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Crónica del Combate Naval de Iquique narrada por corresponsal peruano

Crónica del Combate Naval de Iquique narrada por corresponsal peruano

  • Javier Vargas Guarategúa

By Javier Vargas Guarategúa

  • Received at: 24/11/2022
  • Published at: 30/04/2023. Visto 1877 veces.
  • Abstract (spanish):

    Esta crónica escrita a bordo del Huáscar por el corresponsal peruano Julio Octavio Rodríguez relata las vivencias de esa dotación durante el conflicto de 1879, narrando la epopeya de Iquique desde la perspectiva de un testigo.

  • Keywords (spanish): Guerra, Corresponsal, peruano, Huáscar, guerra.
  • Abstract:

    This chronicle written by the peruvian journalist Julio Octavio Rodríguez on board the Huáscar, describes the experiences of her crew during the 1879 conflict, narrating Iquique´s epic from an eyewitness point of view

  • Keywords: war, War, Journalist, Huascar, peruvian.

Se dice que la historia siempre la escriben los vencedores y que la verdad es la primera baja en la batalla o el combate. Ciertamente, en muy pocas ocasiones disponemos del análisis hecho por el bando que al final de la guerra fue derrotado. Por eso, la crónica que tenemos la suerte de leer de primera fuente ofrece una visión diferente y aporta datos imprescindibles para el análisis de lo que fue el Combate Naval de Iquique de aquel lejano 21 de mayo de 1879.

El periodista decimonónico Julio Octavio Reyes (1850-1903), corresponsal del diario limeño La Opinión Nacional a bordo del Huáscar durante la campaña naval de 1879, a través de sus “correspondencias” o “crónicas” narra la vida cotidiana junto al almirante Miguel Grau, sus oficiales y tripulación. Son páginas escritas con prisa y emoción, está cálida y sin retoques, la historia de los hombres a bordo de ese monitor que durante cinco meses, como dijo un historiador… fue la patria sobre el mar1.

Si bien es cierto que este trabajo adolece de algunos errores ampliamente documentados y comprobados en varias fuentes como menciona en su trabajo Carlos Tromben2, no es menos cierto que conocer esta crónica nos permite atisbar estos hechos desde otra perspectiva y hacer un útil ejercicio intelectual para tener una mejor idea de la hazaña de Prat y los suyos.

Y hoy, gracias al trabajo del documentalista Luis Enrique Cam3, podemos disfrutar en la versión original del Combate Naval de Iquique en todo su dramatismo, pero, escrita desde la cubierta del Huáscar y que fuera publicada en la edición del sábado 31 de mayo de 1879 en Lima, Perú4.

La opinión nacional, sábado 31 de mayo de 1879

Señor director de La Opinión Nacional.

Señor director:

A las once y cuarto de la noche del martes 20 zarpamos de Arica en convoy con la Independencia en dirección a Pisagua, donde llegamos a las 3 y media de la mañana del miércoles 21.

Sin embargo, de que se nos dijo en Arica que cinco de los buques enemigos habían pasado al norte, no teníamos completa seguridad, porque otros aseguraban que se habían dirigido al sur, sin que faltara alguien que afirmara que los citados buques se encontraban a las inmediaciones de Iquique. Nuestra navegación se hizo, pues, con las precauciones del caso, listos para empeñar combate con los enemigos, tan pronto como los encontrásemos.

El contento más grande reinaba a bordo y todos se encontraban en sus puestos aguardando con la impaciencia y patriótico entusiasmo la hora del combate. Como conviniera saberse de un modo definitivo los buques que existían en Iquique, se creyó conveniente llegar a Pisagua y preguntarle a ese respecto al Prefecto de Iquique, y así se hizo.

De a bordo a este buque se destacó una falúa al mando del capitán de fragata graduado señor Melitón Carvajal y bajo sus órdenes, al teniente segundo don Fermín Diez Canseco quienes llegaron a tierra sin ningún obstáculo.

Parece, y aunque nos sea doloroso confesarlo, que no es muy severa la vigilancia que reina hoy en Pisagua, pues los oficiales que fueron a desempeñar la comisión desembarcaron tranquilamente y lejos que se le diera la voz, tuvieron ellos que hacerlo con el único centinela que allí encontraron y el que no sabía lo que pasaba.

Algunos minutos después que los señores Carvajal y Diez Canseco vagaban entre los escombros de la incendiada ciudad en busca del telegrafista y del capitán de puerto, señor Becerra, se presentó este último.

Dijo que no sabía con exactitud los buques que había en Iquique, pero que había recibido el telegrama que publicamos enseguida:

Dávila a Capitán del puerto de Pisagua.

Aquí Esmeralda, Covadonga y transporte Lamar.

¿Sabe algo de la Escuadra?

Iquique, mayo 17 de 1879.

Recibido 11 h. 10 a.m.

Como el comandante Grau comprendiera la necesidad de salir cuanto antes con rumbo a Iquique, lo hizo así, saliendo quince minutos después de nuestra llegada y sin aguantar la contestación del telegrama que envió a Iquique y que decía así:

Pisagua, mayo 21 a las 4 h. 30 a.m.

Al Prefecto de Tarapacá.

Urge que me conteste inmediatamente.

¿Cuántos buques enemigos hay en Iquique?

¿Cómo se llaman?

¿Cuándo, cómo y en qué dirección salieron los demás?

GRAU

En los cerros de Pisagua, distinguíanse algunas luces de nuestros diversos campamentos.

Antes del combate

Son las 6 de la mañana menos 25 minutos.Señor director, reina a bordo grande excitación. El comandante sobre la cubierta dirige la palabra con enérgico entusiasmo a la dotación formada en dos filas. Sus sencillos pensamientos, impregnados de verdadero patriotismo, conmueven y entusiasman a sus subordinados. Un sólo sentimiento, una sola idea los domina: la defensa de la Patria.

Los recuerdos de los actos vandálicos practicados en nuestros indefensos puertos por los enemigos retemplan los espíritus y algo de majestuoso y solemne se nota, en los que escuchan con atención la corta, pero valiente proclama del comandante.

¡Tripulantes del Huáscar! -les dijo al concluir-. Ha llegado la hora de castigar al enemigo de la Patria y espero que lo sabréis hacer, cosechando nuevos laureles y nuevas glorias dignas de brillar al lado de Junín, Ayacucho, Abtao y 2 de mayo. ¡Viva el Perú!

Los jefes, oficiales, tripulantes y guarnición repitieron las últimas palabras con febril entusiasmo, agregando:

¡Viva el comandante del Huáscar!

La banda de guerra toca por un instante diana y en seguida se deja oír e terrible toque de zafarrancho de combate, volando todos a sus puestos.

Importante en nuestra pluma, señor director, para poder describir el cuadro que ofrecía en este momento el Huáscar.

Los oficiales, marineros, grumetes, soldados, todos, en fin, hasta los guardiamarinas de 15 a 16 años, casi niños, se abrazaban llenos de entusiasmo y corrían a sus puestos con una entereza espartana.

Frente a Iquique

Son las ocho del día. La población se presenta a nuestra vista envuelta aún en las brumas de la mañana, que los tibios rayos del sol principian a disipar paulatinamente.

Los muelles, balcones, azoteas y colinas inmediatas se encuentran cubiertas de multitud de personas que ansían contemplar el combate. Sus corazones laten de entusiasmo, al ver las naves de la Patria que vienen a hundir o poner en fuga los que cobardemente se han ensañado sobre su indefensa población. Con su mirada, con su aliento parece que quisieran animarnos, y se creerían muy felices ocupando un puesto a nuestro lado.

La bandera que por más de un mes ha proyectado su fatídica sombra en sus playas ha retemplado sus patrióticos sentimientos y tienen razón.

Fijémonos en los enemigos

La corbeta Esmeralda fuerte en 10 cañones Armstrong rayados, 2 colisas de 150 y una ametralladora en cada una de sus cofas de los dos primeros palos, muy pegada a la playa y hacia el lado norte permanece sobre su máquina arrojando por su chimenea una inmensa columna de humo; mientras que la Covadonga, con su casco pintado de plomo, trata de escapar hacia el sur; y el transporte Lamar enarbola la bandera americana.

La Independencia, que hasta media noche viajaba a nuestra cuadra, aún no llega y tardará por lo menos un cuarto de hora. Su demora causa profunda impaciencia, y los minutos pasan sin que vengan a ocupar su puesto. El comandante Grau desde su puente, sigue con los anteojos los menores movimientos del enemigo, dirige con ansiedad su mirada hacia Iquique, que pronto presenciará indudablemente, terribles escenas.

A su derecha está el capitán de fragata Sr. Melitón Carvajal, secretario de la División Naval, y a su izquierda el ayudante del comandante, teniente 1° Diego Ferré; sobre la cubierta de popa los capitanes de navío Ezequiel Otoya, 2° comandante del buque, y Enrique Carreño, mayor de órdenes de la división, el oficial de señales y derrota, teniente 2° Jorge Velarde y su ayudante el guardiamarina Grimaldo Villavicencio.

Bajo esta misma cubierta se encuentra el capitán de la guarnición Mariano Bustamante, con sus subordinados, mientras que los señores Antonio Cucalón y Francisco Retes, son colocados por el teniente Ferré al lado de la ametralladora para que las manejasen.

Bajo la cubierta pasa algo parecido. El teniente 1° Pedro Rodríguez Salazar, tiene a su cargo el timón de combate y por ayudante el guardiamarina Carlos B. Tizón; el teniente 2° Carlos de los Heros con los guardiamarinas Federico Sotomayor y Manuel Elías Bonmaison, las cigüeñas de la torre de combate; el teniente 2° José Melitón Rodríguez con las cigüeñas, para elevar los proyectiles, en unión de Juan Alfaro, contador del buque y los guardiamarinas Daniel S. Rivera y Bruno Bueno, respectivamente a cargo del callejón de combate y ayudante del 2° comandante.

En la cámara de oficiales, los médicos doctores Santiago Távara y Felipe Rotalde, y el practicante de último año de medicina José Ignacio Canales, el farmacéutico José Flores, ayudante del detall Alberto Huertas, los mayordomos, maestros de víveres y mozos de cámara.

Sobre la mesa están acopiadas hilas, vendas, medicinas, instrumentos y luces; parece aquello un anfiteatro de hospital. Su aspecto es imponente.

La torre es mandada por el capitán de fragata Ramón Freire, el cañón de la derecha por el teniente 2° Gervasio Santillana, y el de la izquierda por el de igual clase Fermín Diez Canseco.

Como el corresponsal servidor de ustedes tenía también que prestar sus servicios a la Patria y al diario, en los ratos que no permanecía en la cubierta estaba en la torre o en cualquiera de las otras secciones del buque.

Combate del Huáscar

Eran las 8 h. y 20 a.m.

A dos mil y tantos metros estábamos de los buques enemigos, cuando afirmamos nuestro pabellón con un cañonazo de la torre.

La Esmeralda nos presentaba entonces su lado de babor y el proyectil pasó por alto, cayendo al norte de la ciudad en la pampa.

Demoró mucho para contestarnos y se pegaba demasiado a la playa, defendiéndose con la población, pues calculaba que el Huáscar por temor a producir allí grandes daños, se abstendría de hacer fuego y así pasaba efectivamente. Comprendiendo estos los de tierra, les hicieron 72 tiros de cañón, del calibre de 9, de la batería que comanda el capitán graduado Francisco Pastrana y les hicieron 8 muertos, obligándolos así al combate con nosotros.

Poco después llegó la Independencia a la que veinte minutos antes le habíamos puesto las señales de: “prepárense para el combate” y después: “rompan sus fuegos”; y así lo hizo en efecto, dirigiendo sus fuegos a la Covadonga, que huyó después hacia el sur.

Como el Huáscar no tiene sino dos cañones y de muy grueso calibre, para cada uno de los disparos que hacíamos nos contestaba la Esmeralda con todo su costado, enfilándose enseguida o viraba para descargarnos su costado contrario o ya se precipitaba hacia la playa. Viéndose preparados para el combate, el Lamar aprovechó la oportunidad y huyó con rumbo al sur.

Los tiros del Huáscar, por estar en la boca del puerto y con la mar un poco gruesa, no eran al principio muy certeros, pues nos llevaba ventaja en su posición, por estar muy adentro de la bahía. Una vez empeñada la lucha, preciso es confesar que los enemigos se portaron con valor y con pericia.

Sus primeros tiros pasaban por nuestra popa y muy elevadamente, pero poco a poco fueron rectificando sus punterías, de tal modo que al último hacían fuegos muy certeros, pero siempre allegándonos hacia la playa con intenciones tal vez de que nos varásemos. El comandante Grau, con un valor y una serenidad admirables, dirigía su nave con singular pericia, sin que las descargas que hacía el enemigo, por baterías, lo hiciera abandonar el puente.

Cada uno de los tiros de nuestra torre, era saludado con entusiastas vivas al Perú, al Huáscar y a su comandante, y salían casi todos los oficiales a ver de cubierta las peripecias del combate, pues los cubichetes de las escalas, estaban a medio cerrar. Desde el comandante al último grumete se han portado con singular denuedo.: sólo quien haya estado a bordo puede apreciar los rasgos de valor de nuestros esforzados marinos. En el Huáscar han cumplido todos con su deber: es lo que podemos decir en honor a la verdad.

El número de proyectiles que nos han arrojado los enemigos es crecidísimo, de tal modo que no pudimos llevar la cuenta. Fuera de sus cañones de batería, colisas y ametralladoras de cofas, la guarnición y marinería, en los instantes que estábamos unidos completamente por los costados, nos hacían nutrido fuego de fusilería y hasta de revólver. Los tiros eran a boca de jarro, de tal manera que en la torre se ven las huellas de los fogonazos. Además, nos lanzaban bombas de mano. En una palabra, han peleado con desesperación y han estado convenientemente preparados, pues no faltaba en el buque enemigo, ninguno de los últimos inventos de la guerra.

Las averías que nos han hacho son casi insignificantes. La obra muerta (de madera) ha sacado tres o cuatro tiros de balas de cañón y de rifles, muchos. Nuestra torre sólo hizo 15 tiros.

Sin embargo, de que el Huáscar hubiera podido dar cuenta desde el principio  de la corbeta, el comandante Grau se abstuvo muy a su pesar de hacerlo, porque se le hizo creer que los chilenos tenían tendido en la bahía una red de torpedos, y que el buque enemigo nos obligaba al combate hacia ese lado para hacerlo volar, y era exponer al monitor.

El capitán del puerto de Iquique, capitán de corbeta señor Salomé Porras, que recién el combate se vino de tierra en un bote, fue quien comunicó al señor comandante Grau, la alarmante noticia de los torpedos.

Como viera el comandante Grau, que era conveniente terminar el combate, resolvió hacer uso del espolón y ordenó entonces que los de cubierta, bajasen y se cerraran las escotillas.

Los señores capitanes de navío, Enrique Carreño, Ezequiel Otoya, 2° del buque, el capitán de la guarnición, señor Mariano Bustamante, y Retes y Cucalón que manejaban las ametralladoras, como así mismo varios otros oficiales que salían a presenciar el combate en la cubierta y el aspirante Grimaldo Villavicencio, bajaron, no así el oficial de señales y derrota, señor José Jorge Velarde, que con un valor y serenidad, digna de un valiente, permaneció en su puesto, sin embargo, de las reiteradas órdenes que le comunicó el señor Comandante.

Mientras que el Huáscar se mantenía, fuera de la línea de torpedos, hizo los diez primeros tiros, y los 5 restantes en el intervalo de los tres espolonazos.

Los dos primeros fueron, sólo con la velocidad de ocho millas, y el último de diez. De estos, el primero fue en la parte de popa, que se la hundió; el 2° lo defendió la Esmeralda con su proa, pues, la presentó, y el tercero en el centro de su costado de estribor, junto con dos cañonazos de a 300. Este fue el golpe decisivo.

El buque se abrió en dos partes, levantó excesivamente su popa, y se hundió instantáneamente. El cuadro que se presentó entonces a nuestra vista fue terrible, desgarrador: casi parecía un sueño.

Desapareció súbitamente el buque y sólo vimos en las aguas a sus tripulantes asidos a los fragmentos de madera. Aquello a pesar de ser un triunfo para nosotros, nos causó una impresión profundísima.

Casi a la par del hundimiento de la nave, corrimos a popa, soltamos los salvavidas y arriamos las embarcaciones menores, que muchas de ellas estaban averiadas. Todos fueron salvados, por la precipitación de enviar de a bordo las embarcaciones y los que no vinieron a bordo fue porque habían muerto, pues nadie llegó a tierra ni a las otras embarcaciones. A tierra no pudo llegar ninguno por la distancia.

Al llegar los soldados a nuestro costado gritaron: “¡Bravo, comandante Grau! ¡Vivan los valientes e hidalgos peruanos!” a lo que le contestaron la oficialidad y tripulantes: “¡Bravo, valientes chilenos de la Esmeralda, no hacemos sino cumplir con nuestro deber!”.

Una vez a bordo se les dio a jefes, oficiales y, en general a todos, vestidos de marineros que eran los únicos que había en el buque, y se les atendió lo mejor posible. No se les pudo dar alimento porque hacía 10 horas que no los tomábamos por motivo del combate.

Pormenores e incidentes

Entre los varios tiros que recibió la Esmeralda, entró uno en la primera cámara, otro en la segunda y otro en el sollado, que ocasionó incendio y los obligó a paralizar sus fuegos por largo tiempo. Los estragos que hiciera fueron extraordinarios. Una de las bombas que penetró en su máquina, mató a todos los maquinistas e ingenieros.

Era tan crecido a bordo de la corbeta el número de heridos que, según nos dijeron los mismos médicos del buque, les daban cloral para adormecerlos, pues no podían atender a todos.

Varios fragmentos de bomba hirieron la pierna derecha del comandante de la torre, capitán de fragata Ramón Freire, pero no de gravedad. Los cascos entraron por una de las portas de la torre. El capitán de fragata señor Melitón Carvajal, secretario de la comandancia de la división, ocupó el puesto del señor Freire. Durante las primeras horas de combate, había permanecido con gran serenidad en el puente al lado del comandante.

El oficial de señales teniente 2° don Jorge Velarde, que estaba cerca de la torre del comandante, recibió tres balazos, al tiempo de dar al monitor el segundo espolonazo a la Esmeralda. Uno tenía en la pierna derecha, otro en el brazo y el tercero en los pulmones. Se le condujo en brazos de sus compañeros, quienes lo estimaban en alto grado, al hospital de sangre, que estaba en la segunda cámara donde los médicos agotaron los recursos de la ciencia para salvarlo, pero fue inútil.

Duró más de dos horas. Hubo un instante que después de curársele las heridas exclamó: “¿Se han hundido ya los miserables?” y al contestársele que faltaba poco, agregó. “¡Déjenme ir a mi puesto al lado de mi comandante: ya estoy bueno para combatir a esos cobardes!”.

Velarde era un marino joven, inteligente, laborioso y digno; era la esperanza de nuestra escuadra y murió como héroe.

Paz en su tumba, y derramemos una lágrima a su memoria. El comandante Grau lo estimaba tanto que no se le comunicó nada sino mucho después que había muerto.

El comandante de la Esmeralda, señor Prat, fue al que la prensa de Buenos Aires, ignoramos si justa o injustamente, acusó de espía cuando el conflicto chileno-argentino. Varios papeles se le han encontrado en su bolsillo respecto a ese conflicto.

Se cree que las balas de las ametralladoras de las cofas del enemigo fueron las que hirieron a Velarde, o bien la guarnición, porque la herida de la pierna era de bala de Combley.

El combate principió a las ocho y media y concluyó a las 12.10, esto es, 3 horas 40 minutos.

Después de pegar los golpes de espolón se unían los buques por sus costados, y la Esmeralda nos descargaba sus baterías a boca de jarro. Esto, unido a las bombas de mano, ametralladoras y tiros de rifle, asimilaba a un castillo de fuegos artificiales incendiarse.

Al tercer espolonazo cayeron de la Esmeralda sobre la cubierta del Huáscar, por la cara de popa de la torre, el comandante de la Esmeralda señor Prat, el teniente 1° Serrano, un sargento 1° de la guarnición, un soldado y uno o dos marineros, con el objeto de abordarlo.

El comandante recibió un balazo en la frente y un hachazo y murió casi instantáneamente, lo mismo que el soldado y marinero, quedando herido en el estómago el teniente Serrano, un marinero y el sargento de la guarnición.

Este oficial, Serrano, a pesar de los esfuerzos de los médicos, no se le pudo salvar.

“Sálveme usted por Dios, que tengo hijos” -le decía al Dr. Távara- pero, todo fue inútil: las heridas que recibió en el estómago eran mortales.

Según los que nos refirió el segundo comandante de la Esmeralda, señor Uribe, su buque tenía 203 tripulantes, inclusive la guarnición. De estos han salvado 47, luego han perecido 156.

El Huáscar no tiene que lamentar sino la irreparable pérdida del teniente Velarde. Los heridos son pocos: ninguno de ellos es de gravedad.

Recién el combate, encontrábamos con el teniente 1° don Pedro Rodríguez Salazar por el costado de estribor y, por el costado de babor al pie de la ametralladora al capitán de la guarnición don Mariano Bustamante y los señores Retes y Cucalón, cuando dando una bomba un rebote por babor y pasado por alto, nos bañó completamente de agua, atravesando al mismo tiempo muy cerca de los capitanes de navío Exequiel Otoya y Enrique Carreño y del teniente 2° Velarde y guardiamarina Villavicencio que estaban en la cubierta de popa formando un grupo. Al sentirse bañado el teniente Rodríguez Salazar, desenvainó súbitamente la espada dando un “¡Viva el Perú!”.

Al dar los espolonazos se cayó al agua hecho pedazos, el busto que el Huáscar, tenía en su proa el buque.

Durante los primeros tiros, permanecían en el puente el comandante Grau, su ayudante el teniente Diego Ferré y capitán de fragata señor Melitón Carvajal. El comandante Freire y los tenientes segundos Canseco y Santillana después de hacer sus tiros, asomábanse por los cubichetes o portas de la torre por la parte superior y sólo cuando una bomba rompió una de las de la izquierda, las cerraron.

En la base de la torre, el teniente don Carlos de los Heros con los guardiamarinas y el otro teniente señor Melitón Rodríguez, trabajaban con empeño y entusiasmo en hacer conducir los proyectiles. No contentos con esto, personalmente y en carretillas los llevaban en medio de gran entusiasmo. Los ayudaba con grande animación el señor Alfaro, contador del buque y que casi es víctima a consecuencia de un casco de bomba que estalló en el castillo de proa.

Una de las balas de cañón pasó tan cerca de la cabeza del 2° comandante del buque, que la corriente de aire le llevó la gorra.

Un casco de la bomba que penetró en la torre le hirió en el ojo izquierdo al artillero de preferencia Álvaro Trelles.

La Esmeralda, en el mismo instante e que se hundía, nos hizo fuego con uno de sus cañones de popa.

La confusión que reinaba en los últimos instantes, a bordo de esa corbeta, era grande. Tenían grupos de guarnición en su proa y popa,  y una de las veces que pasamos muy cerca de ella, vimos a muchos de sus soldados con el rifle en mano, pero que contemplaban asombrados las troneras de las torres.

Los oficiales de la Esmeralda, al hundirse su buque, estaban ya desnudos, pues habían comprendido que el hundimiento era inevitable.

Una vez, después del primer espolonazo, intentaron los enemigos abordar el Huáscar, pero les fue imposible a pesar de su mucha dotación. Unos pocos soldados cayeron muertos a nuestra cubierta y otros al mar a causa del fuego que les hizo nuestra guarnición y marinería por las portas de los cañones y cubichetes.

Los rifles de la guarnición chilena eran Comblay, y el resto de su armamento, como sus vestidos, lo mismo que los de los marineros, era de magnífica calidad.

De varios de los extranjeros marineros que tripulaban la Esmeralda, casi en su mayoría eran griegos.

Una de las bombas enemigas golpeó la driza de la bandera y cayó sobre cubierta, pero inmediatamente se la enarboló con otra nueva, sacando más de cinco balazos.

Durante lo más fuerte del combate, el señor Manuel Loaysa, antiguo y respetable vecino de Iquique y jefe de uno de sus cuerpos de la guardia nacional, vino a bordo con otros valientes, entre ellos un caballero inglés, y entraron a prestar sus servicios en la torre. A bordo se aplaudió a estos caballeros.

En el primer bote que arribó de tierra, instantes después de terminado el combate, vinieron los corresponsales de La Patria y El Comercio que habían presenciado el combate a bordo de un bote.

El capitán de la columna Constitución, de guarnición a bordo, señor Manuel Arellano, se portó muy bien durante el combate.

Averías del Huáscar

Todas ellas son de muy poca consideración, helas aquí:

Una bomba entró por la parte del último jardín de la aleta de estribor, rompió el casco de la obra muerta, esto es en la madera, rompió dos mamparas y salió por la aleta de babor penetrando al camarote del cabo timonel y rompió la puerta y los faroles que encontró a su paso.

En la torre

Dos bombas casi paralelas y a dos pulgadas de distancia y un pie más alto que la tronera del cañón de la izquierda. Han quedado ligeramente grabados los proyectiles y descascarando una o dos líneas de la plancha, y a dos pies y medio más abajo que los anteriores tiros y perpendicularmente, queda grabada otra bomba; 22 tiros de rifle, se ven las huellas del aplastamiento de los proyectiles y 30 ó 40 ligeras rasmilladuras de cascos de bombas que han quitado la pintura de la torre y rota una parte de la fogonadura correspondiente al cañón de la derecha.

En la torre del comandante, 5 bombas que sólo han quitado la pintura dejando la forma de los proyectiles.

Una bomba atravesó el guindaste del palo trinquete, atravesó así mismo el palo sobre la fogonadura, hizo allí el estallido, llevándose la brazola de la escotilla de proa, rompiendo con uno de sus cascos el mamparo que divide el tablado de la torre de la proa y produjo un incendio, que merced a la oportuna actitud del 2° comandante pudo extinguirse en su origen.

Otra bomba estalló en el castillo de popa.

Los dos palos de la cabría tienen uno, dos tiros que lo pasan uno a otro y el 2° uno que lo pasa y otro que ha roto todo uno de sus lados.

Los espolonazos produjeron un boquete como de dos pies en cuadro, al lado de babor y en la obra muerta.

La vita del castillo (del lado de babor) completamente destrozada y la de estribor muy maltratada, por una bomba.

En la obra muerta (de madera) del lado de estribor, 10 tiros de revólver, en la puerta del segundo jardín uno de bala rasa, y 29 de rifle; en el lado de babor, casi lo mismo y en toda la cubierta incrustadas muchas balas, casi todas Comblay.

En la chimenea, en su base 13 balas de rifle, una en el tubo de vapor del lado de estribor y el otro tubo casi destruido; 17 de rifle y dos de cañón en la parte alta.

La escala de la cubierta de popa, del lado de estribor rota, y algo averiado el compás alto de popa.

Las embarcaciones menores han quedado también algo averiadas, lo mismo que las jarcias de maniobra.

He aquí los nombres de los prisioneros chilenos:

O    Oficialidad: Señor Luis Uribe, teniente 1° y 2° comandante del buque; Francisco Sánchez, teniente 1°; Arturo Wilson, 2° teniente; guardiamarinas Vicente Zegers y Arturo Fernández; subteniente de la guarnición Antonio D. Hurtado; contador señor Óscar Goñi; médico Dr. Cornelio Guzmán; practicante señor Germán Segura y D. Agustín Cabrera, pasajero de nacionalidad chilena, que había venido últimamente de Valparaíso y aguardaba el vapor del norte para pasar al sur.

O    Tripulantes y guarnición: Pedro Stamatópolo, de nacionalidad griega, fogonero; Gumerciado Basarde, soldado; Estevan Barrios, marinero; Pedro Haro, marinero; José Lemes Rodríguez, mozo de cámara; Ramón Rodríguez, guardián; Benjamín Reyes, marinero 1°; José Alarcón, patrón de botes; Wenceslao Vargas, grumete; Tomás Blacópolo, gaviero griego; José Monsalve, marinero 2°; Luis Ugarte, ídem; Miorle Yanque Casanove, ídem; Adrián Guzmán, grumete; Mercedes Álvarez, ídem; Eduardo Cornelio, noruego, timonel; Serafín Romero, marinero; Andrés Panés, fogonero; Desiderio Rodríguez, ídem; Alejandro Díaz, marinero 1°; Vicente Dávila, condestable; Pedro Manríquez, marinero 1°; Angelio Bonas, gaviero griego; Charles Moor, ídem; José Luis Barrera, ídem; José Donayres, fogonero; Roso bartolomeo, ídem; Elías Aranguíe, timonel; Nicanor Navas, soldado; Constantino Miearvi, contramaestre 1°; Manuel Díaz, soldado; Santiago Salinas, grumete; Juan Francisco Mansilla, soldado; Demetrio Jorge, gaviero; José Mercedes Gutiérrez, marinero 1°; Agustín Guaguargu, ídem; José Muñoz, guardián; José Vicente Vergara, soldado; Matías Matamala, guardián; Zacarías Bustos, marinero 2°; Luciano Bolar, grumete; José Manuel Meneses, mayordomo de oficiales; Francisco Vargas, mecánico; Tomás García, marinero 2°; Nicasio Valenzuela, soldado; Agustín Coloma, grumete.

O    Heridos: Sargento 2° Juan de Dios Aldea; Antonio Barrera; Arsenio Canac, fogonero; Francisco Ugarte y Bartolo Ramos.

O    Oficiales muertos: El 1° comandante del buque, capitán de fragata Sr Arturo Prat; teniente 2° Ignacio Serrano; guardiamarina Eduardo Requena y Soldado Anastasio Canave.

    Los dos primeros murieron a bordo del Huáscar, lo mismo que dos marineros y un soldado.

O    Heridos a bordo del Huáscar: El comandante de la torre, capitán de corbeta Sr. Ramón Freire, levemente en la pierna izquierda; soldado Anacleto Alarcón con pequeños fragmentos de bomba, en la cara y en las espaldas; José María Estepa, en la tetilla izquierda; Manuel Cárdenas en la espalda; Basilio Chávez, en la frente; Manuel Pineda en el pie derecho; Álvaro Trelles, en la ceja. Total, siete y un muerto.

Después del combate

Después del combate salimos en persecución del Covadonga, pero se encontraba ya a mucha distancia y tuvimos que regresar a prestar los auxilios a los náufragos de la blindada Independencia que, como saben ya nuestros lectores, estaba varada en Punta Gruesa y cuyos datos damos al ocuparnos del combate de dicha nave.

Muy tarde zarpamos del lugar del siniestro, trayéndonos parte de los náufragos y dejando en Iquique a los prisioneros, heridos y muertos chilenos y zarpamos en la noche con rumbo afuera.

Jueves, mayo 22. En la mañana de hoy estuvimos en Pisagua y después de permanecer ahí una media hora, zarpamos con destino a Iquique con el Chalaco, que había llegado momentos antes de Arica.

Tres horas después llegamos a dicha rada y permanecimos hasta por la noche, recogiendo varios oficiales que por lo rápido del viaje y por no estar a bordo en el instante preciso de la partida los dejamos ahí.

Dos lanchas que tenían los chilenos con carbón  han sido llevadas a tierra y después de sacar el combustible, las han echado a pique.

Con bastante solemnidad fueron llevados hoy al cementerio de Iquique los restos mortales del Sr. Jorge Velarde. Se le enterró con todos los honores del caso y asistieron varios oficiales del buque.

La blindada Independencia no llegó a quemarse del todo y aún existen 4 de sus cañones pequeños y el Vavasseur sobre su cubierta. Un italiano pescador pide que le den 500 soles y los lleva a Iquique.

Iquique, mayo 23. Anoche llegó a Pisagua, por tierra, la división boliviana del general Villegas y el Oroya llegó también de dicho puerto.

Esta noche zarparemos para regresar mañana, pero como quizá volvamos tarde y no alcance el vapor, despídome de usted, señor director, hasta la próxima oportunidad.

Julio Octavio Reyes


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CIENCIA Y TECNOLOGÍA

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