- Fecha de publicación: 01/06/2010.
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La Corbeta “Esmeralda” es el
buque que todos los chilenos
identificamos con el heroico combate.
De ella, muchas veces escuchamos
hablar como la corbeta débil, hablamos
con nostalgia y, por qué no decirlo,
muchas veces con un dejo de lástima.
Sin embargo, todos aquellos que alguna
vez hemos pisado las cubiertas de un
buque, sabemos que todo buque tiene
alma, el alma de cada uno de los marinos
que han servido a bordo y que ella,
desde su propia perspectiva, vivió el
combate como un marino más…
Escuchemos su relato y encontremos
en éste, esos sentimientos de amor a la
Patria, valentía y abnegación, que año a
año revivimos en el Mes de las Glorias
Navales.
- “Mi nombre es Esmeralda…”.
Mi dotación había completado su
preparación en aquella bahía que sería
nuestra sepultura definitiva.
Yo era una corbeta anciana, con
más de 22 años de servicios a nuestra
Patria. Era veterana de una guerra y
en mi historial se registraban dos varadas,
la segunda de las cuales había sido
provocada para evitar mi naufragio. No
habiendo cumplido misiones operativas
en los últimos años, permanecía en
Valparaíso como buque tender, durante
muchos años inactiva y con mi dotación
reducida. La guerra me sorprendió en
muy precarias condiciones, aunque, sin
lugar a dudas, podía aún dejar el pabellón
bien puesto.
Para mis marinos, la noticia de la
guerra y el prepararse para el combate
fue una sola cosa. ¡Cómo hubiera querido
ser más joven para retribuir en
mejor forma tan nobles esfuerzos! Cada
vez que disparábamos un cañón era un
parche más en mis calderas…, las costuras
se me abrían, mis mamparos gemían
y todas mis maderas se lamentaban
cuando hacíamos ejercicios de artillería.
Mi dotación hacía sus mejores esfuerzos
para dejarme en la condición más operativa
posible; trabajaban sólo con corazón
y con los escasos medios con que contábamos
a bordo.
El 11 de mayo tuve cambio de Comandante.
Thomson se fue a la “Abtao” y Prat
quedó a mi mando. Prat era un hombre
joven y valiente, inteligente y de actitudes
resueltas; así lo había demostrado en distintas
facetas de su vida: cuando en Valparaíso
se lanzó al mar para nadar hasta
mi bordo y evitar mi naufragio, o cuando
con vehemencia defendió a su amigo
Uribe, haciendo gala de su profesión de
abogado. Ahora, estos dos amigos entrañables
se volvían a juntar.
El 16 zarparon al norte los buques
más modernos de la escuadra y a nosotros
se nos confiaba el bloqueo de Iquique,
como si fuéramos algo inútil para
librar batalla.
Escuché cuando mi Comandante,
como si presagiara nuestro destino, al
* Capitán de Fragata. ING.NV.EL.SM.
PÁGINA DE MARINA
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MI NOMBRE ES ESMERALDA
despedirse del Almirante Williams le
dijo: “Si viene el Huáscar, lo abordo”…
Chile entero sabe cómo cumplió su promesa.
La noche del 20 de mayo se escuchaba
música de violín y una amena conversación
en la Cámara de Oficiales. Era
el Gama Riquelme que como muchas
otras noches tocaba el violín como para
adormecernos en las tranquilas aguas
del norte. En ese momento, no hubiera
pensado siquiera en una
gesta tan heroica como
la que íbamos a vivir
horas más tarde.
El día del combate
no era distinto del resto.
El cielo estaba despejado,
sin más bruma
que una neblina escasa.
Estaba todo tranquilo, la
mar en calma y no se oía
más ruido que el grito
de alerta de los guardias
peruanos en la playa.
Sorpresivamente,
un cañonazo rompió el
silencio: era una señal
de alarma; vimos humos
al norte y reconocí al
Monitor “Huáscar”. El
corneta, poco mayor
que un niño, pero valiente como el mejor
de los chilenos, tocó “a las armas” y mis
hombres, uno en uno, se fueron formando
para tomar su fusil y el morral
con balas.
Y entonces habló mi Comandante.
Parado en el puente y con la dotación
formada dijo estas palabras que al
escucharlas a una se le entra el habla:
“Muchachos, la contienda es desigual,
pero ánimo y valor; nunca se ha arriado
nuestra bandera ante el enemigo, y
espero que no sea ésta la ocasión de
hacerlo. Mientras yo viva, esa bandera
flameará en su lugar y os aseguro que
si muero, mis oficiales sabrán cumplir
con su deber”. Se quitó la gorra y gritó:
“¡Viva Chile!” y un “¡Viva!” fue contestado
por todos nosotros, estremeciendo
las quietas aguas del puerto.
Todos se fueron a sus puestos con la
esperanza de abordar el monitor. Cuando
comenzó el tiroteo, se me coló una bala
entre las costillas y, con gran dolor sentí
mojarse mis cubiertas con la sangre de
los primeros caídos… pero nadie bajó
la guardia. Con orgullo veía cómo los
heridos se reincorporaban para seguir
peleando hasta caer.
Cuál no sería mi
sorpresa cuando vi
que Prat, ese gigante
que con una fuerza inimaginable
nos había
hablado, en un gesto
de sensibilidad solo
propia de los grandes
hombres, se llevaba
la mano al corazón en
busca de la foto de su
Carmela; después me
daría cuenta que era su
despedida.
Entonces, sentí una
puñalada en mi aleta de
babor y entre el humo
alcancé a ver dos figuras
que saltaban. Eran
el Sargento Aldea y
mi Comandante, que espada en mano
corrían sobre la cubierta enemiga señalando
qué se debía hacer;…el sólo mencionarlo
hace que vuelva a mi mente la
trágica visión de su muerte.
Fue muy grande nuestro dolor y vi
cómo lloraba la gente. Mas la pena se nos
convirtió en rabia y el miedo en coraje.
¡Esa fue la banderilla que nos clavaron
en la mitad del pecho! Serrano gritaba al
cielo: “¡Mi Comandante, yo lo vengo!”.
Después, Uribe tomó el mando. Entre
las balas y los gritos oí el toque de “Oficiales”.
Mi nuevo Comandante estaba
llamando a consejo; junto con eso el
“Huáscar” paró el fuego…y a todos nos
entró la duda: ¿Qué pasa?
AUTOR ARTÍCULO
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Carlos Blamey Ponce
De repente, el Guardiamarina Fernández
trepó al Mesana. Pensé, ¿irán a arriar
la bandera? ¡Ese era mi real miedo! Pero
oí el golpe fuerte de un martillo….¡está
clavando el pabellón chileno! ¡Y eran
dos!, por si acaso a uno lo destrozaba
la metralla, e izaron en mi tope un trapo
negro en señal de guerra a muerte y de
que no se rinde ningún chileno.
Y vi venir el monitor de frente, como
queriendo terminar luego. Una nueva
puñalada… dolor, crujidos, sangre y
humo negro, gritos, maldiciones y
lamentos. Mi Teniente Serrano y otros
doce chilenos se fueron al abordaje a
vengar a mi Comandante muerto.
Ya no quedaban balas, el agua me
llegaba a las parrillas y mis calderas
habían reventado. Uribe desde toldilla,
con todas sus fuerzas daba ánimo.
Todos los que quedaban habían subido a
cubierta a tomar un fusil: los fogoneros,
los mozos y los enfermeros. ¡No había
que rendirse, eso ni pensarlo!
En la playa, los peruanos estaban
asombrados y ya ni echaban vivas cada
vez que una granada destrozaba mi costado.
Todos esperaban mi muerte, todos
mudos y resignados. Cuando se nos
vino el monitor encima, los que quedaban
se juntaron en toldilla, como para
ver en qué terminaba esto. No eran ni
cincuenta de esos doscientos chilenos.
Riquelme, con su espada en alto, gritó
furioso: “Esta es la última bala”, cargó el
cañón y apuntó de nuevo.
Cuando me embistió el “Huáscar”,
no sé qué se escuchó más fuerte, si
los vivas a Chile, o el postrer disparo.
Lo último que vi fue mi bandera en el
mesana, envuelta en una guirnalda que
formaba la espuma en el agua. En la
superficie, entre los que nadaban, habían
algunos que se lamentaban: “Mi pobre
Mancarrona, hizo todo lo que pudo…”.
¡Hice lo que debía…, caer al igual que
mis marinos chilenos! Muchos se fueron
conmigo, fieles a su juramento. ¡Murieron
por la Patria porque era necesario!
Había que despertar al pueblo chileno que
estaba aletargado. Lo que mi dotación
logró con ese ejemplo tan gallardo fue una
explosión de patriotismo y entusiasmo.
“¡Y ganamos la guerra…, y de nosotros
nadie se ha olvidado…!”.
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