Revista de Marina
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La toma de posesión del Territorio Chileno Antártico y sus orígenes castellanos

  • Cristián Araya Escobar

Por Cristián Araya Escobar

  • Fecha de recepción: 17/08/2021
  • Fecha de publicación: 30/04/2022. Visto 1448 veces.
  • Resumen:

    Describe la importancia histórica de un accidental hallazgo ocurrido el año 2016, consistente en un documento, hasta ese entonces desconocido, que acredita de manera fehaciente la toma de posesión del territorio antártico chileno.

  • Palabras clave: Toma, posesión, territorio, antártico.
  • Abstract:

    This article outlines the historical importance of an unforeseen finding that occurred in 2016. It consisted of a document, until that time unknown, which irrefutably validates the taking of possession of the Chilean Antarctic territory.

  • Keywords: Antarctica, territory, Taking of possession.

Con ocasión del Mes del Mar del año 2021, la Armada de Chile estimó necesario realizar un acto que pusiera en relieve los orígenes y antecedentes históricos de la toma de posesión del territorio chileno antártico, aprovechando una suerte de hallazgo acontecido en la base Prat, durante una comisión del transporte “Aquiles” el año 2016, al continente helado.

Es así como nos correspondió pronunciar el discurso de clausura el 31 de mayo pasado, dando cuenta de ese notable hallazgo: el acta de Toma de Posesión del Territorio Chileno Antártico, emitida in situ por el Presidente de Chile, don Gabriel González Videla, en febrero de 1948, en la entonces base Soberanía. Dicho documento fue solemnemente entregado en ese acto por el Comandante en Jefe de la Armada, almirante don Julio Leiva Molina, al Museo Histórico Nacional. 

Así pues, nos reunimos junto a altas autoridades del país, en el palacio original de la Real Audiencia de Santiago de Chile, institución que fuera el antecedente colonial de nuestra Corte Suprema de Justicia y cuyo edificio luego albergó sucesivamente, diversas instituciones de la República, incluso al Primer Congreso Nacional en el año 1811, hasta que, en el año 1982, llegó a convertirse en la sede del Museo Histórico Nacional, entidad cuyo objetivo principal es dar a conocer la historia de Chile a través de los objetos patrimoniales que custodia.

No podía concebirse un lugar y una institución más apropiados para que la Armada de Chile entregara y depositara, para custodia de toda nuestra Nación, un documento hasta ese entonces desconocido, que da cuenta o, más aún, acredita de manera fehaciente, un acto magnífico de la historia nacional: la toma de posesión del territorio chileno antártico.

Su texto escrito permaneció olvidado entre los hielos de las Islas Shetland del sur desde el año 1948 hasta que, en una comisión del transporte “Aquiles” el año 2016, se encontró en un viejo baúl ubicado en las dependencias de la Base Naval “Arturo Prat”, este invaluable testimonio, cuya relevancia jurídica y política se encontraba callada en las brumas de la historia antártica, y que se entregó solemnemente al conocimiento público, para rescatar la verdad del pasado y transmitirla hacia el futuro de Chile, como un puente que supere ese mar proceloso que nos une con el territorio chileno antártico.

Ese acto histórico, jurídico y político, de toma de posesión de un vasto territorio, como todos los grandes actos en la historia de la humanidad, no fue fortuito, pero tampoco fue solo producto de un proceso racional y planificado, que científicamente nos llevara hacia ese instante maravilloso. Nada de eso, para que Gabriel González Videla llegara a poner el pie de Chile en el Continente Antártico, se necesitó mucho más que mediciones, estudios, exploraciones, navegaciones, desembarcos, bases y construcciones; se necesitó mucho más que sortear peligros o soportar soledades y fríos gélidos nunca antes vistos; se necesitaron sueños; sí, sueños o ilusiones; más que eso, quimeras, que incluso llegaron al delirio, y que forman parte no solo de la historia de Chile, sino que de la historia de nuestra América y de la epopeya castellana que dio origen a nuestro pueblo y configuró nuestro suelo patrio.

En efecto, cuando Cristóbal Colón murió, sin haber logrado sobrepasar los límites terrestres del Nuevo Mundo, muchos otros exploradores y navegantes del siglo de oro español surcaban el Atlántico en busca de un paso hacia el nuevo mar, con las esperanzas de más y mayores descubrimientos, de fama, de oro y gloria, entremezclando la realidad y los conocimientos geográficos con ideas afiebradas, mitos y leyendas. Eran caballeros andantes del mar, ya no montados en rocines y corceles, sino que a bordo de pequeñas naos, carabelas y carracas, pero que también iban cargadas con la ilusión y la conciencia quijotesca de que la vida tal cual es no es suficiente, que necesita del empuje de la ficción para ser verdaderamente real.

Así, tanto el descubrimiento de Chile en los confines del Nuevo Mundo, como su identificación geográfica austral, se iniciaron primigeniamente con los sueños de Colón, pero se completaron para el mundo occidental con las hazañas de muchos otros hombres: Magallanes en 1520, Almagro en 1536, Valdivia en 1541. Todos ellos tuvieron como motivo inspirador reconocer esas nuevas tierras y sus mares y lograr definir cartográficamente sus deslindes, para desarrollar su potencial científico, económico y político estratégico.

La Antártica, la más desconocida tierra y la única despoblada de todo el globo, había sido pretéritamente imaginada desde el principio de la historia por los griegos y romanos, quienes postulaban su existencia como una amplia tierra antípoda del Ártico, y fue dibujada, o mejor dicho, soñada, en las primeras cartografías llamándola Terra Australis Incognite. A esta tierra que aún permanecía completamente desconocida en la época de la conquista española, se refirieron los versos de Ercilla, que soñaban a Chile y a la Antártica como una potente unidad geográfica meridional:

Así es como, en la búsqueda secular de esta región famosa, el motor de aquellos hombres y tantos otros, fue la imagen onírica que existía desde antiguo en la conciencia humana, que efectivamente debía existir la Antártica, esa tierra austral que debía forzosamente ubicarse al sur o meridión, en dirección al Polo Sur, toda vez que, si la tierra era esférica, como planteaban Aristóteles y Eratóstenes, las leyes de la simetría hacían necesario un gran continente austral que equilibrase el peso y la superficie continental del hemisferio norte ya conocido.

Esta misma idea cósmica tenía en su mente uno de los más grandes descubridores y conquistadores de América, el extremeño Vasco Núñez de Balboa cuando en 1513, varios años antes que Magallanes lograra encontrar el paso interoceánico, decidió emprender la búsqueda del mar también desconocido al otro lado de América: el Mar del Sur, como bautizó al nuevo Océano y así se le llamó, por al menos dos siglos, antes que se impusiera la denominación de “Pacífico” acuñada por Magallanes.

Hay quienes dicen que este nuevo mar, cuyos confines deslumbrantes completaron la geografía planetaria, fue primero descubierto por Vasco Núñez de Balboa por la vía terrestre y, luego, fue descubierto por Hernando de Magallanes por la vía marítima.

Irrumpió así en la historia el vasto Océano Pacífico, que por mucho tiempo se llamó también “El Lago Español”.

Esta hazaña de Vasco Núñez de Balboa entronca sorprendentemente con la toma de posesión del Territorio Chileno Antártico, que cuatro siglos después concretaría materialmente el Presidente Gabriel González Videla, al hollar por primera vez el continente helado, como presidente de un estado soberano.

En efecto, en 1510 Núñez de Balboa fundó el primer asentamiento hispano estable en el continente, para afianzar la presencia de España en estas tierras transoceánicas y desde allí emprendió rumbo, a través de los pantanos y selvas tropicales del actual Istmo de Panamá, hasta llegar a los faldeos de una cordillera que se alzaba entre el Atlántico conocido y el nuevo mar desconocido.

Cuentan los cronistas que Balboa, después de varios días de fatigosa travesía, dejó a su disminuida hueste descansar poco antes de llegar a la cima y emprendió el último trecho hacia la cumbre en solitario, porque quiso guardar para sí, exclusivamente, ese momento histórico en que el primer europeo contemplaría el otro inmenso mar.

Como dice el historiador español Antonio Gutiérrez Escudero en una bella metáfora, “Balboa vio cómo se extendía a sus pies la inmensa llanura salada del Océano Pacífico”.

En ese instante glorioso la leyenda terminó y comenzó la historia de un océano inmenso, que completaba la cartografía terrestre hasta las costas de Cipango y Catay.

Luego de aquel segundo inenarrable, el descubridor llamó a sus seguidores y el padre Andrés de Vera rezó el correspondiente Te Deum Laudamus, tallaron una cruz con los brazos extendidos hacia ambos océanos, y Núñez de Balboa procedió a adquirir ese mar del sur para los altos y poderosos soberanos de Castilla y Aragón.

Pero tal avistamiento, aunque ya gigante en la realidad, en la fantasía del descubridor se extendía incluso más allá de aquel horizonte azul. En la mente de Balboa emergía la conciencia ancestral de todo aquello que existía al otro extremo donde sus ojos no podían ver y, en un acto teatral, extendió su brazo para tomar posesión no solo de ese mar, sino que, además, de todas las “tierras, costas, puertos e islas australes, con todos sus anexos y reinos y personas… así en el polo Ártico como en el Antártico, en la una y otra parte de la tierra equinoccial, dentro o fuera de los trópicos de Cáncer y Capricornio…”, como consta del acta redactada in situ por el escribano Andrés de Valderrábano.

El naciente imperio se apoderaba así, en un acto colosal, de todo aquello a donde conducía el mar del sur, incluyendo expresamente a la Antártica, tierra aún desconocida, pero incorporada simbólicamente al dominio español.

Nunca más la Antártica, ni parte alguna de ella, fue adquirida a título de poseedor y dueño por otro poder soberano, sino hasta 1948, fecha en que la República de Chile, legítima heredera del Imperio Español conforme al uti possidetis iuris, tomó posesión solemne y material del Territorio Chileno Antártico, a través de su Presidente don Gabriel González Videla, como consta del documento de inestimable valor jurídico que la Armada de Chile entregó al Museo Histórico Nacional.

Fue así como una toma de posesión ficticia por parte de Vasco Núñez de Balboa hizo posible que, más de cuatrocientos años después, Gabriel González Videla tomara posesión material de aquella parte de la Antártica que ya estaba delimitada como territorio chileno desde 1940 por Pedro Aguirre Cerda, entre los meridianos 53 y 90 de longitud Oeste.

Siglos de sueños, estudios, navegaciones y sufrimientos indecibles, de griegos, romanos, españoles, chilenos y tantos otros, se resolvieron en ese fulguroso momento, cuando el Presidente de Chile completaba la ruta secular iniciada en el Istmo de Panamá pisando soberanamente aquella Terra Australis Ignota.

Ese día histórico, en la estación meteorológica y telegráfica “Soberanía”, ubicada en las islas Shetland del Sur, el Presidente de la República de Chile, arribando a bordo del transporte “Presidente Pinto”, tomó posesión material del actual Territorio Chileno Antártico, en los siguientes términos:

“Con emoción de chileno, de ciudadano y de mandatario, pongo pié en esta base “Soberanía”, reafirmando los seculares e indiscutibles derechos de Chile sobre esta parte del territorio antártico, y hacemos formal protesta ante los pueblos del mundo, que la presencia del Jefe del Estado, de los miembros del parlamento, del ejército, de la marina y la aviación, representantes de la prensa nacional, de las organizaciones obreras y de cuatro mujeres chilenas dignas exponentes del arrojo y patriotismo del alma femenina, significa la resolución irrevocable de nuestra patria, de defender con la vida si fuere necesario la integridad de nuestro territorio nacional, que se extiende desde Arica al polo sur.

Soberanía, a 17 de febrero de 1948.

Gabriel González

Presidente de Chile

Rosa M. de González

Rosa G. de Claro”

Tales palabras, registradas con tinta indeleble en el libro de visitas que se custodiaba en la antigua base “Soberanía”, fueron seguidas de hechos materiales de aquellos a que solo da derecho el dominio, pues el presidente zarpó nuevamente hacia el sur en demanda de Puerto Covadonga, en tierra firme continental antártica, para tomar posesión definitiva de la península Antártica, hasta el polo sur, mediante la inauguración de la base “O’Higgins”, que había sido construida previamente ese mismo verano durante la primera fase de la expedición.

Fue un acto presidencial valiente, grandioso y visionario, porque tuvo lugar en un contexto internacional adverso y de creciente tensión no sólo diplomática, sino que bélica.

En efecto, mientras nuestros marinos remaban una y otra vez, desde las naves fondeadas en la Rada Covadonga hasta tierra firme, descargando los materiales y pertrechos necesarios para la apresurada construcción de la base O’Higgins, Chile enfrentaba protestas diplomáticas oficiales del gobierno británico; una demanda del mismo para someter el asunto a la Corte Internacional de Justicia de La Haya, conminaciones a retirar las instalaciones de la ya establecida base “Soberanía”; e, incluso, el envío del gobernador de las islas Falklands a isla Decepción a bordo de un crucero, junto a otro buque de guerra británico que se desplazaba a la zona. Además, el almirantazgo británico dispuso el zarpe amenazante de su crucero de nueve mil toneladas “Nigeria” desde Simonstown, África del Sur, para apoyar al gobernador de las islas Falklands en la protección de la pretendida soberanía británica en la Antártica. Por su parte, Argentina informó que una fuerza naval de operaciones, integrada por cruceros, cazatorpederos y aviones, partiría de Puerto Belgrano el 12 de febrero de ese año.

A todo ello, el Presidente de Chile se negó y respondió con el acta de toma de posesión en la base “Soberanía”, en la isla Greenwich, Shetland del sur, y con la inauguración de la base O’Higgins en la península Antártica.

Fue así como, no sólo las islas antárticas, sino que las tierras firmes antárticas, desde la Península Continental hasta el Polo Sur, conformaron definitiva e irrevocablemente el territorio físico soberano de Chile, conforme a la proyección geográfica que se extiende desde las tierras de Magallanes de acuerdo a la delimitación previa de Pedro Aguirre Cerda.

Esa tierra chilena, cubierta de hielo, antes llamada Península Palmer, se rebautizó entonces con el nombre evocador del prócer de la patria, como “Tierra de O’Higgins”.

Este acto solo tiene parangón en nuestra historia con la toma de posesión del Estrecho de Magallanes por el capitán de fragata Juan Williams el 21 de septiembre de 1843 a bordo de la goleta “Ancud” y con la Toma de Posesión de la Isla de Pascua por el capitán de corbeta Policarpo Toro el 9 de septiembre de 1888 a bordo del transporte “Angamos”, porque la Toma de Posesión de la Antártica chilena a mediados del siglo XX adquiere una coherencia y relevancia geopolítica de tal magnitud, que viene a completar el carácter tricontinental de Chile, pues nuestro territorio continental ubicado en Sudamérica y nuestros territorios insulares de Sala y Gómez y Pascua ubicados en Oceanía, se proyectan ahora no sólo hacia el Océano Pacífico, sino que también hacia el Océano Austral y el Continente Antártico, hasta el Polo Sur, conformando un triángulo de contenido oceánico inmenso donde Chile y su Armada han decidido actuar conforme al Derecho Internacional Marítimo, ejerciendo sus derechos y obligaciones en los mares territoriales, zonas contiguas, zonas económicas exclusivas y plataformas continentales correspondientes, pero también en el extenso Alta Mar del Sur que estos vértices encierran a partir del Polo Sur, pivote austral de todo el territorio y mar de Chile.

Como era de esperarse, ante tan enorme acto geopolítico nuestra nación debió enfrentar durante la década de los cincuenta del siglo pasado el expansionismo de algunas potencias europeas y los intereses de otras naciones; además de un intento tenaz por establecer un fideicomiso y luego internacionalizar la Antártica en el marco de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

Como sabemos, esta profunda y aguda crisis internacional fue resuelta diplomáticamente el año 1959 con el Tratado Antártico que, amainando las tensiones, vino a establecer una suspensión de las reclamaciones territoriales. Esta verdadera pax antartica, consistente en la moratoria o suspensión temporal de los derechos soberanos antárticos pactada en el tratado, regirá solo mientras éste se encuentre vigente, sin perjuicio de haberse destinado esos extensos territorios -mientras tanto- a un uso exclusivamente pacífico y con fines de investigación científica.

Por esta razón, Chile declaró expresamente que mantenía su soberanía sobre el Territorio Chileno Antártico, cuestión que quedó especialmente resguardada en su Artículo IV,1, a saber:

“Ninguna disposición del presente Tratado se interpretará: a) Como una renuncia, por cualquiera de las Partes Contratantes, a sus derechos de soberanía territorial o a las reclamaciones territoriales en la Antártida, que hubiere hecho valer precedentemente;...”.

A nadie escapará, entonces, que las crecientes transformaciones globales, especialmente las reestructuraciones de poderes nacionales e internacionales, la realidad del cambio climático y la contaminación a nivel planetario, tendrán un inminente efecto en el contenido y vigencia del Tratado Antártico y sus convenciones complementarias. Ello porque no puede descartarse una eventual vulneración del Sistema del Tratado Antártico por estados no parte del mismo, o su propio debilitamiento interno por denuncia de alguno de sus estados parte; o, incluso, su modificación o término, a manos de sus actuales miembros, hipótesis que solo vendrían a restablecer el serio conflicto de la “Cuestión Antártica” que dificultosamente fue posible amagar con la entrada en vigencia del Tratado Antártico, recién el año 1961. Así está ocurriendo hoy día en el Ártico, donde hace solo unos meses las principales potencias del Consejo del Ártico desarrollaron en Reikiavik una conferencia que evidenció graves diferencias, enmarcadas en un preocupante incremento de fuerzas militares norteamericanas y rusas en el área.

El Sistema del Tratado Antártico no está escrito en piedra. No es, pues, un caso cerrado y su proyección geopolítica y jurídica en el concierto internacional están por verse, correspondiéndole a Chile un rol señalado en el futuro de la región antártica.

Y será entonces, cuando el magno acto de toma de posesión del Territorio Chileno Antártico, recuperará su valor inconmensurable como culminación del largo camino hacia la Terra Australis Ignota que iniciara un día de 1513 Vasco Núñez de Balboa y completara Gabriel González Videla en 1948, confirmando los títulos de dominio históricos, geográficos y jurídicos seculares de Chile en la Antártica, cuyo valor puso en dramático relieve el Presidente de Chile cuando aquel 17 de febrero de 1948 pronunció un discurso vibrante en la Base Soberanía de la Armada de Chile, ubicada en las Islas Shetland del Sur, diciendo:

“A todo Chile, que estoy cierto está pendiente de este acto memorable, yo le brindo esta tierra del mañana, seguro de que su pueblo sabrá mantener virilmente la soberanía y la unidad de nuestro territorio, desde Arica al Polo Sur.”

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