- Fecha de publicación: 01/06/2016.
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Una de las tareas más complejas de un Gobierno
es la determinación de las dimensiones y
capacidades del Poder Militar que requiere el
país. Por un lado estarán las necesidades y por
el otro las restricciones, de toda índole, que
impondrán un escenario tal, que hará siempre
difícil lograr el justo equilibrio. En general se intenta
determinar las capacidades que se deben tener
para enfrentar los escenarios presentes y futuros
y ello es siempre difícil por la incertidumbre de
toda predicción humana.
En Chile se emplean diversos métodos, que
partiendo de los intereses nacionales, definición
de los objetivos que de ellos se derivan en un
ambiente de amenazas, riesgos y cooperación,
permitirán establecer una estrategia al nivel
político, la que finaliza con las
capacidades que requerirá de
sus FF.AA. para que puedan
cumplir las tareas que se
les asignen. Este diseño
de arriba hacia abajo (top
down), en todas partes recibe
una asesoría de abajo hacia
arriba (bottom up) de las
instituciones y del Estado
Mayor Conjunto.
En el caso que nos ocupa -el
de la Armada- la institución
estará siempre preocupada de
mantener al día estos asuntos,
para estar en condiciones de
asesorar adecuadamente al
nivel político. Normalmente, será una etapa más
bien técnica que se hace permanentemente, se
verifica lo que existe –inventario actual– y se
determinan las Fechas Límites de Vida Útil (FLVU)
de cada unidad a flote (de combate y apoyo),
medios aeronavales y de Infantería de Marina y la
necesaria infraestructura de apoyo. En paralelo,
en un análisis continuo, se analiza el entorno
político-económico nacional e internacional,
los compromisos internos y con otros países u
organizaciones, todo ello en consonancia con
los intereses permanentes del Estado.
Por otro lado, es necesario revisar las opciones
existentes sobre material naval, tanto en el país
como en el extranjero. Con estos antecedentes,
Tema de Portada
Foto de inicio: “Montaje 76/62 en FF Williams”. Autor CC Juan Pablo Ríos Ross. Concurso fotográfico “Revista de Marina 130 años”.
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de por sí complejos, se generan diferentes
opciones para finalmente definir el o los planes
de renovación, potenciamiento o desarrollo del
Poder Naval nacional.
Resulta evidente que en la Armada este proceso
no parte de cero, como pudo haber sido al
nacimiento de Chile como nación independiente.
Actualmente se inicia en base a lo existente y se
construye sobre ello. En este análisis el énfasis
se pondrá en las unidades de combate mayores,
sin por ello aminorar la relevancia de las otras
fuerzas: la Aviación Naval, integrante indisoluble
e insustituible de los sistemas y capacidades de
toda marina de guerra, la Infantería de Marina,
esencial para la proyección del poder y la defensa
de la costa, las unidades antárticas, costeras y
de patrullaje oceánico, como también las de
transporte, vitales para materializar los enlaces
con áreas apartadas y dar seguridad en las aguas
jurisdiccionales de Chile.
Algo de historia
Durante el siglo XIX, se debió crear un Poder
Naval para consolidar la independencia, y luego
cuando la presión internacional decaía o las
vicisitudes financieras o políticas apremiaban,
el Poder Naval era disminuido u olvidado, hasta
que apareciera un nuevo incentivo o apremio
que obligara a desarrollarlo. Esto fue casi una
constante hasta la Guerra contra España (1865-
1866), después de lo cual se inicia un programa
de desarrollo naval que nos dejaría en buen pie
para enfrentar con éxito la Guerra del Pacífico
(1879-1884).
La cruenta guerra civil de 1891, encuentra a
Chile con una Armada poderosa, que aunque
dividida de manera desbalanceada en favor del
bando congresista, contaba en sus tripulaciones
a veteranos de guerra experimentados a bordo
de unidades antiguas y nuevas. Terminado el
conflicto se incorporarían los buques que se
encontraban en diferentes etapas de construcción
o reparación en Europa.
Si bien el país contaba con un gobierno
consolidado, la situación vecinal no era promisoria.
Existían tensiones con Argentina, pese al tratado
de 1881, y estaba pendiente el tema de Tacna
y Arica con Perú. Estas potenciales tensiones y
la visión del Presidente y Almirante don Jorge
Montt llevaron a un potenciamiento importante
de nuestra capacidad naval.
El cambio de siglo
Se consolidó la infraestructura terrestre con
los Apostaderos de Talcahuano y Magallanes,
iniciada en 1890, y posteriormente se dispuso
la construcción, en Gran Bretaña, de cruceros y
destructores con los mejores adelantos técnicos
de la época. A contar de 1895 se adquieren
varios buques mayores y menores, esta vez
aprovechando la disponibilidad casi inmediata
de ellos en los astilleros constructores.
En esa época de bonanza económica, hubo
conflictos sociales internos y tensiones crecientes
con Argentina. En 1899, se produce un encuentro
entre los presidentes de ambas naciones en el
Estrecho de Magallanes frente a Punta Arenas,
el cual apaciguó los ánimos por algunos años.1
Sin embargo, a poco andar, negros nubarrones
volverían a aparecer en las relaciones con los
vecinos del otro lado de la cordillera. La Armada
Argentina contaba con una fuerza homogénea
de acorazados, con y sin protección, mientras que
Chile, presentaba una fuerza heterogénea de dos
cruceros acorazados de distinto tipo, un crucero
semi protegido y dos sin protección, además de
otras unidades menores casi sin valor militar.2
Resultaba evidente que no se había hecho
caso a las solicitudes de la Armada de 1898, para
lograr homogeneidad en nuestras fuerzas navales.
En 1901, y producto de la tensión vecinal, se
adquieren en Gran Bretaña un crucero disponible
en un astillero y tres destructores, y en Estados
Unidos dos transportes, aun cuando estos
últimos se entregan a la Compañía Sudamericana
de Vapores, por no contar con personal para
operarlos.3
Resulta claro que, si bien se tuvo la voluntad
de mantener y aumentar el Poder Naval, los
mayores impulsos se dieron a raíz de problemas
vecinales. Por otro lado, no siempre se seguía
un plan armónico de desarrollo, considerando
1. Carlos Tromben Corbalán, Sergio Jarpa Gerhard. (1995). La Escuadra Nacional, 175 años. Santiago: Sipimex Limitada.
2. CN Guillermo Arroyo. (1940). Adquisiciones Navales de Chile, Un Estudio Crítico. Valparaíso: Imprenta de la Armada.
3. Rodrigo Fuenzalida Bade. La Armada de Chile. Desde la Alborada al Sesquicentenario (1813-1968) Cuarte Parte. Valparaíso: Imprenta de la Armada.
TEMA DE PORTADA: Desarrollo del Poder Naval, un desafío constante
8
factores logísticos, de mantenimiento e
instrucción del personal, sino que se aprovechan
oportunidades ocasionales que ofrecían los
astilleros constructores, produciendo una armada
dispareja y desequilibrada.
Para resolver parte de este problema se dispone
la construcción en Gran Bretaña de dos cruceros
acorazados modernos. Argentina respondió con
la construcción de otros dos acorazados, similares
a los que ya poseía, aunque mejorados.
Centenario de la República
Con los Pactos de Mayo de 1902 se alivian
los problemas vecinales y se busca limitar
el armamento mediante lo que se llamó la
“Equivalencia de las Escuadras”. Chile se desprendía
de dos nuevos acorazados en construcción,
mientras Argentina se deshacía de dos buques
similares pero de inferiores capacidades. Ambos
países se comprometían a disminuir sus escuadras
y no aumentar sus armamentos navales por
cinco años.
Si bien los problemas vecinales se atenuaron,
Chile, que nunca está exento de catástrofes
naturales, fue azotado por un terremoto en la
zona central, con epicentro en Valparaíso el 16
de agosto de 1906. Los costos en vidas humanas
y materiales, fueron altísimos y obviamente
afectaron los planes de desarrollo nacionales y
navales por algún tiempo.
Al acercarse 1910, Argentina respondiendo al
desarrollo naval del Brasil, dispone la construcción
dos acorazados y Chile, en su programa para el
centenario ordena, en Gran Bretaña, dos acorazados,
seis destructores, además de dos submarinos, armas
muy nuevas e innovadoras que serían construidos
en Estados Unidos. Ese mismo año se firma la ley
que dispone un fondo de 400 000 libras anuales
para construir buques,4 “con el fin de asegurar que el
país tuviera siempre en construcción nuevos buques
de guerra de primer nivel.” Lamentablemente esta
ley quedó promulgada, pero dejó de cumplirse al
poco tiempo.5
La Primera Guerra Mundial
Previo a la Gran Guerra, junto con haber
dispuesto la construcción de buques, la Armada
moderniza la organización institucional, se
establece el Estado Mayor y se consolida la
infraestructura terrestre y de instrucción. Sin
embargo, el conflicto mundial afectó seriamente
al potenciamiento de nuestro Poder Naval. Los
acorazados y los cazatorpederos en construcción
fueron incorporados a la Armada Real, mientras
que los submarinos, a punto de ser entregados,
fueron vendidos por el astillero estadounidense
a Canadá.
Todo el plan de modernización fue desbaratado
y el país debió operar una marina antigua,
tácticamente obsoleta y muy costosa de mantener.
La situación mundial impedía el acceso a los
habituales proveedores de material naval dado
su compromiso bélico. A lo anterior se sumaba la
mala condición de las arcas fiscales, que limitaban
la operatividad y las dotaciones de los buques
a mínimos casi inaceptables.
Pese a todo hubo buenas noticias. En 1917, como
compensación al empleo de los buques chilenos,
Gran Bretaña cedió a Chile cinco submarinos de la
clase “H”, de un total de veinte que había ordenado
construir en Estados Unidos. Nuestro país adquirió
un sexto sumergible y fue así que poco antes que
la potencia del norte ingresara a la guerra, la nueva
flotilla se incorpora al servicio de la Armada.
Después de la guerra, se adquirieron
escampavías, pero la Escuadra aún no se
modernizaba. Se debió esperar hasta 1920,
cuando el impacto económico de la guerra y
las tensiones políticas locales, dejaran de ser
relevantes y permitieran readquirir el acorazado
“Latorre”, tres de los cuatro cazatorpederos
originales y un remolcador de alta mar. La
Escuadra quedó así compuesta por un grupo
de unidades relativamente nuevas y otro de
buques tecnológicamente obsoletos.
Las bonanzas económicas nacionales siempre
han sido temporales y la naturaleza se encarga
de recordarlo. En 1922 un terremoto afectó a la
4. Leyes Publicadas en Chile desde 1810 hasta el 1° junio 1913, Ricardo Anguita, Índice Jeneral, Santiago de Chile, Imprenta, Litografi i Encuadernación
BARCELONA. Armada.-Se autoriza la contratación de un empréstito hasta por cuatro millones cuatrocientos ochenta mil libras esterlinas destinado a la compra
de buques, a la defensa de las costas i al fomento de los Arsenales Navales, i se dispone que anualmente se consultara en la lei de presupuestos una suma no
inferior a cuatrocientas mil libras esterlinas destinada a los mismos objetos.
5. Rodrigo Fuenzalida Bade. Programa de Adquisiciones del Centenario. En La Armada de Chile, desde la Alborada al Sesquicentenario (1813-1968). Cuarta parte
(p.1107). Valparaíso: Imprenta de la Armada.
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zona de Atacama y Coquimbo, debiendo destinar
medios navales a la emergencia y al poco tiempo
las finanzas públicas se restringían a niveles de
mantener sueldos impagos por varios meses a los
empleados públicos y a las Fuerzas Armadas. Pese
a ello, la infraestructura terrestre se modernizó de
tal forma que en 1924 el “Latorre” pudo entrar a
carena en el nuevo Dique Seco N° 2, lo que evitaba
hacerlo en Panamá.
Afortunadamente en esa época empezaron a
fluir préstamos e inversiones de Estados Unidos,
en especial en cobre y salitre, lo que puso a niveles
competitivos los productos nacionales.6
De esa
época data una de las mayores inversiones en
construcciones navales que comprometió la
Armada.
Entre 1928 y 1930 se adquirieron tres submarinos
oceánicos clase “O”, un buque madre de submarinos,
dos petroleros y diez unidades auxiliares. También
se envía a Gran Bretaña al “Latorre” para una
modernización total la que incluía el cambio de
combustible de carbón a petróleo e instalación
de cuatro cañones antiaéreos. En esa misma
época, como parte del proceso de renovación y en
respuesta a la amenaza constituida por la reciente
adquisición peruana de submarinos tipo “R” en
Estados Unidos, se ordena la construcción de seis
destructores antisubmarinos, los que también
poseían capacidades para la guerra de minas.
Estos buques si bien eran eficientes, su tamaño
reducido los hacía poco aptos para operar en los
mares australes.
A comienzos de la década de 1930 la Armada
contaba con una flota de dos escuadras de
superficie y una numerosa flotilla de submarinos.
Aunque no todos eran buques logísticamente
compatibles y pertenecían a distintas épocas
de diseño y construcción, sin duda constituían
una fuerza naval poderosa.
Lamentablemente, la situación política interna,
con cambios de gobierno y de constitución, se
vio fuertemente afectada por la crisis económica
mundial de 1929 que generó la Gran Depresión.
Las inversiones extranjeras en el país retiraron sus
fondos y los prestamistas exigieron los pagos de
la deuda, produciendo un fuerte déficit fiscal y
un nivel de desempleo desconocido y muy grave
para la convivencia nacional. La solución fue que
el estado interviniera y desarrollara –con muy
pocos fondos– iniciativas tendientes a producir
nuevas actividades económicas con la esperanza
de reactivar la economía.
Al ser una crisis mundial y no visualizarse
soluciones fáciles ni de corto plazo, llevaron a
que los planes de renovación del poder naval
se postergaran o sencillamente se cancelaran.
Ello, además trajo descontentos populares que
impactaron en la Armada, cuando se intentó
rebajar los sueldos del personal como una manera
resolver, muy parcialmente, el déficit fiscal. El triste
episodio de la Sublevación de la Escuadra, de
1931, originado por una fuerte influencia política,
ajena al pensamiento y quehacer institucional,
marcaría el devenir de la Armada por muchos
años, aunque como toda experiencia amarga,
se fortalecerían las acciones para impedir la
recurrencia de hechos similares en el futuro.7
En 1938 se dicta la Ley N° 6153, conocida como
la “Ley de Cruceros”, que permitía constituir un
fondo para la adquisición de unidades navales,
la que con algunas modificaciones posteriores
aseguraría durante al menos cinco años los
fondos para comprar buques.8
De la Segunda Guerra Mundial a la Guerra
Fría
Durante el período previo al estallido de la
Segunda Guerra Mundial, las adquisiciones
navales se redujeron a un transporte y un buque
hidrográfico. Para colmo de males, en 1939
nuevamente un terremoto asoló el sur, en especial
la ciudad de Chillán y en septiembre se iniciaba
el conflicto en Europa. Chile, inicialmente neutral
e impedido de renovar sus buques de combate,
por falta de fondos y de ofertas asequibles,
poseía una escuadra tan antigua que incluso
somete a modernización al Crucero Acorazado
“Chacabuco”, construido en 1902, para mantener
una fuerza algo creíble.
Al término del conflicto, existía un exceso
de buques de guerra en el mercado, a bajos
6. Sofía Correa Sutil, et al. (2001). Historia del Siglo XX chileno, Balance Paradojal. Santiago: Editorial Sudamericana.
7. Germán Bravo Valdivieso. (2000) La Sublevación de la Escuadra y el período revolucionario 1924-1932. Viña del Mar: Ediciones Altazor.
8. Ley N° 6.159, 18 enero 1938. Ley N° 6.160, 18 enero 1938 y DS N° 1.664, 18 noviembre 1938.
TEMA DE PORTADA: Desarrollo del Poder Naval, un desafío constante
10
precios; el balance de poder mundial estaba
cambiando y Estados Unidos surgía como la
potencia de reemplazo de Gran Bretaña en el
mundo occidental, mientras la Unión Soviética
se alzaba como potencia en el este, dando
comienzo a la Guerra Fría.
Entre 1946 y 1947 la Armada adquiere tres
corbetas clase Flower junto a tres fragatas en
Canadá, a lo cual se sumaron dos transportes de
ataque, diez barcazas menores de distinto tipo, y
tres remolcadores de alta mar en Estados Unidos
y el transporte “Angamos” desde Dinamarca.
Estas unidades fueron muy bienvenidas y
necesarias, pero la debilidad la constituían las
unidades de combate mayores. El acorazado y
el crucero estaban alcanzando el límite de su
vida útil y su reemplazo se transformó en una
necesidad urgente. Sería en 1950, que gracias a la
ley de cruceros se logran los fondos para adquirir,
en Estados Unidos, dos cruceros ligeros clase
Brooklyn, veteranos de la guerra mundial. Estas
unidades incorporaban tecnología y avances hasta
entonces desconocidos y permitían recuperar
en parte el potencial perdido.
En 1956 se dispone la construcción de dos
destructores en Gran Bretaña, en consideración
que para 1958, se daría de baja de manera
paulatina el veterano acorazado “Latorre”, la
mayoría de los destructores y todos los submarinos.
Atrasos en los pagos de las cuotas de adquisición
harían que estas unidades arribaran al país recién
en 1960 (“Williams”) y en 1962 (“Riveros”).
En 1958 se promulga la ley N° 13 196, conocida
como la “Ley del Cobre”, que grababa en un 15%
las utilidades de la minería del cobre para financiar
la adquisición de material bélico. Esta ley sufriría
modificaciones en el tiempo, pero mantendría su
esencia de proveer fondos seguros en el tiempo
para la renovación del material militar.9
Las circunstancias eran bastante adversas
cuando, en 1958, detona el incidente del islote
Snipe en el canal Beagle que eleva la tensión
con Argentina a niveles muy altos. La Escuadra la
componían los dos cruceros norteamericanos y
dos fragatas antiguas y su nivel operativo estaba
bastante bajo,10 ya que el crucero “O´Higgins” se
encontraba en reparaciones en Estados Unidos
y los nuevos destructores todavía estaban en
construcción en Europa. Las gestiones diplomáticas
y los despliegues de las fuerzas logran controlar
la crisis; después de una década de tensiones,
se acude al arbitraje para delimitar la zona.
Estados Unidos, a través del Pacto de Ayuda
Militar,11 continuó con la política de transferencia
de material militar a muchos países occidentales,
y es así que en la década de 1960 Chile recibe
dos destructores clase Fletcher y dos submarinos
clase Balao y luego cuatro destructores escolta
tipo APD, todas unidades que habían sido
veteranas de la última guerra. Sin embargo,
las unidades de apoyo, como los petroleros se
adquirirían en Francia y Dinamarca. En esos días
la situación económica, afectada además por el
gran terremoto de mayo 1960 que asoló al centro
sur del país, era muy difícil y ello impactaba en
las FF. AA. restringiendo toda posibilidad de
renovación del material.
Se percibía una fuerte desazón ante la falta de
dotaciones, obsolescencia o carencia de equipos e
infraestructura, además de un fuerte deterioro de
los ingresos del personal uniformado. En octubre
de 1969 se produjo un movimiento militar en el
Ejército, que reclamaba por estas carencias, que
tuvo gran impacto en el mundo político y militar.
Es probable que ello acelerara los planes de
adquisiciones que hacía tiempo había presentado
la Armada y a fines del mismo año 1969 se contrata
la construcción, en Gran Bretaña de dos fragatas
clase Leander y dos submarinos clase Oberon.
En la década siguiente, en plena Guerra Fría,
se producirían tensiones internas y externas
que nuevamente impactarían en el desarrollo
del poder naval. En Chile había asumido el
mando un gobierno marxista y las relaciones con
Estados Unidos se tensionarían haciendo prever
repercusiones negativas en los compromisos de
cursos y apoyos logísticos contemplados. A lo
anterior se sumó el lamentable abordaje en la
mar entre el destructor “Cochrane” y el crucero
“Prat”, que los dejaría varios meses fuera de
servicio y la partida de los destructores clase
9. Ley N° 13.196, 19 noviembre 1958. Modificada por: DL N° 239, 31 diciembre 1973, DL N° 470, 22 mayo 1974, ADL N° 984, 11 abril 1975, DL 1.530, 21 julio 1976,
Ley N° 18.445, 7 octubre 1985. 10. Chile & Argentina, dos siglos de desencuentros. Germán Bravo Valdivieso. RIL Editores. 2008
11. Carlos Tromben Corbalán, Sergio Jarpa Gerhard. (1995). La Escuadra Nacional, 175 años. Santiago: Sipimex Limitada.
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Almirante a modernización en Gran Bretaña, lo
que debilitó bastante a la Escuadra, debiendo
incorporar algunos APD al grupo operativo.
Como una manera de compensar esta deficiencia,
el gobierno exploró la posibilidad de acceder a
armamento soviético, pero los cambios de tipo
de material y las dificultades logísticas no lo
hicieron recomendable, aunque se aprovechó la
oportunidad de adquirir un crucero ligero en Suecia
a fines de 1971. Unos años después, las principales
fuerzas navales se encontrarían divididas en dos
grupos, uno en el Reino Unido y otro en Chile. Había
dos destructores en reparaciones, dos fragatas y
dos submarinos en construcción en el extranjero,
mientras en el país operaban tres cruceros, dos
destructores, algunos APD y dos submarinos, la
mayoría de ellos bastante antiguos.
A esta debilidad se añadiría la conflictiva situación
interna donde el gobierno era muy cuestionado,
la economía se deterioraba fuertemente y la
convivencia social y política alcanzaba niveles
insostenibles. En 1973, se produce un cambio de
gobierno y asume el mando la Junta Militar, la que
debió destinar fuerzas para apaciguar el país y
lidiar con una crítica situación económica, con una
enorme deuda externa, hiperinflación y desorden
administrativo heredado del gobierno anterior.
Se sumó a ello, la crisis del petróleo, cuando a raíz
de la guerra del Yom Kipur, en el Medio Oriente,
se produjo un embargo que más que duplicó
el valor del combustible, afectando aún más a
nuestra economía altamente dependiente de
esta materia prima. Además, hubo un aumento
de las tensiones con Perú, cuyo gobierno de facto
iniciaría una amenazadora ofensiva a medida que
se acercaba el centenario de la Guerra del Pacífico.
En esos años se recibieron varias barcazas
y unidades auxiliares, como también dos
destructores clase Allen M. Summer de los
Estados Unidos. Pero todo ello se detendría, en
1976, cuando entró en vigor una ley en ese país
(Enmienda Kennedy), que impedía a Chile acceder
a material militar norteamericano, afectando no
sólo la adquisición de buques, sino también, la
de partes y repuestos.
La Armada contaba con una cantidad de
antiguas unidades estadounidenses, no todas en
buen nivel operativo, además de las dos fragatas
Leander, los dos submarinos Oberon y los dos
destructores clase Almirante modernizados en
Gran Bretaña. Con Perú la tensión se mantuvo
alta, aunque estable, pero con Argentina las
relaciones iban en un rápido deterioro. Para
fines de 1978, ambos países estuvieron a punto
de entrar en una guerra, la que se enfrentaba
con voluntad y decisión, pero con bastante
material antiguo o francamente obsoleto. Si
bien el conflicto no se materializó, significó
un fuerte gasto de los escasos fondos fiscales
disponibles, como también un gran desgaste del
material. Poco tiempo después, se comenzarían
a dar de baja casi todas las unidades de origen
norteamericano.
Se enfrentaba un problema serio. Había que
renovar unidades de combate. Las puertas
estaban cerradas para cualquier compra en
Estados Unidos, las posibilidades en Europa eran
limitadas y expuestas a restricciones o reclamos
políticos. Existía la posibilidad de acceder a otros
proveedores para adquirir material naval, aunque
a precios muy altos o no apropiados a nuestras
necesidades. Ello llevó a buscar en la industria
nacional una serie de proyectos que permitieron
actualizar y modernizar algunos de los sistemas
de armas y sensores a bordo.
Al llegar la década de 1980, aún antes que
detonara el conflicto Anglo–Argentino por las
islas Falklands/Malvinas de 1982, se había podido
acceder a material británico de segunda mano
y si bien la nueva crisis económica que azotó al
país obligó a la moderación y prudencia en los
gastos fiscales, se compraron cuatro destructores
clase County y dos fragatas Leander, además
se ordenó la construcción en Alemania de dos
submarinos clase 209.12 También se concreta la
adquisición de lanchas misileras israelitas para
fortalecer nuestras fuerzas en áreas extremas.
El acceso al mercado de armas se mantuvo
muy restringido hasta comienzos de la década
siguiente, lo que obligó a modernizar y actualizar
los viejos buques en servicio. Pese a lo anterior,
se construyeron en el país algunos buques
auxiliares, aunque la construcción naval aún
era incipiente.
12. Ibídem.
TEMA DE PORTADA: Desarrollo del Poder Naval, un desafío constante
12
La post Guerra Fría
Al comenzar la década de 1990, se producirían
cambios notables en el mundo y en el país. En
1989 caía el Muro de Berlín, que dividía oriente
de occidente, y en poco tiempo se desmorona la
Unión Soviética y los países del Pacto de Varsovia,
dando término a la Guerra Fría y dejando de lado
la bipolaridad de potencias que había dominado
al mundo. En Chile, el cambio de gobierno
previsto en la constitución, va normalizando las
relaciones exteriores y paulatinamente permite
acceder a proveedores de armas que antes
estaban vedados. Se suma a lo anterior que la
situación económica, desde hacía más de 10
años, mejoraba de manera sólida y sostenida. En
este nuevo escenario se aumentó la cantidad de
misileras con unidades alemanas, lo que permitió
fortalecer el área norte del país.
Durante este período fue necesario concretar
el Proyecto Olimpo, que buscaba modernizar
y actualizar las capacidades operativas de las
unidades de la Escuadra y alargar al máximo
su vida útil mientras se lograba su reemplazo.
Además, se tomó una decisión significativa
respecto a los buques menores o auxiliares.
Se privilegiaría su construcción en Chile, con
diseños especiales que cumplieran las exigencias
y requerimientos para operar en aguas nacionales,
iniciándose un ambicioso programa que incluyó
un transporte, patrulleros oceánicos y de servicio
general, un buque científico y una serie de lanchas
de policía marítima.
En el siglo XXI
Afortunadamente, las relaciones con
Argentina habían experimentado un paulatino
mejoramiento, con medidas de confianza
mutua, intercambios de personal y operaciones
combinadas, sin embargo, se estimaba que los
esfuerzos con Perú no alcanzarían tanto éxito
y el nivel de tensiones se mantendría, aunque
no a grandes niveles.
En ese escenario, la Política de Estado previó que
Chile debía alcanzar algún grado de superioridad
estratégica en el Cono Sur de América, a fin
de consolidar, libre de amenazas, el decidido
desarrollo que se estaba alcanzando.
A fines de la década de 1990, se autoriza la
adquisición de dos submarinos clase Scorpene
en un consorcio franco-español, su incorporación
mejoraría notablemente la potencialidad disuasiva
del país a contar de su incorporación el 2005 y 2006.
Sin embargo, persistía el problema de los
buques de combate mayores. Estos presentaban
una importante obsolescencia logística,
tecnológica y táctica y la fecha de término de
vida útil la alcanzaban en bloque, pese al esfuerzo
modernizador del Proyecto Olimpo.
Se presentó así el Proyecto Tridente, el cual
contemplaba la construcción de fragatas en
ASMAR Talcahuano e implicaba desarrollar la
capacidad de construcción de unidades de
combate, con alto grado tecnológico, en dicho
astillero. Se avanzaron los estudios e incluso el
gobierno asignó fondos para la ingeniería básica.
Sin embargo, pese al entorno político favorable,
no ocurría lo mismo en el plano económico. A
comienzos de la década del 2000 se desató la
crisis asiática, la cual golpeó con fuerza a Chile.
Para compensar la falta de unidades mientras
se construían las fragatas y la baja de los buques
en servicio, se generó lo que se denominó
Proyecto Puente.
El Proyecto Tridente, era un diseño al costo y se
licitó entre varias casas de diseño y astilleros de
diferentes partes del mundo. Simultáneamente
se inició la modernización y extensión de la vida
útil de las fragatas Leander “Lynch” y “Condell”.
Con el correr del tiempo, quedó claro que el marco
financiero que se había dispuesto se excedería en
demasía, principalmente por los altos intereses de
los créditos requeridos para su financiamiento. En
esas circunstancias el gobierno decide aplazar la
construcción de nuevas unidades, a fin de mejorar
las condiciones financieras del proyecto. Sin
embargo, la cantidad de buques a construir fue
disminuyendo y muchos de los sistemas de armas
y sensores quedaron para una instalación futura.
El proyecto comenzó a detenerse y la necesaria
renovación de la Escuadra iba alcanzando límites
indeseados: Chile no tendría buques de superficie
operativos y tácticamente capaces a contar de la
primera década del siglo XXI.
Afortunadamente, en 2003 se materializa
el Proyecto Puente I, incorporando la Fragata
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“Williams” (tipo 22 Batch 2). Considerando que
los recursos existentes alcanzaban para la
construcción de sólo tres unidades de propósito
general y de limitada eficacia debido a las
restricciones económicas, se decide cancelar
el Proyecto Tridente y activar el Proyecto
Puente II. Este proyecto permitía contar casi
de inmediato con buques operativos, con
estándares OTAN, en condiciones económicas
favorables.
A fines 2003, se inicia la transferencia de
cuatro unidades de la Armada Holandesa (dos
fragatas tipo L antiaéreas, y dos fragatas tipo M
multipropósito), que se había explorado como una
solución alternativa, en condiciones económicas
muy favorables para el país.
Por otro lado, durante las negociaciones con
los británicos por el Proyecto Puente I, la Armada
Real ofreció transferir algunas unidades más
antiguas, pero se estimó poco conveniente por
tratarse de unidades obsoletas y se insistió en el
interés de buques más modernos. Finalmente, a
fines de 2004, se materializa el Proyecto Puente III,
con la transferencia de tres fragatas del tipo 23.
Por su parte, las fragatas Leander son transferidas
a Ecuador durante los años 2007 y 2008.
A partir de 2005 se alcanza un nivel de
modernización sin precedentes en la historia de la
Armada de Chile por su magnitud y simultaneidad,
además de la vigencia logística, tecnológica y
táctica de los buques que se incorporaron, pasando
a ser la Armada más moderna de Sudamérica.
Si bien el enfoque de este análisis se centró en
las unidades de combate, es conveniente destacar
que la Armada no dejó de lado la renovación o
potenciamiento de las otras fuerzas. La adquisición
de aeronaves de exploración y helicópteros
embarcados, vitales para las operaciones en la mar
no siempre han podido seguir la velocidad de los
cambios, aunque existen los planes y opciones
para ello. Se ha optimizado el equipamiento de
la Infantería de Marina y ampliado la cantidad
y capacidades de las unidades asignadas a la
vigilancia y control de litoral.
Mención especial merece la adquisición del
LSDH 91 “Sargento Aldea”, en 2011, buque multirol
que no sólo potencia la capacidad anfibia, sino
que permite apoyar a la comunidad en situaciones
humanitarias o de mitigación de desastres.13
Como ocurre con frecuencia, la naturaleza
periódicamente se encarga de recordarnos la
fragilidad del hombre. El 27 febrero 2010, el país
fue azotado por un sismo de intensidad 8,8 Richter,
el cual no sólo produjo víctimas humanas y daños
materiales de consideración, se le sumó además un
fuerte maremoto que asoló las costas del centro
sur y afectó con especial dureza la Base Naval de
Talcahuano y el astillero de ASMAR. La gigantesca
tarea de recuperación de la infraestructura y
las pérdidas de material operativo requirieron
grandes esfuerzos humanos y financieros, los
que a la postre permitirán asegurar que las
fuerzas navales vuelvan a contar con todo el
apoyo técnico, logístico y operativo necesario
para asegurar sus capacidades de combate.
El futuro
Como se mencionó, la tarea de planificar y
renovar el material naval no es fácil y muchas
veces está más influenciada por las circunstancias,
políticas, sociales, económicas e internacionales,
que por el frio raciocinio de los estudios técnicos
y estratégicos.
Es evidente que se deben definir con antelación
las capacidades y potencialidades que el país
requiere para proteger sus intereses marítimos
y cumplir con los compromisos internacionales
adquiridos. Sobre dichas capacidades, se define
el tipo de fuerzas que se necesitan y con ello se
puede determinar el tipo y cantidad de unidades
necesarias. Como sabemos cuando nuestros
buques mayores irán completando su vida
útil, es posible adelantar y prever los procesos
técnicos, financieros y políticos, de modo que se
materialicen de manera gradual y oportuna, para
así lograr mantener en el tiempo, las capacidades
de nuestro Poder Naval.
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