Por MARCOS GALLARDO PASTORE
La celebración de las Glorias Navales constituye una importante ocasión para el reconocimiento de una estructura de valores morales que perduran en la Armada de Chile y que nutren el espíritu de cada integrante de esta institución.
En el mes de mayo, es habitual la realización de homenajes a las Glorias Navales, como un concepto genérico que alimenta las almas y fortalece nuestro espíritu, en especial, en los momentos en que las exigencias, adónde uno mire, arrecian y nos llaman a entregar lo mejor de cada uno; y a nuestra Armada de Chile, como institución concreta, visible y portadora de un amor a la Patria más que bicentenario. Esta es una ocasión, en la que recordamos al Capitán Arturo Prat Chacón y a todos los hombres que, en esa epopeya, en Iquique, tanto en la rada frente a la ciudad, como en Punta Gruesa, lucharon con la fiereza e hidalguía que distingue solo a los grandes guerreros.
La joven poetisa Gabriela Mistral, años después Premio Nobel de Literatura, inmortalizaba la figura épica del capitán Arturo Prat, señalando: “Es hermosa nuestra historia y para dar en una narración a nuestros hijos la llamarada del heroísmo, no necesitamos recurrir ni a Grecia, ni Roma, si Prat fue toda Esparta”.
Las Glorias Navales constituyen un importante hito dentro de la rica historia de Chile, ya que a través del martirio heroico de Arturo Prat, de los hombres que le siguieron para entrar en combate y, luego, en el proverbial salto de abordaje, se despliega una estela de valores, de tal relevancia, que logran la unidad de un pueblo frente a la guerra, exaltando los corazones con un PATRIOTISMO NUEVO, distinto al que se había vivido desde los albores de la Patria y que, en lo sustancial, movía a los chilenos a luchar por consolidar su territorio y a establecer sus fronteras, es decir, se empezaba a madurar y consolidar el sentido e identidad de la nación chilena.
La epopeya de Prat, en las circunstancias de los inicios de la Guerra del Pacífico, viene a presentar una nueva perspectiva de ese patriotismo. Ahora es el pundonor de una Nación, es el espíritu de un pueblo que, decide ir a donde fuera necesario por la protección de sus intereses. Al elegir dar ese paso, se toma conciencia de una nueva realidad que se instala en el corazón de los chilenos, su HONOR que impregna a cada combatiente, a cada chileno, con un fuerte sentimiento de VALENTÍA, fuerza necesaria para acometer cualquier tarea y alcanzar exitosamente el objetivo. La guerra desatada, no tiene espacio para las comodidades de la ciudad, ni del hogar.
Es lo que entienden hombres y mujeres que corren a enrolarse en todos los servicios que el país les requería. Porque para ir a enfrentar en combate al enemigo, hay que ser valiente, como en muchas cosas de la vida, en las que el bienestar y los beneficios personales deben quedar de lado y dar paso al acto voluntario de abandonar esos intereses, para entregarse a la verdadera causa nacional y del bien común.
El capitán Prat, días antes, había declarado con anticipación que, abordaría el monitor Huáscar ante la desigualdad de fuerzas. En su arenga, en la mañana de ese 21 de mayo, puso su firma indeleble: “mis oficiales sabrán cumplir con su deber”. El comandante de la Esmeralda, así, planteó grandes desafíos. La historia posterior muestra que la dotación de la corbeta, debidamente dirigida por sus oficiales, cumplió a la perfección el plan de su comandante.
La LEALTAD sin condiciones a su líder y a la nación entera, vívida en el pabellón patrio, pudo más que la desigualdad de las fuerzas, lo que los llevó a combatir de manera inimaginable hasta el último aliento.
¿Qué mueve a los hombres a movilizarse en pos de ideales superiores y no inclinarse ante los placeres de la tranquilidad y calidez del hogar o el sueño tranquilo, frente al desafío de navegar y aceptar el combate? Pregunta que no es fácil de responder. Es válido aproximar respuestas desde tres perspectivas, que son complementarias, pero, independientes en su concepción.
Está el HONOR, como cualidad moral que lleva al cumplimiento de los propios deberes respecto del prójimo y de uno mismo. Una vez cumplidos tales deberes, está su reconocimiento, porque trasciende más allá de lo que cada cual o los más cercanos puedan pensar o quieran pensar.
O sea, no basta con declararse como “honorable”, lo importante es que esta cualidad sea reconocida por la comunidad, por el país, quienes aprecian o evalúan las acciones, vale decir, el honor se aprecia y se aquilata como una consecuencia del actuar.
Así, podemos decir que dicho honor está presente, antes de la acción misma, pero, es ésta la que otorga el reconocimiento, toda vez que como cualidad moral está engrilletado a otras virtudes, como el CUMPLIMIENTO DEL DEBER o la LEALTAD. No hay improvisación de por medio. Prat y su tripulación nos señalaron este rumbo, antes del combate y antes de las 12.10 horas de ese 21 de mayo. Lo que ocurrió esa mañana no fue producto del azar ni del entusiasmo del momento.
El salto del Sargento Juan de Dios Aldea al abordaje, junto a su comandante es la actitud manifiesta de quien, al igual que los demás tripulantes de la Esmeralda, cultivaban virtudes de LEALTAD, VALENTIA, HONOR y CUMPLIMIENTO DEL DEBER.
Éstas y otras virtudes, felizmente, están amparadas en la INTEGRIDAD, virtud que permite adherirse a los valores que se declaran y tomar decisiones amparadas en la cualidad de cada ser y en cualquier circunstancia. Es la actuación plena sobre la base de los principios que se pregonan y en base a la propia conciencia y valoración justa del bien o el mal.
La integridad no solo requiere de muchas cualidades. También es necesario que no existan vías de agua en la propia conciencia ya que, en la mayoría de los casos, estas condicionarán el actuar de cada persona para paliar o justificar sus debilidades y no como una verdadera determinación de lo que es correcto, respecto de lo que no lo es. La correcta integridad no permite el autoengaño.
Dicho todo lo anterior, es necesario manifestar, por una parte, nuestro reconocimiento a cada uno de los hombres y mujeres que visten el uniforme de la Armada de Chile y a quienes, sin vestir el uniforme, trabajan en la institución y aportan para hacerla grande y respetada, como lo es hoy nuestra querida Armada de Chile.
No es casualidad que visibilicemos en forma frecuente y repetitiva las palabras PATRIOTISMO, HONOR, LEALTAD, VALENTIA, INTEGRIDAD, DEBER.
Es la manera de hacer tangible las virtudes que nos proporcionaron, como ejemplo a imitar, el comandante Arturo Prat Chacón y su tripulación y que, la totalidad de los integrantes de la Armada de Chile, ya sea en servicio o en condición de retiro, llevamos grabadas en nuestros corazones, como timbre indeleble y guía que ilumina nuestro andar.
La Armada de Chile y sus Glorias Navales, forjada desde sus inicios en la valentía de Cochrane, consolidada en el patriotismo de Prat y hoy, con orgullo y amor a la Patria, pasea la bandera de Chile por los mares del mundo.
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El autor plantea el escenario actual y futuro que enfrentarán los futuros oficiales de marina y presenta una alternativa a analizar para reforzar la formación de líderes en la institución, tomando como base la experiencia de las FF.AA. de Nueva Zelanda.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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