Durante muchos años y por razones que no encontraba explicación alguna, sentí tener una deuda con Berlín, específicamente con lo que fue Berlín Oriental. Una fuerza, de origen desconocido, me impulsaba a ir a esa parte de la legendaria e histórica ciudad alemana, pero no lograba encontrar la motivación de ella.
El año 1982, mientras estudiaba en Besançon, Francia, se presentó la oportunidad de ir, pero las condiciones políticas del momento y la situación en que me encontraba no eran las más propicias. En ese entonces, el gobierno de Francia era de ideología socialista, con François Mitterand como presidente y en consecuencia afín con el régimen de la República Democrática Alemana (RDA); Chile estaba bajo el Gobierno Militar; Alemania estaba dividida y con el muro de Berlín plenamente vigente, y en Alemania Oriental se encontraban numerosos chilenos en condición de refugiados políticos y opositores al gobierno chileno y a las fuerzas armadas, a lo que se agregaba mi condición de oficial de la Armada de Chile sirviendo en la Marina Francesa. Planteada la intención de cruzar el muro e ir a Berlín Oriental a mis compañeros de curso alemanes, todos coincidieron que no era una buena idea. La prudencia primó por sobre el desconocido impulso que dirigía mi atención a la emblemática ciudad alemana.
Más de 30 años transcurrieron hasta que nuevamente se me presentó la oportunidad de ir a Berlín.Las condiciones políticas eran totalmente diferentes: Alemania se había unificado nuevamente y el muro había sido derribado, pero mi deuda con la ciudad se mantenía. En el momento de considerar el lugar de hospedaje, no hubo duda en elegir un hotel próximo a la
Alexanderplatz, que era el corazón y punto de reunión social de Berlín Oriental. Definitivamente, una fuerza me dirigía hacia lo que había sido un importante polo en la vida de la ex República Democrática Alemana. Con el afán de identificar esa fuerza, no había otra cosa que hacer que recorrer la ciudad y visitar aquellos lugares que intuitivamente llamaran la atención.
La actual capital de Alemania ofrece muchísimas interesantes y variadas atracciones. Por destacar algunas, se debe comenzar por la conocida iIsla de los Museos en donde es posible apreciar el impresionante altar de Pergamon o admirar la belleza de Nefertiti; la columna de la victoria, custodiada por el canciller Bismarck y los generales Von Moltke y Roon; la Puerta de Brandemburgo, en donde todavía es posible apreciar por donde se extendía el muro que dividió la ciudad; grandes edificios públicos e iglesias que sobrevivieron a los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial y otros que conservan sus heridas; sectores que recuerdan la gloria del pasado como Charlottenburg y Potsdam, a lo que se agregan testimonios de lugares históricos más recientes como son el
Check Point Charlie y el museo de la RDA.
Recordemos que con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial, Alemania fue dividida por las potencias aliadas en cuatro sectores: Británico, Estadounidense, Francés y Soviético. Lo mismo sucedió con Berlín, donde cada potencia ejercía el control y dominio en el área que le correspondía. Al poco tiempo comenzaron a surgir las diferencias ideológicas debido a la conducción de la sociedad, destacándose la postura soviética, abiertamente opuesta a las libertades que regían en los sectores supervisados por las otras potencias ya nombradas. Se establecieron controles a las personas y a su desplazamiento, hasta culminar con la construcción del tristemente célebre muro de Berlín.
Check Point Charlie atraía mi atención, seguramente por ser el lugar por donde se cruzaba el muro y se pasaba de Berlín Occidental a Berlín Oriental y viceversa. En ese lugar ocurrieron muchos y graves incidentes. Este control, que apareció en muchas películas y noticieros de las décadas de los años 60, 70 y 80, del siglo XX, fue un símbolo de la Guerra Fría y era el pasaje que comunicaba sociedades ideológicamente antagónicas. Era la ventana que permitía soñar con el encuentro entre familias, abuelos, padres e hijos, seres humanos todos, que habían sido separados artificialmente por un muro protector. Efectivamente, el Muro de Berlín fue construido por las autoridades socialistas de la RDA con el propósito de asegurar la paz, pero la realidad indicaba que el verdadero motivo era impedir la huída de alemanes desde el sector soviético. Desde 1949 a 1960 huyeron a occidente 2.460.000 personas. Sólo en julio de 1961 hubo 30.400 refugiados.
En la actualidad es muy poco lo que queda del puesto
Check Point Charlie. En sus proximidades, una exposición de fotografías muestra la realidad de la época: la huída, la separación de las familias y las personas abatidas en su intento por alcanzar la libertad, asesinadas por las fuerzas de seguridad de la RDA. Recorrer la exposición es impactante, muestra las diferentes etapas de la construcción del muro, las personas que lograron huir y aquellos que fallecieron en el intento. Hay dos fotos emblemáticas: la primera es la de un soldado, Hans Conrad Shumann, que en 1961, siendo de las fuerzas de seguridad de la RDA, escapó a Berlín Occidental.
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Hans Conrad Shumann, de las fuerzas de seguridad de la RDA, salta las alambradas y huye a occidente. Es una de las fotos más emblemáticas de la Guerra Fría, el enfrentamiento ideológico entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.[/caption]
La segunda foto, de un dramatismo impactante, es la de Peter Fechter, un albañil de 18 años. El 17 de agosto de 1962, Fechter intentó huir y recibió varios disparos de las fuerzas de seguridad de Berlín Oriental, muriendo desangrado al pie del muro, en la
Zimmerstrasse.
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Peter Fechter se desangra impactado por las balas de los guardias de seguridad de la RDA[/caption]
Desde la construcción del muro en 1961 y hasta su destrucción, en 1989, en la frontera interior alemana hubo un total de 265 víctimas, más de 100 de ellas por intentos de fuga en la frontera berlinesa.
Sobrecogido por las impactantes imágenes y el respetuoso silencio de los asistentes, decidí recorrer la exposición por segunda vez. Observando una de las primeras fotografías, pude relacionar y entender el origen de mi deuda con Berlín. La escena mostraba la huida de 57 personas el 5 de octubre de 1964 a través de un túnel en la
BernauerStrasse. Esa misma escena la había visto en el cine 50 años atrás. En efecto; durante la década de los años 60, del siglo XX, una importante actividad recreativa constituía ir al teatro (cine en la actualidad) a la función de la matiné. Previo al inicio de la película se exhibía el noticiero UFA, El mundo al instante, que mostraba actividades en diferentes partes del planeta. A mis 10 años de edad, la escena de la huída, la construcción del muro y las desgarradoras escenas de familias separadas, sin duda me tienen que haber impresionado mucho, quedando grabadas en mi inconsciente, encapsuladas, al ser incapaz de encontrar explicación para tamaña barbaridad humana.
Abandoné el sector del
Check Point Charlie y decidí caminar al museo de la ex RDA, para ver el paraíso que tanto resguardaban y protegían con el muro de Berlín. Nada de la maravillosa sociedad que tenían, me impresionó. Lo que más me llamó la atención era el estrecho control y vigilancia de las personas ejercido por la policía secreta, la tristemente famosa
STASI, los privilegios que tenían los miembros del partido gobernante y el dogmatismo y concientización a través de la educación. Como curiosidad, debo mencionar que en la exposición se destacaba la práctica del nudismo llevada a cabo por los habitantes de la Alemania Oriental, que más que un estilo de vida, fue una manera de protestar ante la restricción a las libertades impuestas por el gobierno socialista de la época.
No fue una tarde feliz y en el camino de regreso al hotel, sorpresivamente me encontré con dos estatuas negras, rodeadas de una suerte de muros que me causaron una primera impresión de corresponder a cuerpos humanos mutilados: eran las estatuas de Marx y Engels.
Me senté a meditar sobre lo que había visto en
Check Point Charlie, el museo de la RDA y mis recuerdos de infancia, pero, por sobre todo, los trágicos acontecimientos vividos en Chile, como consecuencia del intento de imponer la ideología marxista durante las décadas de los años 60 y 70 del siglo XX, practicando ingeniería humana, con la idea de crear un hombre nuevo intentando destruir o cambiar a la naturaleza humana. Doctrinas políticas y construcciones culturales basadas en teorías inspiradas en idealismos utópicos, surgidos en las últimas décadas del siglo XIX y comienzos del siglo XX, dieron cabida a asesinatos masivos, rupturas familiares, hambrunas y destrucción psicológica de miles de personas. Las consecuencias de esos profundos traumas aún se dejan sentir en muchas sociedades, incluyendo la chilena. Tanto Marx como Engels tuvieron, tienen y tendrán siempre una cuota de responsabilidad en ello.
En los 45 minutos que estuve contemplando las estatuas, a excepción de un ciclista que se detuvo un par de segundos a arreglar su casco, nadie más pasó frente a este triste y obscuro monumento. Al parecer, estos dos personajes están destinados a permanecer solos, rodeados por esos bloques de cemento que dan la impresión demostrar cuerpos humanos mutilados, cortados, separados y despedazados, que simbólicamente dejan en evidencia las consecuencias de su pensamiento y de su obra.
Cancelar mi deuda con Berlín no estaría del todo saldada sin dejar de mencionar que no deja de sorprenderme el constatar que, en nuestro país, aún existan personas que practican y defienden ideologías totalitarias. Al parecer, la dramática realidad que se expone en el muro de Berlín y que ha sido difundida en el mundo entero, no ha sido suficiente como para aprender la lección y entender que el libre albedrío es propio de la naturaleza humana, y que esta tiene miles de años de evolución, por lo que todo intento de alterarla artificialmente está destinado al más rotundo fracaso.
No estoy completamente convencido de haber cancelado mi deuda con Berlín, pero si estoy seguro que mi compromiso con la vida, la libertad y la dignidad del ser humano, es y será eterno. Mi visita a Berlín y el trozo de muro que diariamente contemplo, me lo recordarán permanentemente.
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