Revista de Marina
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  • Fecha de publicación: 30/04/2018. Visto 170 veces.
  • Palabras clave: Galvarino.
El 20 de noviembre recién pasado, con orgullo asistí a la ceremonia a bordo del ATF 66 Galvarino, al cumplirse 30 años en que, en una fría mañana de invierno, en Fredericia, Dinamarca, se izó por primera vez el pabellón chileno a bordo, dejando de ser el Maersk Traveller de bandera danesa. Ello culminaba la primera parte de la tarea encomendada a su dotación, recibirlo, repararlo para volver a estar en clase y alistarse para zarpar a la patria. Fueron días febriles en el fin del otoño europeo, nada fue fácil y hasta encontrar un sacerdote católico para la ceremonia fue complicado. Finalmente, un sacerdote de apellido Messerschmitt asistió a ella, nombre ad-hoc para una ceremonia presidida por un comandante aviador naval. A la ceremonia asistieron miembros de la primera dotación y sus antiguos comandantes, momento apropiado para recordar este hecho lejano en el tiempo, pero muy cerca del corazón de todos, especialmente de quien tuvo el honor de encabezar la magnífica aventura de incorporar nuestro querido ATF a la lista naval. Fueron momentos emocionantes cuando la primera dotación formó frente al Comandante en Jefe en toldilla, para recibir de manos del actual comandante del buque, un recuerdo de la ocasión. En ese momento pasaron por mi mente como una visión magnífica, los hermosos momentos de camaradería profesional vividos a bordo con mi dotación, como también los esfuerzos desarrollados para alistar nuestra nave. Sabíamos que cruzar el Atlántico en invierno, prácticamente por las rutas de los convoyes de la segunda guerra mundial, era exponerse a la zona de generación de temporales de gran fuerza. Así fue, enfrentamos la fuerza de la naturaleza en el golfo de Vizcaya y allí entonces, surgió esa marinera determinación que nos caracteriza para enfrentar los peligros, esa fuerza interna criada desde temprana edad en la Armada para no claudicar a pesar de las sucesivas fallas de nuestro sistema propulsor, ahí confiamos en Dios todopoderoso cuando de noche y al garete, enfrentamos trenes de olas de gran dimensión. No puede existir mejor prueba para un comandante y su dotación que esta, sólo férreamente unidos se pueden sortear esos momentos de gran peligro, donde confiar en todos y en cada una de las habilidades personales son necesarias para vencer al bravío mar. Así lo hicimos y triunfamos, sorteamos el temporal con nuestros espíritus pletóricos de confianza como dotación, seguros que nuestro buque, convertido ya en una unidad naval chilena, aunque no era nuevo, era recio y capaz de resistir eso y mucho más. Han pasado 30 años de ello, toda una vida, toda una vida que se va y no vuelve, pero con esos recuerdos y satisfacciones bien vale la pena que así sea.

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