A través de sus experiencias personales, el autor expone sus particulares reflexiones, inquietudes y disyuntivas con respecto a la vida, la existencia y a la trascendencia, cuestionando manifiestamente los imperecederos conceptos morales instaurados por la cultura cristiano occidental.
“Tengan fe hijos míos” solían decirnos los curas jesuitas durante mis años de colegial, y con esa frase se escudaban de toda duda teológica, científica o filosófica que a cualquier alumno le pudiese inquietar. La verdad es que, esta máxima, nadie puede rebatir porque o si no estaría amenazando la base fundamental de la religión católica, la fe, ha logrado sesgar y coartar el libre pensamiento de una gran cantidad de creyentes que bajo la ignominiosa oscuridad de sustentos religiosos implacables pero a su vez inexplicables e insustentables, han decidido bajar la cabeza y, rendidos ante la inexistencia de una verdad comprensible, esperan el fin de sus días con una esperanza envidiable, y doy ese adjetivo ya que el hecho de poder creer en la existencia de algo después de la vida genera eso, nada más y nada menos que esperanza; no obstante, esta resignación de creer ciegamente sin cuestionamientos está muy lejos de lo que estimo es la verdad, la cual obviamente nadie conoce…
Al escribir las presentes líneas me he sentido, como el incrédulo y desconfiado, Ebenezer Scrooge esperando la aparición de Marley, su difunto socio cuya espectral e incorpórea presencia evidenciaría que después de la muerte hay algo más... un estado del alma que pregonan casi todas la religiones, pero que cuya existencia nadie ha podido demostrar. La iglesia Católica ha definido que la entrada hacia esa “adimensional condición” está reservada sólo para aquellas personas que cumplan ciertas normas y que reconozcan fervientemente ciertos dogmas, acotados en el concepto fe.
Pero ¿qué es la fe?, según la religión católica esta se determina como el “asentimiento a la revelación de Dios;” es decir, que todos los fieles deben profesar en forma irrestricta lo que la iglesia establezca que se debe creer. Mas lo que instaura ese organismo es porque alguien en ella lo decidió así, alguien que para tener ese enorme poder de resolución debe estar sumamente iluminado y que seguramente tiene un trato directo con algún agente celestial, porque, de otra manera, no me puedo explicar cómo y dónde se establecen los dogmas de fe, en base a qué y lo más importante de todo: ¡para qué!
El año 2005 la iglesia católica estableció algo que personalmente me corroboró lo anterior, ese año decidió que el “Limbo” ya no existe (sic), es decir que todos los niños que han muerto sin ser bautizados, desde ese día se van al reino celestial, pero ¿qué pasa con que los murieron antes de esa resolución terrenal? ¿dónde estuvieron? La iglesia está llena de esas contradicciones y afirmaciones cuyo sustento es, por lo demás, casi infantil; qué importaría que Jesús hubiese tenido hermanos o que María no hubiese sido virgen, los conceptos de comportamiento con los semejantes, que son la base de la religión, no habrían variado, estimo, absolutamente nada; Mahoma, por ejemplo, nunca ha perdido la divinidad en sus fieles y fue un niño que nació de la unión de un hombre y una mujer, que se casó y que a su vez también tuvo hijos.
Hace unos años, en Estambul, me metí de curioso a una de las diarias ceremonias en la mezquita azul; descalzo, arrodillado y repitiendo todas las reverencias de los devotos, participé como uno más. Cuando estaba en medio del culto me fijé en uno de los tantos fieles que, orando a mi lado, se encontraba absolutamente absorto en sus oraciones y por ende en su fe; si él creía ciegamente en algo que no coincidía con lo que debieran ser mis creencias, entonces obviamente uno de los dos, o simplemente ambos, estábamos equivocados; y desde ese momento en adelante me empecé a cuestionar lo que para mi es la fe en la que fui criado y la que, teóricamente, debiera abrirme las puertas de lo que es llamada la vida eterna.
Desde mi punto de vista las religiones son el resultado del ordenamiento que las sociedades han diseñado para poder mantener la paz y la armonía entre sus integrantes, ya que una humanidad sin la esperanza de una vida mejor o sin el temor de un ulterior castigo divino se transformaría en un mundo en el cual solo los más fuertes sobrevivirían, ejemplos de sociedades hay muchísimos, en nuestro país sobran. Las tablas de la ley o 10 mandamientos, por ejemplo, seguramente son el compendio escrito de las experiencias sociales de miles de años de historia y que las comunidades antiguas, con el fin de darle un origen divino y por lo tanto creíble, hicieron que Moisés las obtuviera de Dios en el monte Sinaí. En rigor, esas normativas, con algunos matices, sirven para la mayoría de las sociedades de la tierra ya que casi todas creen de una u otra manera en la trascendencia del alma a una vida que será el reflejo de las acciones u omisiones efectuadas en este mundo.
Pero este “premio por comportamiento” es ¡sumamente injusto! ya que aparte de las particularidades propias de un individuo, establecidas en su código genético, que son decidoras en su personalidad, la conducta de una persona es el resultado del ambiente en que se desenvolvió o fue criado, es decir si la tómbola de la vida determinó que un niño naciese en La Legua las probabilidades que sea traficante de drogas, de caer preso y, por ende, de no tener una salvación, dentro de sus posibilidades, son mucho mayores que las de uno que nació en una familia bien constituida en el sector oriente de la capital; el cual tiene mejores perspectivas de eternizar su alma y por ende de la de sus descendientes.
Para ejemplificar esto basta analizar el nivel social de la población penal de nuestro país y se darán cuenta que un gran porcentaje de ella pertenece a sectores de riesgo social permanente. Lo más probable es que muchos hayan pensado más de alguna vez que si en este mundo hay condenados al supuesto infierno, estas personas encabezarían la lista; junto con, después de escribir este texto, el autor…
La divinización de los mandamientos creó en cada uno de los grupos sociales la responsabilidad por el cumplimiento de esas normas y ante su desobediencia se hizo usufructo de una característica plenamente humana y que ha sido el motor del ordenamiento social desde que el hombre decidió vivir en sociedad: el “cargo de conciencia”. Este sentimiento particular sumado a la ilusión de una vida eterna es el regulador y catalizador del comportamiento humano, transformando a las religiones en el opio de los pueblos, por el nivel de pertenencia, dependencia y trascendencia que genera.
Pero ¿qué habrán discernido acerca de la Fe aquellos personajes que han dedicado su vida a pensar y a tratar, de una u otra manera, de descifrar la mente de Dios?:
Albert Einstein, por ejemplo, estableció en su famosa “Carta de Dios” que “la palabra Dios no es para mi nada más que la expresión y producto de las debilidades humanas, la Biblia una colección de leyendas venerables, pero aún así primitivas que, sin embargo, son bastante infantiles”. Stephen Hawking por su parte, en uno de sus últimos libros establece que “la física moderna excluye la posibilidad que un Dios crease el universo.”
Es sumamente interesante darse cuenta que estas figuras consideran las explicaciones bíblicas como antiguas leyendas con un trasfondo espiritual, que sirvieron para explicar de forma simple las bases de la cristiandad a muchas generaciones pero que a estas alturas del desarrollo científico no tienen ningún sostén.
Probablemente se preguntaron además, cómo puede una vida eterna desarrollarse en una dimensión sin tiempo. Bajo esa perspectiva el concepto eterno, dejaría de tener sentido; y en rigor ni siquiera debiera llamarse vida a algo que no transcurre, que no pasa, ¡que no se vive!
Habiendo estado alejado de la religión desde hace ya muchos años y por lo tanto con la capacidad de mirar a esta institución desde fuera y sin ninguna contaminación ideológica ni sentimental, me he podido percatar de las incongruencias y extemporaneidades de ese organismo. Que difícil ha sido evolucionar y estar a la par de los tiempos, que complejo el poder mantener fieles a lo largo del mundo y que sigan siendo creyentes a pesar de la cantidad de funestas acciones que han cometido, los que en teoría, son los guías morales de nuestra sociedad.
Pero esto no debe extrañarnos, la iglesia siempre ha sido así, desde los oscuros tiempos en que el célebre y malogrado científico italiano Galileo Galilei acuño irónicamente su famosa frase Eppur si muove”* una vez que debió humillarse y reconocer ante el tribunal de la Santa Inquisición que la tierra era el centro del universo; hasta nuestros días, la ciencia siempre ha ido mucho más rápido que la teología y la filosofía, incrementando la distancia entre la verdad escolástica y la científica.
Consecuentemente, si tanto las leyes divinas y la fe de la religión Católica son el producto de la invención humana, entonces bajo esta perspectiva los conceptos de bien y mal son absolutamente relativos y su categorización depende de cómo las distintas sociedades hayan definido esos cánones, lo que no implica que esos criterios sean homologables a todas las colectividades del mundo, ¡por el contrario!
Teniendo claro esto, se podría decir que Osama no era tan malo después de todo y Pablo Escobar –El patrón del mal- que sigue siendo objeto de idolatría y desprecio en algunas comunidades, debiera eventualmente poder estar gozando de la gracia divina. Todo depende del enfoque y del efecto promocional que se haya hecho de ellos.
Son los mismos pueblos, a través de sus líderes, los que dependiendo de su mayor o menor cultura, determinan la bondad o maldad de un determinado personaje; dependiendo de los intereses particulares del cabecilla que diseña la publicidad y de lo que estima que esa sociedad tiene que creer. No me extrañaría que Hugo Chávez ya sea objeto de veneración y que algún milagro ya le sea atribuible.
De esa manera en el mundo se han creado arquetipos en todos los ámbitos, ya sea militar, deportivo, religioso y sobre todo político. Sin embargo, muchos de esos nombres podrían haber estado bajo el más oscuro de los anonimatos si no fuera por la necesidad del hombre de generar referentes que rocen lo divino, objeto aglutinarse en torno a un fin común. Es así como brotan en el mundo gobernantes carismáticos pero incultos e incompetentes y santos que fueron encuadrados en virtudes que son populares y que por lo tanto generan una adhesión que van en desmedro de, por ejemplo, un Fray Andresito, cuya memoria ha vivido en el anonimato y que cultivó uno de los valores más fundamentales de la fe cristiana, la humildad.
Desde niño se me inculcó que la forma de comunicación con Dios es la oración, yo no sé si el creador estuvo muy ocupado durante el largo período que lo hice hace ya muchos años; sin embargo, debo declarar hidalgamente que nunca pude establecer ningún tipo de enlace. No quiero decir que espero que ese enlace haya sido en forma verbal y auditiva pero creo que el efecto de orar; es decir, de concentración, agradecimiento, súplica y arrepentimiento; es el mismo que cultivan muchas corrientes de meditación y relajo como el Tai Chi, yoga, etc., pero sin la participación de un interlocutor divino de por medio.
Rhonda Byrne, en su famoso libro El Secreto, establece que existe un efecto psicológico innegable que concluye en fructuosos resultados en todas aquellas personas que generan pensamientos positivos. Estimo que esa es la base de las personas que creen estar en contacto con Dios, la actitud ante la vida; no obstante, una persona que no sea creyente va a tener exactamente los mismos resultados que la primera si mantiene la misma predisposición.
Finalmente estimo que lo más sorprendente y maravilloso de la existencia del universo es que desde el comienzo del tiempo en el Big Bang; pasando por la formación de nuestro sistema solar, de la tierra y en ella de la célula primigenia que dio origen a la vida; parte de ese polvo estelar fuese capaz de tomar conciencia de su existencia, en un proceso casual o antrópico, lo desconozco; mas, el cultivar una fe obtusa, con dogmas muy débiles de justificar no es el camino correcto que lleva a la verdad, la cual, por lo demás, debiera ser una sola y universal y no estar dividida en grupos religiosos y científicos, para quienes ese concepto tiene un significado distinto dependiendo del punto de vista particular, soy un ejemplo de ello…
No obstante, teniendo en consideración lo radical, pragmáticas, desilusionantes y poco esperanzadoras palabras, todos los argumentos planteados se derrumban, cual castillo de arena, cuando se analizan las realidades, algunas científicamente probadas y otras desconocidas para el discernimiento humano, de los hechos y apariciones de la virgen de Guadalupe.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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