By HARVEY VALDÉS, HUGO .
El poder constituye un concepto complejo, enmarañado, inmedible y, en ocasiones, inentendible. Más aún, si se le añaden apellidos -a nuestro juicio- bien puestos, se generan otros de uso recurrente en nuestro quehacer
profesional, tales como: poder nacional; poder militar; poder naval y/o poder aéreo. Así mismo, se le han dado adjetivos que -creemos- no aportan, como: duro, blando, popular, constituyente, entre varios, produciendo categorías de análisis que se presentan como novedosas. A este confuso panorama, recientemente se ha sumado la
tesis del analista Moisés Naím, quien afirma que estamos en presencia de “El fin del poder”, revitalizando -ya que siempre ha existido- la discusión en torno a este término.
Dentro de sus afirmaciones, Naím sostiene que -producto del fin del poder- el mundo, el escenario geopolítico, la política y/o la guerra están en transformación, por lo cual los hombres de armas no podemos -ni debemos- quedar ajenos a sus planteamientos y al debate sobre el poder.
Para confirmar lo anterior, rescatamos dos pasajes de la editorial de esta Revista de Marina (2016), referidos al poder naval. Primero, examinando la asesoría de la Armada, al determinar las capacidades requeridas, señalaba: “…se analiza el entorno político-económico nacional e internacional, los compromisos internos y con otros países u
organizaciones” (p. 6). Finalmente concluye: “no es fácil y muchas veces está más influenciada por las circunstancias, políticas, sociales, económicas e internacionales” (p.13). Aseveraciones que reflejan los amplios límites de análisis que conllevan los aportes técnicos militares a los encargados de adoptar decisiones, junto con su importancia, repercusiones y posibles distorsiones.
Así, nos proponemos tensionar los principales postulados de Naím, con la finalidad de cooperar a la discusión, en pos de aportar en la generación –o recuperación- de un pensamiento crítico militar chileno, que promueva conocimiento propio, alejándose de modas foráneas a las dinámicas locales y que, por ende, no son aplicables a
nuestra realidad.
A continuación, intentaremos exhibir cómo siempre el análisis del poder ha resultado fundamental para explicar -y comprender- las dinámicas que se han venido desarrollando a lo largo de la historia, desde la Sociología, la Ciencia
Política, el Derecho, la Economía, las Relaciones Internacionales (RIs) y/o la Polemología.
Por ejemplo, en 1795 Immanuel Kant (1985, pp. 51-53) esbozaba un orden de paz permanente en los Estados, aspirando establecer ciertos parámetros de limitación del poder por parte de éstos como una forma de morigerar sus efectos negativos en los seres humanos, es decir, una armonía entre las políticas exteriores y las domésticas. Señalaba que ni el fact et excusa, ni el si fecisti, nega, ni el divide et impera, podían engañar a as gentes, sin embargo, aceptaba que las grandes potencias podían contar con toda seguridad que su utilización se traduciría
en el engrandecimiento de su poder.
Desde una perspectiva local, el profesor Eduardo Ortiz (2000, p. 10) -hace poco más de quince años-, señalaba que la fuerza dinámica que moldeaba las relaciones internacionales era el poder, o más concretamente, las aspiraciones de poder, lo que se cristalizaba en tres actitudes básicas: adquirirlo, mantenerlo y en lo posible acrecentarlo, y demostrar que se lo posee. Aunque, apuntaba que la intercomunicación y la interdependencia no lograban eliminar el debate sobre el poder, la dominación o el empleo de la fuerza, más bien, lo habían transformado.
Asimismo, el profesor Iván Witker, analizando las desavenencias entre Chile y Bolivia en 2003, señalaba que lo anterior se aprecia cuando las naciones desprovistas de poder fáctico, lo buscan desde una perspectiva simbólica, reconfigurando las creencias tradicionales*. Lo que en palabras de Hans Morgenthau (1963), vendría a ser el juego de equilibrio entre poder y prestigio, por parte de los Estados y su interrelación. O bien,
el enfoque radical de Steven Lukes (2007), quien sostenía que el poder es político o teórico.
Desde la Sociología, Michael Mann (1986, pp. 22-26), problematizaba sobre las fuentes del poder social, sosteniendo que históricamente provenía de cuatro vertientes: ideología, economía, ejércitos y de la política -centralizada o geodispuesta. Igualmente, Durkheim (1904) sostenía que: “al hombre le disgusta renunciar al poder ilimitado que durante tanto tiempo creyó tener sobre el orden social y, por otra parte, le parece que, si de verdad existen fuerzas colectivas, está condenado por necesidad a sufrirlas sin poder modificarlas.” (p. 32).
En la vereda filosófica, Hannah Arendt (2005), examinando el dasein del ser humano, señalaba que: “el poder preserva el espacio público y el espacio de la apariencia, y es el elemento vital del artificio humano, el cual, a menos que sea el escenario de la acción y la palabra, de la red de los asuntos humana y relaciones y las historias engendrados por ellos, carece de su última razón de ser.” (p. 204).
Bajo el paradigma realista de las relaciones internacionales, Stanley Hoffmann (1968), decía que “las dinámicas de este sistema restringen severamente al poder predominante, ya sea por un auto control, debido a una anticipación
inteligente, o […] por las reacciones de los otros […]” (p. 13). Incluso en páginas posteriores señalaba que los súper poderes, más que la dominación de estados más pequeños, buscaban su apoyo voluntario, por lo que clasificaba a los segundos en “amigos”, “clientes” o “sirvientes”, todo basado en su “creciente poder”, (p. 23) lo que modificaba la “jerarquía internacional.” (p. 26).
Desde la Ciencia Política, bajo una perspectiva chilena -la que nos incumbe-, el profesor Huneeus (2009), analizando el futuro del sistema democrático chileno -hace menos de diez años- aseveraba que no tenía seguridad sobre el desenlace final, “a qué lugar llegaremos, la democracia es incierta, el poder está disperso y los actores e instituciones tienen más libertad para tomar decisiones.” (p. 395).
Así también, desde la historia de las relaciones internacionales, el profesor Fermandois (1998) -a cargo del equipo asesor de historiadores de la cancillería-, al analizar las luchas de poder en Guerra Fría, sostiene que Chile fue un “campo de fuerzas que no es fácilmente manipulable por la voluntad [o poder] de los grandes” (p. 301), reflejando que fueron las fuerzas internas que se compulsaron durante este período. Añadiendo que: “Ni los recursos del Kremlin a los comunistas ni los de la Casa Blanca a quien sea” (Fermandois, 2005, p. 301) podían modificar de manera significativa lo que ocurría en nuestro país.
Mediante lo expuesto, representamos cómo desde diversas disciplinas, cosmovisiones, épocas y lugares geográficos, siempre el poder ha sido objeto de análisis, y que nunca se le asignó un valor irrestricto, por el contrario, siempre se ha objetado su efectividad y aplicación.
Luego de esta breve muestra, nos preguntamos: ¿Qué nuevo aporta Naím en El fin del poder? ¿Cómo contribuye al conocimiento? ¿Cómo complementa lo conocido hasta hoy?
Creemos que aporta, contribuye y complementa pobremente. Más bien articula, lo que Wittgenstein (1968) llamaba, “juegos de lenguaje”, añadiendo a la palabra poder, números y datos, creando un discurso (p. 116) mediante cambios de contextos (p. 36) y así presentar una realidad nueva. Igualmente, muestra -desde un fuerte etnocentrismo (Del Arenal, 2014), aunque siendo latinoamericano- desconocimiento de las dinámicas entre los súper-poderes durante la Guerra Fría, al no citar a Morgenthau o Kennan -o su telegrama largo-, personajes que jalonaron la política de contención de Estados Unidos – y el devenir de nuestros países- en este período. Por esto, su asombro respecto a los cables filtrados por Wikileaks, maravillándose con que muestran “a un país hegemónico que tiene dificultades para conseguir cosas, frustrado por las burocracias, los políticos, las organizaciones no gubernamentales y hasta los ciudadanos.” (Naím, 2014, p. 196).
Nada nuevo, así lo demuestran los cables desclasificados -por el National Security Archives y/o la Office of the Historian del Departamento de Estado de Estados Unidos- que reflejan los reveses vividos por los embajadores estadounidenses Dungan y Korry, al intentar influir en la política contingente en Chile en las décadas de 1960
y 1970.
Avancemos y -en palabras de Thomas Kuhn* – salgamos de esta tensión. John Ikenberry (2013) en Foreign Affairs, sostuvo que: “Lo que muestra Naím […] es que el poder ahora se manifiesta en nuevas formas y lugares […] puede exagerar la importancia de este cambio, pero su libro debería provocar un debate.” Por lo cual, realizaremos un análisis a base a las cuatro ideas centrales -y a las cuales constantemente recurre- el texto en cuestión:
1. El poder se está transformando y degradando.
2. El ajedrez geopolítico del mundo está cambiando.
3. La descomposición del poder.
4. El poder está en todos lados.
En relación a la primera idea, efectivamente los actores están siendo menos eficientes y eficaces en la transmisión del poder y su conservación. Esta característica relacional, se enmarca en un contexto de globalización e interconexión de las unidades, lo que -aunque no es novedoso- se cataliza producto de una revolución en la información. El estudio de este proceso es interesante, especialmente considerando el aumento exponencial del número de Estados independientes desde el término de la Guerra Fría y de nuevos actores, tanto a nivel internacional como a nivel nacional. Este transcurso, en velocidad y magnitud, es absolutamente inevitable, por cuanto ninguna entidad ha logrado conservar el poder eternamente en su interacción con otros actores. Sin embargo, también se presenta como un fenómeno que ofrece oportunidades, especialmente al individuo o Estados menos poderosos, y a las asociaciones intermedias de la sociedad civil frente al Estado, para lo cual el término de las relaciones de dependencia entre este último y la persona, es el primer paso relevante a considerar.
Lo expuesto -en torno a la primera idea de Naím- nos expone circunstancias añosas. Nunca los medios para conquistar el poder (prometer reformas sustantivas destinadas a la consagración de nuevos derechos sociales,
o bien, la negociación diplomática de cargos relevantes en organizaciones internacionales), así como para detentarlo (reelección indefinida, entrega incremental de subvenciones y subsidios, por mencionar los ejemplos más comunes a nivel nacional, y ayuda humanitaria en bienes y transferencias, en el nivel internacional) han resultado eficientes o absolutos.
Para reafirmar lo precedente, nuevamente un ejemplo de la Guerra Fría, en el sentido de lo infructuoso de la Alianza para el Progreso del presidente estadounidense Kennedy, para contener al comunismo en la región, mediante la asistencia económica y el fomento de reformas estructurales.
Respecto a la segunda idea central de Naím, la revolución de la información y las comunicaciones, ha generado la consolidación de diversos actores no estatales: separatistas, empresas transnacionales de países periféricos y/u organizaciones terroristas. A su vez, el efecto dominó, se ha incrementado en volumen, intensidad y celeridad, logrando interconexión entre grupos que, teniendo intereses comunes, en tiempos pasados les habría sido imposible conectarse, derribando límites de -en términos de Anderson (1991)- ciertas comunidades imaginadas
existentes o generando nuevas.
La conectividad complementa los flujos de información con las comunicaciones (geopolíticamente: conexión vía puertos, corredores bioceánicos, vías fluviales compartidas), desplazamientos de personas, nuevos Estados
y actores no estatales. Esta realidad, la había expuesto Philippe Delmas (1996): el surgimiento de nuevos Estados, diferentes a la nación, como principal problema relacionado al poder en lo internacional. (pp. 15-23).
Probablemente, lo novedoso de Naím (2014) -aunque lo afirma y se desdice- es su crítica a los que consideran a la www como el gran factor, de una revolución de la información y tecnológica, que distribuye por sí solo el poder. Así cuestiona “la obsesión por internet como explicación de los cambios en el poder, sobre todo en la política y la economía.” (p. 35)
Respecto a la tercera idea de Naím, cabe señalar que Samuel Huntington (1968) analizaba la dispersión del poder en 1968, señalando que en regímenes con estructuras de poder más concentrado se logran mayores niveles de
innovación, y que por otra parte, su degradación está directamente relacionada con la declinación del crecimiento cívico. (p. 133). Naím (2014) analiza -y relativiza- el fenómeno de degradación del poder como símil de descomposición, como una distribución de poder no consentida desde los grandes actores estatales hacia actores más pequeños, generalmente de tipo ilícito y que pueden generar grandes impactos en el nivel internacional, definiéndolo como la construcción del “micropoder”. (pp. 32-35).
No obstante, ¿es preciso hablar del micropoder como una degradación del poder? Creemos que es un asunto de escala o -mejor dicho- del nivel de análisis del fenómeno. Así, no nos parece apropiado considerar al micropoder como un concepto ajeno al poder, por cuanto no ha perdido su característica esencial, su carácter relacional. El mismo Naím (2014), define el poder como: “[…] la capacidad de dirigir o impedir las acciones actuales o futuras de otros grupos e individuos. O, dicho de otra forma, el poder es aquello con lo que logramos que otros tengan conductas que, de otro modo, no habrían adoptado.” (p. 38).
Si bien es cierto, el concepto anteriormente formulado evoca fuertemente la definición de poder de Dahl, que a su vez deriva de Weber, Naím (2014) sí agrega un elemento novedoso al concepto: la prospectividad y la acción futura de los grupos e individuos, (pp. 38-41) lo que resulta fundamental para comprender cómo el poder es esencial en los proyectos, de corto y largo plazo, de los actores estatales y no estatales.
En relación a la cuarta idea, Naím (2014) reflexiona básicamente desde el poder económico, asumido como una dimensión del poder, que hace las veces de barrera de contención para evitar su distribución entre los nuevos actores (pp. 54- 63). En este sentido, las unidades poderosas se encuentran en posesión efectiva de la facultad para ajustar reglas e instituciones, para que otros actores menores logren formar parte de un sistema determinado. En este punto, existe una “tensión dialéctica” entre quienes dictan las reglas del juego y aquellos que lo juegan, sin tener injerencia en el diseño e implementación de las reglas (Naím, 2014, pp. 43-63) que, en el ámbito económico
se reduce a quienes cuentan con los bienes de capital para producir y quienes siguen las reglas.
Bajo aquella lógica, los intereses de los poderosos buscan proveer estructuras funcionales a la conservación del poder, conformando reglas, protocolos, procedimientos e instituciones cuyo funcionamiento les permite que su poder sea ad eternum y que las estructuras constituyan organismos que resguardan los negocios de quienes ostentan el poder económico.
Sin embargo, creemos que en la dimensión política existen ciertas variantes, por cuanto hasta los más poderosos al estar en juego su supervivencia tienden a compartir su poder. En términos de política doméstica, son recurrentes los ejemplos de partidos políticos consolidados que deben buscar la conformación de coaliciones con otros incipientes e incluso de prestigio dudoso. Incluso en términos de política internacional, se visualizan situaciones
similares, lo que se refleja en la estructuración de alianzas, tales como la OTAN u OEA, desde las cuales Estados Unidos -a pesar de su manipulación en determinadas circunstancias- distribuyó su poder en beneficio de su seguridad y legitimidad.
Mediante este abreviado análisis, nos propusimos someter a tensión algunas afirmaciones de Naím, para demostrar que sus principales ideas no representan novedades en sí. Por el contrario, son una representación de hechos basados en aspectos coyunturales, los cuales al ser abordados desde un prisma histórico se presentan como parte de procesos políticos y sociales mucho más amplios, por lo que han venido suscitándose constantemente a lo largo de las épocas.
En el mismo sentido, y suponiendo que Naím nos reflejara fenómenos verídicos e innovadores, consideramos que lo realiza bajo una visión etnocentrista, por lo que no son aplicables a la realidad local o de países que no detentan
el poder, o más bien, intentan subsistir en este sistema internacional.
Finalmente, estimamos que el real aporte de Naím consiste en ofrecer una mirada más respecto a las dinámicas del poder, desde los niveles subordinados (micro) hacia los súper-poderes -políticos y económicos-, logrando ilustrar -de forma más práctica que teórica- sobre una de las principales tendencias en política internacional, la que dice relación con -más allá del ascenso o descenso de actores estatales determinados- aquellos actores secundarios, no estatales en su mayoría, que suponen un peligro para la estabilidad del orden mundial, los que están acumulando altos niveles de poder, son tangibles y están socavando las estructuras y reglas del sistema global.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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