Por BRAVO VALDIVIESO, GERMÁN .
Cuando el sargento Juan de Dios Aldea Fonseca acompañó al comandante Arturo Prat en el heroico abordaje al Huáscar, no saltó hacia el buque peruano, saltó hacia la gloria y la inmortalidad. Desde su puesto de guardia de bandera en la Esmeralda, la virtud más preciada del ser humano, como es la lealtad, lo hizo acompañar a su jefe hasta más allá de la muerte.
In the heroic boarding of the Huascar, when Sergeant Juan de Dios Aldea followed Commander Arturo Prat, he did not just board the Peruvian ship, he leaped into glory and immortality. From his post as flag-guard on the Esmeralda, he displayed the most precious human virtue, loyalty, when he decided to join his Captain thru death and into eternity.
Cinco años después que viera la luz el niño Arturo Prat Chacón, no lejos de su hogar de Ninhue, en la misma provincia de Ñuble, venía al mundo, en un humilde hogar, Juan de Dios Aldea Fonseca en 1853.
El pequeño Juan de Dios tuvo un hogar de modesta condición; su padre don José Manuel Aldea era maestro y luego director de una escuela gratuita de niños que mantenía la comunidad franciscana. Su madre fue doña Úrsula Fonseca.
Su infancia transcurrió junto a su abuelo homónimo y a su abuela María Antonieta Contreras, familia patriarcal y modesta que concentró su afecto en el nieto que era un muchacho simpático, retraído, guapo y orgulloso.
Al cumplir los ocho años fue matriculado en la misma escuela de la comunidad franciscana que dirigía su padre, donde se distinguió por su excelente caligrafía, cualidad muy preciada en la época si se considera que era indispensable para escalar posiciones y buena remuneración para cualquier tipo de empleo.
Pero la administración pública y el comercio no estaban en las miras ni en los deseos de Aldea, sino que soñaba con los ejercicios militares, los cuales prefería a sus estudios. Con su habilidad, de un palo fabricaba un fusil de juguete y de un tarro, un tambor.
En 1865, durante la guerra con España, Aldea tenía 12 años y su padre lo había autorizado para irse a vivir al campo junto a una tía. Al conocer las noticias que llegaban de las acciones navales que se desarrollaron, se despertó su entusiasmo por la carrera de las armas y, como una premonición de su glorioso sacrificio, combatía con otros niños con espadas de madera, fabricadas por ellos mismos, en los supuestos abordajes.
Una muestra de su personalidad quedó demostrada por el diario La Discusión de Chillán, en que, semanas después del combate de Iquique, recogió una anécdota, contada por algunos de sus compañeros, la que demuestra la fuerza de su carácter, cuando solamente contaba con 16 años:
Durante una reunión política en la cual se hizo presente que solamente podían asistir personas calificadas, entre las que no figuraba, por supuesto, el imberbe muchacho, Aldea, molesto por que se le hiciera salir exclamó: Pues si nosotros no somos personas calificadas, tenemos, en cambio harto ánimo y buenos puños para suplir la falta de calificaciones y sostener nuestras ideas.
La guerra con España había forjado en Aldea su deseo de ingresar a la Armada.
La situación limítrofe internacional había hecho que el previsor presidente Federico Errázuriz Zañartu decidiera la construcción de los blindados Cochrane y Valparaíso en Inglaterra; pero los buques necesitaban ser tripulados y sus dotaciones requerían de una preparación acorde al salto que daba la marina al adquirir naves modernas. Esto sucedía en 1872.
Para llenar las vacantes, la Armada creó “comisiones de enganche” que recorrían el territorio nacional ofreciendo ingresar a la institución.
En la pueblerina vida chillaneja, el joven Aldea, que entonces contaba con 19 años de edad, había obtenido un empleo de cocinero, cuando en el mes de julio llegó una comisión de enganche, presidida por el capitán Gabriel Álamos.
Aldea, furtivamente, desapareció de su casa paterna para presentarse a la comisión de enganche y enrolarse, voluntariamente, en un regimiento de Artillería de Marina recién creado.
Llamó la atención del grupo que examinó a los postulantes el temperamento, la personalidad y la presencia de ánimo de este adolescente que buscaba seguir la carrera de las armas.
Aprobado, sin observaciones, por la comisión de enganche, su ingreso fue registrado en la Armada con fecha 1º de agosto de 1872 entre los nuevos reclutas, figurando su nombre en primer lugar, debido a que estaba confeccionada por orden alfabético. Desde su inicio y durante toda su carrera perteneció a la primera compañía del batallón de Artillería de Marina.
El espíritu guerrero que animaba a Aldea lo demostró en su corta carrera naval poco después de conocer la declaración de guerra contra el Perú y Bolivia, escribía a su esposa que deseaba “batirse con los enemigos de la patria y efectuar las valientes proezas que imaginaba y acariciaba desde niño.”
Durante los años 1872 y 1873 se desempeñó en Valparaíso, ascendiendo a cabo segundo el 11 de mayo de 1874, siendo destinado al grupo de instrucción del batallón.
Preocupada la Armada por completar las dotaciones de los nuevos blindados, mientras la crisis con Argentina no parecía tener solución, Aldea fue destinado, en 1874, a Valdivia, como parte de una comisión extraordinaria de enganche.
En junio de 1875 fue destinado a reforzar la guarnición local de la aislada población de Punta Arenas, donde estuvo solamente casi dos meses, pues en el mes julio se encontraba nuevamente en Valparaíso.
El año 1876 iba a ser de gran importancia para el futuro héroe de Iquique, pues con fecha 1 de enero ascendió a cabo primero y pronto contrajo matrimonio con doña Remigia Segovia, con quien tuvo un hijo: Julio Aldea Segovia.
El 1 de enero de 1877, Juan de Dios Aldea recibió las preciadas jinetas de sargento segundo, cuando solamente contaba con 26 años de edad.
El hecho de haber alcanzado este grado, el último en su corta trayectoria náutica, pues el combate de Iquique troncharía su vida cuando aún lo detentaba, habla muy claro de su capacidad y condiciones para la carrera que había elegido. Tan solo habían transcurrido cinco años desde su ingreso al servicio naval.
En el mes de junio fue destinado a cargo de la guarnición de la corbeta Chacabuco.
Este trasbordo constituye la primera destinación de Aldea a un buque de guerra, pues, como hemos visto, hasta ese momento su carrera profesional había transcurrido como instructor, formando comisiones de enganche y su escaso tiempo en Punta Arenas.
No fue muy larga la estadía de Aldea en la corbeta Chacabuco, pues sus reconocidas condiciones como formador de las nuevas promociones, decidieron a la autoridad naval a transbordarlo, en febrero de 1878, al pontón Thalaba, que se encontraba fondeado en la bahía de Valparaíso, como instructor.
Se trataba de una barca de 940 t, cuya historia se remontaba a la guerra con España. Su captura había sido realizada por un bote que lo tripulaba el entonces teniente 2º Arturo Prat Chacón, en 1865, y destinada como pontón, funcionando en ella la Escuela de Aprendices a Marineros.
Al iniciarse el crucial año de 1879, Aldea fue nombrado jefe de la guarnición de la Intendencia de Valparaíso.
Hundimiento de la Esmeralda - Óleo de Thomas Somerscales
Si bien, para el sargento segundo Juan de Dios Aldea todos los anhelos que había abrigado desde niño, de pelear por su patria, no se habían visto realizados a pesar de la precaria paz que vivía Chile, con problemas con tres de sus vecinos, y que su vida naval había transcurrido principalmente como instructor, su último trasbordo sería al buque que lo llevaría a la gloria y conocería al comandante, a quien pudo darle la más viril y completa prueba de lealtad, al acompañarlo en su inmolación.
El 5 de abril de 1879 fue transbordado a la vieja corbeta Esmeralda, pero aún no se juntaría con Prat, pues la comandaba otro héroe que se distinguió en las campañas navales de la guerra que empezaba, el capitán de fragata Manuel Thomson.
Ese mismo día 5 de abril, aniversario de la batalla de Maipú, en que Aldea cumplía su trasbordo a la Esmeralda, el blindado Blanco Encalada recalaba al puerto de Iquique y Arturo Prat recibía, del almirante Williams, la misión de bajar a tierra y notificar a las autoridades peruanas el bloqueo.
El plan del almirante Williams, de bloquear con la escuadra chilena el puerto de Iquique para obligar a su congénere peruana a abandonar la seguridad que le daban las defensas de El Callao y presentar combate, fue un fracaso, y ante la presión de la opinión pública y de las autoridades superiores del gobierno, decidió atacar a los buques enemigos en su base.
El plan consideraba, además, mantener el bloqueo de Iquique, para lo cual destinaría los dos buques, casi inservibles, que no eran aptos para su aventura a El Callao, estos eran la corbeta Esmeralda y la cañonera Covadonga.
Un tercer acompañante del bloqueo era el transporte Lamar, de 762 t y que no tenía valor militar alguno ni portaba armamento.
Williams dejaría en el puerto, a cargo del bloqueo, a dos comandantes que no eran de su predilección, uno era el capitán de fragata Arturo Prat, a quien ya había rechazado en Valparaíso para integrarlo a la escuadra, cuando se lo había solicitado Eulogio Altamirano y el otro era el capitán de corbeta Carlos Condell, a quien lo consideraba indisciplinado.
Antes de zarpar, “en busca de la gloria,” como denominó la aventura Williams, entregó el mando de la corbeta Abtao, que comandaba Carlos Condell, a Manuel Thomson, éste le entregaba a Arturo Prat la corbeta Esmeralda y Condell se hacía cargo de la cañonera Covadonga.
Hasta el día de hoy es un misterio saber qué llevó al almirante a intercambiar los mandos entre los tres buques, y la única explicación atendible es la aversión que sentía por los dos comandantes que dejaría en Iquique. En efecto, si para la misión suicida que debía realizar la Abtao en el proyectado ataque al Callao se requería un jefe sereno y reflexivo, nadie mejor que Prat. Si por el contrario Williams deseaba un jefe audaz, Condell era quien mejor cumpliría el rol.
Así llegaba Arturo Prat a comandar el buque en el que tantas veces había servido y que lo llevaría a la inmortalidad.
No existen antecedentes si Prat y Aldea se conocieron antes en su carrera naval; pero hay constancia que no habían servido, contemporáneamente, en una misma destinación. El destino los unió en Iquique para alcanzar juntos la gloria.
La marina chilena se regía, en la época, aún por las viejas ordenanzas navales españolas, las cuales contemplaban que durante el combate debía haber un hombre que hiciera la “guardia de bandera.”
Se trataba de evitar que durante el fragor del combate, por miedo, cobardía, nerviosismo o por cualquier otro motivo, algún miembro de la tripulación pudiera arriar el pabellón, lo que era signo de rendición y significaba parar el fuego. Este cargo debía desempeñarlo un hombre de probada lealtad y energía y solamente podía recibir la orden del comandante del buque.
Al organizar su zafarrancho de combate, Arturo Prat nombró al sargento Aldea como guardia de bandera.
La Esmeralda, la Covadonga y el Lamar quedaron en Iquique manteniendo el bloqueo. El último carecía de valor bélico y el estado de las otras dos naves chilenas era deplorable.
No obstante, la situación crítica en que se encontrarían en el caso de recibir la visita de los buques enemigos, Prat y Condell se dedicaron a planificar la mejor defensa que podrían presentar si eran atacados.
A las cinco de la madrugada del 21 de mayo, comenzaba a disiparse la neblina que cubría la costa. Esa noche la Covadonga hacía la ronda por la boca de la bahía.
Alrededor de las seis el vigía de la Covadonga divisó los humos de las naves enemigas, y como había tripulantes que habían servido en ellas, fueron rápidamente reconocidas.
El comandante Prat hizo tocar zafarrancho de combate y desde la toldilla de la Esmeralda arengó a la tripulación, mientras el sargento Juan de Dios Aldea, muy cerca de él, hacía la guardia de bandera. Al transporte Lamar se le hicieron señales para que huyera al Sur.
Prat había analizado todas las acciones posibles y maniobró para colocar a la Esmeralda entre el Huáscar y la ciudad de Iquique, en forma tal que el buque peruano no pudiera disparar libremente sobre su adversario, pues los proyectiles podían caer sobre la población peruana. Durante una hora y media, la impericia de los artilleros peruanos hizo que ninguno de sus disparos de 300 libras hiciera impacto, los proyectiles pasaban alto y caían en la población. La Esmeralda contestaba con sus cañones lisos de 40 libras, cuyos tiros rebotaban en la coraza de buque enemigo sin producirle daño alguno.
Los peruanos emplazaron una batería de cañones terrestres en la costa para disparar contra la Esmeralda, aprovechando la cercanía de ella a tierra.
Un artillero alcanzado, al ver correr su sangre gritó: “¡Viva Chile!” el corneta Gaspar Cabrales, que era tan solo un niño, asustado, se acurrucó junto al palo mesana para protegerse, pero el sargento Juan de Dios Aldea, al verlo, le propinó un puntapié diciéndole: “Cobarde, anda a pararte junto a tu comandante.”
Prat, al verse atacado por dos flancos ordenó cambiar de fondeadero, para esquivar los cañones de tierra, y la corbeta se arrastró pesadamente a un punto 1.000 m al norte de la ciudad y a 250 m de costa, lugar donde encontraría su tumba definitiva.
El movimiento realizado por el buque chileno hizo que Grau decidiera atacar con el espolón. El Huáscar se lanzó a toda máquina contra la débil corbeta, a la vez que toda su artillería disparaba a “toca penoles.” Prat, al ver venirse el monitor encima, alcanzó a hacer virar a la Esmeralda en forma que recibiera el impacto en la aleta de babor, muy cerca de donde se encontraba él con Aldea. De esta forma, debido a la curvatura que tienen los buques en ese sector, haría el golpe menos destructor.
En el momento en que la Esmeralda recibió el terrible impacto, el ruido de los cañones era ensordecedor y la situación en la cubierta caótica, por lo que el grito de Prat, repetido tres veces, ordenando saltar al abordaje, solamente fue escuchado por sus más cercanos tripulantes que eran el guardia de bandera Juan de Dios Aldea y el soldado de la guarnición Arsenio Canave (Encina, 1952). Cuando el comandante buscó al niño corneta Gaspar Cabrales para que tocara “al abordaje,” éste yacía sin vida, pues una granada del monitor le había arrancado la cabeza.
La tripulación del Huáscar combatía parapetada tras las troneras, la cubierta se hallaba vacía y cerrados todos los accesos a torretas y escotillas, solamente las trompetillas de los fusibles sobresalían apuntando a los heroicos atacantes.
El primero en caer fue el sargento Aldea, que seguía a su comandante cuando fue acribillado a balazos; apoyándose moribundo en el palo trinquete del monitor, después de haber recibido más de 12 heridas, se sentó en una bita desde donde continuó disparando con su rifle a los enemigos que lo querían tomar prisionero y profiriendo palabras entrecortadas. Exánime fue recogido y llevado a popa para ser curado, no permitiendo que se le suministrara cloroformo.
Prat alcanzó a recorrer algunos metros hacia la torre de mando y al llegar a ella lo alcanzó un tirador oculto; aunque gravemente herido alcanzó a mantenerse un instante con una rodilla sobre la cubierta, pero un marinero peruano salió de la torre de combate y le descerrajó un balazo en la frente.
Óleo desembarque del cuerpo de Prat
Al atardecer del 21 de mayo, los cadáveres de Prat y Serrano fueron desembarcados en un bote del Huáscar y dejados en el muelle de Iquique, en compañía de un agonizante sargento Aldea, como si este héroe velase aún por el reposo de sus jefes muertos.
De este sitio fueron recogidos y colocados sobre unos carritos que usaba la aduana para transportar mercaderías. Dos soldados peruanos hacían guardia sin impedir acercarse.
Aldea, mientras permaneció en el carrito de carga frente a la aduana, sufría horribles dolores y pedía agua; entonces fue cuando el señor Adolfo Gariazzo, ciudadano italiano y dueño de una de las farmacias de Iquique, se acercó y se la proporcionó mezclada con coñac.
Gariazzo vio en el carro a un herido de la dotación de la Esmeralda y le preguntó su nombre. El herido vestía su uniforme completo de sargento segundo y se hallaba cara al cielo, puesta la gorra y caída la visera sobre el enérgico y contraído rostro. Un grupo de curiosos le pidieron que identificase el cadáver de Prat, que se encontraba tendido junto a él, Aldea volvió la cabeza y dijo acongojado: “¡Ese es el comandante!” Fue la última vez que el fiel y leal sargento vio a Prat antes de entrar a la eternidad.
Don Adolfo Gariazzo, acompañado de los señores Hilario Maino, José Picconi y José Palmeri, lo colocaron sobre una camilla y lo acompañaron al hospital. Aldea tenía múltiples heridas de bala en el cuello, brazo izquierdo, pierna derecha, etc. El peligro de una gangrena era grande y los médicos decidieron que debía amputarse el brazo y la pierna heridos, pero debido a la cantidad de sangre que había perdido, solo se atrevieron hacerlo con el brazo. Aldea luchó bravamente por su vida, pero el día 24 de mayo falleció.
El ciudadano español Eduardo Llanos, hombre humanitario y piadoso que había vivido largo tiempo en Chile, preocupado que los restos de los oficiales chilenos fueran a parar a la fosa común, comenzó su búsqueda en la noche del 21 de mayo. Finalmente ubicó los cuerpos de Prat y Serrano en el hospital y procedió a darles sepultura al día siguiente, sufragando todos los gastos que ello significó.
Dos años más tarde, fue posible identificar los restos del valeroso sargento. Se encontraba en una fosa común, donde fue necesario remover 110 cadáveres para ubicarlo.
Era el 1º de junio de 1881 y en su cuello aún colgaba un escapulario de la Virgen del Carmen, unido a una pequeña medalla que se había repartido, en Valparaíso, a los soldados del ejército y de la armada antes de partir a campaña.
Fue trasladado al monumento a los héroes que se levanta en Valparaíso, donde hoy reposan sus restos.
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Texto elaborado para ser leído en la vigilia de oficiales efectuada el 20 de mayo de 2019, a bordo de la fragata Almirante Condell. Basado en gran parte en el siguiente artículo histórico: González Valencia, Andrés J. (2014) “Quilpué y lo que sobrevino tras la muerte del Contra-Almirante Don Carlos A. Condell de la Haza”. Boletín Histórico de la Sociedad de la Provincia de Marga-Marga, Volumen N° 10.
Fortis Atque Fidelis, ha sido el lema del Cuerpo de Infantería de Marina desde sus comienzos. Ha servido de distintivo i...
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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