By Edgardo Mackay Schiodtz
La ocupación de gran parte del territorio peruano, reorganizando sus estructuras cívicas y gubernamentales, han contribuido para mantener vigente un resquemor que a 140 años de terminado el conflicto todavía perdura.
The occupation of a large part of Peruvian territory, reorganizing its civic and governmental system, has contributed to keep in effect a resentment that still lingers 140 years after the end of the conflict.
Cuando las noticias de la ocupación de Antofagasta por tropas chilenas llegaron a Lima, el presidente peruano Mariano Prado decidió mediar entre las partes para evitar que la situación derivara en un conflicto, y para tal efecto envió dos emisarios a La Paz y Santiago, respectivamente, correspondiéndole al diplomático José Antonio Lavalle tal misión en Chile. La propuesta de paz peruana consistía en que Chile y Bolivia sometieran sus diferencias territoriales a un árbitro y que Bolivia suspendiera el impuesto de 10 centavos sobre las exportaciones de salitre. De más está decir que la propuesta no prosperó y que la opinión pública chilena no sólo receló de la presencia de Lavalle, sino que hasta se manifestó violentamente en su contra, obligándolo a abandonar el consulado peruano, refugiándose en un hotel.
Complicada la situación por la declaración de guerra de Bolivia a Chile, y ante la insistencia chilena al Perú de declarar su neutralidad, el presidente Prado -presionado por Daza en concordancia con el convenio defensivo que ambos países habían firmado en secreto en 1873- se vio envuelto en una encrucijada difícil de resolver. La ambigüedad del gobernante peruano, tratando por un lado de mediar para hallar una solución pacífica al diferendo, y por otro sintiendo que debía mantenerse fiel al compromiso del país respecto de Bolivia, sólo condujo inevitablemente a la colisión: Chile rompió relaciones diplomáticas con el Perú el 3 de abril y el día 5 de abril le declaró formalmente la guerra, obligando a Prado a decretar casus foederis conforme al tratado de 1873 con Bolivia.
El partido civilista, formado por los magnates de Lima -todos interesados en la industria salitrera y que, por lo mismo, necesitaban del conflicto para mantener su monopolio- se mostró abiertamente partidario de la guerra, incitando a las masas y creando un furioso sentimiento anti-chileno en contraste con la personalidad pacifista de Mariano Ignacio Prado, a quien el diplomático y escritor peruano Juan del Campo Rodríguez describe como “un mediador sincero”, recalcando al mismo tiempo la dificultad de evaluar si el Perú procedió adecuadamente al involucrarse en un conflicto que le era ajeno por cumplir con un compromiso que podía poner en riesgo su supervivencia. El mismo del Campo aventuró que probablemente Prado -sin ascendiente sobre el pueblo ni el ejército- habría sido apedreado y destituido de haberse opuesto a seguir esta senda belicista.
Este pueblo peruano exaltado “se colmó de explosiones patrióticas y lirismos guerreros”-parafraseando a Francisco Encina-, llegando al extremo de acordar, en un mitín patriótico, llevado a cabo el 16 de abril y al que concurrieron autoridades civiles, militares y eclesiásticas “la desmembración de Chile”, declarando que el objetivo de la guerra era “reducir a Chile a la porción territorial comprendida entre los paralelos 26 y 47 de latitud sur, un territorio más que suficiente para la escasa población de dos millones y medio con que cuenta esa republiquilla, porque el Perú, encargado de regir los destinos continentales, debe poseer el Estrecho de Magallanes, para mantener a Chile constantemente sometido a su vigilancia”.
La reacción popular chilena, al mismo tiempo, una vez confirmada la existencia del tratado secreto de 1873, unió a todos los chilenos, inclusive a los más ardorosos pacifistas, en el propósito de castigar al Perú y colocarlo para siempre en la imposibilidad de atentar contra Chile. Otros, como José Francisco Vergara, consideraron la guerra como un alivio y una salvación para el país, porque a su juicio, de no haberse producido, una crisis económica y una lucha social inminente eran esperables. En sus memorias, Vergara incluso expresa con entusiasmo el ánimo que le infundía el cálculo de las suculentas ganancias que se obtendrían con la adquisición de los territorios en disputa.
Actitud peruana durante el conflicto
Pero volviendo al Perú, el fervor patriótico se mantuvo en alza en virtud del éxito obtenido por las correrías del monitor Huáscar después de Iquique, haciendo abstracción del hecho de que en Punta Gruesa la mitad del poderío naval del Perú había sido destruido, lo que no se compadece con los pensamientos del mismísimo Grau, quien consciente de la inferioridad naval del Perú desde antes del inicio de las hostilidades, sabía que su buena fortuna no podría mantenerse para siempre.
Capturado el Huáscar y muerto el almirante Grau, y con Mariano Prado dejando al gobierno acéfalo y abandonando el país con el pretexto de ir a negociar la adquisición de buques y armamento en los EEUU y Europa, la odiosidad peruana se vio incentivada con la invasión chilena a su territorio y aumentada con las noticias, exageradas en algunos casos, pero lamentablemente verdaderas en otros, de los desmanes cometidos por tropas chilenas rematando heridos y prisioneros, y, principalmente, atentando contra la población civil a medida que ciudades peruanas iban cayendo en poder del invasor. La expedición Lynch contribuyó aún más a esta leyenda negra, aumentada todavía por la liberación de los coolies chinos que no tuvieron escrúpulos en vengarse de sus antiguos opresores sin la más mínima clemencia, la misma -por lo demás-, que nunca recibieron de sus esclavistas propietarios.
Helmuth von Moltke, general prusiano, escribió alguna vez: “En la guerra entran en acción las más nobles virtudes del hombre: valor y renunciamiento, fidelidad al deber y una disposición al sacrificio que no se detiene siquiera ante la ofrenda de la misma vida”.
¿Se dio esto en la Guerra del Pacífico cuando nos remitimos exclusivamente al actuar peruano? Podemos decir que sí, sobre todo en lo que respecta a la heroica resistencia que presentaron los oficiales del Huáscar una vez muerto el almirante Grau, o en la negativa de Bolognesi y sus oficiales a las ofertas de rendición en Arica, o a la continuación de la guerra contra el invasor llevada a cabo por Cáceres en la sierra. Pero al mismo tiempo observadores extranjeros reportaron haber sido testigos de cómo oficiales peruanos, después de las batallas de Lima, cambiaban subrepticiamente sus uniformes por ropas civiles para evitar ser reconocidos como combatientes, y un alto oficial naval francés escuchó personalmente cómo soldados heridos chilenos respondían “por Chile, por mi patria” a la pregunta de por qué habían luchado, en contraste con soldados rasos peruanos que respondían a la misma pregunta mencionando que porque se los había ordenado su patrón de la estancia, o el dueño del ingenio azucarero del cual dependían de por vida.
Situación al término de la guerra
¿Por qué entonces la vigencia del resentimiento contra Chile? Primero, porque ningún país que haya sido ocupado por una potencia extranjera olvida jamás la humillación, la afrenta y la vergüenza del sometimiento. En la Europa actual, a pesar de la integración, de la moneda común, del intercambio comercial sin fronteras, basta raspar un poquito la superficie y aparecen las cicatrices y resquemores de holandeses, belgas, daneses, etc., que sufrieron la ocupación alemana. ¿Cómo no esperarla del Perú? Chile no sólo ocupó gran parte de su territorio por varios años sino que además organizó al país de una manera que los mismos peruanos no habían sido capaces de hacerlo -lo que implica un baldón que nos guste o no les costará muchísimo olvidar-, haciendo alarde además de su superioridad cívica, intelectual y hasta racial (basta leer “Guerreros Civilizadores” de Carmen McEvoy para entender esto, o por lo menos para aproximarnos a la impresión que los peruanos tienen de este aspecto). Sumemos a lo anterior el latrocinio reconocido de los instrumentos de los laboratorios de las universidades limeñas, la sustracción de los libros de su biblioteca, la traída de algunos de sus monumentos como trofeos de guerra, las vicisitudes e irregularidades del proceso de Tacna y Arica, y tenemos sembrado un encono que a 140 años de terminado el conflicto sigue vigente y que se reafirma constantemente con incidentes pesqueros, reclamos fronterizos, problemas portuarios, y situaciones absurdas de enemistad hasta cuando se trata de jugar un mero partido de fútbol.
Bibliografía
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Debido a la construcción de los blindados, Perú trató de adelantarse a su entrega con la firma del tratado secreto con Bolivia, para convertirse en la gran potencia del Pacífico, pero el devenir de la historia dijo otra cosa. La fuerza naval que se había preparado para enfrentar a Argentina fue la que definió la situación en favor de Chile en la Guerra del Pacífico.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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