contrario, sin que Moscú tuviera fuerzas para evitarlo. Así, mientras Occidente celebraba la victoria, el pueblo ruso intentaba digerir la humillación de caer desde el pedestal de superpotencia, con sólo sobras de su antiguo poder, traducidas casi exclusivamente en su asiento en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (CSNU) y un arsenal nuclear algo desgastado. La profecía de Mackinder sobre la tierra corazón euroasiática no se cumplió.
La posibilidad de revancha vino en la primera década del siglo XXI, de la mano de un fuerte repunte económico gracias al alza en los precios del sector energético, pero especialmente bajo la guía de un personaje singular: Vladímir Vladímirovich Putin, quien llevó al pueblo ruso hacia un camino de recuperación del orgullo nacional y la confianza en la capacidad de reinstalarse entre los grandes, desafiando a Occidente. Esta es la forma en que Vladimir Putin toma la posta de reconstruir el derzhavnost
Su política exterior se interpreta en esa dirección, como jugadas clásicas de la geopolítica, mezclando a su favor poder, territorio y población. Así lo ha hecho en Ucrania y también en el Cáucaso, en una actitud que mantiene muy nerviosas a las exrepúblicas soviéticas, especialmente en el Báltico. Si a todo esto sumamos su acercamiento a China, las piezas parecen estar tomando su ubicación en el tablero de Vladimir Putin.
En el referéndum del 1 de julio de 2020, casi el 80% de los rusos volvió a dar su apoyo a una figura política de características muy particulares y que ha conducido los destinos de su país desde el 1999 ¿Cuál es el proyecto de Vladimir Putin? ¿Qué busca para Rusia? ¿Cómo reacciona Occidente? son algunas de las preguntas que intentaremos resolver bajo la perspectiva de un conductor político de controvertido liderazgo y que ahora puede extender su mandato hasta el año 2036.
Antes de adentrarnos en la era Putin, es conveniente mirar el entorno de este enorme país, con miras a entender su dilema de seguridad e identificar porqué Rusia importa.
Pese a su derrota en la Guerra Fría y el desmembramiento que le significó una importante pérdida de capacidad industrial y cerca del 50% de su población, Rusia continúa siendo un actor importante del sistema internacional por varias razones:
Es el país más extenso del mundo. Aunque con escaso acceso al mar, domina gran parte del océano Ártico.
La Rusia de hoy, tal como en la era zarista y soviética, enfrenta el dilema de la seguridad con una actitud agresiva, apoyada por un poderío nacional a veces más aparente que real. Sus extensas fronteras, alguna vez resguardadas por el “Exterior Próximo,” hoy están expuestas. Este concepto es muy importante para entender la política exterior rusa y se refiere a todas aquellas repúblicas que alguna vez conformaron la URSS y aquellas geográficamente cercanas, que le otorgaban un área de seguridad.
El concepto de seguridad de Rusia parece ir en la dirección de lo planteado por Kissinger (2001), al indicar que el expansionismo ruso no es ideológico, sino histórico:
… la neurótica visión que tiene el Kremlin de los asuntos mundiales se encuentra en el tradicional e instintivo sentido ruso de la inseguridad. Originalmente, esta fue la inseguridad de un pacífico pueblo de agricultores que intentaba vivir en una vasta y expuesta llanura, en la vecindad de feroces pueblos nómadas. A esto se añadió, al entrar Rusia en contacto con el Occidente económicamente avanzado, el temor a unas sociedades más competentes, más poderosas y más organizadas en la zona.
En la geopolítica de Rusia existe otra noción interesante para la actitud exterior de este país: La idea de “Mundo Ruso” –russkii mir– nace con la disolución de la URSS y es usada por el presidente Putin al referirse a la intervención en Ucrania y la anexión de Crimea. Según Marlene Laruelle (2015), el concepto puede referirse a todos los pueblos eslavos, ruso parlantes o de interés para la seguridad de Rusia. Es un concepto adaptable a la necesidad de quien lo emplee y ayuda a entender la actitud rusa hacia la ex Yugoslavia o Eslavos del Sur, la anexión de Crimea, el acercamiento a las repúblicas de Asia Central o la permanente amenaza sobre los países bálticos.
Con la disolución de la URSS, Rusia generó interesantes diálogos con la Unión Europea y la OTAN, en busca de una nueva y armónica relación. Sin embargo, Moscú alega que la alianza atlántica no cumplió su compromiso de no expandirse al Este, invadiendo su exterior próximo, abarcando los dominios del mundo ruso, lo que afecta directamente su concepción de seguridad. La intervención en el Cáucaso y Ucrania apuntan directamente a frenar esta expansión. Esta maniobra continúa con una presión constante sobre su flanco occidental, manteniendo a la OTAN ocupada protegiendo a los países bálticos y Polonia, mientras Putin se acerca a Asia Central y, como factor desequilibrante, estrecha lazos con China, con quien comparte el rechazo a un mundo unipolar, tal vez el único punto de coincidencia entre estas dos potencias, pero que, unidas con este objetivo, pueden generar las condiciones de disputa de poder con efectos globales.
Desde la disolución de la Unión Soviética en 1991, la Federación de Rusia ha tenido soló tres presidentes. De ellos, dos han detentado efectivamente el poder de conductor político. Boris Yeltsin fue protagonista de la caída del imperio soviético y construyó la nueva era de la Federación de Rusia hasta diciembre del año 1999 cuando renuncia bajo fuerte presión social y le entrega el cargo a su primer ministro Vladimir Putin, quien ha ejercido el poder ejecutivo desde entonces, ya como primer ministro el año 1999, presidente de 2000 a 2008, nuevamente primer ministro bajo la presidencia de Dimitri Medvedev, para ser electo presidente de la Federación el año 2012, dignidad que ejerce hasta hoy.
Vladimir Putin es, sin lugar a duda, una figura singular. De modesto origen, nació el 7 de octubre de 1952 (68 años) en Leningrado, URSS, hoy San Petersburgo. Vivió junto a sus padres en un modesto departamento comunal, sin agua caliente o calefacción (Glasser 2019). El año 1975 se gradúa de leyes en la universidad Estatal de Leningrado y se integra al KGB en los años más intensos del enfrentamiento Este-Oeste.
Para la caída del muro de Berlín y el colapso del régimen comunista de la República Democrática Alemana, Putin servía en la oficina del KGB en Dresde, con el grado de teniente coronel. Enfrentar tan dramático evento para la URSS sin advertencia o instrucciones desde Moscú, ha tenido una huella importante en su comportamiento como mandatario y ha influido en su oposición a los movimientos insurreccionales en algunos Estados postsoviéticos (Georgia, Kirguistán, Ucrania), así como su condena al derrocamiento de Saddam Hussein en Irak, Hosni Mubarak en Egipto y Muammar Gadafi en Libia.
En 1990 se retira del KGB para asumir como pro-rector de la Universidad Estatal de Leningrado. Ahí, su antiguo profesor Anatoli Sobchak, ahora alcalde electo de San Petersburgo, lo recluta como asistente, iniciándose en el mundo de la política. En 1996 da sus primeros pasos en el Kremlin en tareas administrativas y solo dos años después Boris Yeltsin lo nombra director del Servicio Federal de Seguridad, ex KGB, puesto que le da gran influencia. En agosto de 1999 asume como primer ministro en el tambaleante gobierno de Yeltsin, lo que le significa convertirse en presidente interino a la caída del gobierno en diciembre de ese año.
En breve plazo, sus acciones en Chechenia, la incipiente recuperación de una maltrecha economía y un discurso nacionalista, le significaron ganar las elecciones presidenciales del 2000 con más de un 52% de los votos. Desde entonces ha ejercido el poder central de la Federación con un liderazgo y astucia política que le han permitido desafiar repetidamente a occidente y construir para los rusos una imagen de potencia capaz de recuperar su protagonismo global.
En este tiempo, su mandato no ha estado libre de acusaciones de corrupción y fraude al estilo de las prácticas de la era soviética, cuyo efecto en el apoyo ciudadano es difícil de objetivar, vista la falta de transparencia propias del régimen ruso. Según Osborn y Balmforth (2020), existe una clara tendencia a la baja: con niveles de popularidad iniciales que no bajaban del 80%, los últimos sondeos rondan el 30% en confianza y 50% en aprobación, lo que puede ser envidiable para algunos mandatarios de occidente, pero hacen difícil explicar tan amplia ventaja en la consulta de julio de este año, que le abre la puerta al trono de los zares hasta el año 2036.
Es interesante notar que las enmiendas aprobadas por referéndum no sólo se refieren al período presidencial. Contienen una serie de referencias a valores y principios muy arraigados en el pueblo ruso. Entre estos destaca, el matrimonio exclusivamente heterosexual, la referencia a Dios en la constitución, la prohibición de ceder territorio (pero no de adquirirlo) y la prevalencia de la Constitución por sobre el derecho internacional. En definitiva, valores propios de la ortodoxia rusa, pero que, además, tienen importantes consecuencias en su inserción en el sistema internacional, especialmente para un Estado con derecho a veto en el CSNU.
Desde la perspectiva de EE.UU., plasmada en la última versión de la Estrategia de Seguridad Nacional (NSS), emitida por el presidente Trump, Rusia quiere dar forma a un mundo antitético a los valores e intereses estadounidenses. En esos términos, lo antitético se refleja en que, para el american way of life el valor más apreciado es la libertad. Por su lado, la historia ruso-soviética enseña que, para lograr el progreso, las libertades individuales pueden ser postergadas o sacrificadas.
Desde el punto de vista ruso, los objetivos del presidente Putin pueden extraerse de su discurso de aceptación del cargo de presidente de la Federación, publicados en la página web del gobierno ruso: “…, queremos que nuestra Rusia sea un país libre, próspero, floreciente, fuerte y civilizado, un país del que sus ciudadanos están orgullosos y que se respete internacionalmente.”
Estas palabras denotan la intención de recuperar tanto la cohesión y moral interna como el respeto internacional, que él estima perdidos después de la derrota en la Guerra Fría y la década de Yeltsin, quien debió enfrentar el cambio de un régimen socialista de economía planificada a una democracia de mercado abierto, tarea que se emprendió con errores y desatada corrupción, lo que no permitió cumplir las expectativas de bienestar al estilo occidental que esperaba la población.
El académico Seva Gunitsky (2020) nos presenta el muy interesante concepto del derzhavnost, que facilita el análisis y comprensión del comportamiento ruso a lo largo de su historia. Para él es un error centrar el análisis en el nacionalismo de Vladimir Putin quien, para Gunitsky es un eslabón más en la búsqueda histórica del derzhavnost, elemento central y permanente de la política exterior rusa. Esta palabra no tiene una traducción directa al castellano, pero en líneas generales se refiere a la cualidad de gran potencia y, más aún, ser reconocida y respetada como tal por la comunidad internacional, especialmente por las potencias mayores. En otras palabras, el derzhavnost es la condición que permite ocupar un asiento en la mesa que decide los asuntos globales. En lo regional, implica mantener una esfera de influencia similar a la doctrina Monroe de Estados Unidos.
En la misma línea, Fiona Hill (2015) hace énfasis en el campo de las percepciones de los rusos cuando señala que lo que Putin busca es algo más que espacio físico y control sobre sus vecinos. Putin quiere revertir la humillación que le significó el desmantelamiento del imperio soviético, con Occidente imponiéndole condiciones que no tenía la capacidad de resistir y que le quitaron gran parte de su influencia global. En ese sentido, el caso de Ucrania es decidor. Según Dmitri Trenin, la anexión de Crimea, en contra de toda norma, marca un punto de inflexión para Rusia, donde “deja de dar pasos atrás para dar un paso al frente” en la era post soviética. El diseño de una estrategia exterior agresiva se debe en buena parte a que los rusos perciben su relación con occidente como el humillante trato del vencedor hacia el derrotado. La expansión de la OTAN y la Unión Europea hacia el oriente son expresiones de ese trato que los rusos consideran no está de acuerdo con su poder y estatura (Diamond. 2019).
La estrategia de Putin se enmarca en su visión global de política exterior, que persigue contrarrestar el poder de Estados Unidos y crear un orden internacional multipolar donde Rusia ocupe un estatus de potencia global. En concreto, alcanzar el derzhavnost. Estas ideas fueron clara y abiertamente expresadas por Putin en el conocido “Discurso de Münich” dado el 10 de febrero de 2007 durante la Conferencia de Seguridad de Münich, que para algunos analistas marca el punto de inicio en la construcción de un orden multipolar.
La habilidad del presidente Putin ha permitido que Rusia, sin tener el poder real para ello, trasgreda tratados de control de armas, el derecho internacional, la soberanía de sus vecinos e intervenga en las elecciones en Estados Unidos y Europa, frente a un occidente que parece haber olvidado quien resultó victorioso en la Guerra Fría (Nuland 2020).
La NSS 2015, emitida por el entonces presidente Obama, calificó a Rusia como una amenaza que ha alterado el orden internacional post Guerra Fría. En su versión 2017 este documento enfatiza que Rusia tiene como objetivo debilitar la influencia de EE.UU. en el mundo y separarlo de sus aliados y socios. Asimismo, la NSS destaca que, para Rusia, la OTAN y la Unión Europea son una amenaza. Esto es el motor que impulsa a Rusia a desarrollar nuevas capacidades, incluyendo la modernización de su arsenal nuclear y su efectivo aparato de ciberguerra, con no pocos e impresionantes logros.
Replantear los términos del acta fundacional OTAN-Rusia* de 1997, es un objetivo que Putin ha mantenido a lo largo de toda su permanencia en el poder, por cuanto la considera desventajosa e impuesta en términos del vencedor al vencido. Una Alianza Atlántica que crece hacia el oriente sólo puede ser percibida como una amenaza. Esto no es un asunto de ideologías, es simple geopolítica 101, confirmada a lo largo de la historia europea.
No cabe duda de que la reacción de Occidente frente a las demandas de la Rusia de Putin no es un problema militar, pero vistas las estrategias seguidas desde el Kremlin, el poder duro tiene una irremplazable tarea. La victoria en el reciente referéndum le da a Vladimir Putin abundante tiempo para desarrollar nuevas estrategias y abrir nuevos frentes en busca de cumplir sus objetivos. Es importante tener en cuenta lo planteado por Gunitsky en cuanto a que el concepto de Derzhavnost trasciende a esta administración, por lo que occidente debe definir estrategias para este o cualquier futuro conductor político que se instale en el Kremlin.
El presidente Putin lleva años empujando el carro de la recuperación de poder y estatura de Rusia, la Derzhavnost, lo que le ha valido un apoyo popular que lo mantiene en el poder desde el año 1999, demostrando que este concepto nacionalista es importante en la cultura popular rusa. Este carro se movió rápidamente con el fuerte crecimiento económico de la década pasada, cuyo combustible ha sido el abundante petróleo y gas existente en las frías estepas rusas. Sin embargo, la bonanza económica va en declinación y con ello el apoyo interno. Putin se enfrenta a una peligrosa situación que puede moverlo hacia dos extremos: retirarse de la arena internacional y centrarse en los problemas internos, o aumentar la agresividad en su exterior próximo exacerbando el nacionalismo de su pueblo. Vista la personalidad y acciones del nuevo Zar de Rusia, el riesgo de esto último es alto. Ahora tiene una cuenta corriente de otros 16 años para concretar la recuperación de su posición en el sistema, pero hay más competidores que no entregarán fácilmente sus escaños.
La presión de occidente es intensa; sin embargo, su acercamiento a China ha dado mayor confianza y espacio de maniobra a un siempre osado y altanero Putin. Si a esto sumamos una errática política exterior estadounidense, bajo el concepto aislacionista de America First, que solo puede entregar espacio de crecimiento a sus adversarios, es previsible una acción más agresiva en un renovado presidente de la Federación de Rusia, más aún con un apoyo en urnas cercano al 80% en plenas restricciones impuestas por una pandemia que los ha afectado fuertemente.
Esta búsqueda del Derzhavnost genera una fricción que no es nueva; sin embargo, en los 80 del siglo XX, Gorbachov impulsaba cambios en la URSS que iban en el camino de lo que quería Occidente. Ahora Putin corre en la dirección contraria. Entonces, el enemigo era una dictadura comunista, hoy el enemigo es una imperfecta democracia, pero democracia al fin. El objetivo antes era moralmente correcto: salvar al pueblo ruso y las demás naciones sometidas por una cruel dictadura socialista. Hoy, se reacciona frente a un gobierno agresivo, pero los argumentos no parecen tan sólidos como para comprometer acciones de violencia militar.
Para diseñar una estrategia es bien sabida la importancia de la correcta identificación del problema. Según Gunitsky, para Rusia el fin de la Guerra Fría marcó la culminación de dos luchas muy diferentes: la ideológica del comunismo contra la democracia, pero también el fin del derzhavnost ruso. La primera era esperada y bienvenida por los rusos frente a la perspectiva de alcanzar estándares de vida occidentales. Sin embargo, la pérdida del estatus de gran potencia o derzhavnost es el imperativo geopolítico que genera y continuará generando crisis y conflictos en su periferia o donde estime sea conveniente a este objetivo, lo que trasciende a la administración de Vladimir Putin, como demuestra la historia de este gigante Euroasiático.
Puestas en la balanza global los ingredientes de este elaborado pastel geopolítico, es fácil predecir que del horno no saldrá otra cosa que las aspiraciones imperiales para una esperanzada rodina, con un Zar que tendrá abundante tiempo para diseñar sus estrategias.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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