Por especial encargo del señor comandante en jefe de la Armada, me dirijo a ustedes con el objeto de agradecer esta magnífica actividad de homenaje al abogado Arturo Prat Chacón, como gran egresado de esta facultad, y quién recibiera el título de abogado por parte de la Corte Suprema de Justicia, en un día como hoy, el 31 de julio del año 1876.
Permítame señor decano, en primer lugar, expresar la profunda emoción que embarga en estos momentos a la Armada de Chile, a su comandante en jefe aquí presente y a todos cuantos pertenecemos a las filas de la institución.
Y digo profunda emoción, porque hemos recibido su amable invitación a este homenaje en la más verdadera convicción que la figura de Arturo Prat Chacón no es patrimonio exclusivo de la Armada de Chile, sino que pertenece a la nación en su conjunto, irguiéndose como el mayor y más completo héroe de nuestra historia nacional. Así pues, vosotros podríais haber homenajeado al héroe, con todo derecho, sin haber ni siquiera comunicado tal acontecimiento a la Marina pero, sin embargo, por el contrario, habeís organizado este acto con una especial consideración hacia nosotros.
Esa circunstancia nos lleva -como decía-, a la emoción y a la gratitud, no porque este acto implique un homenaje a la Armada de Chile, que hoy representamos, sino porque este homenaje a Prat como ilustre egresado de esta facultad se extiende al insigne marino que también fue.
En efecto, Prat unió admirablemente su profesión naval a aquella de abogado, de una manera tan elevada, que llegó a fundir ambas para siempre en el bronce de nuestra conciencia jurídica nacional.
Su vocación jurídica no fue fácil. Para llegar a ser abogado, tuvo que recorrer un largo y dificultoso camino, porque siendo marino en servicio activo, debió compatibilizar esa vida de esfuerzo y largas navegaciones con la obtención de una segunda profesión. Esta circunstancia permite advertir el fuerte ímpetu que debió experimentar su alma al buscar ser abogado, ya que había ingresado a la Escuela Naval con apenas diez años de edad, por lo que su instrucción anterior en la escuela superior de Santiago, ubicada en la antigua calle Nueva de San Diego, hoy llamada Arturo Prat, no bastaba para ingresar a estudiar la carrera de Derecho en esta Universidad de Chile, donde se le exigía el bachillerato en humanidades. Debió entonces completar previamente sus estudios de humanidades y luego estudiar en la universidad, como alumno libre, todo ello mientras cumplía sus deberes de marino, en medio de las exigencias de la profesión naval y de las duras condiciones de la navegación en pleno siglo XIX.
Arturo Prat estudió derecho mayoritariamente a bordo de las unidades de la Armada de Chile, trasladándose cuando podía a Valparaíso y Santiago para rendir sus exámenes, llegando a ser el primer marino que se tituló de abogado en Chile.
Y surge aquí una gran cuestión. Aparentemente la profesión de las armas dista mucho de aquella de las letras.
Armas y derecho parecieran ser nociones no solo distintas, sino que contradictorias e inconciliables. Allí donde imperan las armas no vive el derecho y si el derecho impera, no serían necesarias las armas.
Gran dilema universal y de candente actualidad.
Sin embargo, grandes genios de la historia fueron hombres de armas y de letras. El propio Cervantes fue un soldado de la Corona Española y luego devino en el hombre de letras más formidable que nuestra lengua castellana haya conocido. El mismo Cervantes cuando pone en boca del Quijote el curioso “Discurso de las Armas y las Letras”, exclama:
…dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas,…
A esto responden las armas que las leyes no se podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de corsarios, y, finalmente, si por ellas no fuese, las repúblicas, los reinos, las monarquías, las ciudades, los caminos de mar y tierra estarían sujetos al rigor y a la confusión que trae consigo la guerra…
Don Quijote nos plantea aquí, que las leyes rigen a las armas y que las armas tienen por objeto buscar la paz, por lo que ambas apuntan al noble fin de la justicia.
Ya lo decía el propio Cervantes:
Las armas tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida.
No me cabe duda que estos nobles y elevados ideales caballerescos acompañaron siempre al joven Arturo durante su formación familiar, naval y académica, así se trasunta de la lectura de la carta que dirigiera a su mujer poco antes de jurar como abogado, en 1874:
La idea de abandonar la Marina me es antipática y, a la verdad, solo impelido por poderosas razones me decidiría a hacerlo. No cuento entre mis defectos la inconsecuencia. Mientras no posea un nombre, si no respetable, al menos de mérito como abogado, debo conservar el de marino, que me lo ofrece, y llevar como accesorio el otro. No tengo ninguna mezquina ambición; los honores ni la gloria me arrastran; pero creo puedo servir en algo a mi país en la esfera de actividad tanto del uno como del otro.
Así sentía Arturo Prat esta dos condiciones de marino y abogado, nunca incompatibles y encaminadas ambas hacia el mismo norte de servir a la Patria, reuniendo para ello tantas nobles virtudes, tan diversos conocimientos y habilidades, tantos sueños y esperanzas, que bien podemos decir que Prat constituye un verdadero universo en el cual no solo los marinos de hoy, sino que todos los ciudadanos, podemos buscar el derrotero que conduzca a nuestra Patria a buen puerto.
Este sentido de globalidad en la existencia humana lo encontramos bellamente expuesto en el célebre discurso de instalación de esta universidad de Chile, pronunciado por don Andrés Bello en el año 1843. Allí, el insigne jurista, con su prosa maravillosa, nos exhortaba:
Lo sabéis, señores: todas las verdades se tocan,… en el piélago del espacio;…
Así pues, los extremos de las armas y el derecho naturalmente se tocaron en el universo de Prat. En el instante postrero de su muerte en la guerra, consentida por amor a la Patria, su mano empuñaba sin embargo la espada de la Justicia, por lo que su caída no lo llevó a las profundidades del olvido, sino que elevó su figura de marino y abogado como una sola estrella en el firmamento de Iquique.
Aquel no fue un acto aislado, fortuito, espontáneo, casual, ni siquiera inconsciente o arriesgado, no, fue un acto universal, heroico, construido desde su más frágil y tierna infancia en San Agustín de Puñual; desde las tecas de las naves de la Armada de Chile; hasta los fragores de la guerra contra España; hasta las aulas de esta escuela de derecho; en los testimonios de abnegación a su mujer e hijos; en su entrega a lo más pobres y necesitados; en su devoción religiosa;… en fin, su heroísmo fue consecuencia ineludible de su inabarcable amor a la Patria.
En el azaroso camino que debió recorrer Arturo Prat para llegar a ser abogado, quiero destacar un hecho central que revela cómo entendía este brillante marino el derecho y las armas.
El día 31 de julio de 1876, cuando nuestro héroe debía apersonarse en la Corte Suprema de Justicia para rendir su examen final, se vistió, como corresponde al protocolo naval, con su impecable uniforme de parada y su espada ceñida al cinto, llamando poderosamente la atención a todos quienes circulaban por el recinto de los tribunales, pues nunca se había visto a un marino en servicio activo, de uniforme, efectuando los trámites para recibir el título de abogado.
Al entrar fue detenido por el portero del edificio, quién le manifestó que al tribunal no era permitido entrar con bastón, ni mucho menos con espada, y que tuviera la amabilidad de quitársela.
Arturo Prat, al recibir esta solicitud tan perentoria, no dudó en entregar su espada e ingresar al salón de la Corte despojado de este emblema de autoridad, que desde los días de Roma y aún antes, fue un arma altamente personal y de importancia simbólica. La entrega de un sable de un oficial en combate es tomada como señal de rendición y en pasadas guerras fue costumbre partirlo en dos cuando el oficial era despedido sin honor.
Sin embargo Prat, sólo por respeto irrestricto al derecho, consintió por única vez en su vida desprenderse de su espada, para volver a tomarla después, fundida ya con el fuego de la justicia, hasta el momento final en Iquique, donde murió aferrado a ella como la prenda más preciada de su honor y de la gloria de la Patria.
Su espada cedió dócilmente ante la Justicia, pero se mantuvo firme y alzada ante el adversario, sintetizando entonces, admirablemente, la profunda simbiosis del abogado y del marino.
Allí, Prat unió en el piélago del universo las verdades del derecho y las armas.
Muchas gracias,
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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