By ERI SOLÍS OYARZÚN
El azar es un eterno e influyente compañero del hombre, sin embargo, su concurrencia es imposible de prever gracias a su frívola y mutante naturaleza.
Chance is an endless and influential companionship of mankind, yet its concurrence is impossible to anticipate thanks to its frivolous and evolving nature.
Al escrutar la historia llama la atención la caprichosa frecuencia con que acaecen hechos trascendentes en el acontecer de la humanidad. La concatenación de sucesos fortuitos, desatinos, errores y reacciones apresuradas de los conductores o gobernantes desembocan en cataclismos políticos-estratégicos, trastornando al mundo conocido. En tales oportunidades, dirigentes y pueblos obran cual autómatas, aparentemente sin razón ni voluntad e incapaces de detener sus pasos hacia el despeñadero.
Tal azar, actor estrella de los hechos, posee diversos sinónimos: “ventura, albur, sino, destino, hado, acaso, eventualidad, fatalidad, casualidad, aventura, riesgo, contingencia, fortuna, chiripa, coincidencia, suertes, circunstancia, accidente, desgracia”.
La suerte constituye un elemento gravitante en el devenir de los seres humanos, pero su influencia se experimenta con mayor reciedumbre en los conflictos internacionales; jefes con habilidad y valor comprobados, planes formalmente esbozados, fuerzas experimentadas e incluso gozando de manifiesta superioridad sufren infaustos fracasos. La fortuna – impasible e inescrutable – parece jugar con cartas marcadas en contra de quienes marchan confiados hacia el seguro y obvio triunfo.
Pensamientos de Clausewitz relativos al azar
Karl von Clausewitz en su acertado y exhaustivo estudio sobre la guerra, advirtió que el azar era un ingrediente de permanente presencia e influjo en los asuntos bélicos. Sobre la materia hizo agudos comentarios: “Hemos visto cómo la naturaleza objetiva de la guerra hace de ellas un cálculo de posibilidades. Ahora sólo hace falta un elemento más para que se convierta en un juego, y en ese elemento no falta por cierto: el azar. Ninguna actividad humana tiene contacto más universal y constante que la guerra. El azar, juntamente con lo accidental y la buena suerte, desempeñan así un gran papel en la guerra… Por su naturaleza subjetiva como por su naturaleza objetiva la guerra se convierte en un juego”. Con dicho juicio, Clausewitz califica a la guerra como un juego de azar en atención a la concluyente participación de la fortuna desde su gestión hasta su desenlace. Vemos por lo tanto que, desde el principio, la facultad absoluta, teórica o como se le llame; no encuentra en parte alguna base segura en los cálculos de la guerra. Desde el comienzo existe un juego de posibilidades y probabilidades, de buena o mala suerte que aparece en todos los hilos, grandes y pequeños de trama y hace que de todas las ramas de la actividad humana, sea la guerra la que más se asemeje a un juego de naipes. En el arte de la guerra hay que actuar con fuerzas vivas y morales, donde resulta que lo absoluto y lo seguro no pueden ser alcanzados; siempre queda un margen para lo accidental, tanto en las grandes cosas como en las pequeñas. Así como por una parte aparece ese elemento accidental, por otra el valor y la confianza en sí mismo debe adelantarse y llenar la brecha. Mientras mayor sea el valor y la confianza en sí mismo, más grande será el margen que pueda dejarse a lo accidental. En las disquisiciones transcritas queda reflejada la oposición del autor relacionadas con recetas infalibles para obtener la victoria en el campo de batalla, así mismo destacó el rol decisivo del jefe – jugador o competidor en la justa vital – para contrarrestar los nocivos efectos del azar.
Reflexiones sobre el azar
El azar siempre está latente durante el transcurso de un conflicto. La sola eventualidad de su ocurrencia crea una viscosa incertidumbre entre los beligerantes. Forma parte cardinal de la llamada “niebla de la guerra”. Al manifestarse, aparece de súbito y sin aviso previo. No responde al deseo ni voluntad del hombre, quien debe soportar sus graves y veleidosas consecuencias. El azar se materializa, por lo común, con brutal ímpetu durante la ejecución de operaciones críticas y decisivas. Es el excéntrico amo de una moneda de dos caras, con la cual apuesta a su antojo; su veleidoso temperamento favorece o perjudica al elegido. Al afortunado, le ofrece un panorama colmado de venturosas promesas, mientras que al desventurado le causa severos daños materiales y anímicos junto con un lúgubre horizonte.
El azar genera desastres sumando fallas triviales e incidentes menores hasta provocar una tragedia de gran magnitud. Situaciones accidentales tales como: anómalas condiciones meteorológicas, batitermográficas, electromagnéticas y aeroespaciales pueden frustrar una coyuntura u oportunidad estratégica favorable e irrepetible. Él acaso también distorsiona probabilidades y estadísticas alterando expectativas confiables. La imprevisión y la desidia son los principales cómplices e inspiradores de azarosas catástrofes.
El azar cuenta con innumerables agentes para inmiscuirse en los hechos guerreros: fallas materiales y humanas, fenómenos naturales, errores de interpretación, ambiciones desmedidas, omisiones casuales, descoordinaciones en tiempo y espacio, etc. Pero el principal generador de contingencia es el hombre. Sobre este punto cabe insistir que el ser humano basa sus resoluciones y actos no sólo en la razón sino también en las emociones y los instintos, siendo el ingrediente más frágil el primero de ellos. Durante las deliberaciones y apreciaciones, tanto las emociones como los instintos se disfrazan y cubren con atractivos ropajes a fin de aparentar lógica validez; mientras mayor es su presencia en las decisiones, se le otorga mayor paso libre al albur.
Los efectos del azar en la guerra implican desde la derrota irrevocable de una fuerza con superioridad arrolladora hasta una victoria inesperada de un grupo de tarea inferior acorralado. Comprende además toda la gama inimaginable de resultados entre los casos extremos recién descritos.
La fortuna - a pesar de su esencia aleatoria - está condicionada a una incuestionable periodicidad en su ocurrencia. Las estadísticas, probabilidades y teorías sobre el juego proporcionan ciertos elementos de juicio para valorarlo.
La estrategia, pragmática, racional y responsable de elaborar los planes en todo nivel y expresiones no puede basar ninguna empresa en el acaso, pues constituye una clara apuesta al descalabro. Pero tampoco se debe permitir que la eventualidad del azar inhiba iniciativas ambiciosas y plausibles.
Maniobrar el azar
Como se afirmó anteriormente, durante el desarrollo de los conflictos el azar se encuentra en estado potencial, solapado y presto a caer sobre el incauto o el agraciado. Con frecuencia, su aparición en el escenario de las operaciones repercute en forma decisiva en los momentos cruciales de la campaña. Por causa de su índole fortuita, las contingencias son difíciles de prever como también sus alcances y derivaciones.
El general Clausewitz al analizar la “Superioridad de Fuerzas” y la “Reserva Estratégica” transluce que en sus reflexiones incluye el azar con la intensión de desbaratarlo. Pero esta superioridad tiene grados, puede ser imaginada como doble, triple o cuádruple, y es fácil de comprender que, al aumentar en esta forma, debe imponerse a lo demás. En este sentido convenimos en que la superioridad numérica es el factor más importante en el resultado del encuentro, pero debe ser suficientemente grande como para contrapesar a todas las otras circunstancias coexistentes. Por más desventajosas que puedan ser otras circunstancias, será suficiente para asegurar la victoria una superioridad numérica importante, que sin embargo no necesita ser mayor del doble. En consecuencia, la primera regla sería entrar en el campo de batalla con un ejército lo más fuerte posible. Esto suena mucho a perogrullada, pero en realidad no lo es. El método de aplastar al enemigo bajo el peso aniquilador de fuerzas desmesuradas tiene larga data y se renueva cada cierto tiempo. Los imperios faraónicos, medos y zarista lo emplearon con éxito a fin de ampliar o defender sus fronteras. El general Eisenhower lo aplicó mediante su doctrina del “Frente Amplio” en Europa durante la “Segunda Guerra Mundial”.
Al estudiar las reservas, Clausewitz manifiesta: “Pero también puede aparecer en la estrategia la necesidad de disponer de una fuerza para acontecimientos imprevistos y, en consecuencia, también pueden existir reservas estratégicas, pero sólo allí donde se conciba la posibilidad de acontecimientos imprevistos. Una condición esencial del mando estratégico es que las fuerzas deben ser mantenidas en reserva para ser usadas más tarde, de acuerdo con el grado de incertidumbre existente”. La reserva no participa en el encuentro desde el comienzo de las acciones. Por lo tanto, mientras se encuentra inactiva, está en potencia. En tal condición, le resta poder combativo al dispositivo completo.
Con la guerra en el mar, la superioridad constituye una ventaja para quién la disfruta. Las características del medio y los atributos de los medios facultan la dispersión en el espacio y la concentración en el tiempo de las fuerzas navales. En tanto, las armas con alcances en constante aumento y precisión permiten formar dispositivos extensos, flexibles y con el apoyo mutuo adecuado. Las particularidades mencionadas permiten que las fuerzas navales de superficie, aéreas y submarinas desplegadas en el área de operaciones focalicen, en forma simultánea y concurrente la totalidad de su poder ofensivo sobre el objetivo designado. El almirante Raoul Castex expresa: “En los tiempos modernos las armas alcanzan tal precisión y potencia, que son capaces de obtener efectos fulminantes en pocos instantes, mucho antes de que una reserva retrasada haya podido actuar eficazmente. Esto descarta, al menos por ahora, la idea de la reserva”. Recapitulando, para la Estrategia Marítima la superioridad tiene validez como medio para prevenir el azar y no tanto la reserva.
Los planes provienen de la “Apreciación de la Situación”, método lógico y sistematizado destinado a analizar y evaluar todos los factores físicos e intangibles englobados directa o indirectamente en el cumplimiento de una misión. Examina con espíritu crítico el objeto y objetivo propuesto, el escenario donde se deben realizar las operaciones, los medios propios y amigos dedicados a oponerse al adversario, etc. Utiliza tablas de datos, estadísticas, cartas, publicaciones nacionales e internacionales, perfiles sicológicos, historia militar, periódicos, informaciones de inteligencia y cuanto antecedente se estime atinente al problema planteado. Una vez determinados los cursos de acción propios y las posibilidades del enemigo se conjugan definiendo la resolución. Jamás hay que menospreciar al contrincante tanto en sus capacidades como sus habilidades. Si la decisión está elaborada con exhaustiva acuciosidad, asentada en elementos de juicio auténticos, exento de prejuicios e ilusiones, representa el mejor antídoto contra errores, omisiones y equívocos fomentadores del azar dañino para el cumplimiento de la tarea encomendada.
Los modernos sistemas C4ISR tienen como propósito disipar la “niebla de la guerra” en el escenario de las operaciones. Sofisticados sensores ofrecen al comandante un panorama integral del campo de batalla. Exponen con fidelidad y precisión la imagen vigente de los espacios aéreos, superficie, submarino, aeroespacial y espectro electrónico; nada escapa a su continuo escrutinio. El conductor, desde su Centro de Operaciones, controla y ordena a los medios subordinados y armamento disponible; cuenta con aviones, helicópteros, drones, misiles, granadas, torpedos - varios de ellos auto o teleguiados - para destruir el objetivo deseado. El C4ISR es una substancial ayuda para precaver la ocurrencia de imprevistos. Sin embargo, no penetra en la mente del oponente principal fuente del azar.
En caso de que la moneda de la fortuna muestre su cara amable, conviene verificar primero si obedece a un incentivo del rival para luego actuar con decisiva urgencia a fin de explotar la coyuntura en toda su amplitud. Comúnmente estas oportunidades repentinas son fugaces, en consecuencia, es imprescindible no concederle tiempo a la víctima para recuperarse. Por el contrario, si el destino expone su faz hostil, exige reaccionar sin dilación con el propósito de abortar la calamidad en su gestación. Una catástrofe sorpresiva causa daños y desconcierto, en consecuencia, la agilidad en su contención favorece la recuperación fluida de la capacidad de combate.
Epílogo
Stefan Zweig, magistral escritor y profundo conocedor del alma humana, relata en forma admirable los momentos cruciales de la batalla de Waterloo librada en 18 de junio de 1815. En este encuentro se decide el futuro de Europa y el mundo. La intervención del azar es resolutiva: “Napoleón ha destrozado su jaula de Elba. A toda prisa se organizan los ejércitos, uno inglés, otro prusiano, otro austriaco, otro ruso. Sólo se tiene un solo objetivo: el de aniquilar definitivamente el poder del usurpador. Una sola mirada basta a Napoleón para comprender el peligro mortal. Es preciso atacar antes que se conviertan en un ejército europeo y derriben al Imperio. El 15 de junio, la vanguardia del gran ejército de Napoleón atraviesa la frontera. El 16 ha llegado a Higny y combate contra el ejército prusiano, al que derrota y obliga a retroceder. Vencido pero no aniquilado, el ejército prusiano se repliega hacia Bruselas. Entonces Napoleón va a lanzar el segundo golpe: contra Wellington. El día 17 avanza hasta la altura de Quatre-Bras, donde se halla atrincherado Wellington. Se prevé la posibilidad de que las tropas Blücher puedan juntarse a las de Wellington. Para evitar esto destaca una parte de su ejército con la misión que impida su unión con los ingleses. El mando de estas tropas de persecución es confiado al mariscal Grouchy. Napoleón sabe perfectamente que no tiene en Grouchy un estratega, sólo tiene un hombre de confianza, fiel, valiente y sereno. Pero la mitad de sus mariscales yacen bajo tierra. Las órdenes de Napoleón son precisas: mientras él arremete contra los ingleses, Grouchy debe perseguir al ejército prusiano a la cabeza de una tercera parte de las fuerzas.
Grouchy tiene, sin saberlo, en sus manos la suerte de Napoleón. Partió cumpliendo las órdenes recibidas al atardecer del día 17. No descubren el más pequeño rastro del ejército prusiano. Mientras el mariscal desayuna sienten que el suelo se estremece ligeramente bajo sus pies. Son cañones que disparan a lo lejos. Grouchy reúne a sus oficiales. Gerard, el jefe del Estado Mayor exclama: ¡Es preciso marchar en dirección al fuego de artillería! Pero Grouchy está indeciso. Un momento medita Grouchy, y en este instante decide su propio destino, el destino de Napoleón y el destino del mundo. Pero ese hombre mediocre se atiene a las órdenes, es incapaz de escuchar la palabra del Destino. Wellington ha vencido. La falta de decisión de un hombre vulgar ha derribado el soberbio edificio construido en veinte años por el más atrevido y perspicaz de los mortales”.
Conclusión
1. El azar sólo desaparecerá cuando el hombre pueda pronosticar el futuro con certeza absoluta.
2. La guerra no es un sistema “estocástico” a pesar de la presencia del azar. En la conducción de su gestación, inicio, evolución y término imperan elementos humanos, materiales, científicos y tecnológicos cuantificables tanto en sus efectos como alcances destinados a impedir los imprevistos.
Lista de referencias
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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