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Resumen del libro: Nosotros que luchamos con Dios

Resumen del libro: Nosotros que luchamos con Dios

  • MIGUEL A. VERGARA VILLALOBOS

By MIGUEL A. VERGARA VILLALOBOS

  • Received at: 30/10/2025
  • Published at: 30/10/2025. Visto 13 veces.

Peterson, Jordan B., 2024. Nosotros que luchamos con Dios. Una nueva perspectiva sobre la mayor historia jamás contada. Ed. Planeta S.A. 2025, Santiago de Chile, 670 pgs.

El autor es canadiense, psicólogo clínico, catedrático de la Harvard y de la Universidad de Toronto. Entre sus obras destacan 12 reglas para vivir y Más allá del orden. En el texto que comentamos analiza el Pentateuco y el libro de Jonás, con citas de los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), vertiendo algunos provocativos comentarios, en el marco de una visión cristiana.

Peterson parte de la base de que nuestros valores están estructurados de manera piramidal, estando en lo más alto la meta última que nos orienta en nuestro navegar por la vida. A su juicio todo lo percibimos de acuerdo con aquella meta final, al punto de que ese bien último al que aspiramos conforma nuestro paisaje moral y da sentido a nuestro andar, incluso antes de iniciar el camino. La narración bíblica no sería sino la historia de un pueblo interpretada desde la fe que, con sus logros y derrotas, sus grandezas y miserias, ha preconfigurado la civilización Occidental. Nuestro mundo se concibe y se revelaría a sí mismo a través de este relato.

Así, el fundamento de los derechos inalienables del ser humano proviene de Génesis 1, que proclama que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. En Génesis 3, que relata la historia de nuestros primeros padres, Adán y Eva, están perennemente prefigurados los principales roles de ambos sexos, destacando el sufrimiento como consecuencia del pecado de orgullo: “Seréis como dioses” (Gen 3,5). Abel y Caín, por su parte, encarnan dos prototipos de seres humanos, bondadoso uno y envidioso el otro; el éxito de Abel ofende y molesta profundamente a Caín, tanto que en su resentimiento decide asesinar a su hermano. Con ese acto desquiciado intenta vengarse de Dios a quien considera arbitrario en sus designios y lo responsabiliza por su fracaso.

En Génesis 7, surge Noé como el prototipo del hombre sabio que acata el llamado de Dios y construye el arca que lo salvará a él y su familia, y de algún modo a toda la comunidad humana iniciándose un nuevo renacer, que Dios sella con un pacto materializado en el arcoíris (Gen 9, 12-15). La torre de Babel (Gen 11,1-9) señala la incapacidad de los seres humanos para entenderse los unos con los otros cuando, llevados por el orgullo, intentan vivir de espaldas a Dios.

Después de éstos once primeros capítulos, el Génesis entra en una dinámica propia de la historia del Israel. A Abraham, el padre del judaísmo, Dios le pide dejarlo todo, familia y terruño, para iniciar una aventura confiando solo en la palabra divina (Gen 12, 1-3). Abraham simboliza la profunda respuesta de fe al llamado de Dios a sus elegidos, instándolos a abandonar sus comodidades y se atrevan a emprender una nueva vida confiando en su Palabra, al extremo de que Abrahán no duda en ofrecer en holocausto a Isaac, su hijo único.

Otro importante personaje del relato bíblico que nos presenta Peterson es Moisés, el primer gran profeta y personaje central de los restantes libros del Pentateuco. Al igual que en al caso de Abraham, Dios irrumpe en su vida presentándose como una zarza ardiente (Ex 3, 1-4), llamándolo a un gran desafío: liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto (Ex 3,7-10). Vendrán después 40 años de vagar por el desierto, liderando a un pueblo rebelde que mira con nostalgia la previsibilidad de la tiranía. El desierto, lugar de ansiedad y desesperanza, simboliza el duro proceso de aprender a ser libres. Los israelitas tardan tres generaciones en alcanzar la Tierra Prometida (Canaan), aunque en términos absolutos la distancia recorrida fue relativamente breve; el problema es que espiritualmente estaban a gran distancia de la meta.

En su infinita misericordia, Dios, además de ofrecerles el maná del cielo que los alimentaba físicamente, decidió entregarles las Tablas de la Ley para orientar el orden personal y comunitario de su pueblo (Ex 20, 18-21). No obstante, en ausencia de Moisés que dialoga con Dios en la cima de la montaña del Sinaí, los israelitas con asombrosa rapidez empiezan a rendir culto a los falsos ídolos (Ex 32,1-6). Aarón, hermano de Moisés y líder espiritual, cede a la presión popular y dispone confeccionar un becerro de oro para adorarlo en reemplazo de Dios. Este súbito descenso decadente de los israelitas, que pone en riesgo su propia supervivencia, grafica lo que ocurre cuando lo político se deja llevar por el capricho momentáneo de una minoría vociferante, que busca gratificar sus deseos egoístas y de corto plazo.

Moisés a su regreso impone el orden mediante una represalia mortífera, logrando restablecer la alianza con Dios. Éste, para alentarlo, se muestra a su fiel servidor ocultándole su rostro, permitiéndole que solo vea su espalda (Ex 33,12-23), porque incluso para Moisés la experiencia plena de Dios resulta excesiva. Al respecto, el biólogo evolucionista Richard Dawkins plantea que la noción de Dios no sería más que un vacío en el cerebro humano que tenemos el imperativo de llenar; y se pregunta si no sería más productivo llenar ese vacío con la ciencia, el arte, la amistad, el humanismo, el amor a la naturaleza, etc. Peterson llama a eso un optimismo ingenuo, en consonancia con la tendencia a crearnos un becerro de oro. La realidad indica que la experiencia no ha sido buena cuando hemos intentado llenar aquel vacío en la forma de Dios con la adoración al poder, o al gran espejismo comunista, o la exaltación de la identidad racial que caracterizó al nacionalsocialismo. Tampoco parece un buen camino la alternativa del nihilismo, o recurrir a los placeres inmediatos del hedonismo.

Llegados al Levítico 26, con las duras amenazas de Dios a quienes se aparten de sus normas, surge la eterna pregunta del escéptico: “¿Cómo es posible tener fe en un Dios como este, con todos esos celos aparentes, esa ira, esa rabia y esa crueldad?” La respuesta es que si no imitamos y adoramos a lo más elevado pueden ocurrir dos cosas: (1) desmoronamiento social, pues todo compite por el dominio y reinará la confusión, o bien (2) elevaremos al estatus de Dios algo que no es apto para ese rol. Cualquiera sea el camino, muy posiblemente viviremos el infierno en la tierra. Como vimos, es precisamente lo que sucedió en el siglo XX con los horrores de las tiranías del fascismo y del comunismo; de modo que el castigo profetizado en la última parte del Levítico 26 parece menos severo de lo que fue aquello. En los hechos, cuando se esfuma la fe en Dios, “se inicia inevitablemente la danza del esclavo y del tirano”.

La aparente crueldad de Dios que surge a lo largo del Antiguo Testamento debe entenderse como una consecuencia inevitable del pecado que voluntaria y conscientemente cometemos los seres humanos. No cabe, entonces, asumir la posición de víctima resentida que rememora la actitud de Caín; esa tendencia a la victimización es muy acusada en la peor clase de personas. Una vez que alguien se ha autodefinido como víctima, considera que nada le está prohibido para resarcirse de la supuesta injusta opresión a la que está sometido.

En la misma línea de la dureza de Dios, en Números 26, poco después de que Moisés nombra su sucesor a Josué, quien llevará a su pueblo a la Tierra Prometida (Nm 27), se libra una despiadada y sangrienta guerra contra los madianitas (Nm 30); incluso, Moisés reprende a sus soldados por haber dejado con vida a todas las mujeres. Esto da pábulo al evolucionista Dawkins para decir que el Dios del Antiguo Testamento, además de ser un personaje ficticio, es envidioso, mezquino, vengativo, racista, homófobo y muchos calificativos más. Peterson retruca argumentando que es impropio aplicar nuestra hipotética superioridad moral a las sociedades del pasado, que operaban bajo condiciones de privación, amenazas y dificultades que a nosotros nos resultan inconcebibles.

El último capítulo del libro que reseñamos, del que hemos espigado algunos aspectos que nos han parecido de interés, es el relato del profeta Jonás a quien el Señor le ordena ir a Nínive, la corrupta capital del imperio Asirio, para que predique la conversión. Tal llamado divino conlleva el desafío de enfrentarse solo a una ciudad que los israelitas odiaban, poniendo en riesgo su vida. Su humana decisión fue rechazar el llamado divino e intentar escapar en una embarcación.

Sin embargo, durante la travesía se desató una tormenta que amenazaba con el naufragio (Jon 1,4-6). Ante esto, Jonás, presionado por la dotación y cargando con el peso de su conciencia por haber desobedecido a Dios, se ofreció a sí mismo para salvar la embarcación y pide que lo arrojen por la borda (Jon 1, 11-13). Pero el Señor tenía dispuesto un gran pez para que se tragara a Jonás, que estuvo tres días en su vientre (Jon 1, 17). Después de esta dura experiencia Jonás parte a predicar a Nínive y tiene mucho éxito.

Al respecto, dice el autor: “No es casualidad que los tres días que Jonás pasa en el vientre de la ballena se correspondan simbólicamente con el infierno al que el propio Jesús desciende después de su crucifixión”. La insinuación del infierno en este relato simboliza que cuando se rechaza la llamada divina ocurre algo peor que la muerte. En efecto, hay cosas peores que el mero cese del ser, como, por ejemplo, haber tenido que colaborar con las autoridades de Auschwitz, o desempeñarse como administrador de un gulag soviético; es decir, mucho peor que la muerte es “actuar como agente encarnizado en la destrucción de inocentes”.

Jonás hasta que desciende al infierno no se enfrenta a la realidad de Dios, realidad que usualmente se nos revela en los momentos difíciles de nuestra vida. Difíciles como consecuencia de nuestros intentos de actuar como Jonás y huir o escondernos del designio divino. La historia de Jonás es una advertencia de que debemos cargar con nuestra cruz o enfrentarnos a una consecuencia mucho peor que la muerte: el infierno. Un infierno, dice Perterson, que has creado tu “por permanecer en silencio cuando tienes algo que decir, por salir corriendo o huir a la inconsciencia cuando la voz de Dios, como ineluctable llamada de la conciencia, se da a conocer”.

En definitiva, se trata un libro que nos ofrece una mirada crítica sobre el Pentateuco, fundamento de la cultura Occidental, que nos interpela y nos advierte sobre las duras consecuencias que significa ignorar el llamado de Dios. Es una lectura altamente recomendable.

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