By BENJAMÍN RIQUELME OYARZÚN
El conflicto entre Rusia y Ucrania, sumado el de Israel contra el grupo paramilitar Hamás, ha impactado en las proyecciones sobre la guerra. Cuando se estimaba que en el campo de batalla la tecnología asumiría el rol definitorio para cargar la balanza del vencedor, la realidad muestra el regreso de la artillería, el empleo de armas de bajo costo y tecnológicamente poco sofisticadas, como drones y cohetes, junto con problemas logísticos para el sostenimiento de las fuerzas y su reposición.
El 24 de febrero de 2022 se inició la invasión de Rusia a Ucrania, siendo este último país apoyado por la OTAN. El desarrollo bélico de este conflicto, en el que participan potencias por ambos bandos, ha echado por tierra supuestos sobre la guerra moderna y develó deficiencias. Los complejos sistemas de armas, como los cazas de última generación, no han tenido una participación calificada como desequilibrante en el teatro de operaciones. Asimismo, los combates se centran en duelos de artillería, lo que se asemeja más a la guerra de trincheras de la I Guerra Mundial que a lo pronosticado para el siglo XXI.
El retorno a una guerra convencional, de larga duración y alta intensidad, está evidenciando la insuficiente capacidad que tienen las empresas de defensa de los países OTAN para fabricar y reponer munición al nivel requerido por Ucrania, además para atender la reparación de los carros de combate y de transporte dañados en combate. Por otra parte, el alto valor de los modernos sistemas de armas, su diversidad y su complejo mantenimiento a lo largo de su ciclo de vida, están ocasionando problemas para las fuerzas ucranianas.
A mayor abundamiento, el 7 de octubre de 2023 se registró un sorpresivo ataque por parte de Hamás contra Israel. La ofensiva se caracterizó por el lanzamiento de miles de cohetes contra territorio israelí, el uso de parapentes motorizados y el accionar de excavadoras para romper las vallas de seguridad instaladas en la Franja de Gaza, que facilitó la entrada de militantes de Hamás en automóviles, motocicletas y camionetas, quienes atacaron puestos militares y población civil, causando muertes y toma de rehenes. La respuesta de Israel ha sido el bombardeo de Gaza y su ocupación con blindados e infantería, lo que ha dejado miles de muertos y heridos, sin olvidar el bloqueo que anunció y realizó, impidiendo la entrada de alimentos, combustible y agua a ese territorio. El asedio, una táctica tan pretérita y sin mayor modificación a su conceptualización –solo cambios asociados a los avances tecnológicos-, que llega a ser similar a los que realizaban los señores feudales, romanos, griegos y otras civilizaciones más antiguas cuando sitiaban castillos o ciudades enemigas para lograr su rendición. Sin entrar a especular causas, la inteligencia israelí fue burlada y su sistema de defensa antiaérea –Domo de Hierro-, no fue suficiente para detener la cantidad de cohetes lanzados desde Gaza, ya sea porque se vio saturado por el volumen de contactos o porque no estaba totalmente activa. En definitiva, no se aprecia que la tecnología esté jugado un rol dominante en este conflicto; al contrario, la sorpresa y el innovador uso que hizo Hamás de maquinarias, vehículos y armamento convencional, demostraron ser más efectivos que los modernos sistemas de armas y de inteligencia. Puede ser que ciberataques hayan respaldado la ofensiva, pero su rol fue de apoyo o complemento, no definitorio.
Contexto de análisis logístico e industrial
El término del Pacto de Varsovia abrió un nuevo contexto mundial, con una Rusia que iniciaba un peregrinaje hacia su debilitamiento, un Estados Unidos que se alzaba como la única gran potencia y el florecimiento de inimaginables proyecciones de paz. Este escenario modificó los supuestos de la naturaleza de los futuros conflictos y, por lo tanto, en la forma en que se desarrollarían –con nuevos sistemas de armas y adaptación de la industria de defensa-. No obstante, a medida que avanzan los conflictos en Ucrania y en Gaza, los paradigmas establecidos por las potencias occidentales no conversan con la realidad.
El primer supuesto desnudado por la realidad fue la apuesta de que no habría guerras convencionales en Europa y resto del mundo, lo que llevó a la OTAN a organizar y plantear doctrinas militares para enfrentamientos de corta duración y con picos de alta intensidad, principalmente combates contra fuerzas subversivas y terrorismo –se incluye el combate al narcotráfico y criminalidad para los países menos desarrollados-. Sin embargo, la guerra entre Rusia y Ucrania desde el inicio de las acciones bélicas se planteó como una guerra convencional, y acarreó a los países de la OTAN. El segundo corresponde a la creencia de que el uso de munición guiada de precisión disminuiría el consumo de munición; nada más lejos de la realidad. El tercero tiene que ver con la disolución de la Unión de Repúblicas Socialista Soviéticas en diciembre de 1991 y la sensación de paz mundial, que resultó en una rebaja de presupuestos para la defensa en países del bloque occidental, cuyo efecto en cadena derivó en una disminución de empresas de defensa –mediante privatizaciones, fusiones y adquisiciones-1, reducción de las líneas de producción, limitación en los stock de munición y de sistemas de armas, más las implicancias logísticas asociadas, como la rebaja de medios de transporte, de materiales de mantenimiento, de personal, de infraestructura y de combustible, entre otros. Decisiones tomadas casi en su totalidad bajo consideraciones económicas.
Las señales que validaban los supuestos eran claras. A un mundo unipolar con Estados Unidos como hegemón, se le agregaban las experiencias militares de finales del siglo pasado e inicios del XXI –Kosovo, Irak, Libia, Afganistán y Siria, entre otros-, que fueron operaciones de periodos cortos y con combates de alta intensidad, donde el problema no eran los grandes consumos de materiales y municiones, y, finalmente, se suman los adelantos tecnológicos sin igual. Estos tres factores fomentaron y respaldaron la transformación de la Industria de Defensa, iniciándose el tránsito desde una industria pesada, que se reconoce por fabricar grandes sistemas de armas, complejos y de alto precio, como son los tanques, destructores, aviones cazas, misiles crucero, portaaviones, etc., a una industria con preeminencia en la microelectrónica, es decir, basada en la superioridad tecnológica, que combina armas de alta tecnología con inversión en I+D –armamento laser, cañones electromagnéticos, Inteligencia Artificial y ciberespacio-, y desde hace poco tiempo se incorporó el uso masivo de drones. En esta proyección de la industria de defensa ganan relevancia las empresas civiles que tienen un alto know how y experiencia en tecnología. Sin embargo, la guerra de Rusia - Ucrania está ralentizando la señalada transformación de la industria de defensa y da pie para ser reformulada por los motivos que a continuación se explican.
Quiebres en la cadena de suministros
Varias empresas buscaron países donde fuera más rentable y menos engorrosa la instalación de centros de producción, lo que dio origen a cadenas de suministros extensas, ya que este requisito lo cumplían principalmente naciones asiáticas, pero este diseño de redes de suministro aumentó los riesgos. Un incremento en la distancia entre el punto de fabricación y el cliente deriva en un aumento del retardo logístico y, además, a una mayor exposición a variables exógenas, como atrasos portuarios por huelgas, mal tiempo, problemas de programación, incluso sufrir mermas o retenciones por documentos aduaneros faltantes.
Del mismo modo, al parecer, se ponderó livianamente el efecto o la posibilidad que el país receptor de una fábrica o proveedor de insumos se transformara en competidor o aliado de la nación rival, como lo es Taiwán como proveedor de microprocesadores para Rusia y China, y este último como suministrador de materias primas –tierras raras- y otros materiales tecnológicos para Occidente. Así las cosas, las sanciones comerciales aplicadas por Estados Unidos y la correspondiente respuesta de China trajo como consecuencia una carrera por desarrollar la tecnología para fabricar microprocesadores de última generación, debido a lo escaso de estos artículos necesarios para los sistemas de armas. La insuficiente oferta de microprocesadores lleva a presumir que es una de las causas del limitado uso de misiles y otras armas de alta tecnología.
Igualmente, otro elemento que contribuye a la falta de material militar –armamento y munición- es una producción menor a la demanda, siendo responsabilidad directa de las industrias de defensa de los países desarrollados occidentales. La intersección entre una hipótesis de conflictos cortos, acotados y con picos de alta intensidad, junto con planes de inversión ceñidos a principios de rentabilidad financiera, trajo como consecuencia para las empresas el no contar con proyectos de inversión y financiamiento en el corto plazo para ampliar líneas de producción o construir nuevas plantas.
Sofisticación de los sistemas de armas
Los actuales sistemas de armas, en su mayoría, se caracterizan por su sofisticación, que conlleva un elevado precio –se comenta más adelante- y alta complejidad. De lo último se desprenden un par de realidades. Una de ellas es que la complejidad de los sistemas repercute en que son muy pocas las empresas que tienen la capacidad para fabricarlos y/o para confeccionar sus componentes críticos, situación que trae aparejada la generación de cuellos de botella cuando la demanda aumenta.
En el mismo sentido, otro hecho fehaciente es que una mayor complejidad significa más tiempo de entrenamiento para las dotaciones que serán usuarias del sistema de armas. En el caso de Ucrania, su relación de dependencia con la OTAN le juega doblemente en contra. Por una parte, sus Fuerzas Armadas se vieron obligadas a transitar del empleo de material de procedencia soviética y rusa –destruido o inutilizado durante la guerra-, al aprendizaje del manejo de una diversidad de sistemas que los países de la OTAN le están proveyendo.
De la mano a la operación de los equipos, se encuentra el mantenimiento. La sofisticación de los sistemas se traspasa al mantenimiento, siendo necesarios repuestos de alta tecnología, personal experto, herramientas especiales, documentación técnica e instalaciones para reparaciones con altos estándares de calidad, que dificultan su instalación en las cercanías del frente de batalla, alargando los tiempos de reposición.
Costo de la guerra
El valor de los modernos sistemas de armas tiene relación con la tecnología con que cuentan y su eficiencia para el combate. La tecnología y eficiencia de los actuales equipos deja poco margen para cuestionar su precio. No obstante, el panorama que se presenta en los conflictos entre Ucrania-Rusia e Israel-Hamás, pone en tela de juicio la mayoritaria inversión en sistemas de armas de alto valor unitario –tanques, submarinos, fragatas, etc.-, forzando un cuestionamiento de la realidad, replanteamiento de capacidades y definición de sistemas para el futuro.
La tecnología instalada en equipos de mediana y baja complejidad, como los drones, cohetes y el uso masivo de la artillería, están rompiendo paradigmas de la eficacia de los modernos sistemas y su alto precio. Hablando únicamente en términos monetarios, sería más conveniente gastar –valores estimados- USD 20 mil en un dron kamikaze Lancet en comparación con USD 8 millones en un tanque Leopard, sumándole al dron una mayor capacidad exploratoria del campo de batalla y la transmisión de información. En la guerra naval, se están probando aeronaves no tripuladas antisubmarinas, como es el caso del dron T-600 de BAE System, que se convirtió en el primero en lanzar un torpedo2, reemplazando lo que hasta ahora hacen los helicópteros. Incluso, Turquía estaría configurando su nuevo buque de asalto anfibio para operar con drones de fabricación propia, ante la negativa de Estados Unidos de venderles aviones F-353. Con estos ejemplos, que fueron mencionados bajo una perspectiva económica, la intención en ningún caso es proponer un viraje de las Fuerzas Armadas a emplear únicamente drones y medios de guerra electrónica para neutralizarlos o artillería, sino ampliar la mirada para lograr un equilibrio de tipos de armamento y hacer presente las nuevas vulnerabilidades para los grandes y complejos sistemas de armas ante otros más sencillos, lo que cobra mayor relevancia ante la tangible facilidad para letalizar drones comerciales –que lancen granadas o bombas-. La victoria en la guerra no la darán los drones, sino la ocupación del territorio por parte del Ejército, combinado con el bloqueo de la Armada a las líneas de comunicación marítimas del país contrincante, el dominio aéreo de la Fuerza Aérea y la supremacía en el ciberespacio.
El precio de la guerra no es responsabilidad solo del costo de los sistemas de armas, sino también de las estrategias diseñadas para su empleo. Los conflictos utilizados como ejemplos –Ucrania e Israel-, han renovado técnicas bélicas tan antiguas como el asedio de ciudades. Tal es el caso de Israel, que lo utiliza en la Franja de Gaza y en el caso de la Federación Rusa, que lo ha ejercido con éxito en varias localidades ucranianas. A juicio del autor, se estima que la más significativa o, por lo menos, la más mediática, fue el sitio a la ciudad de Mariúpol, para lograr la rendición de las fuerzas ucranianas atrincheradas en la planta siderúrgica de Azovstal. El desgaste económico de un asedio no es menor. La imputación de costos va a la munición empleada por la artillería, pero no se queda atrás todo el tren logístico y acopio de abastecimientos que se requieren para sostener el gran volumen de fuerzas –humanas y materiales- necesarias para cumplir con un asedio a lo largo del tiempo. En el caso de Mariúpol, se prolongó desde fines de febrero hasta mediados de mayo de 2022.
El frente ruso-ucraniano en estos momentos está estático, con el desgaste que implica mantener el abastecimiento de las tropas. El propio Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas de Ucrania, general Valery Zaluzhny, afirmó que el conflicto se asemeja a la Primera Guerra Mundial, señalando que: “Lo más probable es que no se produzca ningún avance profundo y espléndido"4. Otro golpe de realidad o retorno a la antigüedad. Aunque los modernos sistemas de armas no han servido para romper el statu quo, sí están cooperando en la inamovilidad en el frente. El uso de drones, satélites y otras tecnologías de reconocimiento extendieron la visualización del campo de batalla; todos ven lo que hace el respectivo enemigo, el factor sorpresa se encuentra limitado. Pero una guerra de trincheras no es sinónimo de menores costos.
De acuerdo a estimaciones del consumo de munición de artillería por parte de Rusia, se llega a una cantidad de 7.000 disparos diarios. En el caso de los misiles, de acuerdo a datos de Ucrania, su ejército consume 500 misiles Javelin diarios y la empresa Lockheed Martin produce cerca de 2.100 al año5. Ante tales cifras, es requisito dimensionar lo que representan. Al retomar el tema de los costos, se tiene que el Ejército de tierra español adquirió a la empresa Expal 8.000 cargas de 105 mm para sus obuses Light Gun por 7,2 millones de euros, con fecha de entrega antes de fin de año –información data a lo menos de noviembre 2023-6.
De acuerdo a estos datos, Rusia prácticamente gasta 7 millones de euros diarios solo en munición para su artillería, que estaría siendo fabricada por su industria y distribuida por una cadena logística propia. A diferencia de Ucrania, que sus suministros y transporte de munición y materiales están ligados a varias empresas extranjeras y a los inventarios de las Fuerzas Armadas de los países OTAN.
Dependencia logística
Es plausible destacar a la base industrial rusa, porque a lo menos se equipara con la suma de las procedentes de los países OTAN, diferenciándose de Ucrania, que tiene una fuerte dependencia de sus aliados, lo que representa un delicado talón de Aquiles para su propósito en el conflicto, ya que se encuentra subordinada a la voluntad política de los países para proveerle de sistemas de armas, munición, mantenimiento y entrenamiento, y también está sometida a la disposición de la población en apoyar su causa, ya que los recursos de defensa se extraen de otras partidas presupuestarias que pueden afectar planes sociales e incentivan el endeudamiento de las naciones aliadas. El apoyo a Ucrania corre peligro, puesto que ante el conflicto israelí, la atención giró a Medio Oriente, dejándolo en segundo plano.
Corolario
Las guerras del siglo XXI también se combaten con armas del siglo XX y con estrategias de las legiones romanas –asedio de ciudades y bloqueo marítimo-, situación que abre un abanico de alternativas, disminuye las certezas y obliga a estudiar nuevas formas de guerras, además de la multidominio y mosaico.
Es imprescindible desarrollar e invertir en una base industrial nacional que sea capaz de lograr niveles de producción y reposición de munición, equipos y reparación de sistemas. El centro de gravedad de la producción dual –uso civil y militar- se deslizó. La aguja ya no está en la zona en que las empresas de defensa produzcan material de uso civil, sino que se ha ido desplazando al sector en que las empresas civiles desarrollen capacidades para fabricar y/o mantener equipamiento militar.
Bibliografía
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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