Revista de Marina
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  • Fecha de publicación: 26/06/2018. Visto 202 veces.

Era el comandante de un buque de guerra, que bloqueaba el puerto a tres millas de tierra. Alba era su piel y su barba oscura, joven caballero de sutil bravura. Al partir de casa, dijo con fervor a su amante esposa: “Gracias, por tu amor.”

-Te estaré añorando -dijo la mujer, y un escalofrío, recorrió su ser…

Después del combate, su cuerpo maltrecho yacía en el muelle, exangüe y deshecho. -Murió como un héroe -señaló un testigo-. ¡Saltó a la cubierta del barco enemigo!

Los brazos en alto, unos marineros bajaron de un bote. Eran prisioneros. Al ver el cadáver de su comandante a dos o tres metros, de ellos delante,

“¡Viva Chile mierda!” exclamó un grumete, pero un culatazo le agachó el bonete.

El cabo de guardia de Capitanía correteó a un lebrel, que la sangre olía. Entre los mirones -espetó un managua del barco peruano: “¡Lancémosle al agua!”

-Quien amó a su patria con tal vehemencia, merece en la muerte, algo de clemencia -dijo convincente un vecino hispano, quizás inmigrante, que en un gesto humano se ofreció a enterrarle.

No hubo condolientes en aquel sepelio, porque los valientes mueren solitarios. Su destino acatan por amor al pueblo, hasta que les matan…

Nueve años más tarde, sus huesos volvieron en el mismo barco, en que fenecieron.

Con una colecta, el pueblo chileno financió un panteón. Le acogió en su seno, irguiendo su estatua frente a la bahía para homenajearle, sin melancolía.

Cuando el presidente José Balmaceda concluyó el discurso, subió la humareda desde los cañones. Lágrimas de orgullo derramó la viuda, cuando el hijo suyo puso la bandera sobre el ataúd mirando extasiado, a la multitud.

Y Rubén Darío le escribió una oda al ver, conmovido, que la gente toda, reunida en torno de aquel ataúd expresaba a gritos, su fiel gratitud.

Bajo el monumento le dieron sepulcro. Sus ojos de bronce, bajo el cielo pulcro de Valparaíso, ven marchar los nuevos marinos de Chile -que son sus relevos-.

Cada veintiuno de mayo en la rada con su mano pétrea, les muestra su espada. Cadetes valientes, guardianes del mar, sabrán algún día, su gloria alcanzar.

Y mirando al pueblo, parece decir: ¡Chilenos uníos, hoy, y el porvenir, porque el gran combate de los ciudadanos es en todo tiempo, vivir como hermanos!

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