- Fecha de publicación: 19/10/2017.
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Una de mis primeras comisiones como joven subteniente embarcado en una [tooltip title="Lancha Patrullera Costera. Pequeña Unidad Marítima de 8 personas de dotación al mando de un subteniente."]LPC[/tooltip], fue la de efectuar fiscalización pesquera en sectores cercanos a la mítica isla Friendship. Quizá una isla desconocida para muchos, pero que durante esos años había sido de gran connotación mediática a raíz de un reportaje televisivo que daba a entender que dicha isla, la cual se ubicaba en cercanías de Puerto Aysén, era un centro de concentración de vida extraterrestre.
De esta isla se había hablado mucho, pero se tenía poca certeza sobre su ubicación exacta; sin embargo, de acuerdo a los antecedentes recopilados, entendimos que nuestro desplazamiento sería en los alrededores de dicha isla.
Al iniciar la comisión y sabiendo hacia dónde nos dirigíamos, la navegación fue motivo de variadas anécdotas por parte de toda la dotación sobre supuestos encuentros del tercer tipo. Cada quien tenía diversas historias de algún momento de su vida sobre estos temas, incluso los más escépticos.
Los procedimientos de fiscalización marítima se llevaron a cabo sin contratiempos, y una vez terminado el día y en un claro desafío a los alienígenas, elegimos pasar la noche en la isla que nosotros suponíamos era la mismísima Friendship. Con las últimas luces y en una oscura pero tranquila tarde, fondeamos y dimos inicio al tradicional asado de camaradería en cubierta, el cual tuvo como tema central de conversación, la existencia o no de seres del espacio. Con el correr de las horas, la “sicosis” colectiva extraterrestre fue en aumento; cada sonido, sombra o leve movimiento en las inmediaciones, era interpretado como una señal del más allá. Considerando la situación que se vivía, y en una decisión muy acorde a un subteniente, se decidió establecer un rol de “vigía paranormal”, el cual debía notificar a la brevedad sobre cualquier hecho extraño. Una consigna bastante lógica y básica, digna nuevamente, de un subteniente.
Ya avanzada la noche (y el asado), nuestro vigía paranormal informó su primer avistamiento. En la orilla de la isla se vio aparecer una pequeña silueta de aspecto triangular con una tenue iluminación. Las abundantes y sonoras risas de la dotación tibiamente se fueron apagando, dando inicio al nerviosismo y la incredulidad. ¿Cómo era posible que en una alejada y perdida isla de la Patagonia chilena apareciera esta extraña luz?
La sorpresa fue aún mayor cuando dicha manifestación lumínica se comenzó a acercar hacia nosotros. Se podía apreciar esta tenue luz triangular acercándose a pocos centímetros del agua, con rumbo de colisión y a muy baja velocidad. En esa oscura noche y ante tamaña provocación de estos seres superiores, nuevamente en una decisión propia del criterio de un subteniente, no nos quedó más remedio que ordenar desenfundar nuestra arma de combate, el montaje de 20 mm de proa, para hacer frente al enemigo. Afortunadamente, la temeraria acción anterior no fue necesaria de ser materializada, debido a que mientras se nos aproximaba el supuesto enemigo galáctico, nos dimos cuenta de que el medio de transporte de esta tenue luz triangular, no era un artefacto muy galáctico precisamente. Nuestro enemigo cósmico, venía a nuestro encuentro en un precario bote de madera, bastante lejano a la nave tipo Estrella de la Muerte que nosotros esperábamos. Algo extraño sucedía.
Ya más cerca de nuestro costado y para despejar todas las dudas, un integrante de la dotación tuvo la poco acertada ocurrencia de intentar establecer comunicaciones de acuerdo a ceremonial naval, con el característico grito “ah del bot…” en un perfecto idioma interestelar. La verdad es que nunca entendimos si el idioma interestelar utilizado fue aprendido en alguna película o si se debió simplemente a la incapacidad de usar el idioma español producto del asado de camaradería. En fin, evidentemente el saludo terrícola “ah del bot” no tuvo respuesta alguna, en ningún idioma.
Mientras tanto, la precaria embarcación siguió acercándose hasta quedar finalmente a nuestro costado. Así, bajamos la escala de gato para recibir a nuestro invitado, con la sorpresa (¡era que no!) que no se trataba de ningún ser del espacio, sino que era una persona común y corriente junto a su hijo de unos 10 años, quien portaba un aparatoso impermeable y una linterna algo obstaculizada, la cual provocaba que la luz fuera tenue y de forma triangular. Al verlos llegar, entendimos que mientras el bote se acercaba, el niño que iba de pie en la proa del bote tapaba a su padre, quien remaba en un arco ciego para nosotros, y se producía el curioso efecto de ver una luz flotando sobre la superficie. Con esta explicación, teníamos resuelto el primer misterio de la noche, aunque con un desenlace muy distinto al esperado. Sin embargo, quedaban algunos puntos por esclarecer aún. Lo primero era saber qué hacían dos personas solas en un lugar tan inhóspito y alejado, donde el lugar habitado más cercano se encontraba a unas [tooltip title="110 kilómetros"]60 millas náuticas de distancia[/tooltip].
Por supuesto que en el escenario que se vivía, nuestro espíritu de camaradería se fortaleció e incorporamos a nuestros invitados, a quienes bautizamos cariñosamente como “la familia Alf” y los invitamos a que nos contaran su historia.
Resultó que esta persona era un cazador de Ovnis novato, tan novato que esta era su primera misión y su inspiración nació justamente luego del programa televisivo comentado anteriormente. Así fue como tomó la decisión de ir al encuentro de los extraterrestres, embarcándose en un transbordador desde Puerto Montt hasta la localidad de Puerto Aguirre, para luego ser trasladado en una embarcación menor hacia la supuesta isla Friendship, con instrucciones de ser rescatado 15 días después. Para su primera misión, se embarcó junto a su hijo con los elementos de supervivencia necesarios y un precario bote de madera. Llevaban seis días en la isla durmiendo en una carpa y comiendo de sus provisiones en espera de la epifanía intergaláctica. Sus expectativas, se resumían en dos posibilidades: que el bote pescador los sacase de la isla en nueve días más y los llevara de vuelta hacia la terrícola civilización, o que una nave espacial los abdujera y los llevara al espacio exterior. Lo primero que ocurriese.
Entre el asombro y diversión por la historia de la familia Alf, y con la tranquilidad que ambos invitados se encontraban en perfecto estado (al menos físico), seguimos conversando y ahora con mayor entusiasmo, sobre nuestras experiencias paranormales, sobre lo humano y lo divino, compartiendo las últimas cenizas de una parrilla en cubierta. Así fue como, mientras alguien relataba otra inverosímil historia sobrenatural, el vigía paranormal nos informó sobre un segundo avistamiento. Nuestro vigilante se percató de un movimiento anormal de las estrellas y la luna, éstas giraban rápidamente en torno a nosotros. Mientras mirábamos hacia el cielo para corroborar la información, no dábamos crédito al comprobar que era cierto. Sí, este era un movimiento diferente, para nosotros era sin dudas un llamado del más allá. La familia Alf, a esas alturas expertos ufólogos, concordaban con esta apreciación y nos alentaban en el convencimiento de lo divino. Era definitivo, estábamos próximos a cruzar el umbral de lo sobrenatural, finalmente había llegado el momento culmine de este novato cazador de ovnis y por qué no decirlo, de nuestra dotación también. Mientras unas diez personas mirábamos hacia el cielo desde la cubierta de la lancha, cada quien elucubraba sus propias teorías y los cursos de acción a seguir ante el inminente encuentro alienígena, el cabo de guardia, único no participante del asado y algo alejado del espectáculo cósmico, tuvo la sensatez de mirar el radar, la costa y sobretodo el anemómetro, y sacándonos de nuestra mirada absorta en el cielo, nos indicó que el viento había rolado y aumentado, por lo tanto el movimiento apreciado no era de la luna y estrellas, sino de nuestra lancha borneando a causa del cambio de dirección y aumento del viento.
Decepción, amargura y ciertamente algo de vergüenza nos produjo ese abrupto aterrizaje a la realidad. Definitivamente la sicosis extraterrestre había dominado nuestros subconscientes y fue cuando entendimos que era hora de [tooltip title="Vocablo naval de diferentes acepciones. En este caso, “dar por terminado”"]trincar[/tooltip] el evento, dado que en pocas horas más debíamos continuar con la comisión.
Antes de que la familia Alf desembarcara hacia la isla, les entregamos provisiones extra por si fuera necesario. Les prometimos que al término de la comisión y una vez que iniciáramos el retorno a puerto base, pasaríamos por ese mismo punto, para asegurarnos que estuviesen en buen estado, ofreciéndoles, además, nuestra Unidad para trasladarlos a otro lugar por si recapacitaban sobre sus aventuras ufológicas y así ahorrarse casi nueve días de espera hasta la llegada del bote pescador desde Puerto Aguirre.
Así fue como con las primeras luces del día siguiente zarpamos a seguir cumpliendo con nuestra misión, algo avergonzados entre nosotros mismos, pero con la alegría y satisfacción de haber sobrevivido a una noche paranormal.
Dos días después y cumpliendo la promesa, volvimos a la isla y con nuestro bote de goma fuimos al encuentro de la familia Alf. El segundo comandante junto a una partida, a esas alturas, altamente calificada en búsquedas paranormales, fueron a tierra para verificar si era necesario o no, adelantar el traslado del novato cazador de ovnis. La isla no era muy grande y pese a lo boscosa de la superficie, era muy difícil no encontrar a alguien con la ayuda de esta calificada partida y los pitazos del buque. Sin embargo y para sorpresa de todos, la familia Alf no estaba, no había rastros de ellos.
Ante este inesperado escenario, el comandante ordenó zarpar. De la familia Alf nunca más supimos. Tal vez la epifanía interestelar, sí había llegado.
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