La Escuela de Grumetes es una de las instituciones pioneras en incluir la gratuidad en sus planes de estudio desde hace 151 años.
Es así que durante generaciones, este plantel educacional ha sido una gran alternativa para los sectores más vulnerables de la sociedad chilena, una segunda oportunidad de surgir en la vida.
Para el joven chileno que opta por el estilo de vida naval, los instructores y los oficiales de división se convierten en los principales actores en la transformación de civil a marino.
Esta transformación no es fácil, pues muchas veces, se deben fortalecer valores y virtudes que el joven grumete no posee, ya sea por su formación familiar, entorno social o círculo de amistades.
En esta ocasión se relatará la historia de un grumete, que como muchos, vio en la escuela una oportunidad de cambiar su destino y tener un propósito en la vida.
Su ingreso fue como el de los otros 1.182 chilenos que cruzaron la puerta de los leones aquel 29 de enero de 2018. Su pequeña diferencia, más común de lo que se puede creer, es que nadie lo fue a despedir aquella mañana de enero. Llegó solamente con un sueño y una meta.
El periodo de recluta fue duro, pero las constantes motivaciones de los instructores, sobre un futuro mejor, le daban fuerzas para soportar el mar en la madrugada, el agua fría, el cambio de alimentación, las extensas jornadas de infantería, el deporte y por sobre todo, la dura pero necesaria instrucción militar básica.
Un día antes de la primera visita, se les preguntó a los grumetes si es que existía alguno que no fuera a recibir visitas, con el afán de solicitar un
sponsor que lo apoye. A pesar de su 1,85 m de talla y sus 80 kg de peso, levantó la mano con timidez, afirmando que no sería visitado aquel cálido día de febrero. Rápidamente un carreta lo invitó a su núcleo familiar y aunque no era la suya, pudo disfrutar de un día de cariño, amistad y comida.
Sin embargo, las alarmas se habían encendido en el cuerpo de instructores. No es normal, que alguien que es oriundo de Coronel (relativamente cerca de Talcahuano), no lo vengan a dejar ni a ver durante su proceso de acuartelamiento y posterior visita de reclutas.
Comenzando marzo, el jefe de curso del grumete le pidió la palabra a su oficial de división.
- Mi teniente, tampoco vendrán a la entrega de armas. Por lo que le pido la venia para yo entregarle su armamento.
Y es así, como su fusil, símbolo de todo hombre de armas, que normalmente lo entrega un familiar cercano, fue entregado por su jefe de curso, un hombre que se había convertido en esos dos meses en algo mucho más importante que un instructor.
Posterior al franco, el grumete solicitó permiso para pernoctar en Coronel, lo cual fue autorizado, pues la dirección correspondía a la vivienda de un familiar. Las primeras salidas, él fue hacia esa dirección pero después de tres fines de semana, prefirió no hacerlo más.
Una noche de abril su oficial de división paseaba junto a su familia, en el mall del Trébol. Ingresó a la biblioteca Viva a devolver un libro. Cuando el recepcionista vio que su dirección era en la isla Quiriquina, le preguntó si trabajaba en la Escuela de Grumetes. Ante su respuesta, el recepcionista nuevamente, esta vez en tono más bajo, le preguntó si conocía a esa persona, apuntando una esquina del local, donde un grumete se refugiaba entre una torre de libros de diversas materias. Lo reconoció al instante. Rápidamente y con un ligero tono de vergüenza el oficial le preguntó si es que le había ocasionado algún problema. La respuesta fue todo lo contrario, llegaba muy temprano y proactivamente cerraba la biblioteca, era muy atento y siempre ayudaba a los niños o a los abuelitos. Sólo les llamaba la atención lo tarde que se iba y que a la hora normal del almuerzo, no salía de la biblioteca.
Pensativo en la situación el oficial se retiró del sector, no volvería a la Isla aquella noche pero tenía que dejar unas bolsas en la guardia del molo 500, por lo que muy entrada la noche comenzó su trayecto a la base naval. Antes de llegar a la puerta de Los Leones, vio al grumete cruzando el semáforo en dirección hacia el cerro Cornou. Esto le llamó la atención. Ninguno de sus grumetes tenía la autorización para pernoctar en ese cerro y por la hora, se debía dirigir a algún lugar a pasar la noche. Así que se estacionó en las cercanías y lo observó.
El grumete se encaminó hacia el terminal de buses de Talcahuano, ingresando y no saliendo más. Intrigado, el oficial decidió ir a la guardia del Molo 500 a dejar las bolsas y luego pasar al terminal de buses. Quince minutos después, estaba ingresando a un terminal que claramente se preparaba para cerrar. Buscó a su grumete por el primer piso, pero no lo encontró. Recordó que existía una escalera la cual llevaba al patio de comidas del terminal. Subió y encendió la linterna de su celular. Ahí, lo encontró sentado en una de los asientos, con su cabeza apoyada en las manos, dormitando.
Lo despertó y le dijo que se levantara. Que se iría con él. El remolcador
Grumete Pérez le daría cobijo aquella noche. El oficial espero a que el grumete dejara sus cosas en el camarote y con una rápida señal le indicó que lo acompañase. Subieron a la cubierta y se hicieron un café.
- Ya.. “chiporro” cuénteme por qué iba a pasar la noche en ese lugar tan peligroso.
- Llevo tres fines de semana en la misma condición mi teniente. Salgo franco, me voy al mall, leo libros y a veces dormito entre ellos. Cuando van a cerrar me voy y comienzo a caminar rumbo a Talcahuano. Llego al terminal y subo al segundo piso, ahí me escondo y espero que amanezca.
El oficial no le apartaba la mirada, mientras pensaba si recriminarlo o consolarlo.
- ¿Por qué no se queda en el lugar donde está autorizado a pernoctar?
- Me echaron de allí hace un mes mi teniente. No son familiares, son amigos de mi papá. Querían que saliera a trabajar en la noche y eso de donde yo vengo no es nada bueno mi teniente. El primer fin de semana me rehusé y me aguantaron. El segundo fin de semana me sacaron a patadas. Me fui donde un amigo. Pero, no es nada bueno el ambiente mi teniente. Mucha droga, trago y malas amistades. Uno de mis ex amigos me ofreció un pito, como no quise, se ofendió y casi me corta la cara con un cuchillo mi teniente.
Le decía esto mientras le mostraba un corte en el brazo.
- Alcance a colocar mi brazo. Me rompió el uniforme. Estuve toda la noche cociéndolo para que no se notara.
- ¿y sus padres?
- Mi mamá se fue hace años de la casa mi teniente, mi padre está preso y mi hermano también. No tengo a nadie. La casa donde crecí, se la tomó un hermano de mi papá y la convirtió en un antro. Yo estaba cayendo en lo mismo que mi hermano, pero unos buenos vecinos me hablaron de la Armada y decidí postular. Cuando quedé, ellos me pasaron un viejo terno de su hijo. También tengo una abuela, pero vive en el campo, muy lejos.
El oficial solo tendió a colocar un brazo sobre su hombro.
- Usted no puede andar caminando tan tarde y menos quedarse en un terminal de buses.
Un largo silencio rondo el viejo remolcador.
- Haremos algo. Usted se quedará en la escuela, franco a bordo, lo que quiere decir que podrá levantarse un poco más tarde que el resto, ir a la biblioteca, ver televisión o hacer deporte. No formará y sólo se presentará al instructor de servicio en los ejercicios de rancho. ¿Le gustaría algo así?
Al grumete se le humedecieron los ojos.
- Si mi teniente, me encantaría, no sabía que se podía.
- Obvio hombre, la escuela es su casa de ahora en adelante, una casa estricta pero de la cual nunca lo echaran a patadas.
Los meses pasaron y llegó la hora de graduarse. Las buenas notas y el buen comportamiento, lo llevaron a elegir una de las pocas chazas de buzo de salvataje. Sus propios méritos a ostentar el parche de deportista distinguido y lista de mérito.
Posterior a dejar a su división en el remolcador, el oficial se encaminó hacia el toldo donde sería la recepción posterior a la graduación en el estadio El Morro. Estaba entrando a la carpa cuando vio varias llamadas perdidas del mismo número. Cuando su teléfono volvió a sonar. Decidió contestar.
Una voz femenina, como de una señora de avanzada edad le devolvió el saludo.
- Hola... Usted no me conoce pero soy la abuela de uno de sus grumetes. No lo quiero molestar ni quitar de su tiempo, sólo quería agradecerle, por haberle dado a mi nieto, una segunda oportunidad en la vida.
Estos hechos son reales, pero es un conjunto de circunstancias vividas por el autor con diferentes grumetes a lo largo de un año como oficial de división. Los nombres de los grumetes se mantendrán en reserva, quedando a fuego grabados en la mente del equipo de instructores de la Segunda División 2018.
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