Revista de Marina
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  • Fecha de publicación: 01/08/2011. Visto 9 veces.
C orría abril del año 1988, y como Director de Ingeniería, había sido invitado por el Almirante junto a mi señora a formar parte de la comitiva que se embarcó en el AP “Aquiles”, con la cual navegamos a la isla Juan Fernández. Fondeamos en la Isla, un día frío y con neblina, salimos con mi señora a recorrer los alrededores llegando hasta el Cementerio, donde había un monolito recién pintado en recuerdo de los fallecidos del Crucero alemán “Dresden”. En el lugar no había nadie, y empezó una fuerte llovizna que nos obligó a cobijarnos bajo un árbol cercano. Desde esa ubicación, escuchamos unas voces de mando, y una escuadra de marinos equipados del “Aquiles” que se acercaba. El oficial a cargo dio las órdenes, la escuadra se formó al frente del monolito, se hicieron honores presentando armas, mientras el corneta que acompañaba a la escuadra tocaba un largo y triste toque de silencio. Luego otro oficial colocó una corona hecha de jarcia de maniobra y posteriormente procedió a leer un discurso alusivo. Mi señora con curiosidad miraba alrededor, sin comprender, ya que en el Cementerio no había nadie, y además lloviznaba fuerte –¿de qué se trata esto?– me preguntó, y yo mirando esta sobria y solitaria ceremonia, sólo atiné a decirle “son cosas de marinos”.

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