- Fecha de publicación: 01/10/2015.
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Página de Marina
UNA ENSEÑANZA PARA TODA LA VIDA…
Gerard Novión Baisier*
R
ecuerdo que era un día sábado en la mañana
del mes de agosto del año 1999. Recién
despertaba en mi camarote del casino de oficiales
de Castro después de una salida con mis carretas
el día anterior. Unos minutos más tarde, mi
Segundo Comandante, el Subteniente Eduardo
Oelckers llama a mi puerta y entra para “echar
el pelo” y comentar las tonteras que habíamos
hecho en la noche anterior. Éramos Subtenientes,
a veces nos llamábamos “los inmortales” y
también los “Virreyes de Castro”. Nos creíamos
los emperadores de la ciudad, pues imagínense
tener no más de 23 años y ser comandante y
segundo comandante de un
buque (para nosotros era un
buque, no una lancha), por
otra parte ser considerado
como autoridad local
para ceremonias, eventos
locales y además estar
con al menos un grupo de
siete subtenientes más,
entre ejecutivos y litorales,
quienes juntos tomábamos
el control de las discotecas,
pubs y restaurantes.
Preparándonos para el
gran evento
Ese día nos preparábamos para hacer un
gran evento en el casino, el cual llevábamos
organizando hace bastante tiempo atrás con los
oficiales de la Gobernación Marítima de Castro,
de la ex “Cirujano Videla” y de la LPC “Grumete
Díaz”, destacando que a dicho evento asistiría
un selecto grupo de amigas locales a quienes
habíamos conocido hace un tiempo atrás y
que por supuesto había mucho interés en su
concurrencia.Recuerdo que pusimos una cuota de diez mil
pesos por persona, lo cual para la época era un
* Capitán de Corbeta.
Una narración basada en hechos reales ocurridos en el año 1999 durante el desempeño del
autor como Comandante de la LPC “Grumete Salinas” con puerto base en Castro, Chiloé.
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monto bastante alto, sin embargo no fue problema
para nadie, en atención a que queríamos que el
evento fuera realmente bueno y que no faltara
nada; y por supuesto, de alguna manera, poder
impresionar a las “chiporras” que venían.Ya con los recursos necesarios recolectados,
nos dividimos las responsabilidades y partimos
al supermercado “Becker” a comprar todos los
comestibles y naturalmente los bebestibles,
considerando al menos tres botellas de ron
“Bacardi Limón”, el cual era muy apetecido
por todos y había llegado recién a la ciudad
de Castro.
De regreso con las compras en el casino,
miraba continuamente mi reloj. Quería que todo
estuviera perfecto y que llegaran las invitadas,
especialmente una, de nombre María Ángeles
que era española y que me gustaba mucho.
Recuerdo que sentí entre nerviosismo y ansiedad,
y por supuesto que se me notaba mucho, tanto
que mi carreta, el Subteniente Claudio Aguirre,
me comentó que estuviera tranquilo y que ya
iban a llegar.Finalmente, todo perfecto, la comida lista, el
hielo y los vasos listos para el mejor ron Bacardi
Limón de Castro, todos muy bien vestidos y
con el mejor perfume y esperando solamente
la llegada de las invitadas, cuando de pronto
suena mi teléfono. Era el oficial de servicio de la
Gobernación Marítima quien me comenta: “Hay
que evacuar a una persona en Quellón, alístese
para zarpar de emergencia.”
Murphy al ataque
¡No lo podía creer!
Intenté buscar soluciones
alternativas, con lanchas
locales, con medios
alternativos, incluso con
Carabineros para que hicieran
la evacuación, sin embargo,
todo se fue al “chute” cuando
recibí un nuevo llamado del
oficial de servicio quien me
informó que la persona
que tenía que rescatar se
encontraba en la localidad
de Inío, un pequeño poblado
al sur de la isla de Chiloé, sin acceso terrestre y
que por su único canal de acceso, era imposible
enviar a otro buque por restricciones de calado,
considerando a la vez, que el helicóptero no se
encontraba disponible. La frustración se agudizó,
la rabia aumentó y sólo me quedaba la esperanza
de que la noticia fuera una broma de mal gusto
de los oficiales. En ese momento, le informé a
mi segundo comandante quien reaccionó igual
que yo y me dijo: “Mi comandante, y,¿hay algo
que podamos hacer para sacarnos esta chiflota?”
ante lo cual mi respuesta fue instantánea: “¡No!,
al parecer Murphy nos atacó por la espalda.”
En ese momento, subimos a nuestros respectivos
camarotes, nos pusimos el buzo de combate
y luego nos despedimos de nuestros carretas
quienes con una irónica sonrisa y sarcásticas
bromas, nos desearon buena mar, destacando
que uno de ellos, antes que saliera de la puerta
me gritó: “¡Tranquilo carreta, yo te cuido a la
española!”. Mi rabia y frustración llegaron a su
máxima expresión. No había nada que hacer,
ante lo cual subimos al auto y partimos a la
Gobernación Marítima. Recuerdo que ya avanzadas
un par de cuadras, miré por el retrovisor del auto
y pude ver en la lejanía a un grupo de mujeres
en la puerta del casino. ¡Habían llegado justo
después de nuestra partida!
Al llegar a la Gobernación, nos embarcamos
rápidamente y mientras realizábamos faena
de combustible y agua, el oficial de servicio,
el Teniente 2º LT Cristián Astorga me comentó
que mi misión era evacuar a una persona que
se encontraba en Inío con un problema médico,
PÁGINA DE MARINA: Una enseñanza para toda la vida...
nCiudad de Castro, Isla de Chiloé.
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para lo cual era necesario que embarcara
adicionalmente a personal médico y enfermero
del ex “Cirujano Videla”. En ese momento pensé
que aún podría ser una broma de parte de los
oficiales y mis aún latentes sentimientos de rabia
y frustración no me querían convencer de que
lo que estaba pasando era real, sin embargo,
todo se aclaró cuando al cabo de unos minutos
mi segundo comandante me informa que había
llegado el personal médico para embarcarse.
Irónicamente sólo me pude imaginar todo el
despliegue naval para evacuar seguramente a
un abuelito que había tomado unas cervezas de
más y se había caído en el bar del pueblo…
Mi segundo comandante me informa que está
todo listo para el zarpe y, con una voz resignada
y frustrada le comento: “¡Remo Segundo, larga
todo! ¡Nos vamos!”.
¡Era un hecho!,habíamos zarpado desde Castro
con rumbo a Inío. Sólo podía pensar en el evento
que nos habíamos perdido y no podía dejar de
imaginarme a esa linda española rodeada de mis
carretas siendo totalmente “embolada”. ¡Sería
todo!, pensé…
La navegación fue inicialmente tranquila,
pasando por los canales Lemuy y Yal para luego
ingresar al Golfo Corcovado y continuar directo
a Quellón y posteriormente a Inío. Recuerdo
que durante la tarde mientras cruzábamos
el Golfo, le comenté lo sucedido a parte de
mi dotación y al personal médico. No hubo
comentario, asumo que todos ese día tenían
algún compromiso similar, y al cabo de unos
minutos mi ingeniero de cargo, el S2º (Mc.El.)
Luis Navia Sandoval me comentó sonriendo: “Mi
comandante, ¡todo es por algo! y si a la chiporra
española se la embolan, no era para Ud. No
trate de forjar el destino que la Marina le puso
hoy”. Tal vez en ese momento, esas palabras no
influyeron mucho en mi aún viva frustración,
pero sí fueron un consuelo inmediato.
Ya próximos al arribo a Inío, calculamos la
plea mar para poder hacer ingreso por el canal
de acceso. No teníamos mucho tiempo, sólo 2
horas para ejecutar la evacuación de la persona
(según yo, un abuelito curado con cerveza). Las
condiciones de mar no eran buenas, destacando
que para ingresar a dicho canal era necesario
encarar el Guafo, para luego navegar con una
sonda pareja de cinco metros de profundidad
y con una ola atravesada de aproximadamente
3 metros, todo lo anterior a máxima velocidad
disponible (21 nudos) debido a la emergencia y
horarios de la plea. Lo anterior asustó bastante
al personal médico a bordo, que incluso me
hicieron comentarios para evaluar si realmente
podíamos llegar a la locación, recibiendo como
respuesta de mi parte que no se preocuparan
que faltaba poco.
Finalmente logramos hacer ingreso por el
canal y mientras fondeaba la lancha, el equipo
médico se alistó para desembarcar vía bote de
goma. Recuerdo que antes de desembarcar, le
hice el siguiente comentario al médico: “Oiga
Doc., ¡traiga al abuelito rápido no más!”, ante lo
cual sonrió y procedió a desembarcar.
Las sorpresas no terminan
No pasó más de una hora cuando nos solicitaron
ir a buscarlos a la playa. Cuando llegaron a bordo
de regreso, no lo podía creer. Venían con una mujer
de unos 30 años, con 38 semanas de embarazo,
con síntomas de parto y posibles complicaciones
por ser diabética. En ese momento sólo se me
vino a la cabeza zarpar inmediatamente e intentar
llegar a Quellón lo antes posible. Recuerdo que
entre los ocho tripulantes de mi dotación la
ayudamos a embarcar por la única escala de tojino
a popa, con el temor que pudiera adelantarse el
parto producto de algún esfuerzo que hiciera.
Afortunadamente todo salió bien y la llevamos
a mi cama, lugar en donde se instaló el equipo
médico, objeto prepararse para un posible parto.
Zarpamos de emergencia, y a máxima velocidad
disponible logramos salir del canal, para luego
realizar la misma ruta de regreso. Le dispuse a
mi segundo comandante tomar el control de la
navegación y me establecí en mi camarote para
apoyar en lo que fuese necesario. Recuerdo que
al ver a la mujer, pude imaginarme un parto
natural a bordo de mi lancha y ¡más encima en
mi cama! ¡Algo inédito para mi historial! pensé…
De pronto la mujer comenzó a gritar de dolor
y mientras el personal médico le suministraba
calmantes y se preparaba para un posible parto,
sólo atiné a tomarle la mano derecha y decirle:
“No te preocupes, estás en buenas manos y todo
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saldrá bien”, ante lo cual abrió sus ojos, me miró
fijamente y me sonrió. Creo que ese acto, sumado
al momento y a la adrenalina que podíamos
sentir todos los que nos encontrábamos en ese
lugar, me hizo entender la importancia de la
misión que me habían dado, la responsabilidad
que tenía en mis manos y que no podía fallar.
Todos mis sentimientos de frustración y rabia
se esfumaron en ese momento.
Sólo faltaban 40 minutos para el arribo a Quellón
cuando nos dimos cuenta que al parecer había
roto la bolsa y estaba sangrando, ante lo cual
comenzó el trabajo de parto. El personal médico
había intentado preparar el lugar como mejor
se podía, sin embargo había serios riesgos y no
contábamos con el equipamiento necesario para
un parto. En ese momento, la mujer comenzó
nuevamente a gritar y tomándole la mano le
dije: “No te preocupes, ellos saben lo que hacen y
todo saldrá bien, ya falta poco para llegar”, por lo
que nuevamente me miró y sonrió.Los segundos se transformaron en horas y la
espera fue agotadora, hasta que finalmente mi
segundo comandante informó que estábamos
entrando a Quellón y que podía ver una
ambulancia en el muelle.
Efectuamos la maniobra de atraque y entre
toda la dotación, más el equipo médico, pudimos
desembarcar a la mujer, quien afortunadamente
había aguantado su parto hasta llegar.
Recuerdo que una vez se fue la ambulancia del
muelle, nos juntamos en la toldilla de la lancha
y nos abrazamos todos, exclamando “¡Misión
cumplida!”.
La satisfacción del deber cumplido
Durante el viaje de regreso a Castro, no podía
dejar de pensar en lo que habíamos hecho y
tuve un sentimiento de plena satisfacción y
alegría por el deber cumplido. Lo que había
pasado, era una experiencia increíble y recuerdo
que di gracias a Dios por haber permitido que
todo saliera bien. Ese día había aprendido una
lección de vida y sin lugar a dudas pude darme
cuenta de lo insignificante que habían sido mis
sentimientos negativos en comparación con lo
que ahora había ganado.
Dos meses después de lo acontecido, recibí un
llamado de la guardia de la Gobernación Marítima
que tenía una visita. Extrañado fui a ver quién era
y me encontré con la mujer y su hijo en brazos.
Me dio un fuerte abrazo, me mostró a su hijo y
me dijo: “Quise venir en persona a mostrarle a mi
hijo. Sin su ayuda, él no estaría aquí…” y me dio
un paquete con unos chocolates caseros que ella
había hecho. Me sentí totalmente feliz y regresé
a mi lancha a contarles lo sucedido a mi dotación
y compartir los ricos chocolates caseros. Fue una
sensación plena, completa e intensa que estoy
seguro que en muy pocas ocasiones, alguien
puede vivir y sentir.
Dos años más tarde, me casé con la “española”.
PÁGINA DE MARINA: Una enseñanza para toda la vida...
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