El autor nos presenta la historia y su relación con un viejo pontón varado en la bahía de Punta Arenas, cuya inscripción da cuenta que se trata de la otrora fragata Lonsdale. Esta cautivó su curiosidad por saber cómo había llegado hasta ese lugar, y en estas líneas nos presenta su historia y el poco valor que, en ocasiones, le damos al patrimonio cultural, proponiendo una alternativa de puesta en valor al citado pontón.
The history and relationship of an old pontoon stranded in Punta Arenas; whose registration tells us that it was the once frigate Lonsdale. This ship captivated the author´s curiosity to learn how she arrived at this remote place and presents us her story. He comments on the small value that on occasions, we grant to our cultural heritage, proposing an alternative to recover this pontoon.
Esta relación comienza en 1985 y se retoma en 2008 hasta nuestros días, con cortas visitas intermedias a su protagonista en estos casi 30 años de soñar con rescatar un trozo desconocido de nuestra historia.
A fines del año 1985 el autor era un subteniente en su primer año de embarco en el DDG Almirante Riveros. Habiendo terminado la modernización del buque en Talcahuano, la que se prolongó por ocho largos meses, nos reincorporamos a la Escuadra con nuestro flamante sistema de control de fuego de 4” Maule-METUC, radares SNG-21 y un incipiente sistema de mando y control CASUC, todo de fabricación nacional.
La mayor latitud Sur que había alcanzado en mi vida correspondía a Puerto Chacabuco, por lo que la comisión de fin de año al teatro de operaciones austral me tenía especialmente interesado por las particularidades geográficas y climáticas del área.
En este contexto recalamos a Punta Arenas, donde, como de costumbre, bajé a tierra equipado con mi fiel cámara fotográfica comprada el año anterior en el crucero de instrucción. Paseando hacia el Sur me topé con los cascos que forman el grupo de pontones que protegen el muelle de las misileras y el varadero de la ex planta de ASMAR (M), pero lo que me llamó más la atención fue ver a la distancia, un poco más al Sur, un bauprés casi al nivel de la costanera. Caminé hacia allá y en ese momento comenzó esta historia.
Me encontré con los restos de un velero que aún conservaba su mascarón de proa, con un orgulloso bauprés proyectándose hacia el parque María Behety desde una proa de líneas elegantes y, más allá, los restos de lo que debe haber sido una hermosa embarcación de acero. Un letrero indicaba que se trataba de la fragata Lord Lonsdale, monumento histórico. Pero, ¿cómo había llegado hasta allí? ¿dónde fue construida, por quién y cuándo? ¿cómo llegó a varar en este lugar? Esas interrogantes duraron muchos años, mientras en cada nueva visita a Punta Arenas me daba algún tiempo para visitar estos restos.
Llegados a la era digital y de Internet, la tecnología me permitió averiguar lo siguiente:
El Lonsdale, velero de tres mástiles con un desplazamiento de 1.756 ton fue construido en 1889 en los astilleros C. J. Biggar, Londonderry, Irlanda, para la firma J. H. Iredale de Liverpool.
Contaba con un aparejo de velas cuadras del tipo fragata en sus tres mástiles, por lo que dicha configuración correspondía a los denominados windjammers de la época, buques de carga muy veloces pero con alta demanda de personal para tripularlos.
Sus dimensiones eran: 226.6 pies de eslora por 39.4 de manga y 23.2 de calado.
En 1894 fue transferido a la firma de Peter Iredale & Porter.
El 6 de octubre de 1909, en viaje desde Hamburgo a Mazatlán, sufrió un incendio y debió ser hundido en Port Stanley para lograr apagar el fuego.
Luego del siniestro, fue adquirido y reflotado por un comerciante del lugar, quien lo revendió a la firma Braun y Blanchard de Punta Arenas, la que lo destinó como pontón lanero en dicho puerto.
Se mantuvo formando parte de la flota silenciosa en Punta Arenas, en compañía de aquellos buques que terminaron sus días como pontones laneros o carboneros en la era del vapor.
En 1942 fue vendido como fierro viejo para su desguace en la costa sur de la ciudad.
Hasta aquí, estaba clara la relación del viejo casco con la ciudad, su emplazamiento actual, sus orígenes, pero no me quedaba tan clara la razón de su designación como monumento histórico.
Pasaron los años y a fines de 2008 cumplí transbordo a Punta Arenas para asumir el cargo de comandante de la Fuerza Aeronaval Nº 2. Aparte de destacar que ha sido la destinación que más satisfacciones me dio en mi carrera, esto me permitió pasar a diario, durante dos años, frente a los restos del Lonsdale. Seguía intrigándome su presencia, contrastante con la modernidad de los cruceros turísticos que recalan al muelle Prat y su resistencia al deterioro, mal que mal lleva largos 124 años soportando el ambiente marino y el clima austral.
Entonces, por esas casualidades de la vida, tuve que transportar en helicóptero al investigador estadounidense Fielding Dupuy entre el Cabo de Hornos y Punta Arenas. Esta persona estaba siguiendo los pasos de un pintor del mismo origen, quien en los años 20 del siglo pasado había arribado a Punta Arenas con la intención de navegar hasta el cabo de Hornos para pintar los paisajes de esa zona.
Durante el vuelo y en las postas de combustible, el pasajero me mostró el libro que daba origen a su investigación: Navegando al sur del estrecho de Magallanes, escrito por Rockwell Kent. El nombre del artista me era desconocido, lo mismo que su obra. Lo bueno es que había ilustraciones hechas por el mismo autor que permitían apreciar su calidad artística, lo que sumado a otra búsqueda en Internet, me convenció que tenía que leer el libro completo. Amazon me lo proveyó, por una módica suma.
Una vez que tuve el libro en mis manos, comencé la lectura. Debo decir que, además de buen pintor, Kent era un excelente escritor. En un estilo elegante y a su vez absorbente, narraba cómo se gestó el viaje, su llegada a Punta Arenas, la forma como obtuvo una pequeña embarcación salvavidas de un buque varado, su relación con la gente de la ciudad y cómo preparó su aventura, modificando el viejo bote... a bordo del pontón Lonsdale.
Una vez más, el viejo Lonsdale se me cruzaba en el camino. Resumiendo las peripecias de Kent, mientras estaba en Punta Arenas convenció a un tripulante nórdico apodado “Willy” para que lo acompañara en su travesía al sur del estrecho. Consiguió alojamiento en el pontón y puso manos a la obra con su embarcación. Entre ambos la dotaron de una pequeña carroza que les proveyó la habitabilidad para el viaje, la aparejaron con un mástil y un par de velas, foque y mayor, espacio para los alimentos y para los materiales artísticos.
Afortunadamente, Kent era además fotógrafo y existen algunas fotos de su época en el Lonsdale.
Finalizados los preparativos, pusieron la embarcación a flote, la bautizaron Kathleen en honor a la esposa del pintor y zarparon hacia el canal Whiteside. Antes de llegar a punta Arska en la isla Dawson sobrevino el primer inconveniente: la embarcación hacía agua y estuvieron a punto de zozobrar.
Con no pocas dificultades lograron recalar a puerto Harris, donde fueron recibidos en el astillero que regentaba un francés, Marcou, quien les autorizó a reparar la embarcación en sus instalaciones. Kent pagó la reparación y puesta a flote pintando un cuadro en que se ve a la goleta Sara, el mayor velero construido en ese astillero hasta entonces navegando a toda vela en las aguas magallánicas, acompañado por la pequeña Kathleen de Kent. La Sara había sido el orgullo de puerto Harris, supuestamente bautizada en honor de Sara Braun y destinada al transporte de lana. De corta vida, el velero se incendió y se perdió a los tres años de su construcción.
Siguiendo hacia el Sur, Kent y “Willy” navegaron costeando Dawson. Estuvieron una temporada en seno Owen, donde trabaron amistad con una familia indígena. Al cabo de un tiempo zarparon nuevamente para explorar y pintar el seno Almirantazgo. Este fue un craso error, porque los fuertes vientos les impidieron volver a salir hacia el Oeste y quedaron atrapados entre caleta María, la isla Tres Mogotes y bahía Parry.
Al ver que se le acababa el plazo para llegar al cabo de Hornos y retornar a Punta Arenas para embarcar de regreso a Nueva York, Kent tomó una drástica decisión: Dejarían la Kathleen encargada a los operarios de un aserradero en bahía Parry y cruzarían a pie hasta Ushuaia, lo que hicieron con mil penurias, a través del que los aviadores navales conocemos como paso de la muerte, llegando a la estancia Yendegaia y cruzando desde allí hacia Argentina.
En Ushuaia, Kent logró conseguir que otra embarcación bautizada Kathleen los llevara cada vez más al sur. Ya en las islas Wollaston narra cómo se albergaron con unos cazadores furtivos y cómo, a su pesar, tuvo que desistir de llegar a la isla Hornos por estar muy escaso de tiempo. El viaje de regreso fue por tierra a través de territorio argentino y pudo estar en Punta Arenas a tiempo para embarcarse hacia Estados Unidos.
A su regreso a su país, Kent publicó su libro Voyaging: Soutwards from the Strait of Magellan, el que llegó a ser un éxito de ventas, catapultando su fama de artista hasta ser considerado uno de los más grandes pintores estadounidenses de su tiempo. Rockwell Kent mantuvo su presencia en las galerías de arte de Estados Unidos por dos décadas, llevando los paisajes de Chile a ser conocidos por miles de personas, siendo su última gran exposición la desarrollada para elevar el espíritu patriótico durante la Segunda Guerra Mundial. Con posterioridad a esta, durante la cacería de brujas que se desarrolló en Estados Unidos contra las personas de izquierda, no volvió a exhibir en su país pero sí lo hizo en la Unión Soviética en 1957-1958. Habiendo alcanzado un éxito resonante con su presentación, donó cientos de pinturas de su colección personal a la URSS y hoy se aprecian en los museos Hermitage, Pushkin, de Kiev y Galería Nacional de Yerevan, así como en reconocidos museos en Estados Unidos.
Hoy en día deben ser pocas las personas en Chile que sepan de este artista que pasó largos meses en nuestro país, quien trabó conocimiento con la sociedad magallánica en la época de oro del transporte a vapor y llevó de regreso a su país una enorme riqueza artística creada en nuestras tierras. Menos deben ser quienes sepan que su lugar de alojamiento mientras residió en Punta Arenas aún existe, aunque solo parcialmente, y pese a su estado ruinoso actual es un punto de atracción turística de los visitantes que se aventuran hacia el sur de la ciudad.
Mientras estuve destinado en Punta Arenas mencioné esta historia a diversas personas relacionadas con el patrimonio. Siempre encontré buena acogida, pero nadie se ha interesado en preservar lo que queda del Lonsdale. Hoy en día ya no está el mascarón de proa, el bauprés está peligrosamente corroído y lo que queda del castillo es un peligro, porque tarde o temprano el acero va a ceder y podría producir un accidente.
Estimo que el programa de Puesta en Valor del Patrimonio debería ser empleado en asegurar la permanencia de los restos del Lonsdale en su lugar y quién sabe, con un poco de creatividad y buena gestión, podría erradicarse las viviendas precarias que se ubican en sus cercanías y afean el entorno para construir en su lugar una extensión de la costanera de Punta Arenas. Con algo más de ingenio, se podría aprovechar el desnivel entre la calle y la costa para construir un mirador sobre una sala de exhibiciones con una muestra permanente de pinturas, dibujos y fotografías de Kent, así como la historia del Lonsdale y de la flota silente a la que perteneció. Sería un doble homenaje a los hombres de esfuerzo que forjaron la riqueza de Magallanes en la época del vapor y la ganadería, así como al hombre que puso a esas tierras del extremo austral de Chile en los museos del mundo.
Un último detalle: En 2010, el cuadro de la goleta Sara se encontraba a la venta en una galería de arte de Nueva York. No se sabe cuándo la pintura fue llevada desde puerto Harris al extranjero ni quién lo hizo. El hecho es que está claro que fue la única obra que quedó en el país cuando Kent dejó Chile y debiera considerársela en alguna pinacoteca nacional. Puede ser que aún estemos a tiempo de recuperar la pintura para el patrimonio artístico de Chile.
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En 1843 la Armada tomó posesión de Magallanes y casi un siglo después, en 1940, el Gobierno delimitó nuestro territorio ...
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Año CXXXIX, Volumen 142, Número 1002
Septiembre - Octubre 2024
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