En 1918, tras la Primera Guerra Mundial, el filósofo e historiador alemán Oswald Spengler publicó el primer volumen de su obra La decadencia de Occidente, que impactó los círculos académicos con su pesimismo que anunciaba el colapso de Occidente.
Cien años después nos preguntamos si dicha decadencia es tal; en 1989 Francis Fukuyama publica un artículo llamado ¿El fin de la historia? tema que desarrolla en profundidad en 1992 en su obra El fin de la historia y el último hombre, donde sostiene que después del fracaso y la caída del régimen soviético y sus países aliados, la democracia liberal y la economía de mercado se constituyen en el sistema político y económico triunfante que se ha quedado sin enemigo.
El modelo occidental había triunfado, lo que no significa el fin de la historia, entendida como una sucesión de acontecimientos y conflictos, pero sí que ha terminado la historia entendida como una confrontación de batallas ideológicas. La economía de mercado y la democracia liberal eran la norma.
Tiempo más tarde, Samuel Huntington publica El choque de civilizaciones (1996), que tiene su origen en un artículo con el mismo título publicado en 1993 en el Journal of Foreign Affairs. Su tesis es que el orden mundial se construye sobre diferencias culturales, no sobre ideologías, y es aquí, en el enfrentamiento entre esas disensiones culturales, donde se encuentra la sede de los conflictos del presente y del futuro. Occidente frente a las otras culturas.
A la luz de las tesis mencionadas, intentaremos dilucidar el rol de Occidente en el escenario internacional actual.
Desde la perspectiva histórica, la literatura coincide en su mayoría en establecer el surgimiento de lo que llamamos civilización occidental en Grecia alrededor del siglo VI a. C. y que define el modo de percibir y manejar la realidad mediante la razón.
Occidente como concepto tiene sus orígenes en el Imperio romano. El término surge como una forma de diferenciación entre el mundo musulmán y el budista; es así como el término occidente u oeste designa el punto cardinal hacia donde se pone el sol (poniente). Proviene del latín ponere, que significa desciende o cae. Es el extremo opuesto al oriente, también llamado levante (sol naciente).
Es entre los siglos comprendidos desde el final del mundo antiguo y la alta Edad Media, en concreto, los siglos VI-VIII, en los cuales y gracias sobre todo a la iniciativa de la Iglesia de Roma, se configuró una primera unidad cultural y política del Occidente, que corresponde a Europa y que da origen y forma a la cultura occidental, desarrollada por el cristianismo, la cultura grecorromana y los pueblos germánicos.
El cristianismo es la base, es lo que unió a Occidente, tomando los elementos grecorromanos y germánicos. Lo grecorromano aporta la manera de pensar, el traspaso lingüístico del latín como lengua culta, el espíritu crítico y la capacidad de cuestionarse. El ideal de unidad, la Pax Romana, se unen en una sola cultura, y finalmente el mundo germánico aportará formas políticas, sociales y económicas.
Europa extenderá a lo largo de los siglos sus dominios territoriales y religiosos a América, África y Asia. Llevando a dichos lugares sus costumbres, tradiciones artísticas, su pensamiento filosófico y la religión. También aspectos literarios, normativo-legales y lingüísticos, además de la herencia genética y antropológica de grupos helénicos, celtas, germánicos, judíos, eslavos y latinos, entre otros grupos étnicos.
Se produce en varios lugares del globo lo que se denomina occidentalización, fenómeno a partir de los procesos de conquista, colonización y más actualmente de neocolonización, por parte de los imperios europeos.
La civilización occidental, en la actualidad, no se remite a un espacio geográfico como lo fue en un inicio, sino más bien a una forma de ser y de vivir. La occidentalización tendría como características generales el concepto de democracia, el empleo de argumentos racionales a favor de la igualdad, el librepensamiento y los derechos del hombre.
Lo occidental es sinónimo de libertad, industrialización, modernidad y desarrollo, abarcando una variedad de culturas nativas o no de Europa. La base jurídica de la cultura occidental está cimentada en el derecho romano y tiene una raíz común en su religión, pues está basada en el cristianismo. En general tiene su asiento en el pensamiento y los principios derivados de la ilustración francesa.
El término Occidente comenzó a utilizarse con mayor énfasis después de la Segunda Guerra Mundial. Se acentuó su uso para establecer las diferencias entre el mundo comunista del Este y el capitalista de Occidente. Así, Occidente pasó a ser sinónimo del mundo libre, mientras que el Este (Oriente) se asimiló al territorio ocupado por el bloque socialista, delimitado por la cortina de hierro. Tanto en inglés como en francés, se empleaba la frase países del Este para designar a los Estados socialistas.
Con ello se enraizó la idea de progreso, el liberalismo político, la tecnociencia y los derechos humanos como elementos propios de Occidente.
El advenimiento de la sociedad occidental en la Edad Media, estuvo marcada por luchas y crisis que amenazaban su existencia; un claro ejemplo son el avance islámico en España y la batalla de Poitiers como hito del reino Franco y la defensa de la cristiandad; las cruzadas son otro ejemplo como occidente ayuda a conservar dicha cristiandad y sus lugares santos; si bien la toma de Constantinopla en 1453 por el Imperio turco otomano es un retroceso territorial y cultural para occidente, es a la vez, un hecho que genera como consecuencia el descubrimiento de América y todo un territorio que se va a occidentalizar. Las ideas de la ilustración y la revolución industrial generan cambios profundos en esta sociedad, instaurando la idea de progreso y libertad que durante el siglo XIX, los imperios coloniales británico y francés llevarán a gran parte de los continentes asiático, oceánico y africano.
A pesar de que gran parte del globo se había occidentalizado a fines del siglo XIX, las consecuencias sociales de la revolución industrial y la posterior crisis de 1929 se traducen en una amenaza para las ideas occidentales; surge un desprestigio de la democracia liberal dentro de las mismas sociedades occidentales. El ascenso del fascismo y el comunismo son enemigos de las ideas clásicas que viene materializando occidente. Finalmente, el término de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, vienen a centrar y reivindicar la defensa de las ideas occidentales como las conocemos hoy en día.
En 1991, Estados Unidos, vencedor de la Guerra Fría y de la primera guerra de la postguerra fría –la primera guerra del Golfo–, declara haber quedado como el único Estado con una fuerza, un alcance y una influencia en todas dimensiones –política, económica y militar– realmente mundiales, y afirma que no existe en todo el mundo nada que sustituya el liderazgo estadounidense. Confiado en la hegemonía del dólar, en el alcance mundial de sus transnacionales y de sus grupos financieros, en su control sobre las organizaciones internacionales (Fondo Monetario Internacional [FMI], Banco Mundial, Organización Mundial del Comercio), Estados Unidos instaura el libre intercambio y el libre movimiento de los capitales a escala mundial, reduciendo o eliminando derechos de aduana y regulaciones. Las demás potencias occidentales siguen sus pasos. (Dinucci, 2018)
Es lo que Fukuyama plantearía como el fin de la historia, habían terminado las luchas ideológicas y se evidenciaba el triunfo del modelo capitalista y de la democracia en el mundo; no existía fuerza que amenazara el poderío de Occidente.
Es importante destacar que Fukuyama no descarta la existencia de los conflictos en el plano internacional, señala claramente que este fin de la historia:
…no significa, por motivo alguno, el fin del conflicto internacional per se. Se mantendrá también un nivel elevado y quizás creciente de violencia étnica y nacionalista puesto que estos impulsos aún no se han agotado por completo en algunas regiones del mundo poshistórico.
Agrega el autor:
…que esto implica que el terrorismo y las guerras de liberación nacional continuarán siendo un asunto importante en la agenda internacional. Pero un conflicto en gran escala tendría que incluir a grandes Estados aún atrapados en la garra de la historia, y éstos son los que parecen estar abandonando la escena. (Fukuyama, 1989).
Posterior a Fukuyama y su fin de la historia, pero en la misma línea, Samuel Huntington planteará que la fuente fundamental de conflictos en el universo posterior a la Guerra Fría no tiene raíces ideológicas o económicas, sino más bien culturales: “El choque de civilizaciones dominará la política a escala mundial; las líneas divisorias entre las civilizaciones serán los frentes de batalla del futuro.” Y, a medida que la gente se vaya definiendo por su etnia o su religión, Occidente se encontrará más y más enfrentado con civilizaciones no occidentales que rechazarán frontalmente sus más típicos ideales: la democracia, los derechos humanos, la libertad, la soberanía de la ley y la separación entre la Iglesia y el Estado. (Huntington, 2005)
Al revisar las tesis expuestas por Francis Fukuyama y Samuel Huntington, en algunos de sus puntos parecieran casi proféticos cuando observamos el escenario internacional casi 30 años después.
Aunque para muchos la tesis de Francis Fukuyama está desacreditada y no existiría como tal el fin de la historia, considero que no debemos ser tan dogmáticos y analizar sus tesis con una mayor amplitud, evidenciamos varios elementos, creo que estaríamos de acuerdo con afirmaciones tales como: “El triunfo de Occidente, de la ‘idea’ occidental, es evidente, en primer lugar, en el total agotamiento de sistemáticas alternativas viables al liberalismo occidental”. (Fukuyama, 1989), o “la propagación inevitable de la cultura de consumo occidental” (Fukuyama, 1989). Si bien, nuestro mundo ha evidenciado cambios profundos en las relaciones entre Estados, claramente la lógica predominante en las relaciones comerciales es el liberalismo; no hemos visto una nueva alternativa y la gran mayoría de los países del orbe desenvuelven sus economías en base al libre mercado. Cuando Fukuyama señala que:
Si aceptamos por el momento que ya no existen los desafíos al liberalismo presentados por el fascismo y el comunismo, ¿quiere decir que ya no quedan otros competidores ideológicos? O, dicho de manera diferente, ¿existen otras contradicciones en las sociedades liberales, más allá de la de clases, que no se puedan resolver? Se plantean dos posibilidades: la de religión y la del nacionalismo.
Claramente, en nuestros tiempos hemos evidenciado conflictos entre Estados por temas religiosos y nacionalistas, y no al nivel de grandes potencias.
En la misma línea, Huntington señalaba, al momento de escribir sus postulados, que estamos siendo testigos del resurgimiento de los fundamentalismos e identificaciones culturales, las que, con el tiempo, irán tomando una participación mayor dentro del régimen internacional en el que vivimos. (Huntington, 2005).
Así, el autor proponía tres temas que serían los más relevantes y que generarían relaciones conflictivas entre occidente y el resto del mundo: proliferación armamentística, derechos humanos y democracia, y la inmigración.
Tres temas que se encuentran muy vigentes en nuestro escenario internacional actual, vemos como Estados Unidos ha tratado de promover la no-proliferación de armas como una expresión de interés mundial. Sin embargo, los países no occidentales, observan esto como una forma de subrayar el poder dominante de Occidente en cuestiones armamentísticas; durante el año 2018 hemos sido testigos de las negociaciones con Corea del Norte o de las tensiones que se dan en Oriente Medio con Irán sobre este punto.
El segundo elemento, tiene directa relación con que la idea de que la democracia es la única forma viable de organización política. Sin embargo, esta medida ha sido adoptada con mayor éxito dentro de los países con influencias cristianas y occidentales. La condición democrática y el respeto a los derechos humanos, son necesarios para que Europa y EE.UU. presten ayuda a los países en vías de desarrollo, imponiéndose así la hegemonía occidental. Sin embargo, en los países asiáticos, esta presión es mucho menor debido al poder económico que han alcanzado en los últimos años. La influencia que China está teniendo sobre los demás países asiáticos para votar en contra de las proposiciones hechas por Occidente en cuanto a derechos humanos, ha ido desgastando la hegemonía occidental en este sentido. (Nomberto, 2010)
Como tercer punto la emigración es un tema que ha estado vigente en los últimos años tanto para Europa como para Estados Unidos. Incluso siendo catalogada por algunos como una amenaza para los habitantes nativos de esos territorios, pues estas nuevas sociedades están ocupando sus trabajos, su espacio y quitándoles sus oportunidades. Así, han surgido dentro de la población europea y estadounidense grupos con políticas nacionalistas que tratan de reducir o de acabar con la inmigración y cada vez más en contra de brindar ayuda estatal y política a dichos grupos. Huntington señalaba que, para Europa, la principal amenaza son los pueblos árabes y para Estados Unidos los mexicanos.
Las tesis planteadas por Huntington y Fukuyama, si son examinadas con detención y con la capacidad analítica necesaria, pueden vislumbrar luces a nuestro escenario internacional actual y la forma en que debiéramos analizarlo. En cambio, si somos dogmáticos y hacemos una lectura cerrada, no podremos observar el fenómeno en su totalidad y sólo encontraremos las imprecisiones de los postulados de ambos autores y no la oportunidad que nos entregan para el análisis internacional de hoy en día.
Es común encontrar artículos de prensa, académicos y textos de historiadores, cientistas sociales, entre otros, que señalan que Europa y Estados Unidos se sienten cada vez más amenazados por olas masivas de inmigrantes, por la irrupción del islam (que aporta sus propias ideas y costumbres sin integrarse) y por la baja tasa de natalidad de dichos lugares.
Sumado a lo anterior, nos encontramos con datos y proyecciones económicas relativas a como los Estados Unidos han perdido su hegemonía económica ante China; por ejemplo, en el año 2000 el PIB de los Estados Unidos era ocho veces mayor que el de China; hoy sólo lo es dos veces.
Ello que ha generado una amplia opinión en círculos académicos en torno a la decadencia de Occidente, haciendo alusión a que el control de la geopolítica mundial que, durante los siglos XIX y XX, ejercieron Gran Bretaña y los Estados Unidos, es un recuerdo del pasado. Ahora mismo China y el Asia-Pacífico (Chindia) son ya el centro del comercio mundial y China ejerce sin complejos su imperialismo en África. (Alcoberro, 2017)
Se plantea que hay síntomas de cansancio en Occidente, que existe un hundimiento de los sistemas de valores que constituyeron el ideal liberal. Que hoy el neoliberalismo se ha reducido a un sistema de dominación económica monopolista. Que el cristianismo es ya una religión de escépticos, cada vez más sincrética. (Alcoberro, 2017)
Probablemente, estaremos en algunos puntos de acuerdo con este análisis sobre Occidente, pero también debemos comprender que Occidente ha dejado de ser un espacio geográfico circunscrito a Europa y Norteamérica, y que ha traspasado fronteras en todos los continentes, y que sus valores (la ilustración, el universalismo moral, la ciencia y los derechos humanos) son hoy compartidos por mucha gente en todas partes del mundo.
Occidente aún vive; podemos encontrar en el mundo actual una vigencia de los grandes temas occidentales y una transformación importante en otras áreas que podemos decir que sobreviven.
Si hablamos de vigencia, la democracia, los derechos humanos, el modelo neoliberal o capitalista, están plenamente insertos dentro del contexto internacional. Si somos capaces de preguntarnos qué otras alternativas existen como formas de gobierno o modelo económico consensuado bajo los conceptos enunciados, cuesta encontrar una respuesta que sea considerada como una alternativa mejor.
Si bien el modelo liberal (democracia y capitalismo) tiene críticos, y que en los últimos años han surgido movimientos renovados de izquierda o nacionalistas en diferentes partes del mundo, los ejemplos prácticos de dichas aplicaciones siguen señalando al mundo liberal como la forma económica y política que se sustenta en el tiempo y que permite a los Estados un mayor desarrollo. Debemos considerar, además, que no es la primera vez en la historia donde el modelo liberal ha entrado en crisis, basta con recordar la década de 1930, con la crisis de 1929 y el ascenso de los totalitarismos.
Cuando leemos la gran cantidad de estudios que abordan, el fin de Occidente, sobre todo las surgidas el año 2018 cuando se cumplieron 100 años del primer volumen de la famosa publicación de Oswald Spengler La decadencia de occidente, los problemas a los que aludía y su pesimismo, tienen directa relación con el contexto en el que escribe y que han de entenderse como una especie de derrumbe moral. La Primera Guerra Mundial no representó solo un revés material o una catástrofe militar, también fue la aniquilación de una forma de vida. Por ello, ninguna potencia europea podía sentirse genuinamente vencedora en esta guerra. (Furedi, 2018)
Pero Occidente siguió existiendo como cultura, sólo se transformó. Winston Churchill, posiblemente el mejor estadista del siglo XX, reflexionó sobre un mundo que le resultaba difícil de reconocer. En su autobiografía, My Early Life (1930), Churchill llamó la atención sobre la distancia que había tomado su sociedad con respecto al legado y los valores del pasado:
…me pregunto con frecuencia si alguna otra generación ha sido testigo de revoluciones de hechos y valores tan asombrosas como las que nosotros hemos vivido. Casi nada, sea material o inmaterial, sobre lo que fui educado para creer que era permanente y vital, ha perdurado.
Churchill tuvo un gran mérito al reconocer que lo fundamental es no renunciar a los valores que sustentaron la civilización europea sin antes luchar.
Posiblemente, la civilización occidental que conocemos surgida al término de la Guerra Fría es muy distinta a la que hace alusión Churchill en el párrafo anterior, donde plasmaba su civilización occidental de post guerra. Hoy, la civilización occidental como la hemos conocido en los últimos 30 años puede estar en una etapa de desgaste, de crisis; pero ello no implica su fin.
Las civilizaciones toman prestadas ciertas características de otras, las hacen suyas, adaptándolas a su propia forma de organización y a sus tradiciones culturales. Puede ser que estemos frente a una transformación, pero siempre sobrevivirá algo de Occidente en el nuevo panorama.
Que el islam como civilización se haga más fuerte, o que China reemplace a EE.UU. y el eje cambie a Asia, no necesariamente implica el fin de Occidente. Por ejemplo, muchos de los migrantes islámicos en Europa mantienen su religión y costumbres, pero sus hijos y nietos son educados en las escuelas y universidades europeas, son generaciones que se acostumbrarán al modelo occidental, y probablemente al cabo de varias generaciones tendrán menos hijos, adoptando el modelo de vida de los propios europeos.
En el caso que China reemplace a EE.UU. en el ámbito económico y militar, ha sido la apertura comercial liberal la que ha permitido el desarrollo de China, uno de los elementos constitutivos de la civilización occidental.
Se podría decir que las civilizaciones toman lo que les conviene de Occidente, pero ello también implica que elementos occidentales se mantienen en el tiempo traspasando civilizaciones y por lo tanto sigue vigente en ciertas áreas.
Hoy en día, a pesar de lo que evidencian círculos académicos como una crisis o transformación, podemos ver que Occidente está vigente plenamente en el orden internacional. Sus valores y elementos esenciales como son la democracia, los derechos humanos, el modelo económico, los organismos internacionales como Naciones Unidas, están ahí y no se vislumbra una alternativa de cambio que sea aceptada por la mayoría de los países como algo mejor, o alguna experiencia diferente que haya tenido éxito para imitarla.
Históricamente hemos visto en varias oportunidades que Occidente se ha adaptado, ha cambiado de eje, pero ha permanecido vigente en la escena internacional.
Lo anterior, no implica descartar las tesis de Fukuyama del fin de la historia, o las tesis de Huntington sobre la diferenciación cultural en todas sus áreas. Pero sí, considerar ciertos elementos presentes en las tesis de ambos autores que nos permitan, a la hora de realizar un análisis internacional del mundo actual, en reflexionar sobre aspectos como que es muy probable que el resurgimiento de las identidades culturales resultado de la modernización hará un mundo cada vez más heterogéneo, donde los principales conflictos serán producto del choque entre esta heterogeneidad de visiones, más que conflictos entre Estados o entre superpotencias.
No se sostienen premisas tales como que sólo los países que tienen culturas similares cooperarán entre sí, ya sea económica o
políticamente. Claramente, nuestro país es un ejemplo: hemos sido capaces de conocer otras culturas, sobre todo asiáticas, e iniciar intercambios económicos y culturales con alto grado de éxito.
Sin embargo, las diferentes culturas representan la identidad de cada pueblo, lo cual los une entre sí y a la vez los separa de sus enemigos históricos. Hay que recordar que para Huntington, la religión es el factor fundamental de toda civilización, y si en pocos años, el Islam logra rebasar en número a los seguidores cristianos, entonces sería dudoso seguir creyendo que Occidente fuera la civilización más influyente, postulado que no concuerdo, porque Occidente es cada vez más laico, y su vigencia depende más de la defensa de valores y forma de vida liberal más que la religiosa. Y esto es evidente en política internacional.
Es necesario tener nuevos paradigmas que sean aplicables al régimen internacional actual, y que los actuales analistas de las relaciones internacionales tomen en cuenta los diferentes elementos que componen este entorno internacional y no sólo se queden en las premisas de autores, sino que sean capaces de tener una mirada amplia y crítica para abordar sin dogmatismos las propuestas esgrimidas. Buscar en la forma más objetiva el porqué del surgimiento de tantos conflictos étnicos, nacionalismos, y conflictos que se suscitan dentro de los Estados mismos. Analizar la forma como los liderazgos se adaptan a la naturaleza de la política mundial actual y ver si son capaces de desenvolverse de manera consciente, responsable y eficiente entre los múltiples factores a analizar para evitar un conflicto a gran escala.
Finalmente, cabe señalar que Occidente afronta amenazas y ha recibido golpes duros en los últimos años. Pero, para quienes se sienten vencidos por el pesimismo y las dudas a partir de la primavera árabe, de la Rusia liderada por Vladimir Putin, de la incompatibilidad de China entre el capitalismo y su falta de libertades civiles, los valores de la libertad y la dignidad humana que impulsan la civilización occidental siguen siendo el sueño de la inmensa mayoría de la humanidad.
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Este ensayo viaja en el tiempo hasta los inicios del hombre, identificando algunos motivos de su prevalencia entre el resto de los de su género y mostrando el origen de las culturas. Luego, a partir de algunos factores comunes se detallan rápidamente hechos que marcaron el avance de la cultura cristiano occidental, nombrando también algunos hechos coyunturales que hicieron que otras culturas no tomaran el mismo camino de éxito. Al concluir se propone que a pesar de que la historia ha mostrado un avance a una posible cultura común con un importante componente occidental, los vertiginosos avances tecnológicos y científicos podrían deparar un giro violento en esta línea, pudiendo incluso originar el principio del fin de los homo sapiens, dando paso a una nueva especie y un nuevo tipo de cultura.
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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