By Marcela Paz Vidal Marambio
In the face of persistent and political pressure for the integration of women in all fields, this article focuses on the strategic advantages of avoiding hypermasculinization and allowing women to perform as such, and all that this implies considering the Navy´s point of view to these changes.
La participación de la mujer en las fuerzas armadas es un fenómeno de larga data, encontrándolas con frecuencia como fuerza de trabajo no uniformada, fundamentalmente en labores de apoyo sanitario, de comunicaciones y servicio de cámaras. Su integración a las filas es, en cambio, historia relativamente reciente. El registro de mujeres en los contingentes de la defensa se inicia en 19371, precisamente en la Armada. Sin embargo, debieron pasar poco menos de 70 años antes de que las primeras mujeres pudieran vestir el uniforme institucional y acceder a las escuelas matrices. Uno de los hechos que contribuyó a este cambio fue, sin duda, la firma y ratificación de la “Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer”, de las Naciones Unidas, en 1980 y 1989 respectivamente2. Con ello se adquirió el compromiso explícito de efectuar revisiones y modificaciones al Código Civil en aquellas normas que no estuvieran en la línea de los términos de la Convención, llegando en los primeros años del siglo XXI a establecerse normas para asegurar el acceso paritario a diversos cargos públicos y del ámbito privado. Este proceso ha generado un incremento de la presencia de mujeres en todos los ámbitos, particularmente en puestos de alta dirección y conducción política y, paulatinamente, una perspectiva diferente respecto del rol que la mujer cumple en la sociedad. Sin embargo, el año 2017 se evidenció que Chile era el segundo país de Latinoamérica con menor integración de la mujer al mercado laboral, pese a tener las mujeres mejor preparadas académicamente y con más bajos índices de fertilidad en la región3. Cabe, pues, preguntarse qué significa aquello desde el punto de vista del desarrollo social del país y, en particular, de la proyección estratégica de la Armada en “un escenario internacional en que la igualdad de género constituye cada vez más un estándar valorado y en algunos casos exigido a partir de tratados, acuerdos comerciales y de cooperación que rigen el mundo globalizado en el que Chile profundiza su participación"4.
La mujer es una fuente necesaria y sub aprovechada de capital social para la Armada y su adecuada integración expandirá dicho capital, otorgando ventajas estratégicas para el desarrollo institucional. Pese a que la perspectiva de género en la generación de capital social es un área relativamente inexplorada, sí existen estudios cualitativos y cuantitativos que han dado lugar a algunos conceptos interesantes, que se resumen en que el capital social generado por hombres y mujeres no es equivalente5; así, la mujer tiende a generar más redes de capital social de unión (bonding social capital, BOSC) que de interconectividad vertical (bridging social capital, BRSC), sus redes son menos homófilas que las del hombre (incorpora mayor número de individuos de ambos sexos) y sus relaciones son más colaborativas y maduras en términos de mantención de la actividad colectiva6. He aquí la relevancia para la estrategia institucional.
Si consideramos que el mundo tiende a una perspectiva integrativa de género, con un incremento en el número de mujeres en posiciones de poder y dirección y dadas las características del capital social generado por la mujer, puede pensarse que el contar con un número reducido de mujeres en puestos de decisión y vinculación con el medio civil constituye una desventaja estratégica respecto de organizaciones que sí las incluyan y, en contraposición, integrar más mujeres al contingente salvaría esa desventaja. Sin embargo, la sola inclusión cuantitativa no resuelve el problema; se requiere que la mujer se desenvuelva e interactúe como mujer7 para que se manifiesten las ventajas de su sistema de capital social. Esta es, probablemente, la mayor dificultad en las instituciones militares respecto del mundo civil, dada su cultura de hipermasculinización y contextualización negativa de lo femenino
“(…) para asegurar el completo éxito en mantener una posición, la mujer requeriría no sólo lo que se exige explícitamente en la descripción del cargo, sino además un conjunto de propiedades que los ocupantes masculinos aportan normalmente al trabajo – estatura física, voz o actitudes como agresividad, auto confianza, “distanciamiento”, lo que se ha llamado autoridad natural, etc., para las cuales los hombres han sido tácitamente preparados y entrenados, como hombres (Bourdieu, 2001, p. 62)"8.
Mujeres que actúan como hombres para ser “uno de los muchachos” perpetúan el modelo de exaltación de lo masculino, no expanden el capital social institucional y, además, generan un patrón de integración extremadamente frágil, porque funciona hasta que alguien “recuerda” que son mujeres y trae a colación los estereotipos corporales de debilidad, higiene compleja y distracción sexual.
Si bien el origen de la frase es desafortunado, el que la mujer del César deba no sólo serlo, sino parecerlo, resulta aplicable en este contexto. La mujer es virtuosa en numerosos aspectos y, puesta en situaciones en que debe equipararse con hombres, puede sobrepasarlos; ello se debe, fundamentalmente, a que la percepción de la mujer es que debe demostrar que puede, en tanto el hombre sabe que puede porque la sociedad así se lo ha hecho ver. Ejemplos de ello hay muchos y no es el objeto de este ensayo el detallarlos, pero sí cabe citar una frase:
“Mis contrapartes masculinos eran considerados competentes y capaces hasta que demostraban lo contrario y, por el contrario, frecuentemente se asumía que yo era incompetente hasta que demostraba que no.
Diana Kramer.
Desplegada en ultramar cinco veces, la más reciente en Qatar. Era la única mujer asignada a su unidad en cuatro de sus cinco despliegues"9.
Permitir que la mujer se desempeñe en su condición de tal requiere un esfuerzo institucional no despreciable, que considera la adaptación de infraestructura, equipamiento, educación, entrenamiento e incluso adquisición de insumos10. Y, por cierto, surge la interrogante, absolutamente comprensible, respecto de si todo esto vale la pena.
Los principales detractores de las políticas de integración de la mujer en el ámbito militar se apoyan en el argumento que perpetúa la estereotipia corporal: la mujer no está físicamente preparada para el combate y el combate es la razón de ser de las unidades militares, ergo su integración no sólo es inconducente, sino incluso riesgosa: sufrirían más lesiones, incrementando los costos de salud institucional y de veteranos; se exponen con certeza a acoso, abuso sexual y violación; y, además, se enfatiza el detrimento que generan las relaciones sentimentales que invariablemente se desarrollan en unidades mixtas, sobre la cohesión y espíritu de cuerpo de los contingentes. El sustento de estas afirmaciones es que todo lo descrito depende exclusiva o casi exclusivamente de la condición de género y no de factores institucionales infraestructurales, operacionales o valóricos11.
Sin embargo, es factible enfocar la situación desde otra perspectiva. Si el rol de las fuerzas armadas no sólo se entiende desde el combate, sino que incorpora el concepto de la seguridad nacional como un continuo que, además de proteger la integridad territorial y soberanía, debe resguardar entre otras cosas los ideales socioculturales y la autonomía de los individuos, entonces el escenario de integrar personal con un enfoque de pensamiento y capital social diferentes resulta no sólo razonable, sino necesario, y esta visión cobra aún más fuerza frente al requisito de que las fuerzas armadas participen en operaciones de paz en el escenario internacional, en donde Naciones Unidas ya ha definido que la mujer juega un papel particular y relevante12. De igual forma, cuando se habla de integración debe necesariamente incorporarse el concepto de adecuación, tanto de la institución al individuo como de éste a la institución, procurando siempre mantener los estándares de desempeño en niveles de excelencia13.
El desafío, entonces no es sólo integrar más mujeres, sino integrar a las mujeres más idóneas, en las condiciones más adecuadas. Dar la oportunidad a la mujer de ser lo que es, de desempeñarse en lo que sabe hacer bien, sin trabas, sesgos ni expectativas especiales, es una condición de implementación compleja a nivel institucional. Pero una vez se logre, la Armada podrá contar con un contingente femenino seguro, identificado con los valores institucionales y orientado a la misión que, consecuentemente, se desempeñará en áreas estratégicas expandiendo las capacidades de la organización y permitiendo su mayor desarrollo, tanto en el escenario interno de relación con el poder civil, como en tareas de defensa y misiones de paz.
Así, a lo que debiera tenderse es a definir qué tipo de persona es más idónea para cumplir exitosamente con la misión institucional y contribuir al desarrollo de la Armada, en sus diferentes aristas y, a la vez, revisar y actualizar los requisitos institucionales para el ingreso y permanencia en las distintas especialidades, con foco en la misión y objetivos estratégicos definidos y énfasis en los valores institucionales intransables: lealtad, deber, honor, integridad, valentía y patriotismo. En otras palabras, construir capital social a través de la integración, la educación y el entrenamiento.
Bibliografía
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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