Revista de Marina
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  • Fecha de recepción: 13/07/2023
  • Fecha de publicación: 31/12/2023. Visto 501 veces.

Hernán Cubillos Sallato, destacado ministro de relaciones exteriores que tuvo nuestro país durante el siglo XX, además de ser un empresario, era un experto yatista; en su velero Caleuche, de la clase Swan, construido en al astillero Nautor de la ciudad de Pietrasard, Finlandia, en el que corrió múltiples regatas.

Cubillos fue uno de los fundadores del Club de Yates Higuerillas de Viña del Mar y participó en la instalación de la Cofradía Náutica del Pacífico Sur en Algarrobo.

Esta historia sucedió alrededor del año 1982 cuando Hernán invitó a su amigo y socio, Fernando Bravo Valdivieso, para ir a buscar al Caleuche a Puerto Montt y navegar hasta el club de la Cofradía Náutica el Pacífico Sur en Algarrobo.

Hernán, como buen y experimentado marino, planificó la navegación hasta sus más mínimos detalles: hora de zarpe, ruta a seguir, condiciones del viaje, guardias, etc. Las faenas correspondían a él y a sus tripulantes, todos avezados yatistas, mientras Fernando era un pasajero invitado a disfrutar de una tranquila navegación, según se pensaba. Zarparían un día viernes para arribar a la Cofradía Náutica del Pacífico Sur en Algarrobo, el domingo, donde los esperarían sus esposas a la hora del aperitivo para almorzar juntos y dirigirse después a Santiago.

Fernando era un gran amigo de Hernán, pero era una persona de ”tierra adentro”, aunque habían realizado algunas cortas travesías por la costa; prefería ser como aquellos que gozan mirando el mar desde la orilla.

Ambos viajaron por tierra a Puerto Montt y en Calbuco abordaron al Caleuche para iniciar la travesía.

El zarpe por el canal Chacao auguraba una buena navegación, pero al enfrentar el golfo de Coronados los cogió un violento temporal que comenzó a zarandear al yate en forma inmisericorde. Cada uno de los tripulantes tenía faenas determinadas durante la navegación, menos Fernando que era un pasajero invitado para disfrutar el viaje.

Neptuno, el dios de los océanos, trató muy mal a todos, exceptuando a Hernán, que siempre se mantuvo bien, dando las órdenes pertinentes a sus maltrechos tripulantes que se encontraban con un fuerte mareo.

Fernando pasó muchas horas acostado en un coy, desde donde veía bambolearse la embarcación en todos sentidos, mientras los tripulantes hacían sus tareas tratando de obviar el mareo.

Al enfrentar la latitud de Talcahuano, el mal tiempo continuaba arreciando y el puerto se encontraba cerrado, pero ante las circunstancias y algunos daños que había recibido el Caleuche, decidieron recalar de todos modos, fijándoseles como fondeadero provisorio, abarloarse a una lancha misilera.

Descansaron, cenaron y al día siguiente acudieron al astillero para ordenar las reparaciones que había que hacer al Caleuche y luego al aeropuerto Carriel Sur para tratar de obtener pasajes de algún vuelo a Santiago.

A las esposas que los esperaban en Algarrobo a la hora del aperitivo, tuvieron que avisarles que el viaje no terminaría en la Cofradía Náutica del Pacífico Sur en Algarrobo, sino que en el aeropuerto de Pudahuel de la capital.

Esta anécdota nos muestra que hasta los más avezados pueden sufrir los embates de la naturaleza.

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